miércoles, febrero 28, 2007

Becquer y el empleador

¿Cúal es el problema? Preguntas mientras insultas mi inteligencia. Mientras, irreverente e irrespetuoso, te arrogas una autoridad que no te has ganado. Un mando ilégitimo que no has demostrado poseer cuando te fue requerido.
¿Cúal es el problema?, Inquieres ignorando que careces de la originalidad que otros te prestaron para tus fines; que desprecias un trabajo que se ha hecho sin tí, contra ti y pese a ti, mucho antes de que tú existieras como factor en este entuerto.
¿Cúal es el problema?, interrogas sin esperar la respuesta, dándola por sentada, como das por sentada la razón que la realidad y la cotidianidad te quitan. Negándote a reconocer que tus ideas son bucles que van y vuelven al principio; remolinos de ignorancia que sólo se alimentan a sí mismas y a su autor.
¿Cúal es el problema?, preguntas ignorando que antes de la pregunta no existían problemas. Rechazando el esfuerzo, aniquilando la cordura, extraviando el consenso, destruyendo las líneas de comunicación de algo que no era un frente de batalla antes de que tú declararas la guerra.
¿Cúal es el problema?, interpelas perplejo mientras obvias el hecho de que nadie mas que tú ignora esa respuesta. Mientras sustituyes, sin tino y sin demanda, el tesón y el oficio por plausibles citas extraídas de las mentes de otros, cambiadas de contexto y empleadas en balde para apoyar las tesis que ni tu mismo crees.
¿Cúal es el problema?, requieres pronto al grito, permeable a una cólera que no es derecho tuyo sino rabia impotente de quien ha de encajarla. Descargando la mano sobre el recio escritorio, tremolando un cargo inmerecido logrado con dinero y no genio. Escondiendo tu propia irrelevancia en alas de la ira.
¿Cúal es el problema?, demandas la respuesta enviando delante a tus perros cansinos, tan necios y vulgares que ladran si lo pides. Apoyando tu brazo y tu pregunta en el hombro de aquellos que cubren sus carencias con halagos, sus iniquidades con lisonjas, sus incapacidades con ciega y obsequiosa obediencia. Desplazando el esfuerzo por afinidad. Arrinconando la capacidad por adulador colegeo ciego y sin reproches.
¿Cúal es el problema? Aquí no había problema
¿Cúal es el problema? ¿Y tú me lo preguntas?
El problema eres tú.

martes, febrero 27, 2007

quizás quiero seguro

Quizás volamos solos,
quizas nos hace daño el fuego de la farsa
quizás nos agotamos
quizás nos acogemos al cansancio infinito
quizás ardo por dentro, quizás tiemblas por fuera
quizás nos quebramos
quizás nos requebramos
quizás somos profetas de añorados pasados
quizás somos escólicos de témidos futuros
quizás volvemos, quizás nunca nos fuimos
quizás nuestras palabras nos roban nuestros verbos
quizás morimos, quizás jodemos
quizás nada de eso y quizás todo al tiempo
quizás lo quiero.
Y quiero esos pasados y quiero esos futuros
y quiero que los verbos se nos vuelvan palabras
quiero ver lo que quiero
quiero cantar las manos, quiero agarrar los trinos
quiero voltear la vuelta
quiero el fin y el principio
quiero el calor ceñido y el cuerpo que lo ciñe
quiero lo que se esconde tras rodillas cruzadas
quiero apartarlas todas, mantenerlas cerradas
quiero el rubor perdido
quiero ser aún no siendo
y quiero descansar sobre el cuerpo cansado
y quiero, eso está claro. Es seguro que quiero.
Es seguro que vuelvo al no harberme marchado
seguro que deseo
seguro que me agoto en busca del cansancio
seguro que me quiebro
seguro que requiebro
seguro que me guardo un susurro
seguro que me aguanto un suspiro
seguro que me lanzo a un vuelo despegado
seguro que me jodo
seguro que la jodo
Seguro que quizas lo que quiero es del todo seguro.

Profetas mediocres del amor normal


Entre virus estomacales potenciados y bacterias mentales impotentes me he pasado estos días. La inactividad es una perfecta excusa para la reflexión o quizás sea que la reflexión es una perfecta excusa para la inactividad.
En cualquier caso, por no perder el tiempo ni la mente en manos del virus, me he dedicado a ello -a la relfexión y a la inactividad- y he llegado a conclusiones que antaño me hubieran parecido sorprendentes.
A nuestras vidas -a la mía como a la de todos- les hace falta una buena dosis de normalidad.
Hubieramos esperado emociones, heroícidades épicas o arrebatados impulsos líricos. Pasiones y placeres, ordalias y epopeyas, pero nunca hubieramos esperado normalidad, en el más puro y completo sentido de la palabra.
Quizás sea por el estado de mi molesto e irreverente intestino, quizás sea por una especie de destino profético, pero el caso es que en estos días he sido condenado a la mediocridad de las imágenes televisivas y los sonidos radiofónicos.
Es por ello que, navegando en ese mar de peliculas serie B de alto, altisimo presupuesto y canciones de lista de éxitos audibles, descargables y hasta personalizables, he encontrado perlas para definir la normalidad, el ansia de esa situación. Quizás la mediocridad esté destinada a ser el apostol de la normalidad.
Un día te paras a pensar y te das cuenta de que ya no se ansían las grandes pasiones, los grandes momentos de sexo -no lujuria, que el pecado es el pecado- desmedido, las fantasías y hechos de arrebatos públicos o los sueños y deseos de situaciones que algunos ni siquiera han leído en los libros.
Ya no se ansía eso; ya no se añora lo pasado y lo tenido. Solamente se desea y se espera alguien que en alguna ocasión crea que te quiere un poco más que a sí mismo, como dice la canción de aquellos que se quedaron, desafiando todas las normativas sanitarias, con el apendice del genial pintor holandés. "Creí que te quería un poco más que a mí", masculla la inefable Amaya en su estribillo.
No esperas que alguien te ame por encima de todas las cosas en una emulación perversa de ese primer mandamiento que nunca se cumplió; no esperas que te anteponga a sus gustos, a sus necesidades, a sus planes, a sus inquietudes, a sus carencias o a sus congojas. No esperas nada de eso. Simplemente esperas una devota seguidora de la normalidad que en ocasiones te quiera más que sí misma. Porque tu estás dispuesto a hacer lo mismo, incluso más. Sólo un poco más, que tampoco hay que excederse.
Esa exigencia de un amor normal, esa definición no sólo se encuentra en el límite de lo políticamente incorrecto, sino que es baldía, definitivamente imposible, imposiblemente definitiva.
Y cuando no lo encuentras, cuando no lo consigues, cuando ni la espera ni el desepero, logran plegar un instante la turbia realidad para atisbar ese "te quería un poco más que a mi", tampoco aparecen las grandes frustraciones, los grandes dramas, ni los momentos de fricción y dolor desgarradores.
Sólo se muestra la inevitable reflexión de un hombre de los tercios de Flándes con un extraño acento, introducido a capón en una película que ha gastado todo su presupuesto en publicidad, dada la mediocridad de todo lo que no sea merchandising.
Cuando el amor, el sexo, la vida normal no llega a tu playa, simplemente te encoges de hombros como el nórdico Alatriste y dices lo mismo que él, aunque eludiendo su frustrante acento, que para algo lleva uno practicando el acento madrileño desde su más tierna infancia.
Afilas tus armas con desgana y afirmas: "se ama una vez, incluso dos, y luego se deja de hacerlo". ¿Así de fácil? -pregunta un apasionado personaje que pena de amores junto al capitán-
Así de díficil, contesta Mortensen siseando para el cuello de su camisa.
En fín, que podría decirse que había que moverse, que hacer algo, para eludir esta situación que ni siquiera te propone una minima normalidad en el amor o en el desamor.
Pero claro, introducidos en el imperio de las películas serie B, sólo cabe terminar con una frase del auténtico rey de las producciones y guiones que se encuentran en los mas bajos estadios alfabéticos.
"No puedo avanzar porque perdería lo tengo y no puedo retroceder porque nunca llegaría a lo que busco".
Y lo dice Jean Claude Van Damme.
Buenas noches, capullos.

viernes, febrero 23, 2007

Sigue el Informe -arreón cyberpunk 5-

En esencia, La humanidad dejó de comunicarse cuando comenzó a utilizar la información como un bien de intercambio. Un mundo dividido, en guerra, saturado y económicamente débil fue el que lanzó la idea de un sistema de comunicación global. Un universo unido y estable fue el que varios siglos después desempolvó la ocurrencia para construir una inmensa corporación de información: La Infored.
El miedo fue el motivo principal de la necesidad de información y ese miedo originó, con la Infored, una necesidad compulsiva, casi una adicción, en audiencias cada vez mas multitudinarias.
La entidad denominada público, sometida a infinidad de culturas, de conceptos, de entretenimientos, de necesidades y de ausencias, exigió que alguien le aportara de forma fluida y legible todas las estructuras de información.
Formas de comercio y participación; de transmisión y control; de transculturación y dominio; de circulación y recepción y una infinidad de variedades más se unieron en la Infored para conseguir el objetivo final del gobierno mundial, que no era otro sino la unificación cultural.


El pasillo la asaltó con los ruidos de los ejecutivos y los técnicos amontonándose para acudir a sus puestos. El edificio de la Infored era una arcología cerrada. Nadie sabia con certeza las hectáreas que estaban contenidas dentro de él. Los SimClim de las zonas agrarias y naturales evitaban una completa catalogación del espacio. El murmullo de los que esperaban los auto elevadores para descender o ascender a sus niveles de trabajo estuvo a punto de conseguir que pasara por alto la fluctuación en los datos de cotización que descendían en columna por su corcex. DSC – 85/ -90, crepitó el dato en azules antes de desaparecer por la parte baja de su campo visual.
Se detuvo un instante apoyada en la puerta para ajustarse. Elimino la proyección visual del informe y la transfirió al sistema de audio. Una quemazón leve y conocida le anunció que su implante auditivo se había activado. La voz de Erika comenzó a sonar en su oído izquierdo. Libero su ojo derecho para ver el pasillo. Las letras traslucidas desaparecieron de su visión y fueron sustituidas por una visión completa del acero y la imitación de madera que saturaba las paredes de la zona de tránsito del edificio en el que se encontraba. Su ojo se movió en todas direcciones buscando referencias. Los datos de cotización seguían circulando por la periferia de su visión. DSC -85/ -90 volvió a caer como una exhalación frente a su córnea.
Tras un ajuste en agudos, el informe siguió.

