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sábado, noviembre 26, 2016

La alcaldesa, el comandante y la memoria editada

Menos mal que ha muerto Fidel Castro.
Tranquilos, no se me encienda nadie. Lo digo solamente porque si únicamente hiciera mi pregunta y mi reflexión sobre la muerte de la inefable Rita Barberá alguien podría simplemente descartarla como un insulto de "podemita" o una falta de educación de "perroflauta".
Así que, menos mal que se ha muerto Fidel Castro porque así puedo hacer ambas cosas -pregunta y reflexión- sobre ambos, y unos y otros no podrán -o al menos no tendrán argumentos para hacerlo- echarme en cara ideología ninguna.
Y la pregunta es ¿qué es respetar la memoria de los muertos?
Parece ser que se ha impuesto -por lo menos en este país- una suerte de eterna y en apariencia indiscutible manta de hipocresía social que hace consistir ese respeto en ocultar las carencias, taras, delitos y faltas del muerto en cuestión en aras del respeto a su memoria.
O sea que respetar la memoria de un muerto es mentir, cuando menos por omisión.
Así, Rita Barbará debería ser recordada por lo bueno como una mujer que "dio su vida al Partido Popular" y Fidel Castro como el revolucionario que bajo de Sierra Madre para liberar Cuba de la dictadura de Batista, el por entonces proxeneta máximo del burdel caribeño de Estados Unidos que era Cuba.
Para empezar no sé que de bueno tiene entregar una vida a un partido político -sea este del signo que sea-. Porque eso haría dignos de ser recordados favorablemente a Goebbels, que se la entregó al Partido Nazi, a Kruchev o Stalin que se la entregaron al PCUS, Xiao Ming, que se la entregó al Partido Comunista de China o Pieter Botta, que la puso al servicio del Partido Nacional Afrikaaner. Y me temo que ninguno de esos personajes han de ser recordados favorblemente.
Y lo del criterio de la revolución está bien pero tambien tiene agujeros profundamente oscuros. Poque significaría que deberíamos fijarnos exclusivamente en ese aspecto y considerarlo favorable también en individuos como Mussolini, Pol Pot, Katanga, Mao Tse Tung o Adolfo Calero. Y todos sabemos que las vidas de esos personajes tienen más sombras en forma de cadáveres y sangre que luces en forma de revolución.
Así que me parece que esos no son criterios para respetar la memoria de los muertos. Aunque alguien dira que de lo que se trata es, en beneficio de esa memoria, destacar "lo bueno que hizo". Bien, lo compro. 
Entonces recordemos a Stalin por el milagro agrario soviético, a Hitler por la construcción de infraestructuras y el despegue industrial de Alemania, a Franco por el sistema hidraúlico, a Pieter Botta por el desarrollo de la industria armamentística surafricana, al Ayatolah Jomeimi por el sistema público de Sanidad en Irán y a Ariel Sharon por los sistemas de créditos para el asentamiento de empresas israelies en el extranjero.
Reescribamos los libros de historia y obviemos todo lo demás, para que su memoria sea respetada, volvamos a redactar sus biografías y sus necrológicas para que "lo bueno" haga respetuoso honor a su memoria.
¿Ah, que no se trata de eso? Pues entonces ya me pierdo.
Yo siempre he creido, a despecho de alguna que otra habitante de Las Rozas, que la principal muestra de respeto hacia alguien es decir de él y decirle la verdad. Así que, por extensión, para mi no hay mayor respeto a la memoria y el recuerdo de los muertos que decir la verdad sobre ellos.
Es eso o caer en la falacia de la mítica película Final Cut de Robin Williams y cometer el error de permitir que por conveniencia, política o mera y simple hipocresía social se manipule la vida y el recuerdo incluso después de la muerte.
Y, por puro respeto a la memoria de Rita Barberá, digo que fue una persona que entregó su vida a la consecución y el mantenimiento del poder político a través del Partido Popular, que no supo retirarse a tiempo, que dejó que su ciudad cayera en múltiples tramas de corrupción mirando a otra parte o recibiendo mordidas, pitufeo o como quiera llamarse por ello -estó último está por demostrar y nunca será ya demostrado, ¡que conveniente!-.
Alguien que dilapidó el dinero de los valencianos y del Estado Español en una Ciudad de Las Artes y Las Ciencias que se cae a pedazos, en un fallido Premio de Formula 1 que costó más de lo que dejó, en una Copa America que nunca pasó del rango de entelequia, en una visita del Papa Inquisidor Ratzinger cargada de facturas engordadas, nepotismo en los contratos y pérdidas millonarias.
Una persona que colaboró -con la consejera Catalá y otros tantos- en el desmantelamiento de la educación pública mientras cedía terrenos al Opus Dei y otras entidades religiosas para que abrieran colegios concertados en una sustitución flagrante de la educación por el adoctrinamiento -eso de lo que se acusa ahora tanto a la izquierda-.
Y sobre todo una persona tan mezquina e indigna que siguió refugiandose en su acta de senadora para eludir lo más posible presentarse ante la justicia para responder por sus actos en lugar de vindicar su inocencia adelantando lo más posible el proceso y presentándose con la cabeza bien alta defendiendo su inocencia.
Y por puro respeto a la memoria de Fidel Castro digo que fue un revolucionario que participó- repito, participó- en la Revolución Cubana y que mientras bajaba de Sierra Maestra ya comenzó a librarse de sus rivales políticos, los verdaderos ideólogos de ese movimiento para hacerse con el poder; que obtenida la victoria no supo hacer la transición hacia un gobierno justo, orilló a Ernesto Che Guevera hasta que se deshizo de él aprovechandose de su idealismo enviándole a combatir a una revolución en Bolivia que estaba fracasada antes de empezar.
Alguien que dejó de ser revolucionario, de izquierdas o como quiera llamarse cuando permitió que su población pasara hambre por no dar su brazo ideológico a torcer, al que no le importó mantener contacto y negocios con otros dictadores -por ejemplo un tal Franco, que también era gallego- pese a las pestes que echaba del capitalismo.
Y sobre todo alguien que abandonó toda ideología con tal de mantenerse en el poder en el mismo momento en el que ordenó que la PNR y el G2 ejercieran de policía política en purgas y represiones de opositores o que ordenó al ejercito disparar contra aquellos que abandonaban la isla en las tristemente famosas balsas.
Así que por respeto a la memoria  de Rita Barberá y Fidel Castro defenderé el recuerdo de ellos como una política corrupta y un dictador represor y no solo como una aclamada alcaldesa y un líder revolucionario. Con todos los matices y correciones que los historiadores hagan de ellos con el correr de los años.
Y si sus familias, deudos y allegados se sienten mal por eso, no lo siento por ellos. Para mi y creo que para nadie debe ser factor determinante. Deberían haberlo pensado cuando estaban en vida,sabian lo que hacían una y otro y, en lugar de reclamarles justicia e integridad, les seguían el juego solo por la falsa e inútil lealtad de la sangre.
El respeto a la memoria de cualquier persona es decir y escribir la verdad sobre ella, toda la verdad a ser posible porque, por si alguien no se ha dado cuenta, los muertos están muertos. No sienten ni recuerdan.

