lunes, septiembre 03, 2012

De los polvos de Sión nos vienen los lodos de Israel

Una panda de jóvenes israelíes de religión judía y raza hebrea va por la calle y la emprenden a golpes con un adolescente israelí de raza árabe y religión musulmana hasta dejarle casi en coma. 
Visto así, en una primera impresión de esas que nos provoca la lectura rápida de los titulares de la prensa digital, se diría que es más de lo mismo, más de ese secular enfrentamiento que ha hecho del odio y la guerra el pan y la sal que desayunan palestinos e israelíes, árabes y hebreos, desde hace casi un siglo.
Pero no. No es más de lo mismo. Es algo radicalmente distinto. Los cada vez más numerosos ataques de jóvenes israelíes a árabes -árabes que, por otra parte, son ciudadanos israelíes-  son un nuevo síntoma de una nueva enfermedad. O de una vieja enfermedad que hasta ahora estaba controlada.
La sociedad civil israelí no participaba en las agresiones ni en los ataques a los palestinos. Consideraban que estaban en guerra con los palestinos e incluso con los árabes no israelíes pero dejaban esa guerra al gobierno. Justificaban de forma mayoritaria todo lo que se hiciera en esa guerra pero no participaban activamente en ella. Casi nadie, salvo los colonos. Y los colonos para la mayoría de la sociedad civil israelí forman parte de un grupo de fanáticos que están unidos a ellos por raza y religión pero que apenas forman parte de la estructura social de su país.
Por eso ahora Israel y los israelíes tienen miedo. Se sorprenden de que sus jóvenes se dediquen a apalear a otros jóvenes israelíes por ser árabes. 
Pero no deberían hacerlo. Lo que ocurre ahora no es más que el producto de lo que llevan tolerando y llevan permitiendo que ocurra en su sociedad desde hace años, prácticamente desde que Israel fue fundado como Estado. Es, por usar términos religiosos tan comunes en esa teocracia encubierta que es la democracia israelí, producto de la famosa triple vía del pecado judeocristiano.
Es la consecuencia de un pecado de palabra, obra y omisión.
Pecado de palabra porque se asienta sobre el concepto que han repetido sus palabras sagradas desde que la mitología hebraica hizo  a Moisés bajar del monte Sinaí: son el pueblo elegido de dios.
Cierto es que toda religión monoteísta se basa en ese concepto de ser los elegidos de un dios, pero la palabra de los rabinos, de los maestros y de los líderes religiosos judías siempre han interpretado esta elección de forma restrictiva y literal. El cristianismo y el islam llama a la conversión, a ampliar el círculo de creyentes -con los problemas que ello ha generado a los que no han querido convertirse, por supuesto-.
Pero la tradición judía lo ha vinculado a la raza, al nacimiento, a la sangre, a la pertenencia a las supuestas doce tribus originales. Las gargantas de sus rabinos se han irritado de gritar a los cuatro vientos que solamente aquel que tiene un origen racial judío puede convertirse a esa fe, las lenguas de sus religiosos se han quedado secas de pregonar a los cuatro vientos que solamente la sangre judía es digna de ser seguidora de Yahveh.
Cuando la palabra da tanta importancia a la raza propia uno se coloca a un milímetro de despreciar al resto de las razas, a un centímetro escaso del racismo.
Pecado de obra porque sus gobernantes han desarrollado a lo largo de la evolución del Estado de Israel un curso de acción política que ha originado actos cuestionables y cuestionados en todo el mundo sin pestañear, basados en un pensamiento político y social y en una teoría política expansionista: el sionismo.
Actos que van desde la ocupación de ciudades palestinas que no les habían sido asignadas el mismo día de la constitución del Estado de Israel al establecimiento de colonias en territorios que no les pertenecen. Acciones que van desde la creación de leyes que obligan a la población árabe a vivir en ciertas zonas, que permiten su detención sine die sin cargos o que la coloca permanentemente bajo jurisdicción militar como sospechosos de ser enemigos del Estado, hasta aquellas que han generado  una legislación que considera a los israelíes árabes ciudadanos de segunda, prohibiéndoles la compra de tierras, casarse por sus propios ritos, participar del ejército, etc.
Acciones que han supuesto la expropiación de casas y tierras, el cierre indiscriminado de prósperos negocios en Jerusalén para dárselos a población de origen hebreo y cientos de normativas y acciones administrativas distintas en esa línea que impone el sionismo para conseguir un Estado de Israel libre de población no judía.