En realidad, la información también dejó de existir en el XXI, tras la caída de las grandes agencias que monopolizaron durante casi dos siglos el flujo informativo e impidieron el retorno hacia los centros mundiales del poder.
La audiencia se acostumbró a saber lo que ocurría en la lejanía si ello afectaba a su cosecha, su trabajo, sus vacaciones, su familia o su seguridad personal, pero se negó a reconocer lo que sucedía en el patio trasero de su casa. No pedían marginación, ni droga, ni huelgas, ni muerte.
«Mi mundo es lo que me entretiene y en él la felicidad sólo la ensombrecen los otros»: Esa fue la máxima del nacionalismo compulsivo que, apoyándose en las raíces del XVIII y el XIX, renació en el XXI con tanta fuerza que obligó a la Infored a crear las cadenas locales que presentaran los mundos rosas ante el orgullo desproporcionado de poblaciones cada vez más aisladas en su inseguridad y en su miedo.


Podría haber tomado el tren de la arcología pero prefirió no hacerlo. Ver las tomas de corcex alineadas a media altura en el os vagones y los empleados sin enlace autónomo conectados a ellas, la deprimía. Caminó por las cintas móviles. El titanio crujía ante el peso de los que avanzaban. En dos semanas habría reparaciones. Un barbudo intentaba tapar una fuga de líquido verde en algún punto del sistema de freón refrigerado cuando llegó al ascensor administrativo del nivel. Con un deje metálico Erika seguía recitando su letanía.

La Infored sirvió para enfrentar pacíficamente a blancos y negros; indios y asiáticos; norteños y sureños; granjeros y mineros; orientales y occidentales. La red reprodujo todas las disputas que en la historia se dieron desde que el Homo Sapiens descubrió que el Neardenthal era otra especie.
Las confrontaciones ahogaron los nacionalismos en reyertas vecinales y enfrentamientos verbales que no llegaban a ninguna parte e impidieron que los núcleos raciales se consideraran una unidad frente al mundo.
La Infored logró el sueño universal de aislamiento seguro hasta desembocar en la necesidad de el otro, no para comunicar -eso se había perdido muchos siglos atrás- sino para ver tu orgullo en él. Creó el efecto espejo contra el que el Nuevo Orden Informativo de los albores del XXI había luchado en vano. Hizo desaparecer definitivamente el nexo de unión entre las sociedades. Hombre y mujer eran diferencias irreconciliables al igual que niño y viejo; bello y feo o loco y cuerdo.



Cuando el ojo Mathsuo de identidad le dio acceso el dato fugaz pasaba por tercera vez descendiendo ante su vista. Tres veces. Sin corrección, en mínimos azules negativos. Un problema. Apenas prestó atención alas últimas palabras de Erika en el enlace auditivo de su corcex.

El arte se prostituyó definitivamente; la literatura se volvió indiferente; la música se convirtió en un ejercicio formal que no satisfacía a autores, interpretes ni oyentes. La actividad humana se hizo, por fin, individual puesto que sólo los agentes de cada acción eran capaces de interpretar las motivaciones de la misma.
Cada uno hizo las cosas para si mismo y así, cuando un planeta superpoblado y hambriento clamaba por una solución colectiva, coordinada y global, el orbe dejó de ser un mundo habitado por veinticinco mil millones de personas para, pese a las apariencias, transformarse en veinticinco mil millones de mundos habitados por una sola persona, pendiente siempre de mantener, ampliar y fortalecer sus fronteras en su relación con cada uno de los otros miles de millones de mundos privados que coexistían con el suyo. La Infored estabilizaba el sistema. Era una inmensa red de mentiras y medias verdades para mantener las apariencias. El gobierno ejercía el control del sistema y la Red le lavaba la cara cada día.

Salió disparada del ascensor como si se hubiera pegado un adredermo de competición. Los tacones de sus Klisten clavándose en la moqueta de repulsión estática a un ritmo casi olímpico. El despecho de Erika la recibió en silencio salvo por el sonido de los servos de la ancha puerta de madera, está auténtica, con tachones de piedra sintética negra. La Directora de Administración estaba de pie tras su mesa. Un conjunto de barras plásticas de aleación blindada con tintes cromáticos en plata y malva y de planchas de simcromo con efecto de ébano.

Casi jadeaba cuando habló a la hercúlea espalda de Erika. La nota a pie de página del informe se desintegró sobre el rostro de su creadora cuando se giró al escuchar sus palabras.

- Las previsiones están mal hechas, Erika

NOTA:
No es conveniente presentar este escrito ante nuevas incorporaciones.
Utilizable como indicativo primario de reacciones de control/lealtad en elementos sospechosos.
Riguroso control de acceso. No incluir en memoria central.

Erika van der Ruther, Directora Departamento Administración.

- Lo sé, Bel Lynn, lo sé – el rostro arquetípico de valkiria de Erika terminó de aparecer cuando el corcex rompió por fin la conexión invasiva de prioridad con el informe- ¿De que SimClim son los paisajes de Los Sembrados, Bel? ¿De Iowa?

miércoles, febrero 21, 2007

Elogio del buen jefe

Desde una de esas páginas de búsqueda de empleo -que, tal como está el patio, siempre hay que consultarlas- me ha llegado una de esas píldoras informativas virtuales tan de moda en nuestros días. Lo que los teóricos de esta maraña de datos llamada Internet califican como un newsletter -échale huevos al nombrecito-. La misiva electrónica en cuestión va sobre cómo aprender a ser jefe y, superada mi sorpresa sobre el asunto abordado en una página a la que normalmente se entra para intentar como máximo volver a ser asalariado, me ha dado por leerlo.
Y resulta que ser jefe y tener razón no son dos realidades indisolubles.
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Resulta que con la jefatura no se te concede el rango oficial de líder excelso ni heróico procer.
Resulta que para mandar hay que pensar en la colectividad no en el sentido individual de las preferencias -de ideas y de personas-.
Resulta que para ser jefe hay que reconocer a los que realmente líderan el grupo y colocarlos en una posición en la que puedan hacerlo.
Resulta que hay que reconocer a los que verdaderamente tienen iniciativas creativas y permitirles que las realicen.
Resulta que hay que colocar a cada uno en la posición en la que puede dar lo máximo de si mismo, ni por encima ni por debajo.
Resulta que es necesario consensuar las normas de funcionamiento interno con todos los actores de las mismas.
Resulta que la amenaza del despido no es la forma de mantener los criterios.
Resulta que la jefatura no lleva aparejada en su escudo de armas la leyenda: "ni un paso atrás".
Resulta que hay que ofrecer las reprimendas en privado y las loas en público -sorprendente esto de que haya que felicitar de vez en cuando a los que hacen bien su trabajo-.
Resulta que hay que asumir los errores colectivos como propios, los de otros como colectivos y los propios como propios. Para eso se está al mando -dice el newsletter-.
Resulta que hay que reconocer el talento y pugnar por mantenerlo.
Y resulta -esto si que es sorprendente- que el mantenimiento de la jefatura y el refuerzo del liderazgo se fundamenta en la comunicación.

¡Si yo también me he sorprendido! ¿Mandar no consiste en ladrar órdenes a diestro y siniestro, ignorar las quejas de los que trabajan, golpear con fuerza hercúlea la mesa con el puño y sacar con regularidad las gonadas a relucir en las justificaciones de la toma de decisiones?
Pues parece que no.
La comunicación -un concepto tan en desuso que merece una explicación- exige que todos aquellos que trabajan en un proyecto sepan de dónde parten y hacia dónde se encaminan. Lo que pretenden conseguir y con qué medios cuentan para ello. Exige guardar en el armario de lo trasnochado y demodé las reuniones secretas conspirativas en la cumbre de las que vuelven los directivos sin decir una palabra a nadie y con la sonrisa o el rictus torcido como único gesto informativo. Exige comunicar los problemas cuando existen, anticiparlos cuando pueden producirse y solucionarlos de forma colectiva. Claro, que también exige no crearlos desde la misma jefatura cuando no existen y luego exigir a los demás que los solucionen.
En fin, que conluída mi lectura del newsletter y las reflexiones posteriores emanadas de él. He reconocido la necesidad de hablar de la jefatura en una página de busqueda de empleo. Debe ser el puesto con más ofertas de trabajo en nuestro país.