miércoles, marzo 06, 2013

La muerte de Chavéz escribe epitafios por nosotros

En este tiempo nuestro el panegírico es, como todo lo demás, un arte desmedido y egocéntrico. 
Cuando alguien muere no miramos al finado, ni siquiera miramos a lo que era o a lo que pudo ser, simplemente nos miramos a nosotros mismos e interpretamos la vida y la muerte de cada personaje en virtud de nuestras propias referencias, de nuestras propias necesidades, de nuestros propios deseos.
Si no nos preocupamos de entender a los vivos, escaso esfuerzo vamos a hacer en desentrañar a los muertos.
Y eso sobre todo cuando quien muere es alguien relevante, omnipresente en los medios, protagonista de informaciones. Y si hay alguien que aglutina portadas -y no digo aglutinó porque lo sigue haciendo hoy, en ultratumba- es Hugo Chávez.
Muerto el gobernante mariano y bolivariano, todas las plumas se desatan, todos los teclados echan humo para contarnos lo que fue, para desgranarnos los epitafios que unos y otros quieren vislumbrar en su tumba. 
Pero todo panegírico, todo epitafio de alguien relevante, busca su singularidad, para resaltarla, para hacerle digno -por lo malo o por lo bueno- de ser recordado. Y precisamente ahí está la dificultad con Hugo Chávez
Unos dirán que lo diferencial del bolivariano mediático radicaba en  que fue un dictador, un hombre despótico en el gobierno. En que Chávez cambió una y mil veces la Constitución de Venezuela para buscar la permanencia en el poder. 
Que la intentó modificar para convertir en axioma de Estado algo como el déficit público que solamente era una imposición de su ideología -ah no, que eso lo hicieron en España-; que la pretendió enmendar para impedir a colectivos enteros exponer de forma libre sus signos culturales y tradicionales -ah no, que eso lo hicieron en Francia-, que la modificó para permitir una antinatural alternancia entre el cargo de presidente y el de Primer Ministro en busca de prevalecer más allá de sus propios mandatos y ocupar siempre una posición de poder -ah no, que eso lo hicieron en Rusia-; que cambió leyes para evitar ser enjuiciado por sus delitos, amparándose en sus cargos políticos y acrecentando su inmunidad hasta el infinito -ah no, que eso lo hicieron en Italia-; que se negó a cambiar una ley electoral que eliminaba la posibilidad de representación de más de un tercio de la población aplicando los restos absurdos del sistema D´hont -ah no, que eso también lo hicieron en España-.
¿Vemos por donde va la cosa?
Otros dirán que el místico caudillo bolivariano ya extinto se definía porque llenó su gobierno de corrupción y dádivas parciales a los que le apoyaban.
Porque utilizó su puesto de presidente de la República Federal para beneficiar a sus socios empresariales -ah no, que eso ocurrió en Alemania-; porque hizo circular sobres de compensaciones en negro y sobresueldos ocultos por los pasillos de las sedes de su partido -ah no, que eso está sucediendo en España-; porque aprovechó a su bella esposa actriz para ocultar ingresos impropios para un presidente de la República -ah no, que eso se destapó en Francia-; porque realizó concesiones públicas viciadas a amigos y familiares eludiendo los mínimos criterios de control político -ah no que eso fue en España, Holanda, Gran Bretaña, Rusia, Italia y Francia-.
Habrá otros que tiren para definirle de su militarismo y digan que usaba el ejército para todo, que acallaba militarmente las protestas, las quejas, la oposición política.
Que reprimía sangrientamente con los antidisturbios protestas ciudadanas contra su política -ah no, que eso era y es en España-; que infiltraba policías en colectivos ciudadanos para reventar las concentraciones y las iniciativas -ah no, que eso era en Rusia y también en España-, que se inventaba nuevos delitos para intentar recortar el derecho a la huelga y a la reunión -Ah no que eso fue en Francia, Gran Bretaña y, como no, también en España-; que fingía e inventaba complots contra él y acusaba de golpista a todo aquel que se oponía en su política -Ah no, que eso lo hicieron en Italia y ahora lo hacen en España-; que utilizaba militares afines para amenazar con Golpes de Estado y acciones militares a los secesionistas -ah no, que, por supuesto, eso lo están haciendo ahora en España-.
También podrán intentar definir al finado gobernante venezolano por su constante desprecio e intento de control de los jueces, hasta el punto de deponer a presidentes del Tribunal Constitucional de su país por anunciar una sentencia en contra suya.
Por diseñar leyes que intentaban controlar completamente los nombramientos en el máximo órgano de gobierno de los jueces  -ah no, que eso es con el CGPJ en España-; por realizar campañas mediáticas brutales contra los jueces que aceptaban a trámite las denuncias contra él -ah no, que eso se puso de moda en Italia-, por bloquear la renovación del Tribunal Constitucional para lograr sentencias favorables, por exigir la disolución de las máximas instituciones judiciales cuando emitían una sentencia que no le gustaba, por insultar a los jueces desde su escaño en el Congreso -ah no, que eso también acontece en España-.
Incluso los habrá que crean haber encontrado la singularidad panegírica de Hugo Chávez en el control de los medios, en su obsesión por impedir el flujo libre de información, por ocupar horas y horas de emisión con sus diatribas y arengas.
Por el desmantelamiento sistemático de medios de comunicación para transformarlos en maquinaria propagandística -ah no, que eso acontece en Madrid y Valencia, o sea, en España-; por mezclar su emporio mediático privado con el público, creando un escudo informativo imposible de evitar por la población de su país -ah no, que eso se inventó en Italia-; por exigir licencia previa y cerrar toda cadena que no emitiera informativos en conexión con la televisión pública -ah no, que eso fue en Rusia-; por purgar los medios públicos de buenos profesionales y obligar a los que se quedaron a hacer entrevistas pactadas para vender instituciones arcaicas y podridas o transformar los debates políticos de la hora del desayuno en himnos unidireccionales en honor del Gobierno -ah no, que eso también se hizo en Italia y se hace cada día en España-.
Y por supuesto estarán los que, arrebatados por la añoranza de pasadas revoluciones que mueren por no saber transformarse a sí mismas, creerán que lo singular de su epitafio está en el hecho de que fue un liberador, un anti imperialista que se enfrentó a los países poderosos.
Que eliminó los intereses imperialistas estadounidenses para recuperaros... y luego poder vendérselos a China -vaya, hombre, como están haciendo todos los países de África, gran parte de los de Iberoamérica y una buena porción de los gobiernos occidentales, incluido el "monstruo"estadounidense-.
Que intentó aglutinar a los países para enfrentarse de forma conjunta a las grandes potencias y lograr sus fines -vaya por dios, como está haciendo el eje yihadista del mundo árabe con Irán y Hamas a la cabeza-.
De modo que Hugo Chávez hizo lo que hacen todos los políticos, lo que hacen todos los gobernantes. Intentar mantenerse en el poder a cualquier precio manipulando, apretando y cambiando lo que sea necesario y buscar un fortalecimiento propio arrimándose al sol que más calienta. Hugo detectó que el sol que más empezaba a calentar era China y los países emergentes mientras que Estados Unidos y Europa declinaban en la posibilidad de calentar su poder.
Así que nada de lo que cincelemos en el epitafio de Chávez le definirá como un ser singular. Salvo que nos quedemos en el hecho de que hizo lo que todos hacen cuando alcanzan el poder pero lo presentó de forma desmedida, grandilocuente. En un modo muy propio de su tierra y de su cultura. En modo culebrón.
En cualquier caso, lo único que se puede decir de Hugo Chávez es que en la historia de Venezuela habrá un antes y un después de su existencia. Aunque ni aún se ha estudiado en profundidad ni ha pasado el tiempo suficiente como para saber lo que eso significa.
Cualquier otra cosa que se quiera decir de Chávez, la estamos diciendo de nosotros mismos, de nuestros gobiernos y de nuestros gobernantes. 
Cualquier otro epitafio es solo un epitafio por nosotros.