Cuando las acciones de sucesivos gobiernos dan tanta importancia a colocar en segundo plano los derechos de un colectivo racial y cultural concreto, coloca a la sociedad a dos pasos del odio a ese colectivo y a uno de la xenofobia más beligerante.
Y por último pecado de omisión porque la conjunción de esa palabra religiosa y esa acción política ha hecho que el gobierno pase por alto cosas que en ningún caso hubiera pasado por alto si se hubieran producido en otras circunstancias.
Quema de cultivos y de mezquitas en las ciudades palestinas ocupadas por parte de los colonos, contratación de grupos terroristas -incluso para el Estado de Israel- para adiestrar a los colonos en la guerra de guerrillas, camisetas lucidas por miembros del ejército en las que se consideraba objetivo prioritario a las mujeres palestinas embarazadas, publicaciones y discursos de políticos en los que se mantiene que el "árabe debería bajar la mirada con respeto cada vez que pasara un judío" o que "los árabes son una raza que solamente sirven como peones o camareros" y toda serie de excesos verbales y físicos que se asentaban supuestamente sobre la palabra religiosa del judaísmo y que eran permitidos para reforzar la acción política del sionismo.
Cuando la omisión permite tratar a una comunidad como si no tuviera derechos, como si no importara su vida, su muerte o su libertad, se coloca a la sociedad en el límite mismo del fascismo.
Así que esta palabra, esta obra y esta omisión han desembocado en una juventud civil que en momentos en los que la economía ya no funciona como debería -en parte por el inmenso gasto militar que sigue haciendo Israel para mantener el militarismo que impone la política de la teoría sionista- ve lo que a lo largo de la historia de su país le ha sido mostrado: que el árabe es el problema, que el árabe es inferior, que el árabe debe ser eliminado de la ecuación de tercer grado que es el Estado de Israel.
De los polvos de la palabra religiosa, de la acción política sionista y de la omisión gubernativa israelí nos vienen los lodos del judeo nazismo.
Y sé que la utilización de este término desencadenará la típica acusación de antisemitismo en la que las agrupaciones judías occidentales y las embajadas israelíes se amparan para desacreditar toda crítica hacia la política de Israel.
Lo harán pese a que el término fuera acuñado por un judío, Yeshayahu Leibowit, y desarrollado por otros muchos filósofos judíos y hebreos pero no sionistas tras la Primera Guerra del Líbano.
Será absurdo, lo mismo que que alguien me acusara de antiindoeuropeo por criticar la religión católica y el paneuropeísmo -por ejemplo-, de antieslavo por criticar el comunismo o la religión ortodoxa o de antianglosajón por criticar el liberal capitalismo o el protestantismo. 
Por más que les pese a muchos la raza hebrea, como todos los demás troncos raciales, no está indisolublemente ligada a su religión ni a una teoría política concreta, así que criticar los preceptos de esa religión o los principios de esa teoría política no supone ni un ápice de racismo ni de antisemitismo. Al menos por mi parte.
Si a los defensores del sionismo político y del integrismo religioso judío no les gusta que se les compare con los nazis lo mejor que pueden hacer es no comportarse como lo hicieron ellos.
Así que, después de todo esto, lo mejor que podría hacer la sociedad civil israelí es decirle que a sus jóvenes que si no pueden gestionar sus subidas hormonales, su desesperación social y sus accesos adrenalínicos más que dando palos a algo, deberían dárselos a algunos de sus rabinos más integristas para que revisen su visión arcaica y racial de pueblo elegido de su dios, a algunos de legisladores para que revisen la Declaración Universal de Derechos y adecuen sus leyes al estado moderno que dicen querer crear y a muchos de sus militares y políticos para que dejen de hacer la vista gorda cuando se ataca, se agrede, se menosprecia, se insulta o se mata a un árabe por el mero hecho de serlo.
Y quizás así se den cuenta de que sin judeo nazismo a la religión judía, a la raza hebrea y al pueblo israelí les irá mucho mejor.

1 comentario:

Tu economista de cabecera dijo...

Están preparando su Reichskristallnacht, yo ya no sé ver las diferencias entre sionistas y nazis, si es que las hay.

http://www.sangrefria.com/blog/images/2008/11/0911.jpg

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