Tenemos ideológos, burocrátas, lastres, mandones, comandantes, propietarios, empresarios, ejecutivos, directores y directivos.
Pero mandar exige pensar. Así que no tenemos jefes.
Rectifico, los tenemos, pero rara vez los que ejercen de todos los otros rangos les dejan serlo.

martes, febrero 20, 2007

La niña mas mona de Cantabria

En mi juventud formé parte de un club.
Era un club de estos de carné de cartulina y reuniones clandestinas en el trastero de la comunidad de vecinos. Ya no recuerdo como nos hacíamos llamar pero lo que si ha quedado impreso en mi memoria es que estabamos obligados por los estatutos fundacionales -un folio escrito con caligrafía de tercero de E.G.B y rubricado con aceite del chorizo Revilla que antaño poblaba los insanos bocadillos sin soja ni bifidus- a poseer un arma de esas que lanzaban enganches de pinzas de la ropa a velocidad match 4. Si no había ballesta de pinzas no se podía ser miembro Ese fue mi primer coqueteo con la inconstitucionalidad.
Luego formé parte de un club algo más serio. Un club deportivo. Jugabamos los sábados por la mañana al baloncesto -lo cual nos daba una cierta capacidad de maniobra en el complicado mundo del ligoteo hormonal adolescente- y llevábamos una camiseta azul con el escudo y todo, por cierto, bastante mitólogico de una diosa Diana acompañada de cervatillo y todo ¡Una camiseta azul! ¡Con lo mal que le ha sentado siempre ese color a mis ojos! Pues me obligaban a llevarla. Debía ser una cierta reminiscencia del autoritarismo franquista porque esa omisión de mis derechos era marcadamente inconstitucional.
Mas tarde ingresé en otro club donde todo el mundo era muy serio y quería cambiar el mundo. Partido Político lo llamaban. Nos reuniamos, haciamos manifestaciones -entonces las manifestaciones las organizaban los partidos políticos y no se escondían trás otros clubes para hacerlo- y deciamos a todo el que nos preguntaba que eramos marxistas y comunistas. Una mañana de primavera llegó un tipo con fular de colores y barbas entrecanas a una de nuestras reuniones y dijo que ya no eramos marxistas y que ya no íbamos a cambiar el mundo, sino sólo Europa porque eramos Eurocomunistas. Mis amigos y dijimos que ¡una leche!, que nosotros eramos comunistas y marxistas y que el mundo tenía que ser cambiado aunque no lo mereciera. Así que nos echaron de ese club. Otra marcada muestra de agresión inconstitucional.
Y al cumplir la veintena experimenté la tentación de solucionar mi vida de forma definitiva -al menos en lo económico- y quise presentarme a unas oposiciones a la función pública, esa que, generalmente, se comporta más como la disfunción pública. Pero me negaron mi derecho a vivir con un horario continuado y una estabilidad salarial por el mero hecho de que no tenía concluida carrera superior ninguna. El inconstitucionalismo rampaba ya por las más altas instancias del mismo corazón de la Administración del Estado.
Debe ser que vivimos en un estado autoritario que ha suspendido las garantías constitucionales de los ciudadanos. Porque, ahora que me paro a pensarlo, una buena parte de los españoles son obligados por el club al que pertenecen -uno que dirigen señores mayores vestidos de negro y púrpura que dicen hacer caso a otro que va de blanco- a no comer carne en viernes, a no utilizar la razón ni el pensamiento lógico, a comer pan y beber vino todos los fines de semana aunque no les apetezca, a no prácticar el sexo en determinadas circunstancias aunque les apetezca. Les obligan a hacer una miriada de cosas que atentan contra sus derechos ¡Y el Tribunal Constitucional no hace nada!
A lo mejor hay que perdonar a los insignes juristas que forman esta alta institución del Estado. Es posible que estén muy ocupados dirimiendo si es constitucional que una niña mona de Cantabria -desde luego la más mona de su pueblo- ha sufrido un agravio constitucional por verse privada del dudoso título de "la mas mona de Cantabria" por tener un hijo. Es lógico pensar que tal decisión deba ocupar el tiempo del Tribunal Constitucional, aunque sólo sea para decirle que quizás tendría que leerse las bases de los concursos en los que quiere participar, antes de apuntarse y que, sobre todo, debería hacer un esfuerzo por poner la misma concentración e intensidad en el mantenimiento de su vástago que en la consecución de tan honroso título de belleza.
Y luego, el máximo tribunal de derechos de nuestro país deberá también centrar sus esfuerzos en argumentar ante las vociferantes asociaciones garantes de la dignidad femenina. Esas que se colocan en la trinchera contraria a la que ocupan la niña mona de Cantabria y la empresa organizadora del certamen La niña más mona de España -uy, perdón Miss España-, argumentando que los concursos de belleza son inconstitucionales porque atentan contra la dignidad de la mujer.
Es posible que deban emitir una sentencia que aclare a estas integristas agresivas del cambio de rol sexual que pasearse por una pasarela en bañador, desear tonmtamente la paz en el mundo y querer dedicarse a ser modelo sólo es indigno cuando no se tienen las piernas adecuadas para hacer el mencionado paseillo, el cerebro suficiente para contribuir a esa paz mundial y se acude cada media hora corriendo al baño para vomitar aquello que te impide mantenerte en las medidas exigidas -supongo que inconstitucionalmente- por la referida profesión. Querer ser La mas mona del Universo es una estupidez, cierto. Pero la estupidez -al menos en ese ámbito- no es inconstitucional.
Y, cuando el Tribunal Constitucional haya acabado con esta importante decisión, tendrá que abordar el espinoso asunto del derecho constitucional de los jugadores de fútbol a llevar cada uno la camiseta que quieran en los partidos, de los árbitros a utilizar una campanilla de lazarillo en lugar de un silbato, de aquellos que tienen prisa en el metro a subir las escaleras mecánicas por la derecha, de los baloncestistas a lograr puntos introduciendo el balón por la parte inferior del aro y a tocar la red antes de que la pelota entre en la canasta, de los participantes en Gran Hermano y OT a impugnar las nominaciones, de los concursantes de ¿Quieres ser millonario? a tener dos cómodines del público y otra serie de cuestiones que atentan contra la misma esencia del Estado de Derecho en el que vivimos.
Luego ya habrá tiempo para que decidan si La Ley de Partidos es constitucional o si la Ley de Violencia de Género afecta contra el principio de igualdad legal por el que sangraron y murieron los padres -lo siento, eran padres, no padres y madres- de la democracia moderna.

Lo importante primero.


lunes, febrero 19, 2007

El tiempo apocopado

Recientemente, en uno de mis cuasi eternos viajes en el transporte público -que de tanto tiempo como estoy en él voy a terminar desgastándolo o él desgastándome a mi- me dio por pensar y tan insana actividad me llevó a una conclusión que me dejo perplejo.
No sé porqué ni porque no, llegué al convencimiento de que odio las siglas de las fechas. Si, esas colecciones de número y letra que han salido de los bingos y el nunca suficientemente ponderado juego de hundir la flota para marcar las fechas supuestamente señaladas de nuestros calendarios históricos.
Y yo, cabezota y demonio que soy, no me conformé con ese recientemente adquirido odio visceral hacia esos acrónimos temporales que se encuentran ahora tan de moda. Profundicé un poco -hacia adentro, como solía ser costumbre en mis tiempos mozos- y descubrí que, de una forma casi invisible, nos están apocopando el tiempo.
Cuando comencé a acercarme a la historia, a aquello que es digno de recordar de la actividad humana ya sea por absurdo o por sublime, el tiempo se media en siglos. Estaba El Siglo de Pericles -y eso que el buen tirano ateniense apenas ocupo un tercio largo del siglo V, El Siglo de las Luces o incluso El Siglo de Oro.
Nunca tuve muy claro si esa definición se debía a nuestras luminarias creativas y artísticas o al oro que los bucaneros de toda patente y condición dejaron almacenado bajo el mar en los pecios de la armada española, pero el caso es que había siglos.
Pero luego los tiempos se redujeron drásticamente. Podías encontrar una década que otra -Ominosa, por cierto- , algún sexenio, un par de trienios, pero nada que se acercara ni de lejos a las antiguas centurias dignas de perdurar. Era como si hubiera muchos más desechos históricos de los que deshacerse y mucho menos que conservar.
Deberíamos habernos alarmado cuando vimos que lo reseñable se convertía en estaciones, ya por debajo del escaso rango de 365 días recordables. El Invierno Ruso del pequeño general francés  por ejemplo. 
Pero aún así sonaba hermoso e importante: La Primavera de Praga ¿Cómo no va a ser recordado algo con ese nombre? Hubiera sido terrible que se la conociera de otro modo. Un imperdonable salto hacia el olvido para algo que no debía ser olvidado
¿Y que decir de El Verano del Amor? Un verano entero dedicado a tan plausible ánimo y desánimo de forma continuada.
Hubiera lucido hermoso que el apócope de nuestras memorias históricas se hubiera quedado en ese punto estacional, recordando estíos  primaveras, otoños e incluso gélidos y crudos inviernos. La II Guerra mundial hubiera sonado diferente bautizada de esta guisa con un nombre más poético como La Guerra de los Seis Otoños. Igual de inútil y cruel pero más poética.
Pero este virus reductor de la historia y los recuerdos no se detuvo ahí. Sin vacuna ninguna que lo detuviera, siguió invadiendo libros y periódicos. De los trimestres estacionales se pasó simplemente a la nomenclatura mensual. 
La Revolución de Octubre, El Mayo Francés. Un mes, un hecho. Pulcros treinta días para concretar algo importante en el calendario.
Pero ahora ya no nos queda ni eso. Nos queda un día, un solitario día que recordar, una sola jornada que hacer pasar a la historia.
Pese a espurios intentos de utilizar las semanas como periodo de apócope histórico  como La Semana Trágica de Barcelona o el amago con su Guerra de Los Seis Días -no olvidemos que "el jefe" al séptimo descansó y tampoco conviene ser, pese a saberse el pueblo elegido, mas yavheista que yahve-, lo único que parece pasar a la historia ahora son píldoras diarias definidas como un cuadrante cartesiano o un crucigrama. Así tenemos 20-N, 11-S, 11-M 30-D y un sinfín más de jornadas con nombre de carretera de circunvalación que nada dicen del contenido ni del continente histórico al que hacen referencia.
Y me pregunto si mi recién descubierta aversión a esa forma de encapsular y apocopar la historia se debe al hecho de que me he dado cuenta de que la historia cada vez es más pequeña y menos reseñable o al hecho de que nosotros,  el "homo televisensis", cada vez tenemos menos retentiva y somos incapaces de mantener en la memoria acontecimientos que se extiendan más de veinticuatro horas en el tiempo.
Espero que sea por uno de esos dos motivos. No quiera el hado que resulte que alguien o alguienes estén intentando presentar puntos inconexos del tiempo ante las multitudes para evitar que estas contextualicen los acontecimientos y les busquen una explicación y un sentido. Eso si que resultaría indignamente y desalentador.
Pero no puede ser eso, ¿verdad?