sábado, junio 23, 2012

Fernando Lugo y nuestra doble vision de la ley justa

El Presidente de la República, el Vicepresidente, los ministros del Poder Ejecutivo, los ministros de la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General del Estado, el Defensor del Pueblo, el Contralor General de la República, el Subcontralor y los integrantes del Tribunal Superior de Justicia Electoral, sólo podrán ser sometidos a juicio político por mal desempeño de sus funciones, por delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos o por delitos comunes.
No, no es una propuesta legal de esas que se estilan en estas endemoniadas páginas cuando uno se harta de que los legisladores no hagan su trabajo en aras de los gobernados y en ejercicio del sentido común. Dejen me que lo repita convenientemente referenciado.
"El Presidente de la República, el Vicepresidente, los ministros del Poder Ejecutivo, los ministros de la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General del Estado, el Defensor del Pueblo, el Contralor General de la República, el Subcontralor y los integrantes del Tribunal Superior de Justicia Electoral, sólo podrán ser sometidos a juicio político por mal desempeño de sus funciones, por delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos o por delitos comunes". (Artículo 225 de la Constitución de Paraguay)
La cosa cambia, ¿verdad?
Así que, ¿qué pasa entonces con el depuesto presidente paraguayo Fernando Lugo?, ¿qué están haciendo Brasil, Ecuador, Venezuela, Chile y todos los países y los líderes políticos sudamericanos que están amenazando a Paraguay con represalias por la destitución de Fernando Lugo?
Esencialmente están afirmando que la Constitución de Paraguay, votada mayoritariamente por su población, es papel mojado; esencialmente están diciendo que se pasan por sus respectivos monumentos nacionales las leyes fundamentales paraguayas. En resumen, están diciendo que la democracia paraguaya debe funcionar como a ellos les gusta que funcione.
Más allá de que Fernando Lugo pueda caernos bien o parecernos buen gobernante -a mi todo aquel que junta en su descripción las palabras ex obispo y de izquierdas me produce unas buenas vibraciones iniciales- los gobiernos sudamericanos están haciendo lo que no puede hacerse por defenderle. Están defendiendo lo indefendible. Tan indefendible que Fernando Lugo ni siquiera se ha parado a defenderse.
Lo que Kirchner, Correa, Chávez, Rousseff y todos los demás están haciendo es defender que a ellos las constituciones no pueden descabalgarles de sus cargos, que las leyes fundamentales de un país no deben ser tenidas en cuenta cuando perjudican a un gobernante ungido con el beneplácito de los nuevos y emergentes focos de poder el mundo.
Están haciendo ahora que son, se sienten o se creen poderosos lo mismo que nosotros hicimos cuando nos sabíamos poseedores de idéntico poder.
Puede que la destitución de Lugo haya sido una maniobra política artera pero es legal, podremos criticarla o lamentarla, pero es constitucional. No se puede pretender que la presión internacional obligue a un país a ir en contra de sus legislaciones solamente porque a esos países les interese otra línea de acción.
Es lo mismo que cuando el Occidente Atlántico era el foco indiscutible de poder ocurrió con la Operación Gladio y la victoria comunista en Italia, o con la revolución vietnamita o, sin tener que tirar de argumentario histórico tan opaco y lejano, lo que hizo Occidente con la democracia argelina hace años cuando, después de presionar y presionar hasta la saciedad para que se hicieran elecciones, anuló el resultado de la voluntad popular en las mismas simplemente porque le venía mal que Argelia hubiera decidido que quería ser islamista y había votado masivamente al GIA.
Lugo ha caído víctima de maniobras políticas como caen la mayoría de los políticos en los países en los que se puede ejercer la política y lo único que nos queda es soltar un exabrupto y asumirlo.
Pero los gobernantes sudamericanos no saben hacerlo, no quieren hacerlo. Y no es porque sean perversos, de izquierdas, de derechas, recalcitrantes o tiránicos.
Es porque Lugo es de los suyos y ellos son de los nuestros. Es, porque como nosotros, creen que existen dos baremos diferentes de ley, de justicia y de legalidad. Uno para la humanidad en su conjunto -o sea para los que no nos interesan ni nos importan ni siquiera un poquito- y otro para nosotros y los nuestros.
Porque han aprendido -si es que no lo fueron siempre- a ser como somos nosotros.
Porque nosotros somos capaces de manifestarnos furiosos pidiendo que se amplíen las penas o que se rebaje la mayoría de edad legal para los delincuentes juveniles hasta que nuestro vástago roba un Ipod en la Fnac, momento en el que empezamos a hablar de los malos momentos de la adolescencia y de la comprensión necesaria para ayudarles a tener un futuro: "pobrecito mi chaval, lo justo es que le den otra oportunidad".
Porque nada nos impide exigir -y conseguir en este caso- que se condene a seis años de cárcel a alguien por una bofetada, pero encontramos justificaciones históricas, sociales y personales para que esa condena no se aplique cuando la mano que abofetea es la nuestra o de alguna de las nuestras.
Porque estamos dispuestos a montar y participar en juicios callejeros cuando se nos antoja condenando a gentes que ni siquiera están procesados, pero luego clamamos por la presunción de inocencia y el Habeas corpus cuando esos linchamientos públicos y mediáticos afectan a alguien que está cerca de nosotros.
Porque no tenemos problema alguno en exigir a otros que renuncien a sus prendas culturales, sus ritos o sus tradiciones porque a nosotros nos resultan estúpidamente -la estupidez es nuestra, claro está- y luego clamamos por la libertad religiosa, de culto o de creencia cuando ese mismo criterio defendido a tinta y grito dominical se aplica contra nuestros crucifijos o nuestras procesiones.
Porque podemos gritar hasta quedarnos afónicos para que se persiga a los defraudadores a Hacienda y sus cuentas privadas en Zúrich o Caiman Brac y luego somos capaces de no renunciar a una injusta e ilegal desgravación por una vivienda en la que no vivimos y la justificamos con un simple "no es lo mismo".
Porque, como Salomés que se quitarán los velos con erótico esmero, pedimos la cabeza de Dívar en una bandeja de plata -que está muy bien puesta ahí, por cierto- pero luego capeamos con un sencillo "¿qué otra cosa puedo hacer?"  nuestras facturas desgravadas por los gastos de un fin de semana de masajes y coitos en un spa que nunca fue un viaje que formara parte de nuestra actividad económica como autónomos.
Porque no nos duele en prendas protestar cuando los actos reivindicativos de otros nos molestan o nos impiden la vida cotidiana, pero luego nos llenamos la boca de reclamaciones de solidaridad cuando el ERE es nuestro o cuando los demás ignoran nuestras tragedias laborales...
¿Es necesario seguir?, ¿es necesario descender -o ascender, según se mire- al nivel de las relaciones personales para encontrar ejemplos de esa dicotomía en el entendimiento de la justicia que nos está destruyendo?
No es necesario recordar como todos tienen que acudir prestos al consuelo de nuestros males cuando nosotros no modificamos ni un milímetro nuestros planes vitales para acudir en socorro de nadie; como aceptamos las versiones de cualquier historia de nuestros amigos o allegados sin preocuparnos de escuchar la versión de la otra parte en cada ruptura, en cada enfrentamiento, en cada discusión; como consideramos que la amistad o el amor o cualquier otra relación afectiva se fundamenta en el apoyo incondicional a lo que hacemos y rechazamos como faltos de afecto a todos los que nos critican o nos enuncian el más mínimo reproche.
No, no es preciso recordarlo. No hay que recordar aquello que se practica todos los días. No han de recordarnos que somos incapaces de ver una realidad tan cristalina que debería deslumbrarnos con su brillo. Que nos negamos a ver que la justicia y la ley es igual para todos, les queramos o no, nos caigan bien o no y que cuanto más quieres a alguien, más cerca estás de él, más obligado estás a reclamarles esa justicia en su vida y en sus actos.
Que el amor, el afecto o la concomitancia ideológica no son un eximente de la ley y la justicia que se pueda exigir cuando nos afecta.
Así que no es de sorprender que los líderes sudamericanos hayan decidido que la Constitución de Paraguay no es aplicable cuando perjudica a uno de los suyos. Desde sus palacios presidenciales miran a sus sociedades, desde las escalerillas de sus aviones oficiales cuando visitan el Occidente Atlántico miran a las nuestras y a unos y a otros nos ven hacer lo mismo cada día.
El amor de madre no justifica defender a un criminal, el amor de padre no es excusa para defender a apoyar a una hija en una injusticia, el afecto por un amigo no es un es un refugio para ignorar una ilegalidad o apoyar en un dislate, amar a alguien no es óbice, balladar ni cortapisa para recriminarle una injusticia, la autoestima no es un parapeto para justificar nuestas ilegalidades. La verdad no impide ni debe impedir el amor. Esa es su hermosura
Pero todo se pega menos la hermosura. Y hay que estar muy dispuesto a la hermosura para aprender a pensar en contra propia y de aquellos a que los que dices querer o amar. No estamos dispuestos a ser tan hermosos.

