No tenemos límite para la elusión de
nuestras responsabilidades.
El arte de la auto justificación que
hemos desarrollado como perfectos discípulos de nuestro individualismo y
nuestro egoísmo nos permite dar una explicación plausible -al menos para
nosotros mismos- a cualquiera de nuestros actos y es algo que sabemos hacer
como nadie.
Pero el gobierno sudafricano y su
Fiscal General merecen una mención especial, merecen un premio. Han
conseguido llevarlo a una de sus máximas expresiones en sólo un día, con una sola
decisión.
La policía sudafricana dispara a
discreción -con razón o sin ella- contra los mineros del platino que han
decidido ponerse en huelga y hacer temblar la débil matemática de los recursos
que mantiene la civilización occidental atlántica pidiendo un aumento de
sueldo. Los chicos de antidisturbios deciden al modo del mítico ejército
colonial de Su Graciosa Majestad que la mejor manera de actuar es poner
prietas las filas, echar rodilla a tierra, apuntar y abatir a treinta cuatro
hombres y herir a otros setenta y ocho.
Puede que sintieran miedo porque los
manifestantes iban primitivamente armados, puede que se les fuera la mano o
puede que no tuvieran justificación ninguna para sus actos. Pero nunca lo
sabremos, nunca nadie dirimirá sus responsabilidades porque ni siquiera serán
juzgados, ni siquiera serán investigados.
Eso es un clásico en Occidente. Pero
el Fiscal General sudafricano va más allá.
Como para ser moderno, para ser demócrata,
para ser occidental atlántico y moverse dentro de esta civilización, siempre
tiene que haber un culpable cuando la televisión tiene el mal gusto de grabar
en directo como se dispara contra unos mineros en huelga, el letrado
público elige un culpable a quien colgar el muerto.
Bueno, para ser exactos, elige 270
culpables a los que colgarles 34 muertos y 78 heridos. Ni más ni menos que a
los propios mineros.
Ninguno realizó un solo disparo,
ninguno apuntó un arma contra los muertos y los heridos pero para el Estado
sudafricano los mineros en huelga son los únicos responsables de esas muertes y
se les acusa de asesinato.
Y ese inconcebible rocambole permite
que de repente Sudáfrica se eleve a los primeros puestos en la lista de los
gobiernos que hacen de la auto justificación y la elusión de sus
responsabilidades un arte aparejado al ejercicio del poder. Les hace miembros
de pleno derecho del Occidente Atlántico. Ya estaban tardando.
Tiran de una ley que permanece vigente
desde los tiempos del Apartheid, desde los tiempos en los que Sudáfrica estaba
aparentemente boicoteada por el "mundo libre" por ser un estado
segregacionista y tiránico. Una ley que ya no debería estar vigente porque ese
estado cambió. Al menos se supone que cambió.
“En
una situación en la que hay sospechosos que se enfrentan o atacan a miembros de
la policía y hay un tiroteo (que resulta) en la muerte de agentes o de los
propios sospechosos, aquellos que son arrestados son acusados (de asesinato)”, reza la ley cuya redacción nos
recuerda a otra que se hiciera en 1938 y que afirmaba "en el caso de que un agente del orden se vea
obligado a reprimir un desorden, una reunión ilegal o sospechosa o bien un
delito que esté siendo cometido en ese momento se considerará culpables de las
consecuencias a los enemigos del Estado implicados en la situación".
Claro que la segunda se llamaba Ley de
Protección del Orden del Estado, fue firmada en Berlín y rubricada por un tal
Joseph Goebbles que consideraba una reunión ilegal desde un mitin anarquista
hasta una celebración del Sabbat en una sinagoga.
Sudáfrica se une al Occidente
Atlántico desempolvando un camino que parecía borrado de nuestros mapas,
eliminado de nuestros navegadores GPS.
Se une a nosotros ofreciéndonos la
salida perfecta para todos los gobernantes, para todos aquellos que ejercen el
poder de una forma que en poco o nada satisface a sus poblaciones: la
esclavitud.
