Una panda de jóvenes israelíes de
religión judía y raza hebrea va por la calle y la emprenden a golpes con un
adolescente israelí de raza árabe y religión musulmana hasta dejarle casi en
coma.
Visto así, en una primera impresión de
esas que nos provoca la lectura rápida de los titulares de la prensa digital,
se diría que es más de lo mismo, más de ese secular enfrentamiento que ha hecho
del odio y la guerra el pan y la sal que desayunan palestinos e israelíes, árabes
y hebreos, desde hace casi un siglo.
Pero no. No es más de lo mismo. Es
algo radicalmente distinto. Los cada vez más numerosos ataques de jóvenes israelíes
a árabes -árabes que, por otra parte, son ciudadanos israelíes- son un
nuevo síntoma de una nueva enfermedad. O de una vieja enfermedad que hasta
ahora estaba controlada.
La sociedad civil israelí no
participaba en las agresiones ni en los ataques a los palestinos. Consideraban
que estaban en guerra con los palestinos e incluso con los árabes no israelíes
pero dejaban esa guerra al gobierno. Justificaban de forma mayoritaria todo lo
que se hiciera en esa guerra pero no participaban activamente en ella. Casi
nadie, salvo los colonos. Y los colonos para la mayoría de la sociedad civil
israelí forman parte de un grupo de fanáticos que están unidos a ellos por raza
y religión pero que apenas forman parte de la estructura social de su país.
Por eso ahora Israel y los israelíes
tienen miedo. Se sorprenden de que sus jóvenes se dediquen a apalear a otros
jóvenes israelíes por ser árabes.
Pero no deberían hacerlo. Lo que
ocurre ahora no es más que el producto de lo que llevan tolerando y llevan
permitiendo que ocurra en su sociedad desde hace años, prácticamente desde que
Israel fue fundado como Estado. Es, por usar términos religiosos tan comunes en
esa teocracia encubierta que es la democracia israelí, producto de la famosa
triple vía del pecado judeocristiano.
Es la consecuencia de un pecado de
palabra, obra y omisión.
Pecado de palabra porque se asienta
sobre el concepto que han repetido sus palabras sagradas desde que la mitología
hebraica hizo a Moisés bajar del monte Sinaí: son el pueblo elegido de
dios.
Cierto es que toda religión monoteísta
se basa en ese concepto de ser los elegidos de un dios, pero la palabra de los
rabinos, de los maestros y de los líderes religiosos judías siempre han
interpretado esta elección de forma restrictiva y literal. El cristianismo y el
islam llama a la conversión, a ampliar el círculo de creyentes -con los
problemas que ello ha generado a los que no han querido convertirse, por
supuesto-.
Pero la tradición judía lo ha
vinculado a la raza, al nacimiento, a la sangre, a la pertenencia a las
supuestas doce tribus originales. Las gargantas de sus rabinos se han irritado
de gritar a los cuatro vientos que solamente aquel que tiene un origen racial
judío puede convertirse a esa fe, las lenguas de sus religiosos se han quedado
secas de pregonar a los cuatro vientos que solamente la sangre judía es digna
de ser seguidora de Yahveh.
Cuando la palabra da tanta importancia
a la raza propia uno se coloca a un milímetro de despreciar al resto de las
razas, a un centímetro escaso del racismo.
Pecado de obra porque sus gobernantes
han desarrollado a lo largo de la evolución del Estado de Israel un curso de
acción política que ha originado actos cuestionables y cuestionados en todo el
mundo sin pestañear, basados en un pensamiento político y social y en una
teoría política expansionista: el sionismo.
Actos que van desde la ocupación de
ciudades palestinas que no les habían sido asignadas el mismo día de la
constitución del Estado de Israel al establecimiento de colonias en territorios
que no les pertenecen. Acciones que van desde la creación de leyes que obligan
a la población árabe a vivir en ciertas zonas, que permiten su detención sine
die sin cargos o que la coloca permanentemente bajo jurisdicción militar como
sospechosos de ser enemigos del Estado, hasta aquellas que han generado
una legislación que considera a los israelíes árabes ciudadanos de segunda, prohibiéndoles
la compra de tierras, casarse por sus propios ritos, participar del ejército,
etc.
Acciones que han supuesto la expropiación
de casas y tierras, el cierre indiscriminado de prósperos negocios en Jerusalén
para dárselos a población de origen hebreo y cientos de normativas y acciones
administrativas distintas en esa línea que impone el sionismo para conseguir un
Estado de Israel libre de población no judía.