viernes, febrero 16, 2007

Informe entre el centeno (arreón ciberpunk 4)




Extracto literal de:

UNA HISTORIA APÓCRIFA DE LA COMUNICACION HUMANA

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Compilación histórica independiente

AUTOR: Prof. Ramón Glarsser

REF: 124.678/WCA/W5A

AUTORIZADA CONSULTA NIVELES 1A Y 1B

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La cabecera del informe tilitó en el interior de sus córneas y se mantuvo allí aunque cerró los parpados y los apretó fuertemente. Su corcex pareció sacudirla para exigirla que prestara atención a lo que estaba llegando por vía de prioridad. Los Samsung diseñados para la Infored poseían subrutinas invasivas conectadas a los nervios. Podía estar viendo el encabezamiento del informe hasta que le prestara atención. Hasta en sueños. Algunos aprovechaban el sueño para eso. Ella no estaba dispuesta a regalarle sus sueños a La Red.
Abrió los ojos. Las espigas se agitaron junto a sus ojos y acariciaron sus piernas. No sintió el cosquilleo. Sus medias termodermicas lo evitaron. eran finas como una película de nácar pero nada podía atravesarlas. Seguridad y belleza. La simbiosis de moda. Glammy las producía en todos los colores posibles y algunos imposibles. Hoy las suyas eran transparentes.
Se levantó y miró alrededor. El trigal estaba en pleno mayo. Un mayo de cielo despejado y sol perpetuo. Las lámparas meteorológicas se encargaban de ello. No un cielo con un sol mortecino e inestable . Decían que el sol se estaba muriendo. Era posible. Pero el trigal no tenia sol. O tenía miles.
Antes de comenzar a andar cerró los ojos. Sus iris de gacela desparecieron bajo sus casi traslucidos párpados. Palidez. No como la del Embudo. Con venas pequeñas en ellos. Palidez genética, no endémica. Se concentró en el texto enviado a su corcex con invasiva prioridad administrativa nivel uno.

Estrictamente podría decirse que hace más de cincuenta siglos que el ser humano no sabe lo que es comunicarse. Desde el origen de las comunicaciones en clave de secreto militar, la comunicación humana perdió todo el sentido real de intersección.

Comenzó a andar a través del trigal con las manos extendidas. Los granos rozaban la piel de sus dedos mientras las letras desfilaban sobre sus sentidos. Soldados efímeros enviados por un general con despacho diez pisos por encima del trigal. Se preguntó a que venía una diatriba de Teoría de la Comunicación en ese momento. en ese día. Las espigas seguían alimentando las sensaciones de su mando. Ahora el granulado era más basto, mas denso. Cebada. La rotación de cultivos era vieja. Parcelas intercambiables. Casi pudo ver los inmensos servomotores que, bajo el suelo de acero permeable y la base de sustrato químico hacían girar las parcelas para que cambiaran de posición. Era más caro que modificar los mil soles que las alumbraban. También era más cómodo. Abrió los ojos y siguió caminando hacia la linde del campo. Volvió al informe, memorando o lo que fuera.

Desde que la familia se estableció como entidad de disciplina y progreso por encima de unidad en la supervivencia y afecto; desde que el sexo se descubrió como placer; desde que alguien puso el poder absoluto en manos de los dioses mecánicos de la protohistoria; desde que santos, sacerdotes, augures y magos levantaron sus ojos para invocar a sus deidades con versos arcanos; desde que el hombre es sabio y, por tanto, social; desde ese momento la comunicación no existe.

- Erika, está poética –pensó mientras una sonrisa mostraba a los cultivos sus dientes alineados en blanco con simetría de plasma quirúrgico. Los Autarks usaban el plasma para afilarse las piezas dentales. Las laterales o las frontales, dependiendo del puesto que ansiaban ocupar o que ocupaban en sus comunas de las afueras, plagadas de hidropónicos de calabacín y de niños probeta. Entre los Meta la última moda era redondearlos. Ella sólo los había nivelado. Más clásico y universal. Algo a lo que volver tras las modas y los Autarks.

Todas las formas de expresión para el otro han sido viciadas y revertidas en mecanismos de control. Los elementos comunicativos del sexo se han perdido entre una multitud de complicados juegos sexuales que excitan, masturban y complacen las mentes de aquellos que sólo buscan extraer placer en lugar de comunicar sentimientos.

- ¡Por favor! – bufó al tiempo que abandonaba las rectangulares áreas de cereal para acceder al pequeño camino de electroarena que serpenteaba entre los sembrados perdiéndose en dirección hacia un horizonte con colinas y nubes probablemente sacado de alguna proyección del SimClim de la llanura de León o de Idazo. Pero en Idazo no rotaban cultivos. No antes del Colapso. Quizás ahora si – Todo el mundo tiene un mal polvo. Pero nadie hace un memorando por ello.
Cuando salió al camino aprovecho para alisarse la ropa. Traje de tres piezas. Serio en gris y blanco con un toque de beige en el escote las mangas y la falda con raja atrás. Observó como la electroarena apartarse de sus zapatos, unos Klisten austriacos de tacón alto, para no ensuciarlos. Los electrones hacían su trabajo. Otra vez los militares habían inventado algo útil. Avanzó por el sendero. Una ventana de intersección se abrió en su corcex. Las cifras de las cotizaciones de cambio comenzaron a correr en delgadas columnas junto a las palabras. Datos verdes y azules. Tiempos y espacios de Red cayendo en carcajada junto a siglas de tres letras.

Las palabras corrieron de boca en boca y de mano en mano durante siglos. Cantidades ingentes de información se perdieron en el proceso sin poder ser comunicadas. Cuando el hombre dejó de comunicarse nació la información y está se entendió como un bien escaso.
Decenas, cientos, quizá miles, de sistemas de información se alzaron, se hundieron, se enfrentaron y se coaligaron. Se sustituyeron, se superpusieron, se pervirtieron y se autopurgaron. Miles de modelos de información crecieron, ensancharon, dominaron y liberaron, dieron beneficios, quebraron, hicieron crisis y revolucionaron. Todos ellos buscaban lo mismo y ninguno pudo hacer nada para disimular la absoluta, dolorosa y castrante falta de comunicación entre los seres humanos.


Cuando el sendero terminó aprovecho para ajustarse el peinado. Una cola alta sujeta con un broche de inducción que evitaba que su cabello, largo, castaño y ceroso en su brillo, siguiera su extravagante tendencia a actuar como una masa de filamentos independientes. Se miró en el tenue reflejo del acero que comenzaba a aparecer. Los sensores Clemson de proximidad la habían detectado al menos doscientos pasos antes y habían dado orden de seguimiento al sistema de Los Sembrados, un complejo grupo de cuatro virtucreadores, también de Clemson, dos regeneradores de esfera bicúbica Hitachi y probablemente una fuente de simulación de núcleo biogenetico en escamas de CrioCo, para ir diluyendo el infinito fondo de la simulación climática a medida que avanzaba por el sendero. Miró atrás suspiró y dio un paso más. El pomo apareció. Sujetó la esfera metálica sintiendo el cosquilleo de los analizadores de palma y lo giró. la puerta se abrió y salió.

Hace falta carne


Hace falta carne, chaval.
En los tersos pómulos de la señora ministra,
en las heréticas hamburguesas de tres pisos.
Alrededor de los visibles huesos de modelos de Cibeles,
en torno a los hundidos ojos de una jueza ex fumadora.
Hace falta carne en la olla cotidiana del pobre;
carne entre los dientes macilentos del hambriento,
en los carrillos de Africa y en los mofletes de Asía.
Hace falta carne entre las manos y entre las piernas
de aquellos que sólo la tienen entre las cejas.
Hace falta carne entre los dedos y entre los muslos
de aquellos que sólo la tienen entre los sueños;
Hace falta carne, chaval.
entre las sábanas de los que la imponen en las pantallas;
entre las mantas de las que la niegan en las iglesias;
más carne puesta ante los libros y no ante los cañones;
carne colocada de nuevo en el asador de la inteligencia.
Carnes rojas de justicia y rebelión,
carnes blancas de paz y transigencia,
carnes abiertas por la rabia ante el idiota
carnes de mis carnes, carnes de las carnes de todos.
Hace falta carne, chaval.
Hace falta Carnaval.