domingo, junio 19, 2011

De Bonafini: la excusa de la víctima infinita

Hoy lo que ya está dicho pero ha de repetirse viene de la mano de unas ancianas de pañuelo blanco y reivindicación eterna. Estalla en nuestros oídos cuando, después de décadas de gritos, caceroladas y llantos e indignación -justa, es entiende- se apagan los ecos de las palabras y los sollozos y solamente quedan los actos.
Hoy, por fín, tenemos que repetir la misma pregunta. La misma que hizo caer a los paladines románticos cuando se descubrió que las doncellas no eran tan doncellas y ellos no eran tan románticos y ni mucho menos tan paladines ¿quién vigila al vigilante?
Hoy Las Madres de Mayo, que por mor de la diictadura militar argentina dejaron de ser madres, han dejado de ser víctimas para convertirse en culpables.
Hoy, ellas, que amparadas en los acordes de Sting y otros muchos poperos solidarios, pidieron juicios y cárceles para los que sin duda alguna se merecían ambas cosas, se sientan en el banquillo. Hoy hay que preguntarse ¿quién es la víctima de las víctimas?
La respuesta es sencilla. Todos lo somos.
Podemos ampararnos en que una manzana podrida no estropea el cesto -o sí, si está demasiado tiempo en él-, podemos decir que es una cuestión de las personas que han malversado los fondos públicos millonarios que recibían las madres para... ¿para qué los recibían?, ¿es tan caro ser víctima?, podemos decir muchas cosas y amparar muchos errores. 
Pero será mentira. Será una de esas mentiras piadosas que nos permitirán vestir un par de veces al año el abrigo de la caridad y seguir siendo solidarios con el sufrimiento que podría haber sido nuestro pero que afortunadamente -¡Dios nos libre!- es de otros.
La única verdad es que todos somos víctimas de la humillación y la indignación social que suponen los desfalcos y malversaciones de Las Madres de Mayo porque todos somos culpables de que haya ocurrido.
Porque hemos permitido uno de los vicios sociales más perversos que se recuerdan desde los tiempos de la decadencia romana. Hemos dado carta de naturaleza a la profesionalización del victimismo.
Y hacer de víctima no da dinero. No llena el buche. No paga las facturas.
Las Madres de Mayo son el ejemplo de múltiples organizaciones, asociaciones y estructuras que concentran su existencia en la reivindicación de la venganza, en la defensa de unas víctimas que o no precisan defensa o están más allá de reclamar esa necesidad.
Organizaciones que olvidan que, pese a su nombre, pese a sus rimbonbantes títulos y cargos, ellos no son las víctimas.
Las victimas son otros. Son los que murieron a manos de los torturadores, los que desaparecieron en las sierras y los bosques, los que fueron fusilados en camiones en marcha y sus cadáveres arrojados a las cunetas, los que fueron enterrados en las fosas comunes a golpe de cal viva y tiro en la nuca.
Ellos, sus hijos, sus hijas, sus esposos, sus hermanos y sus padres son las víctimas de la represión militar argentina. Ellas solamente fueron testigos directos. Fueron las herederas del dolor y de la muerte. Pero las víctimas fueron ellos.
Pero las Madres de Mayo, de tanto reclamar justicia para su memoria, de tanto exigir castigo para sus asesinos, se olvidaron de ese realidad incuestionable y empezaron a verse a si mismas como las auténticas víctimas, como las únicas que merecían ese tratamiento. Sus familiares estaban muertos y nadie se los iba a devolver -tardaron años en dejar de hacer esa petición- así que su victimismo bien podía ser eterno. Bien podía no acabar nunca.
Sus muertos no volvieron, los asesinos fueron juzgados y castigados y ahí tendría haber acabado todo.
Las Madres de Mayo perdieron su sentido cuando los militares pusieron el pie en las prisiones. Pero, claro, eso no hizo que resucitara nadie. Así que en lugar de devolver su dolor y su recuerdo al ámbito privado, decidieron institucionalizarlo para siempre. Ni siquiera hubo un ademan de disolverse, de marcharse.
Víctimas ahora, víctimas para siempre. Argentina no necesita la memoria de las víctimas de la represión, necesita pensamientos de futuro. Pero eso daba igual. Ellas íi lo necesitaban
Independientemente del problema vital y psicológico que supone para alguien institucionalizarse en el victimismo continuo y constante, los aspectos sociales de consentir esa actitud son demoledores.
El futuro nunca llega porque la memoria de las víctimas lo impide, el presente nunca cambia porque el oscuro pasado siempre nos trae dolor y no dejamos, en honor a la memoria de cadáveres que ya no tienen memoria, que el futuro nos arroje algo de esperanza, aunque sea con cuenta gotas.
Y es entonces cuando la víctima reclama su posición en la sociedad por el hecho de serlo, cuando los gobiernos se vuelcan con ayudas, con asignaciones presupuestarias.
Es cuando la culpabilidad sobrevenida de los que en su día -aunque pudieron- no hicieron nada para evitar el dolor de las víctimas de ahora, les hace caer en la trampa de permitirles que sean víctimas para siempre y que vivan de ello.