Porque la norma que invoca el Fiscal
General de Sudáfrica para acusar de asesinato a 270 mineros detenidos en
principio por disturbios incluso antes de que se produjera el tiroteo no
difiere en nada de las sesiones de flagelación pública a las que los amos de la
Luisiana y La Carolina -la del norte o la del sur, que nunca recuerdo cuál de
ellas hizo la guerra de secesión en qué bando- sometían a los esclavos que
habían permanecido en La Hacienda cada vez que uno de ellos intentaba escapar y
resultaba muerto porque consideraba que el hecho de que sus compañeros de
infortunio no hubieran evitado que escapara le había originado a él el perjuicio
de perder una valiosa propiedad.
Porque acusar a unas víctimas del
desastre y de la muerte de otras víctimas es la mejor forma de lograr que las
primeras nunca vuelvan a rebelarse y ni siquiera a dejar crecer una
rebelión.
Porque de esa manera los gobiernos
nunca serán responsables de sus desmanes, de sus represiones, de sus
injusticias. Siempre lo serán otros. Sudáfrica ha pasado de golpe a la élite de
la herrumbrosa civilización occidental atlántica porque ya es igualitaria: ya
no importa que seas blanco o negro, solamente importa que sigas siendo esclavo.
Ya no importa el color de la piel, ya sólo importa el poder y el dinero.
Lo dicho, uno de los nuestros.
Y habrá algunos que aún piensen que
eso no tiene nada que ver con los principios que rigen los estados democráticos
occidentales. Y tendrán toda la razón del mundo. Pero los estados occidentales
han aparcado esos principios hace tiempo.
Puede que no tenga nada que ver con
sus principios pero tiene todo que ver con sus actos.
Los torturadores de Guantánamo son
exonerados de su responsabilidad porque "como
los prisioneros no hablaban no podían saber si habían actuado o no en contra de
Estados Unidos y esa erala única forma de hacerles hablar para acusarles o
exonerarles", los policías que cargan contra manifestantes del 15 M no
son siquiera investigados por la Comunidad de Madrid mientras monta un
dispositivo policial digno de la caza del mítico Carlos para detener en su
apartamento compartido del barrio de Malasaña a tres perroflautas porque los
considera los responsables de lo ocurrido por organizar las protestas en el
metro de Madrid y la lista de ejemplos puede seguir hasta el infinito dentro de
todas las fronteras occidentales.
Es posible que en los estados
occidentales que conocemos, como España, aún no se llegue a hacer cuando se
habla de muertes y disparos, cuando hay una carga policial, pero hace tiempo
que se está haciendo desde hace mucho tiempo, exactamente desde que empezó eso
que llamamos crisis y que deberíamos haber bautizado como agonía.
Te quito recursos sanitarios y te
acuso de que los desperdiciabas, te retiro la prestación de desempleo y te
acuso de que no buscabas trabajo, te reduzco el sueldo y te aumento las horas
de trabajo y te acuso de intentar mantener privilegios cuando protestas, te dificulto
el acceso a la educación y te echo en cara el fracaso escolar, apruebo unas
condiciones laborales que te reducen a la categoría de siervo de la gleba y te
digo que me has obligado a hacerlo por el absentismo laboral y la falta de
productividad, te restrinjo el derecho de reunión y te acuso de ser el culpable
de la restricción por estar planeando reuniones violentas e ilegales, te
aporreo en las corvas cuando paseas por la calle y te acuso de habértelo
buscado porque no has evitado que unos encapuchados quemaran unos contenedores
a tres calles de ti en una manifestación en la que ni siquiera participabas.
Deberíamos prepararnos porque de todo
eso a echar la culpa a los muertos de los disparos solo va un continente y un
poco de tiempo. Culpabilizar a las víctimas en un arte en constante evolución
que no se detiene con los tiempos.
Como Craso hizo con Espartaco y sus
esclavos en armas, como el Conde de Puñoenrostro hacía con sus siervos, como el
Comendador de Lope de Vega con Fuenteovejuna, como El Rey Sol con los sanz
culottes hambrientos en el París de 1789, como el “massa” Reynolds con sus
esclavos cada vez que huía Kunta Kinte.
La represión nunca se ha caracterizado
por poseer el don de la originalidad. No puede ser original porque siempre vuelve.
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