miércoles, febrero 14, 2007

Animación Suspendida

Como diría el extraterrestre comegatos que nos enseñó -a los que llevamos mucho tiempo sobre la faz de la tierra- que el gamberrismo como forma de conocimiento: "Animación suspendida. Curioso concepto ¿De donde proviene?"
Varios hechos presentes y pasados me han hecho revisar ese concepto que permitío al Capitán América mantenerse pese a los años como un modelo de Calvin Klein -con los calzoncillos por fuera, eso sí, que para algo era un superheroe- y resucitar a bestias tan terribles como Gozilla. En la era del criosueño, la animación suspendida ya no es lo que era.
Pero sigue existiendo. La animación suspendida ni se crea ni se destruye, solamente se transforma.
Uno de los mejores guionistas que conozco ha tenido que dimitir porque directivos que no saben juntar dos letras se empeñan en incorporar sus sueños onanisticos de senos y nalgas a guiones donde no entran ni con calzador. Quizás en el intento de pasar del rincon de Onan a la acción con las propietarias de tales zonas erógenas. Justicia suspendida.
La Seguridad Social se niega a practicar pruebas de Alergia a los alérgicos porque existen los asmáticos y eso satura su presupuesto y el tiempo de los especialistas. Te condena a ir cargado de pastillitas durante tres meses al año porque no tiene presupuesto. Pero el Ministerio de Sanidad gasta millones en campañas publicitarias para que no comamos una hamburguesa de tres pisos -aunque podemos, por idéntico precio, comer dos de dos pisos que suman un piso más - y en intentar controlar a ese monstruo antisocial y digno de expatriación llamado fumador, en lugar de destinar fondos a contratar más alergólogos. Lógica suspendida.
Un medio de comunicación de masas realiza el panegírico de Alejandro Finisterre, el editor de León Felipe, apoyado en la casi caricaturesca anécdota de que fue el inventor del futbolín, desgranando todos los beneficios que este imprescindible instrumento de macarras de billar y jovenzuelos en edad hormonal de merecer, en lugar de la importancia del finado en la preservación de la literatura de postguerra en el exilio. Cultura suspendida.
Y para rematar la faena, el ínclito, el hombre entre los hombres, la marioneta parlante que carga con la pesada cruz de ser el rostro y la voz de la pesada cruz con la carga España, o sea el PP, vuelve a protagonizar otra parodia de si mismo que no llega, por falta de calidad, al grado de esperpento, pero que se esfuerza mucho en conseguirlo.
Le preguntan si el Partido Popular pedirá disculpas por su error con las armas de destrucción masiva en Irak; por llevar a nuestro país a una guerra injusta y desproporcionada; por atraer sobre nosotros las iras de unos locos furiosos que ocasionaron varios centenares de muertes y él, el inmarcesible Rajoy, contesta "yo estoy a cosas más importantes, coño". Inteligencia suspendida.
Y mientras todo esto ocurre, ni los compañeros del guionista, ni los pacientes de la Seguridad Social, ni los lectores de El Mundo, ni los votantes de Rajoy hacen nada y solamente porque creen que no pueden hacer nada.
Se convoca a miles de personas para enarbolar un paño de colores, pero los sindicatos no se mueven -de hecho, no hay siquiera sindicato de guionistas-, las asociaciones de usuarios de la Sanidad no protestan -como no hay muertes ni minusvalias ¿Para qué van a hacerlo? No pueden exigir indemnizaciones millonarias-, Los lectores de El Mundo no inundan su redacción de protestas electrónicas -eso lo harían si alguien cuestionara el derecho de cualquier medio a manipular la verdad amparándose en la Libertad de Expresión, pero nunca por minimizar el papel de un hombre que contribuyó a la grandeza de la "cultura roja"- Y por supuesto, los votantes del PP no exigen la marcha de Rajoy por considerar el "coño" mas importante que la guerra que surgió del error de su partido.
Y es que, claro, con la justicia, la lógica, la cultura y la inteligencia suspendidas, la sociedad, nuestra sociedad, se encuentra en su mayoría en un estadio de duermevela en el que todo es admisible, en el que nada genera reacción. Vemos pasar el tiempo histórico y personal de nuestras existencias esperando que algún calor externo derrita nuestros hielos y nos obligue a reaccionar. Mientras tanto, todo es frío. Animación suspendida.
En eso ha mutado el concepto que hizo posible revivir a heroes y pesadillas. Nos encontramos, en lo personal y en lo social, en un estado de frío sueño sin impulsos y por tanto sin reacciones que nos impide hacer nada y deja las manos libres a aquellos que en el fuego de su injusticia, su ilógica, su incultura o su ignorancia han conseguido subir algunos grados la temperatura de sus reacciones. Nos encontramos en Animación suspendida.
Hoy por hoy, de ahí proviene el concepto. Aunque creo que ni siquiera el genial Alf podría verle la gracia a eso.


martes, febrero 13, 2007

Arreón Cyberpunk (3)

Fernando había pagado el cuerpo también, seguramente. La chica era de su estilo. Grandes pechos en un cuerpo delgado que no podría haberlos soportado firmes sin injertos de biomasa y modificadores musculares. Caro pero no prohibitivo. Los negocios de trastienda de Fernando y los cíclicos periodos en los que el Ferdinan´s estaba de moda le habían permitido comprar y fabricarse a su guardaespaldas y su juguete. Probablemente, ni siquiera había pagado por ella. En cualquier burdel del Embudo podían encontrarse dos docenas de voluntarias y tres de voluntarios.
Se preguntó en que la convertiría Fernando cuando la usaba. En una heroína de comic. Las otras cuatro agallas eran entradas multifunción de fase para software sentiente y psicoproyectivo. Sólo diez minutos de demora entre carga y carga. Obsoletas. Las militares eran instantáneas. Las corporativas podían superponerse.
No era necesario tanto avance. Con diez minutos de espera, la heroína aparcacoches de Fernando podría ser todo lo que el cliente quisiera. Así consumían durante la espera.
- Toda tuya –concluyó Myrll la pugna comercial con Fernando para alivio de este. La rutina de su pigmalión era mas importante para el barman que un poco de crédito extra en su plástico de negocio-. En media hora, cuando los últimos comerciales errantes abandonaran su local y volvieran al Núcleo Corporativo para rendir cuentas, se perdería en la parte de atrás del local con su heroína hasta que comenzaran a llegar los primeros Metaurbanos de la tarde. Los Metas eran los principales clientes de Fernando y de su aparcacoches.
- ¿Trabajando? – el propietario del local recuperó el tono informal al pasarle el segundo cilindro de Birra Blue. Se tocó el pecho como diciendo “va por mi cuenta”. Un regalo por no insistir en usar a la chica.
- No. Espero, sólo eso. – Myrll aceptó el cilindro y el gesto con un cabeceo. Un errante pasó tras él y sacudió la mano para despedirse de Fernando. Este le devolvió el gesto sin mirarle, aprovechando el movimiento para consultar su Rolex de algoritmos. Hubo de interrumpir el gesto doble para agarrarse a la barra de madera y bronce falsos cuando está tembló.
Al temblor le siguió una sacudida brusca y un estrépito lejano que hizo que el metacrilato blindado en rosa del local se combara en un remedo de onda. Dos errantes perdieron sus notas de delgado bioplástico autoborrable desparramado por el suelo de baldosas de imitación de cerámica candente tachonadas de gres. Varios clientes se agarraron a las mesas. Uno maldijo en español. Todavía había españoles en el Limbo. Myrll apuró el trago y se caló de nuevo los cuellos de la cazadora.
Salio a la avenida cuando el edificio de la esquina se derrumbaba con estrépito. El polvo de sus ladrillos calentó el gélido aire que provenía de lo que había sido el Embudo y ahora era una masa de cascotes en suspensión y polvo alquímico de cemento rápido y cerámica de imitación.
Caminando hacia el Núcleo Corporativo se cruzó con los equipos de la Infored que acudían al lugar de la explosión
Por segunda vez desde las Guerras Árabes. Madrid había sido borrada. Un grito de dolor dejó constancia de ello.
Ahora si se encendió el mentolado.

Un amenazante en Matrix

"El delito de amenazas está sancionado con prisión de 1 a 5 años, si la producción del daño en que consiste la amenaza se condiciona (por ejemplo, exigiendo una cantidad de dinero para evitar el perjuicio), o de 2 a 6 años de prisión si no se impone ninguna condición".
Vale, reconozco que, tras las poética y la épica tespense, no es una forma muy literaria y atrayente de comenzar un post. Pero hay veces que el prágmatismo supera a la ficción.
Las penas que el código penal impone al delito de amenazas son esas. No otras más épicas y poéticas como algunos quisieran.
Todo esto viene a cuenta del nada estimado individuo José Ignacio De Juana Chaos y su condena. Su traída y llevada condena.
Los cerberos del orgullo patrio y la dignidad víctimista, que desfilan por las tierras y los éteres de este país, a golpe de bandera bicolor e indignación agresiva y permanente, se rasgan las vestiduras y se tiñen el pelo con las cenizas de su propia venganza ¿Y por qué lo hacen?
Pues porque De Juana ha sido condenado a tres años de prisión.
Su desesperación e incomprensión es casi dolorosa, puesto que tan, según ellos, pírrica condena no la dictado un juez de Bilbao o de Donosti -siempre posible sospechoso para ellos por su condición genética de vasco de connivencia oscura con el terrorismo que, claro, siempre es vasco- sino una sala del Tribunal Supremo.
Pero los que no vivimos por y para la venganza, los que no pensamos en el independentismo vasco, nos preguntamos cúal es el problema.
Recordamos vagamente la realidad como neos recien salidos del sueño de matrix creado por el Partido Popular en torno al terrorismo como único mal de nuestro país. Y creemos haber leido en alguna parte que De Juana está acusado de un sólo delito: el delito de amenazas.
"Comete un delito de amenazas la persona que anuncia o advierte a otra que le va a causar a él, a su familia o alguien vinculado con él, un daño que pueda ser constitutivo de los delitos de homicidio, lesiones, aborto, torturas, contra la libertad, la integridad moral, la libertad sexual, la intimidad, el honor, el patrimonio... etc. intimidando al amenazado y privándole de su propia tranquilidad y seguridad."