Se les da la mano, se les fija una fecha de recuerdo, se les pone el dinero en sus cuentas y nos olvidamos de ellos. La victima tiene su vida y nosotros la nuestra.
Y cuando todo está bien, cuando todo marcha adecuadamente y volvemos la mirada hacia ellos en busca de una cierta entereza en los malos momentos nos damos cuenta de que las víctimas se han transformado en delincuentes.
Nos damos cuenta que el dinero del victimismo perpetuo no sólo enciende llamas honoríficas en las plazas, sino tambien motores de explosión de cuatro tiempos de ferraris de los apoderados generales del colectivo - Sergio Schoklender, se llama el individuo en este caso-. Descubrimos que los dineros públicos no solamente sirven para hacer volar las palomas en el día conmemorativo sino también mantienen en el aire los aviones privados, que las asignaciones presupuestarias no solamente mantiene a flote la obra social de Las Madres de Mayo sino yates privados que pasean su eslora y sus bellezas en bikini por el Estuario de La Plata.
Y todo por negarse a dejar de ser víctimas. Por pretender que el victimismo es algo a lo que se tiene derecho y que se puede reclamar perpetuamente. Por no dejar a los muertos morir y dedicarse a lo que cualquiera que no es víctima oficial de nada hace todos los días. Buscarse la vida.
Por eso necesitan que su victimismo perdure. Por eso necesitan el pasado, necesitan el recuerdo de la represión, el aumento del maltrato, la enquistación del terrorismo. Porque si no hay crimen no hay víctima, si no hay víctima no hay victimismo. Y sin victimismo las arcas se vacían y no vuelven a llenarse.
Puede que De Bonafini -la más madre de todas las Madres de Mayo- no haya tocado un solo lodar de los trescientos millones que han desaparecido entre las brumas de sus cuentas, puede que el culpable directo sea el apoderado general, pero hoy, cuando se ha conocido el escándalo, La octogenaria fundadora del movimiento se ha colocado al mismo nivel que los dictadores y asesinos a los que persiguió sin tregua.
Tiene que explicar que no conocía los manejos corruptos de sus protegidos y recurre a ese desconocimiento para justificarse. Como hiciera la Junta Militar, como hiciera Videla.
La anciana victimista lo desconocía; ellos también lo desconocían. Ella no ha tocado un centavo, ellos tampoco pusieron ni un dedo sobre los sangrantes cuerpos de los torturados; La Madre de Mayo no sabía nada de los numeros, los generales ni siquiera sabían los nombres de los que morían y desaparecían.
Ella encargó expresamente que se usara bien el dinero; los generales dijeron "que se haga lo que tenga que hacerse" y fueron otros los que se mancharon las manos, los que calentaron los cañones de sus armas de tanto disparar, los que envolvieron los cádaveres, los que castraron y violaron.
Ella no podía saberlo, tenía infinidad de cosas en la cabeza de su acción solidaria, pero era su responsabilidad saberlo. Los generales no tenían conocimiento de ni uno sólo de esos detalles crueles y sangrientos de la represión militar pero era su responsabilidad saberlo.
Y De Bonafini se atreve a usar la misma defensa que aquellos que estaban al mando de los que secuestraron, torturaron, hicieron desaparecer y mataron a sus hijos.
Si eso no fue excusa para los torturadores, ¿Por qué habría de serlo para las víctimas? Su responsabilidad era saberlo y si no podía que no se hubiera dedicado al victimismo profesional. Utilizar la exscusa Videla es lo más bajo que podría hacer alguien que no aceptó esa excusa cuando se la dieron los generales.
Y luego De Bonafini tira de lo único que sabe tirar, de lo que lleva tirando toda la vida o al menos desde que se liara el pañuelo blanco a la cabeza: de victimismo. Realiza la apertura que hiciera el otro gran dictador de aquellos lares. Recurre a la apertura Pinochet y tira de canas para ocultarse en su edad. Cambia el victimismo de la viuda y la madre doliente por el de la anciana engañada.
No haré comentario alguno al respecto. Sería demasiado duro.
Y en el ultimo rocambole De Bonafini, la victima que no supo dejar de serlo, reclama ahora que Sergio Schoklender y su hermano Pablo, que también trabaja en la fundación, sean castigados duramente. "Esos malditos tienen que ir a la cárcel para siempre",
Tan acostumbrada está a pedir prisión y castigo para otros que no se da cuenta de que en esta ocasión lo único que es ético y estético hacer es tomar a ambos de la mano, acompañarles al presidio y quedarse con ellos.
Ahora ya no vale el vitimismo. es la hora de la responsabilidad. Y la responsabilidad es asumir culpas. No buscarlas en otros. Está vez no es y no puede jugar a ser una víctima inocente.
Eso sí sería un insulto para los hijos de De Bonafini. Seguramente preferirían ser recordados como unos subversivo contra el Estado, como los mataron los militares que como los hijo de aquella que permitió que se estafara y se robara usando su memoria como excusa.
Pero el victimismo no sabe nada de responsabilidades. Al menos no de las propias 

