Otra vuelta de tuerca.
Nuestro gobierno está demostrando una
y otra vez las raíces judeocristianas del pensamiento de los que lo componen.
Pero no es en el aborto -oponerse al
cual contradice por otro lado le más simple teología cristiana. Algún día me
dedicaré a decir por qué- ni en la educación para la ciudadanía ni en el matrimonio
homosexual. Nuestro Gobierno se demuestra profundamente judeocristiano en algo
tan supuestamente prosaico y alejado del místico ruido como es la reforma
financiera. O el fiasco financiero, si se prefiere.
Es en ese asunto donde nos revierte a
uno de los momentos más celebrados por judíos y cristianos de antaño del
Antiguo Testamento: el mito de Moisés.
Luis de Guindos se sienta en una rueda
de prensa y anuncia que el FROB -esa entidad a la que supuestamente va el
dinero que nos esquilman de los recortes y las subidas de impuestos para ayudar
a los bancos que han tenido el descuido de perder por su cuenta miles de
millones de euros- asumirá las pérdidas que supongan la liquidación o el
reflote de los bancos intervenidos.
Y en ese momento es cuando en lugar de
estar leyendo el texto de un decreto parece que se ha puesto a recitar el Libro
del Éxodo. Es entonces cuando nos convierte a todos en Moisés bajando del Monte
Sinaí.
Porque eso ya no solamente significa
que tenemos que apretarnos el cinturón hasta que nos produzca una úlcera
gástrica para sacar dinero y recursos para cubrir las pérdidas de eso bancos, o
sea, la mala gestión privada de empresas privadas, sino que además significa
que, si una segunda gestión de estas entidades -en este caso pública- no hace que
la liquidación resulte cuando menos neutra -es decir, que deje el saldo a cero-,
tendremos también que asumir ese segundo pecado.
O sea que de repente la situación es
como si todos y cada uno de nosotros hubiéramos subido con todo nuestro pio
esfuerzo las laderas del pedregoso Sinaí, haciendo todos los sacrificios que el
siempre original dios de la zarza nos hubiera exigido en el camino -congelación
salarial, aumento de impuestos, recorte de prestaciones, inseguridad laboral- y
al bajar, satisfechos con nuestros mandamientos bajo el brazo, hubiésemos sido
castigados a vagar cuarenta años por el desierto porque otros se habían puesto
a adorar a un becerro de oro.
Igualitos que Moisés.
Pero como España y el gobierno español
siempre tienen la tendencia a ser más papista que el papa. Lo nuestro es otra
vuelta de tuerca.
Esto es igual que si el viejo
mitológico patriarca hebreo hubiera hecho subir a todo su macilento pueblo por
las escarpadas paredes del monte en sacra procesión -o en excursión turística
guiada, que tanto da- y cuando todos bajaran fueran castigados a asumir el
pecado de tres o cuatro que se hubieran quedado con el susodicho torito dorado.
Vamos, cincuenta y pico millones de “moiseses” -curioso plural, ¿no?-
condenados a un desierto de futuro y expectativas por un puñado de "becerritas" –o sea,
adoradores del becerro- que sólo rinden culto al oro.
Puede que el dios de la zarza no
hubiera consentido tal despropósito, pero el dios de los mercados está
satisfecho y orgulloso de ello.
Pero claro, si la operación del FROB
sale bien no se nos reembolsará la parte proporcional de lo que gane el Estado
con ella. Eso no. Que a las duras sí, pero a las maduras nuestro Gobierno se
relaja en eso del cumplimiento bíblico.
Es de suponer que servirá para cubrir
su sagrado déficit -todo es sagrado en la economía de este gobierno, menos
nosotros- o para poner dinero en otras adoraciones idólatras como la deuda de
las comunidades por ejemplo.
Y nosotros a seguir vagando por el
desierto en espera de llegar al déficit cero prometido.
En fin, que tampoco resulta
sorprendente este gusto por la mitología bíblica porque nuestro Gobierno nos ha
hecho pasar prácticamente por todos los papeles reservados a esos personajes de
túnica y cayado.
Como a Job nos ha exigido poco más que
la resignación ante la enfermedad, como a Lot nos ha dejado sin casa y sin
ciudad en aras de la expiación de las culpas de algunos, como a Abraham nos ha
exigido sacrificar a nuestros hijos -su educación y su futuro- en el altar de
un dios exigente, como a Isaac nos ha engañado para otorgar la primogenitura y
el poder que emana de ella a unos pocos que no la merecen ni se la han ganado,
como a Noé nos ha obligado a convivir hasta la ancianidad con nuestros hijos y
ser responsables de su sustento, como a Ismael nos ha abocado a buscar el
futuro en otras tierras porque estas han sido entregadas a otros hijos que no
han hecho nada por merecerlas
Aunque, por supuesto, el dios por mor del cual
nos ha convertido en patriarcas bíblicos ha cambiado: ahora es un monstruo
bicéfalo llamado mercado financiero y déficit cero.
No es un nombre muy místico y
grandilocuente. Pero es lo que hay.
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