Y claro nos sorprendemos, sabiendo el delito y la condena prevista para tal de que la AVT, ese baluarte del ni un paso atrás en aras de la paz para que pueda bañarme en la sangre de mis enemigos, pedir, ni mas ni menos, que 96 años de cárcel y que el fiscal del proceso -iniciado bajo mandato del PP- solicitara 20 años de encarcelamiento y que La Audiencia Nacional le condenara a doce años.
¿Por qué se pudo hacer todo esto?
Los garantes del españolismo de bandera y selección de futbol triunfante ante la Pérfida Albión sacan pecho al explicarlo. Y lo sacan para tener superficie en la que colgarse la medalla por haberlo conseguido -supongo que la medalla será la Cruz Laureada de San Fernando- Para ellos la explicación es muy simple.
De Juana tenía que ir un siglo menos un lustro menos un año a la cárcel porque las amenazas que profirió eran amenazas terroristas ¿Es que las hay de otra categoría?
Supongo que el PP y su corte de pseudovíctimas eternas creen que eso es una diferencia cualitativa pero algunos, fuera ya de ese remedo de matriz virtual en la que ellos aún se desenvuelven, nos preguntamos
¿Se supone que si alguien amenaza con matarme a mi a mi pareja -en el hipotético caso de tenerla-, torturar y secuestrar a mis vástagos, esquilmar mi ya de por si exiguo patrimonio y herir a todo mi árbol genealógico en el cuerpo y la mente no puedo sentirme aterrorizado hasta que mencione la palabra ETA?
El castigo del tribunal supremo es justo o, como suelen decir en su lenguaje, ajustado a derecho. Es una pena intermedia para alguien que ha sido acusado por primera vez de un delito que está castigado. No hace hincapié en el falaz hecho de "la amenaza terrorista" proque, obviamente el concepto de provocar terror entra en la propia definición de toda amenaza y no considera un agravante -que debería ser multiplicante, ya que, segun la AVT, debería multiplicar por quince la condena- que el amenazante sea miembro o no del entorno Abertxale o incluso militante de ETA. Se le juzga por amenazar. Punto, set y partido.
Porque, aunque les moleste a alguno o a muchos, ser Abertxale o vasco o no defender la condición indivible de España no es un agravante en el delito de amenazas.
"Las penas se graduarán en función de las circunstancias que rodeen a la comisión del delito y así se agravarán si se realizan por teléfono o cualquier otro medio de comunicación, o cuando se dirijan contra una multitud de personas".
Esos son los agravantes y no ninguna otra cosa. Dicho lo cual, el PP y sus mesnadas, aún con las vestiduras rasgadas y el pelo ceniciento, afirman que acatarán la resolución judicial y la respetarán ¿Para que lo dicen? Eso es algo que debería darse por sentado ¿Han tenido que reflexionar si la acatarían o no? Eso si que es una auténtica amenaza. Si quieren una medalla por eso tampoco la tendrán. Es su obligación acatarla y respetarla.
Es como si cualquiera reclamara un aplauso por acudir cada mañana a su trabajo. No es una meritoria decisión acatar una resolución judicial. Es una obligación. No tiene mérito.
Pero, eso sí, los paladines de la defensa oracular de la gloria patria perdida exigen que De Juana esté el mayor tiempo posible en la cárcel. Alguien debería recordarles que, según la constitución que tanto dicen defender, la reinsercción es el objetivo de nuestro sistema penitenciario y los beneficios cárcelarios tampoco pueden pasarse por el tamiz de la militancia de los presos.
Por lo menos hasta que se inventen otra ley que convierta, como la de partidos, la justicia en un brazo de la España Unitaria con la que sueñan conectados a su matriz de tiempo congelado.

viernes, febrero 09, 2007

En recuerdo de Tespia


Cuatrocientos ochenta años antes de que la astronomía se hiciera carne en la polvorienta Galilea, tres mil guerreros miraban hacia atrás mientras se alejaban del paso que habían jurado defender. La defensa era posible. La victoria no.
Los medos habían encontrado otro paso mientras ellos dejaban su sangre y su esfuerzo entre las angosturas de las Termópilas. Tesalios, Arcadios, Corintos y Micenios habían sellado la acometida y habían abierto las puertas del Hades.
Los escitas de Xerjes se habían retirado tras su ataque. Sin flechas en sus aljabas, sin rostro, como habían llegado. Los guerreros de la Lócride se habían retirado con ellos. Pero el viaje de los griegos tenía un destino definitivo. Todos los locros habían respondido a la llamada de Leonidas. Todos los locros habían visitado el Hades cuando el sol se puso.
Los anusiyas habían escuchado los susurros de Efialtes y le habían seguido, atacando en la noche. Efialtes conocía un paso, otro paso, uno que no exigía el impuesto de sangre que Leónidas reclamaba en las Termópilas. Los inmortales persas entraron disparando en la penumbra y tapando la luna igual que ocultaban el sol con sus lluvias de flechas.

Corintios, Focenses y Martineos se habían acostado en la retaguardia y se habían despertado en compañía de los locros. Todos maldecían la pesadilla de Efialtes.
Para entonces, Caronte, el barquero, había suspendido el cobro por el paso de la Estigia. No había en toda la tierra helena óbolos suficientes para pagar tanta sangre griega. Los ciento veinte de Orócmeno fueron los primeros en no pagar por el tránsito. Llegaron a los Campos Elisios al amanecer del tercer día.
Y fue en el tercer día, cuando los persas, dispuestos a tapar el cielo con sus flechas y hacer temblar la tierra con sus acometidas, se alzaron sobre su frustración y su cansancio y vieron que mil griegos y dos reyes aún seguían en las Termópilas.
Tres mil se retiraban pero un millar permanecían en el paso.

No era el único paso. Eso lo sabia Xerjes, lo sabía el general Hidarnes e incluso lo sabía Leonidas. Pero si los vencidos no lo reconocían tampoco iban a hacerlo ellos. Así que cargaron de nuevo.

Planeaban enfrentarse a la furia de los trescientos pero les recibió la línea que formaba la desesperación de los setencientos.
Después de que Leónidas deseara a sus tropas un buen desayuno, después de que Hidarnes, harto de ver sangre persa sobre la playa, ordenara descargar todas las flechas medas y escitas sobre los cansados hoplos de los griegos, un rey sin otro nombre que el de su tierra cayó con sus setecientos guerreros ante la última acometida de los inmortales de Xerjes, los anusiyas. Y un rey con nombre, Leonidas, que sólo se preocupaba por su honor, cayó por las incontables flechas de los arqueros persas.
Dicen que mientras ambos morían, el espartano le dio las gracias por quedarse. Por aguantar hasta morir, por luchar aún cuando los tespios, hijos de Eros, no sabían hacerlo. EL rey moribundo le contestó y lo hizo con su último suspiro. “no nos hemos quedado, en realidad nunca nos fuimos. Nosotros os hemos dado una jornada. Tespia os dará al menos cuatro”.
Tespia puede verse desde las Termópilas. Las Termópilas son Tespia. El rey muerto y sus setecientos no tenían otro lugar a donde ir.
Luego murió Leonidas. Las flechas persas consiguieron lo que no habían logrado sus espadas. Y los hoplitas espartanos murieron protegiendo su cuerpo para que no cayera en manos enemigas. Mientras moría, sin soltar su escudo, como había prometido a su esposa, no comprendió la promesa del rey tespio.
Heródoto no estaba allí. No escuchó la promesa. Xerjes no estaba allí, tampoco pudo hacerlo. Pero Hidarnes si. El general medo se acercó a los dos reyes muertos a tiempo de escucharla y la comprendió.
Ladró ordenes, envió mensajeros, amenazó y ejecutó pero de nada sirvió. El odio de 25.000 guerreros no admite órdenes. Las frustración y la rabia que Leonidas y el rey sin nombre habían provocado en las Termópilas habían de aplacarse con un holocausto. Y eso fue Tespia.
Las tropas persas pasaron las Termópilas y atacaron Tespia. La arrasaron hasta los cimientos, la quemaron hasta que el crepitar del fuego acalló los gritos de las mujeres y las maldiciones de los ancianos. Nada, salvo la muerte, acalló los llantos de los niños.
Tan sólo los diez mil anusiyas, leales e inmortales, permanecieron alrededor de Hidarnes mientras la infantería y los escitas asolaban Tespia. Cuando recompuso su ejercito para avanzar sobre Beocia habían pasado cinco días. El rey había cumplido su promesa.
La lucha de Esparta había dado a la Hélade tres días. Pero el dolor de Tespia le había dado a Grecia cinco más. Sus barcos cerrarían de nuevo el Helesponto. Hidartes supo que no podrían vencer. No después de eso.
Xerjes no podía saberlo, Heródoto se negó a reconocerlo pero Hidartes lo hizo.
Desde entonces, en todas sus victorias y todas sus derrotas, los anusiyas, los inmortales del imperio inmortal, lanzaron un único grito de batalla en recuerdo de las Termópilas: “El dolor siempre retrasa más que la lucha” .
No era por los 300 de Esparta. Era por los 700 de Tespia.

jueves, febrero 08, 2007

Sigue el arreón cyberpunk (2)