domingo, diciembre 26, 2010

Unos pocos nos han cambiado el mundo -¡Enhobuena, ya somos Bertolt Brecht!-

La profética no es mi estilo. El recurso a alegrarse del apocalipsis en mitad del fuego del Armagedom y gritar sonriendo "¡el mundo se va a pique, pero yo tenía razón"!, supone creer a pies juntillas que tú vas a ser salvado de esa quema por ese simple y casual don profético. Yo no seré salvado -ni ganas que tengo-, así que no quiero ser profeta.
Hoy, mientras nosotros tiramos de Alcaselser y comida sana para limar nuestros excesos de noches pretéritas, el mundo ha cambiado. Mientras aprovechamos el día de fiesta adiconal para lucir nuestras galas recibidas, nuestros perfumes regalados, nuestras corbatas reiteradas, el mundo ha seguido cambiando.
Mientras aprovechamos la jornada para olvidar que somos capaces de celebrar el nacimiento de alguien a quien tres décadas después nuestro egoismo y nuestro miedo -y, en parte, su locura- clavaron en una cruz, el mundo ha terminado de cambiar.
Es posible que no nos importe. Es más que probable que no nos afecte. Pero eso no hace que no haya cambiado.
En un abrir y cerrar de ojos, el mundo en el que cree y confía la Civilización Atlántica ha cambiado de color, como lo hacen las luces de los árboles navideños, como lo hace la espuma del cava, como lo hace el hermoso papel de los regalos al marchitarse olvidado en la basura.
El mundo ha cambiado y sólo han hecho falta para ello un puñado de seres.
Hugo Chavez ha mandado al carajo el sistema democrático, la sacrosanta frase de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles. Y no le han hecho falta ni violentos alzamientos militares, ni oscuras conspiraciones en la sombra, ni pérfidas maquinaciones internacionales.
Lo ha hecho con luz y táquigrafos, lo ha hecho anunciándolo en programas televisivos en prime time y en discursos infinítos. Lo ha hecho ante nuestros propios ojos, ante nuestros propios oídos. Ante nuestra propia indiferencia.
De un sólo plumazo ha dejado fuera de juego a los paranoicos antimilitaristas, a los furibundos profetas del ruido de sables, de la militarización, de la toma armada del poder.
La Ley Habilitante le da plenos poderes -o sea todo el poder- y le permite presentarse a la reelección por seis años más. Le convierte en dictador y es legal, y es democrática. Y es culpa nuestra.
Nicolas Sarkozy se ha cargado de un plumazo a la Vieja Europa y sus viejos valores y no le ha hecho falta una conspiración corporativa, unos oscuros tratados secretos que no conocen ni siquiera aquellos que los firman. Lo ha hecho ante la Asamblea Nacional, delante de los diputados, ante Antenne 2. Lo ha hecho bajo la bandera tricolor de los tres lemas. Lo ha hecho sin necesidad de recurrir al mítico SAS ni a la esquiva SDECE.
En la Asamblea ha dinamitado la liberté, forzando a la población a vestir como él quiere que vistan, en El Elisio ha derruido la egalité, instaurando diferentes castigos para el mismo delito, dependiendo del origen del delicuente. Y en la Cancillera, con un simple cable diplomático, se ha cargado la fraternité, anunciando que prefiere un mundo en el que proliferen las armas nucleares, mientras Francia tenga las suyas, en lugar de un mundo en el que nadie tenga armas nuecleares.
Con un sencillo pestañeo y unas cuantas rúbricas ha dejado más allá de toda posibilidad de reacción a los teóricos de las desnuclearización, a los eternos manifestantes antiglobalización y a los más acérrimos defensores de la conspiración paranoica del Club Bilderger y los amos del mundo encubiertos.
A Sarkozy No le ha hecho falta nada de todo eso. Sólo sus diputados, sus votos y sus leyes. Y ha sido legal y ha sido democrático. Y ha sido culpa nuestra.
Silvio Berlusconi se ha encargado de eliminar la división de poderes -incluido el cuarto poder- y no le han hecho falta ayudas mafiosas, asesinatos encubiertos, Operaciones Gladio -de esas que antaño rompieron las huelgas italianas en los años cincuenta del siglo pasado-. Ha creado la nueva ley de medios, ha desprestigiado y procesado a jueces y magistrados y ha desacreditado a la oposición.
No le ha hecho falta recurrir a los maletines porque ha comprado votos en directo ante las cámaras de su imperio mediático para mantenerse en el poder cuando la mayoría de Italia no le quería en él. No ha necesitado firmar pactos secretos y besar manos mafiosas porque ha cambiado la ley para que no se le pueda juzgar por sus desmanes económicos, por sus trampas financieras ni por sus depravaciones personales.