Cuando las acciones de sucesivos
gobiernos dan tanta importancia a colocar en segundo plano los derechos de un
colectivo racial y cultural concreto, coloca a la sociedad a dos pasos del odio
a ese colectivo y a uno de la xenofobia más beligerante.
Y por último pecado de omisión porque
la conjunción de esa palabra religiosa y esa acción política ha hecho que el
gobierno pase por alto cosas que en ningún caso hubiera pasado por alto si se
hubieran producido en otras circunstancias.
Quema de cultivos y de mezquitas en
las ciudades palestinas ocupadas por parte de los colonos, contratación de
grupos terroristas -incluso para el Estado de Israel- para adiestrar a los
colonos en la guerra de guerrillas, camisetas lucidas por miembros del ejército
en las que se consideraba objetivo prioritario a las mujeres palestinas
embarazadas, publicaciones y discursos de políticos en los que se mantiene que
el "árabe debería bajar la mirada con respeto cada vez que pasara un
judío" o que "los árabes son una raza que solamente sirven como
peones o camareros" y toda serie de excesos verbales y físicos que se
asentaban supuestamente sobre la palabra religiosa del judaísmo y que eran
permitidos para reforzar la acción política del sionismo.
Cuando la omisión permite tratar a una comunidad como si no tuviera derechos, como si no importara su vida, su muerte o su libertad, se coloca a la sociedad en el límite mismo del fascismo.
Así que esta palabra, esta obra y esta
omisión han desembocado en una juventud civil que en momentos en los que la
economía ya no funciona como debería -en parte por el inmenso gasto militar que
sigue haciendo Israel para mantener el militarismo que impone la política de la
teoría sionista- ve lo que a lo largo de la historia de su país le ha sido
mostrado: que el árabe es el problema, que el árabe es inferior, que el árabe
debe ser eliminado de la ecuación de tercer grado que es el Estado de Israel.
De los polvos de la palabra religiosa,
de la acción política sionista y de la omisión gubernativa israelí nos vienen
los lodos del judeo nazismo.
Y sé que la utilización de este
término desencadenará la típica acusación de antisemitismo en la que las
agrupaciones judías occidentales y las embajadas israelíes se amparan para
desacreditar toda crítica hacia la política de Israel.
Lo harán pese a que el término fuera
acuñado por un judío, Yeshayahu Leibowit, y desarrollado por otros muchos
filósofos judíos y hebreos pero no sionistas tras la Primera Guerra del Líbano.
Será absurdo, lo mismo que que alguien
me acusara de antiindoeuropeo por criticar la religión católica y el paneuropeísmo
-por ejemplo-, de antieslavo por criticar el comunismo o la religión ortodoxa o
de antianglosajón por criticar el liberal capitalismo o el
protestantismo.
Por más que les pese a muchos la raza
hebrea, como todos los demás troncos raciales, no está indisolublemente ligada
a su religión ni a una teoría política concreta, así que criticar los preceptos
de esa religión o los principios de esa teoría política no supone ni un ápice
de racismo ni de antisemitismo. Al menos por mi parte.
Si a los defensores del sionismo
político y del integrismo religioso judío no les gusta que se les compare con
los nazis lo mejor que pueden hacer es no comportarse como lo hicieron ellos.
Así que, después de todo esto, lo
mejor que podría hacer la sociedad civil israelí es decirle que a sus jóvenes
que si no pueden gestionar sus subidas hormonales, su desesperación social y
sus accesos adrenalínicos más que dando palos a algo, deberían dárselos a
algunos de sus rabinos más integristas para que revisen su visión arcaica y
racial de pueblo elegido de su dios, a algunos de legisladores para que revisen
la Declaración Universal de Derechos y adecuen sus leyes al estado moderno que
dicen querer crear y a muchos de sus militares y políticos para que dejen de
hacer la vista gorda cuando se ataca, se agrede, se menosprecia, se insulta o
se mata a un árabe por el mero hecho de serlo.
Y quizás así se den cuenta de que sin judeo
nazismo a la religión judía, a la raza hebrea y al pueblo israelí les irá mucho
mejor.
1 comentario:
Están preparando su Reichskristallnacht, yo ya no sé ver las diferencias entre sionistas y nazis, si es que las hay.
http://www.sangrefria.com/blog/images/2008/11/0911.jpg
Publicar un comentario