Siguió andando hasta abandonar el meollo del Embudo, giró a la izquierda y percibió el cambio. Los edificios se agrandaban a lo ancho y sobre todo a lo alto.
Sin llegar a la fálica verticalidad del Núcleo Corporativo o a la inmensidad horizontal de las arcologías cerradas del Espacio Vital del Eje Castellano del Conglomerado, las masas de ladrillo, plástico, acero y polímeros alcanzaban unas dimensiones imposibles en las calles que acababa de abandonar, atiborradas de espacios individuales convertidos en familiares y grupales a fuerza de ladrillo de baja calidad, poliplásticos y arcos láser de corta densidad de los constructores ilegales.
Oficialmente, figuraba en los mapas como Nueva Cruz Metropolitana del Municipio Madrileño pero no era eso. Era otra cosa, era una zona de transición entre lo que quedaba de antes de las Guerras Árabes y lo que surgió después del colapso americano de final de siglo. Un espacio tirado a escuadra y cartabón por arquitectos municipales, pagados con fondos corporativos de las logias y los zaibatsu, que querían ocultar las inmensas cicatrices del Estallido, la Guerra de la Pena, como se la conocía en El Embudo.
Myrll se detuvo un instante ante un escaparate de metacrilato reflexivo azul que le devolvió su imagen. Un hombre de altura media y gordura madura incipiente pero aún en forma. Un rostro chato y musculoso. Unos ojos verdes como de implante multicromático pero naturales.
Se sonrío a si mismo y una mujer aceleró el paso cuando estaba a punto de detenerse al escaparte junto a él. Dejó de observarse y se dio cuenta que era una tienda de ropa interior femenina. La mujer había creído recibir una sonrisa indirecta a través del espejado azul blindado del escaparate.
Myrll la siguió con la vista y vio su trasero desaparecer tras una esquina. Ropa ajustada, simulando los viejos juegos espaciales de vidiotas, monos de materiales pseudo adhesivos que se convertían en piel al contacto con las feromonas femeninas. Efecto arrollador. Salvo por el vello púbico, idénticos a la desnudez. Un desperdicio, ya casi nadie se dejaba crecer el vello púbico. Pasarían de moda dentro de una semana, volverían a estar en el candelero dentro de dos meses. Un desperdicio de ropa y de cuerpo, dadas las circunstancias.
Consultó su reloj. Un modelo compacto híbrido militar de consola. Quince minutos. Suficiente para algo rápido con aquellas curvas relucientes. La serotirita comenzaba a pensar por él.
Casi sentía sus sinapsis conectarse al ciclo de placer sintetizado por la CrioCo. No le gustaba estar en ese estado de vinculación al placer mientras trabajaba. Otros lo hacían. El placer sexual les embargaba mientras mataban o mientras construían, incluso mientras grababan desde sus implantes. Pero Myrll no.
Su recurso a los impulsos naturales en una era de genética y biotecnología artificial era considerado, a veces, casi preocupante por los examinadores de la Infored que le analizaban periódicamente para renovar su permiso y su carta blanca de contrato. Pero se negaba a sentir placer operando para su empleador, aunque este pudiera proporcionárselo o hacer la vista gorda si lo conseguía por su cuenta.
Todavía no había llegado a eso. No quería ser como los operativos del ECO, el Ejercito del Conglomerado Occidental; los ninjas corporativos o los asassini clericales, vinculados al hecho del placer para sus acciones y sus conciencias. El se vinculaba a la necesidad. Para eso tenía su contrato.
Los pensamientos de la mente de Myrll desaparecieron de su cerebro como restos de programación borrados por un software depurador automático, cuando la joven aparcacoches del Ferdinan´s le abrió la puerta. Siguió la longitud de sus delgadas piernas hasta su exigua falda de cuero mimético y se instaló un instante en sus caderas profundas y rítmicas, antes de saltar hasta su escote firme y real, aunque tan artificial como el de las simulaciones del Embudo.
Aunque la serotirita no estuviera desplazando sus pensamientos a su entrepierna, las feromonas con las que estaba rociada la aparcacoches hubieran conseguido el mismo efecto. La chica recibiría probablemente un sobresueldo ridículo por perfumarse así. El sexo siempre sería un reclamo.
Por eso no se pegaba hormoparches cuando trabajaba. Placer y sexo eran para Myrll prácticamente sinónimos. Comida era necesidad, azul en su cerebro; bebida eran negocios, rojo sobre blanco. Muerte era necesidad, negro sobre negro brillante. Pero el sexo era placer, arco iris cromático sobre gris plata luminoso.
Pero ahora no trabajaba. Sólo esperaba.
Fernando le había colocado la Birra Blue sobre la barra antes incluso de que sus ojos se apartarán del escote de la aparcacoches.
- Impresionante perfume- saludó Myrll al barman, sacudiendo la cabeza en dirección a la chica, que seguía insinuante con la sonrisa puesta junto a la puerta
- Trabaja por las noches –comentó el barman desde su barba mal cortada y su sonrisa de dientes de acetileno endurecido- Ahora puede buscarte un hueco, pero será rápido. Por las tardes es mía – y la sonrisa barbuda se ensanchó-.
Myrll dio un largo sorbo de su Birra Blue sin apartar la mirada de Fernando, como si sopesara la posibilidad de un servicio rápido de la aparcacoches. El barman se agitó algo molesto y pasó la bayeta de tela antiestática por entre los codos de su cliente, apoyados en la barra de falsa madera veteada como una vieja mina de cobre de los vids del mercado negro.
Myrll sonrió ante la impaciencia del hombre. Su corcex era una banda de caucho negro alrededor de la base de su cráneo. Lo rascaba a golpes intermitentes de sus dedos, tan redondeados como su cara.
- Decídete –espetó a Myrll con un deje del Embudo que pretendía ser casual y desinteresado – Si la usas ahora será más caro.
- ¿Celos, Fernando? –Myrll arrastró su respuesta junto con su sonrisa hasta volver a hundir ambas en el cilindro de su bebida
- Al carajo, Myrll – y su implante de voz se acopló en graves. Era un falló común en las voces de implantes no corporativos. Los graves salían falsos y reverberantes – Si te lo hace ahora, pierdo Seguridad. Hay que pagarlo.
La serotirita comenzaba a perderse en su cerebro y recuperaba el pensamiento del fondo de sus gónadas. Analizó la oferta de Fernando. Seguridad, placer y dinero en una sola. Algo típico del Limbo. La Nueva Cruz Metropolitana era el Limbo, así la llamaban. Donde estaban los que no habían dejado de ser y los que todavía no habían llegado a ser. El Limbo.
La chica tenia la palidez enfermiza del Embudo. Bella y enfermiza. Había vendido todo por abandonar la amalgama de edificios, hedores y horizontes bajos y vacíos, pero la palidez de la alimentación irregular de sintéticos y complejos de hormonas la había seguido hasta el Limbo.
Contempló sus ranuras de corcex alineadas como falsas branquias de tiburón a lo largo de su nuca. El pañuelo con el arcaico logo en cobre y madera del Ferdinan´s apenas las cubría. Una estaba ocupada.
Desde lejos, Myrll atisbó el núcleo biosoft azul oscuro translucido en el corcex de baja resolución. Poca velocidad de carga. Una hora perdida para cambiar de esquema. Soft pirata de seguridad extraído para el comercio bajo por algún programador sin escrúpulos, loco o sin el suficiente miedo a los operativos de su compañía.
Software ninja a medio terminar, probablemente, pero que permitía reducir, matar e incluso resucitar a cualquier matón que pudiera alterar el placido negocio del propietario del local y de la chica. Ni una sola posibilidad de que fuera de origen militar. Ni los bionarcos de las mansiones cercanas al Núcleo Corporativo podían permitirse eso. Quizás ni en el Espacio Vital podían preemitírselo. Quien sabía lo que se usaba en el Edén.

Benedicto y el sexo

Como diría aquel. Por fin llegó la cosecha.
El otrora inquisidor y ora Vicario de la Ciudad Eterna, o sea Ratziger, ya se ha puesto en contacto con su dios -mucho nos extrañaba que tanto tardara- le ha escuchado, le ha traducido y ha abierto la boca para hablar en su nombre. El resultado se ha titulado Deus caritas est, que no significa otra cosa que Dios es amor. El comentario primero que se antoja, leído apenas el primer párrafo, es otra cita cinematográfica en forma de título de nefasta producción patria: "¿Por qué le llaman amor cuando quieran decir sexo?"
Y lo quieren decir, no me lo invento. La encíclica habla del eros y el eros es el sexo. Los griegos solo entienden lo erótico como relacionado con los impulsos y contactos carnales entre dos personas. Leasé dos personas. No un hombre y una mujer. Que, para los chicos de la Hélade, hombre y hombre también los hizo y mujer y mujer también las creo -el demiurgo, digo-.
Pues, en fin, que según el inquisidor Ratizguer hay que afrontar el sexo de otra manera.

Y no se refiere a aquello del sexo procreativo, vieja teoría por la que cada arreón hormonal tiene que generar un vástago o al menos intentarlo. Por supuesto, tampoco se refiere al concepto epicureo y placentero del sexo -nunca nos habiamos hecho ilusiones a este respecto-.
El Torquemada austriaco se arremolina, se arrebata, se disfraza de Teresa de Jesús en pleno extasis y se descuelga diciendo que el sexo tiene que llevarnos a dios. Así por las buenas.
Hombre, yo diría que al cielo ya nos ha llevado a algunos y algunas -el buen sexo, por lo menos-, ¡Pero tanto como a dios! Sinceramente, mas allá de los egregios místicos iberícos, no sé yo que lívido será capaz de soportar la imagen de un señor barbudo, viejo y con mala leche en el momento máximo de la búsqueda de placer.
Va a resultar que al final el amigo Sigmud será digno de canonización por su teoría del psicoanalisis. San Freud afirma, hermanos, que todo tiene que ver con el sexo ¡hasta dios!
Pero lo que llama la atención -como siempre- es la fijación eclesial, papal y teológica con la zona subecuatorial de la anatomía humana. En cuanto alguien se viste de blanco en El Vaticano le da por pensar, hablar y elucubrar en materia de lujuria.
Tal obsesion no puede provenir, ciertamente, de dios, ente este que, en el caso de creer a las malas lenguas, debe estar bastante despegado de impulso carnal alguno ya que, cuando tuvo que proceder al único acto sexual que se le atribuye, envió a un bienparecido arcangel en su lugar.
Tampoco podría defenderse que viene de la experimentación. Se supone que tan altas postestades eclesiales llevan decádas sin arrobarse un disfrute semejante.
Lo que, según la nueva teoría papal, siginificaria, además de forma literal, que los prelados y ministros se pasan la vida sin ver a dios. Una paradoja teológica digna de estudio.
Así que parece que la única explicación plausible a tal intensidad de pensamiento sobre el acto en si es la carestía. El hambriento sueña con comida.

En cualquier caso, el nuevo rocambole teológico nos lleva a interesantes conclusiones.
Primero fue Tomás, el de Aquino, el que giró hacia lo imposible para decir que se podia llegar a dios por la razón. Y ahora el bendito Benedicto descubre a su rebaño que el sexo sirve para llegar a dios. Y eso porque dios es amor.
Benedicto critica que, en la sociedad actual, se entiende el sexo como una mercancia. Teoricamente se puede estar de acuerdo, pero contemplando el rostro y la planta del taimado vicario es lógico pensar que para él eso sea un absoluto incuestionable.
Los hay que no pueden entender el sexo sin pagar. Cuestión de experiencia.
En resumen, que todos sabemos que puede haber sexo sin amor pero es imposible mantener amor sin sexo. Quizás por eso, Benedicto diga que dios es amor cuando en realidad quiere decir sexo.
Y continua su encíclica metiéndose con Nietzche y con Marx, pero eso es un clásico. Si ya lo dijo JP2 -ese papa con siglas oscilantes entre una consola de videjuegos y una logia masónica-: "Con Descartes empezamos a estropear las cosas".
Yo hoy estaba dispuesto a hablar de fútbol -lo juro- pero ¿a quien le importa el fútbol cuando hay sexo de por medio?

martes, febrero 06, 2007

Resurrección cyberpunk

Entre los últimos edificios en pie de la zona de negocios del Embudo, el aire fluctuaba frío como un catafalco de Sensei Okaido.