Ha dejado fuera de rango y entendimiento a los antifascistas porque los fasciós no recorren las calles de Roma; a los adalides de la mano negra mafiosa porque Napoles, Sicilia, Corcega y Calabria siguen igual que antes y no ofrecen sus recortadas y sus extorsiones al servicio del gobierno de Berlusconi.
Y Silvio lo ha hecho en el Quirinal, así que es legal. Y lo ha hecho en el Parlamento, así que es democrático. Y lo ha hecho transmitido en directo a través de Mediaset. Así que es culpa nuestra.
Pero claro nosotros no podiamos saberlo ¿o sí?
Nosotros no podiamos haber visto que la democracia se deshacia ante nuestros ojos. Que se pervertía y se descomponía. Nosotros no podiamos verlo cuando se amañó la democracia en Argelia para evitar que el FIS accediera al poder que los sufragios le habían dado; no podiamos percibirlo cuando se permitió -y se permite- que Mubarak amañe el sistema en Egipto por el bien de la estabilidad en la zona, cuando  Violeta Chamorro, hace casí eones, cambió las leyes para impedir que los sandinistas se presentaran a los comicios y estos le devolvieron la moneda cinco años después. 
No podiamos mirar cuando en Forida votaron los muertos, cuando en España se cambian los tribunales constitucionales en virtud de la ley que se quiere hacer pasar por su tamiz, cuando en Alemania se cambia el sistema electoral para que el Este, mas numeroso y ex comunista no tenga más peso electoral que el Oeste, cuando se permite que se haga un referendum de independencia en Macedonia o en Kosovo con hombres armados por la calle que sólo defienden un resultado. Cuando en nuestra tierra se sacraliza la discriminación de un sexo en virtud de la memoria o la venganza histórica.
No podiamos verlo no porque no fuera evidente sino porque, presos de nuestros propios miedos y nuestras inseguridades, estabamos mirando en los lugares equivocados.
En conspiraciones para derribar las Torres Gemelas, en temibles planes para adormecer a la población desde aviones fumigadores o en la creación de enfermedades mortales para controlar la número de seres humanos sobre la faz de La Tierra  o para beneficiar a las empresas farmaceúticas.
Eso los menos. Los que se empeñaron en mirar pero lo hicieron en la dirección equivocada. Obviando que todo estaba ante sus ojos, buscaron en otra parte, en zonas aparentemente oscuras, la explicación. Querían mirar, pero no quisieron cambiar su forma de mirar.
Los otros, los más, simplemente no miramos. Mantuvimos nuestros ojos fijos en nuestras nóminas, nuestras hormonas, nuestros complejos y nuestros placeres. Y vinieron a por nosotros.


«Primero se llevaron a los judios, pero como yo no era judio, no me importo.
Despues se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importo. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importo. Mas tarde se llevaron a los intelectuales,pero como yo no era intelectual, tampoco me importo. Despues siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importo. Ahora vienen por mi, pero es demasiado tarde.»

Ayer, cuando agotabamos lo últimos polvorones y los últimos chupitos, cuando se supone que no tendríamos que estar pensando en esto, cuando Maximo mataba y moría por un emperador loco y Jordan Colier, el bendito Jordan Colier, retaba por enésima vez a la humanidad a lidiar con los 4.400, dos personas, de las que no se supone que tengan que pensar en esto, de las que no se supone que esto debería importarles, me lo hicieron ver.
Dos personas que tienen el vicio de pensar aunque no sea obligatorio y el vicio de razonar aunque no sea imprescindible, me demostraron que ni siquiera esta cita sirve para nosotros, los democratas que hemos dejado morir la democracia y vemos como el mundo ha cambiado antes incluso de que cambie el año. 
Lo que hace trágica la cita de Brecht no es la muerte de los judíos, ni de los comunistas, ni de los obreos, ni de los intelectuales, ni siquierea de los curas. Lo que hacé trágica la cita de Brecht es que no somos capaces de ver la injusticia, no nos importa, hasta que no nos llega a nosotros. Nadie considera su elusión como un error si el mal no le alcanza.
Lo que nos hace trágicos a nosotros es que ya han venido a por nosotros y no nos ha importado.
Así que, disfrutamos de nuestros regalos y olvidemos que el mundo ha cambiado y la democracia ha muerto. Cuando sea necesario se nos facilitará alguien a quien echarle la culpa. Alguien que no seamos nosotros por, supuesto.
Pese a Brecht, para la autocomplacencia y la autojustificación nunca es demasiado tarde.

jueves, septiembre 30, 2010

Chávez muestra como la victoria electoral roba la democracia -Simón estará orgulloso, seguro-

Después de castigar a toda mi lista de contactos en un día de una huelga que fue convocada porque, aunque ya no tocaba, ya estaba tardando, vuelvo a lo que habitualmente destilan estas endemoniadas líneas. Vuelvo a castigar sólo a aquellos que soportan ser castigados con ellas.
Y vuelvo a los lugares comunes de la ilógica formal y material del gobierno y el desgobierno del mundo. Vuelvo al conflicto eterno entre los que invaden una tierra falsamente basados en sus profecías y los que la defienden falsamente basados en las suyas; vuelvo a una Europa desgastada, desmotivada, preocupada de cuitas insignifciantes y que deja pasar ante sus ojos síntomas preocupantes; vuelvo a América, la América del Norte, con su ascendente Tea Party y su quiebra -¿cuantas veces van ya?- de la esperanza efímera de un gobierno distinto.
Vuelvo la vista a América y a la sinrazón. Y hoy por hoy, hablar de América y sinrazón, es hablar de Hugo Chávez.
Porque el caudillo bolivariano se ha visto atrapado en las redes de si mismo, se ha visto capturado y expuesto en el renuncio que nadie -y mucho menos él, que lo niega por activa y por pasiva- se puede permitir. Porque su afán por subir a los cielos marianos de su revolución, de ascender a las casas celestes de la historia y el recuerdo como alguien singular, le han puesto en el entredicho definitivo, aquel contra el que no puede discutir, contra el que no puede argumentar, contra el que sólo puede maldecir:
Ha ganado unas elecciones -eso no es nuevo- pero su victoria ha dejado de manifiesto lo que negaba. Las elecciones venezolanas han expuesto de forma lacerante y casi ridícula que, mientras Hugo Chávez gobierne, nadie que no sea él podrá ganar las elecciones.
Nunca ganar unos comicios había supuesto perder tanto.
Chavez ha perdido el habla -lo cual para el inagotable conductor de Allo, Presidente es casi un martirio bíblico- porque no hay palabra, no hay explicación que pueda hacer creíble lo que ha ocurrido en las urnas venezolanas.
El 52% de la población ha votado en contra de Chavez -o de su política, o de su revolución, que con el caudillo venezolano no se sabe donde acaba él y donde empieza todo lo demás- Y eso no ha podido negarlo, no ha podido custionarlo, no ha podido rebatirlo. La mitad de la población de su país puede ser para él "reaccionaria", pero ya no son "unos pocos", la mitad de la población de su país puede ser para él "antirevolucionaria", pero no son "unos cuantos elementos dispersos".
La mitad de Venezuela puede no saber, no poder o no querer entender los mensajes y las políticas de Hugo Chávez. Pero eso no hace que deje de ser la mitad de la población de Venezuela.
Eso no es extraño, puede pasarle a cualquiera -por muchos periódicos que se cierren, por muchas cadenas de televisión que se lleven a negro y por muchas emisoras de radio que se condenen al silencio-, es parte del juego democrático, es parte del riesgo democrático. Lo que mantiene mudo al ínclito y feroz promotor de supuesto anticaptilismo socialista furibundo del siglo XXI es lo que es incomprensible: que sigue en el poder.
No hay aritmetica electoral que pueda fingirse democrática que permita que alguien que ha obtenido el 48 por ciento de los votos -la matemática porcentual sigue diciendo que si alguien tiene 52 el otro sólo puede tener la diferencia hasta sumar 100, incluso en la Venezuela de Chávez- obtenga cien diputados más que aquellos que le superaron en votos.
En España, Aznar, ganó por 10.000 votos de diferencia y obtuvo apenas 20 diputados más que sus competidores y se tiraron hablando dos años de la dichosa Ley Dont de los restos.
Cuatro años después, Zapatero ganó por un porcentaje igual de ajustado y el debate se intensificó hasta limites insospechados. Que los que ganan por pocos votos tengan un puñado de diputados de más puede ser injusto y frustrante. Que los que pierden por cuatro puntos porcentuales obtengan cien diputados más sólo puede calificarse como flagrante.
Y por eso debe permanecer callado. Porque ya no puede decir que no ha manipulado la Ley Electoral en su beneficio, ya no puede afirmar a gritos, sermones, discursos y apariciones televisivas que La Constitución venezolana ha sido reformada en beneficio del pueblo y de la democracia.
Porque las elecciones han levantado la última bruma que hacía que Venezuela pareciera una democracia, porque las urnas han disipado la tenue niebla que ocultaba que Chávez es un dictador y Venezuela una dictadura.
Y por eso, sólo por eso, ya nada de lo que diga tiene sentido. Da igual que su teoría sobre la distribución mundial de la energía pueda ser acertada o no, da igual que sus críticas al sistema económico neocolonial de las multinacionales puedan ser justas o no. Chávez sigue teniendo derecho a mantener sus teorías políticas, a defenderlas y a buscar convencer a los venezolanos de ellas. Pero ha perdido el derecho a gobernar.
Hugo Chávez permanece callado porque ya ni siquiera puede tirar del Libertador, de su bolivarianismo mil veces repetido y tremolado. No puede hacerlo porque, en estas circunstancias, es posible que alguien recuerde que el 26 de mayo de 1826, el gobierno peruano de Simón Bolivar retiró a los municipios el derecho de elegir a los alcaldes, prohibió la convocatoria de los colegios electorales e intentó forzar la aprobación de una Constitucíón que le nombrara Presidente Vitalicio y, cuando La Corte Suprema del Perú se negó a hacerlo, la disolvió y proclamó sus "reformas" de manera unilateral.  
El Libertador se conviertió en dictador. Como siempre, como ahora. Alguien podría decir que es precisamente en este momento cuando Hugo Chávez es completamente bolivariano. 

Y él lo sabe. Por eso permanece callado, discreto en su victoria -algo impensable en el caudillo salvador impenintente-, silencioso en el triunfo de su dictadura encubierta sobre la democracia pretendida de su país.
Por eso y por otro error, por otra dificultad que ahora se le antoja insalvable, ineludible. Hugo Chavéz mira a izquierda y derecha y no ve a nadie. Está solo.
Muchos le han comparado con el PRI mexicano pero Chávez no es un partido, no es un club secreto -o no tan secreto- de oligarcas que se organizan para seguir campando a sus anchas mientras ofrecen una proyección en 3D de democracia.
El partido de Chávez es humo, solo sirve para agitar banderas, lanzar vítores y reir chistes. No tiene a nadie para cortar cabezas, para arrojar a los leones; no puede retirarse y poner a un hombre de paja para seguir mandando en la sombra. No tiene capacidad de movimiento, margen de maniobra, posibilidad de relevo.
Su mesianismo le ha impedido hacer su revolución, su personalismo le ha impedido gestionar su ridículo. Su victoria le ha impedido ocultar su dictadura.
Hoy Venezuela ya no es un estado democrático. Y nadie puede negarlo.

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