Myrll se ajustó los cuellos de pelo sintético de camello de su cazadora. Era una prenda sacada de los almacenes de tácticas por alguno de los traficantes de productos de lujo. Múltiples bolsillos, múltiples cartucheras. Más cartucheras que bolsillos. La piel marrón olía a auténtica gracias a los injertos olfativos con los que había sido tratada en las fábricas de la mancomunidad manchega, que sólo trabajaba para el ejército del Conglomerado Occidental. Olía a auténtica pero no lo era. Muchos novillos habían sudado y muerto en los laboratorios de los investigadores nivel siete de Sofía y Vladivostok para sintetizar el aroma.
- Odio el hielo –
La voz se desintegró con la última parte de la frase como la imagen de un presentador de la Infored al acabar un boletín. Myrll se volvió hacia el eco del hombre hablando en un común con un acento sureño, indeterminado. Podría ser italiano o portugués. Incluso español.
Era un comentario propio de cualquiera, de algún miembro del zoológico humano que poblaba el Eje madrileño. Podría referirse a hielo que trasportaba el aire o a los sucios cubos que se servían en los tenderetes del Embudo Municipal, abiertos veinticuatro horas y atendidos por maquinas de telemando robotizadas u hologramas de chicas con rostro japonés y pechos de Los Ángeles. Podría referirse a cualquier hielo. Incluso al hielo de Myrll.
- Hubiera sido más fácil cargar un Windows de preguerra en ese cacharro que intentar reconstruirlo para albergar soft genético de tercera ola – concluyó la voz recostada sobre la barra de piedra y plástico ceroso de color amarillo del tenderete – Total, el viejo no sabe por donde le da el aire cuando le sacan de su corcex.
El interlocutor asintió mientras vaciaba su cilindro de Gascola rosada de una sola inspiración y sin apartar la vista del pecoso escote que nunca se sometería a las leyes de la gravedad de la japonesa simulada, que ya le servía otra.
Jerga de operarios. Era ese hielo. El reconocimiento de la referencia tranquilizó a Myrll y le hizo hundir un poco más los hombros antes de continuar andando. El frío aire no había dejado de cortarle la cara. Escondió su boca de labios delgados bajo el cuello de la cazadora táctica y tan sólo dejó sus ojos, verdes y esquivos, a la vista de los que cabalgaban o corrían por las atestadas calles del Embudo.
Buscó un mentolado en uno de los bolsillos de rodilla de sus pantalones. El polímero sintiente con el que estaban fabricados reaccionó a la baja temperatura de su delgada mano y Myrll sintió el templado roce de la tela intentar calentar sus gélidos dedos. Se lo pensó mejor y cogió una serotirita, le retiró la protección de seguridad que advertía sobre lo adictivo del consumo de sustancias biológicas sintéticas y la aplicó a su ancha nariz. La pequeña banda se hizo transparente al contacto con la piel. Intimidad para la adicción. Quince segundos después habría desaparecido absorbida por la piel mientras el neurotransmisor sintetizado por la CrioCo. comenzaba su viaje hacia el cerebro de Myrll.

Me ha dado por recuperar mi instinto cyberpunk. Si logro acabarlo sereis los primeros en saberlo.

lunes, febrero 05, 2007

Sin Palabras

Las Siete Pequeñas Indiferencias


1.- Indiferentes al paso democrático del tiempo.

2.- Idiferentes a caminar sin la guía de un líder infalible.

3.- Indiferentes al uso masivo de la inteligencia.

4.- Indiferentes a que la paz se encuentra más allá de la victoria.

5.- Indiferentes a la opinión de los demás aunque sean mayoría.

6.- Indiferentes a cualquier concepto más complicado que un paño de brillantes colores.

7.- Indiferentes a su condición de metonimia del país en el que habitan (metonimia: tomar una parte por el todo).


Solo recuerdan una cosa:

!SIEG HEIL, desfila estupidez intransigente, SIEG HEIL!

viernes, febrero 02, 2007

Pandora y Los Buhoneros Éticos

Dice el maestro Joan Manuel, ese de la voz que tiembla en lugar de elevarse, que existe un tipo de proxeneta rara vez identificado y nunca perseguido.
Mercaderes de carne que no se estudian en los libros, que no figuran en los códigos penales, que no visten cueros pero si oros, que no venden sexo pero si pecado, que no comercian con cuerpos pero si con almas.
Son, según el poeta catalán, los macarras de la moral.
Y este tipo vagamente humano, unido a un ademán de conversación telefónica reciente y querida -ademán por las prisas y querida por el interlocutor- me ha llevado a una reflexión -ejercicio este de flexionarse dos veces arduo para alguien que, como yo, considera un paseo largo un deporte de riesgo-.
Estos mercaderes de la moral, como todo buhonero ambulante, pretenden entrar con el hombre y la mujer en una suerte de trueque, de cambalache acelerado, en el que ellos se llevan lo preciado, lo realmente valioso, y dejan a la otra parte sus cuentas multicolores y los ungüentos milagrosos que su alquimia ética ha creado para intercambiar por almas y vidas.
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Estos proxenetas de báculo y escapulario nos han dejado tres cosas, tres remedios milagrosos que solucionan todo mal, pretérito o futuro, y que nos mantienen en contacto continuo y perpetuo con ese arcano innombrable e innominado que algunos creen superior.
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Nos han dado La Fe.
Es este un glorioso crisol de sinrazones que nos permite ocultarnos de lo que sabemos para embelesarnos en lo que desconocemos, no porque nuestras capacidades no nos permitan conocerlo, sino simplemente porque no existe. Pero podemos creer en lo que no existe porque tenemos fe. La fantasía está prohibida, la inventiva se coloca en tela de juicio. Pero la fe... la fe es una ristra de perlas falsas que hicieron brillar ante nuestros ojos para regalárnosla a cambio de algo igualmente valioso.
Y nuestros antepasados cayeron en la trampa del trueque desigual y, como hicieran los indios americanos con los holandeses con Manhattan, les dieron algo realmente irremplazable a cambio de ese resplandeciente tesoro melifluo. Nuestros ancestros les otorgaron nuestra Gran Manzana a cambio de su baratija: La Razón. Los indios fueron más listos. Al menos ellos recibieron whisky.
Así que, en virtud de ese comercio de cambalache, los hombres ya no podían pensar, sólo creer.
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Y también nos dieron La Caridad. Y este producto milagroso lucía mucho más incluso que la fe. Ungüento embellecedor de almas que permitía a los que no eran sentirse como si lo fueran, a los que no hacían consolarse como si lo hicieran. Nos mostraron la mejor crema embellecedora del mundo antes de que el colágeno y el botox fueran siquiera el delirio de un loco. Mucho antes de que el Instituto Pons y demás corporaciones hicieran de la belleza de nuestros cuerpos un negocio, ellos, los buhoneros de guantes de tafetán rojo, oropeles e inciensos, nos descubrieron el negocio de embellecer las almas.
Pero, como todo negociador avezado, como todo parlanchín, como cualquier buhonero de carromato, exigieron algo a cambio. Algo pequeño, unas monedas que, rascadas del bolsillo de nobles y villanos, contribuyeran a su alimento y supervivencia. Y aquellos que, extasiados al verse falsamente bellos por dentro en el espejo de su propia ignorancia histórica -algo de lo que no eran culpables-, hurgaron en sus bolsas y talarís y encontraron algo inútil que dar a cambio y encontraron: La Justicia.
Ya no hacía falta bregar con la injusticia, luchar contra ella y contra los que la practicaban. Un par de gestos caritativos eran suficiente para que nuestra belleza interior volviera a brillar a la salida del templo. Intercambiaron algo que era una armadura de justicia para defenderse durante toda la existencia por un suntuoso abrigo de caridades que tan sólo vestían un par de veces por año.
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Y por último, para completar el triduo de su oferta, nos mostraron La Esperanza..
Ese arte de esperar lo imposible que sólo es imposible porque nos paramos a esperarlo en lugar de contribuir a conseguirlo. Ese relumbrante acertijo cautivó a señores y siervos. A los primeros porque para ellos no existía nada que no tuvieran y por tanto la esperanza era algo que podían alquilar a sus aparceros para que siguieran conformándose con serlo. A los segundos porque, agotados del trabajo y el esfuerzo, les exoneraba de las responsabilidad de usar sus azadones para trillar vísceras aristocráticas y sus guadañas para segar cuellos reales en el intento de lograr lo que deseaban. Tenían demasiado trabajo. Era más cómodo esperar que las cosas cambiaran que hacerlas cambiar.
Una vez más los prelados del cambalache ético exigieron un pago por su descubrimiento y su regalo, pero nuestros ancestros pocas cosas tenían que no les hubieran dado ya a cambio de las otras pociones milagrosas y cristales pulidos que les habían vendido. Sin razón y sin justicia poco quedaba que te intercambiar. Así que, los santos buhoneros, los prestirigitadores de la extremaunción y los arlequines del misterio divino les permitieron amablemente firmar un pagaré. Nuestros antepasados les cambiaron su hermosa esperanza por nuestra futura revolución.
Y así la humanidad debía esperar que alguien que no existe lo cambie todo en lugar de privar de la existencia a aquellos que impiden que las cosas cambien.
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Los macarras de la moral han vivido de este intercambio desequilibrado desde entonces y lo exhiben con orgullo.
Tal vez alguien recuerde alguna vez que cuando la bella Pandora abrió la caja de los males del mundo, la esperanza estaba en el fondo, como un mal más. Tal vez alguien descubra que se quedó en el fondo no porque Pandora cerrara la caja sino porque era absolutamente inútil. Incluso como mal.
Los demonios no tenemos esperanza. Tenemos ilusión, tenemos sueños, tenemos expectativas. pero no tenemos esperanza. Si algo es tan importante como para recurrir a la esperanza es mejor montar una revolución. El Gran Maestre de la Cofradía De Buhoneros de Baratijas Éticas -ese viejecito de las barbas- nos castigó por eso.

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