Hay situaciones que explican el concepto que tenemos del as cosas. Formas de comportarse que demuestran lo que somos mucho más que nuestras palabras, nuestras ideologías confesas y nuestras reiteraciones retoricas. Acciones que nos delatan.
Hoy, Lucia Fiar, uno de los tentáculos que el Partido Popular ha puesto en el gobierno de la Educación, concretamente en Madrid, tiene que enfrentarse a una de esas acciones delatoras y no porque ella lo desee sino porque los tribunales la obligan a mirarse al espejo.
La consejera de Educación de la Comunidad de Madrid despidió hace seis años a ocho directoras de centros de enseñanza y ahora el Tribunal Superior de Justicia de Madrid le dice que no podía hacerlo, que tiene que readmitirlas.
Y algunos dirán que esto entra dentro de lo normal, que no delata ni define a nadie. Pero se equivocarán.
Define a Lucía Figar como miembro de ese círculo de poder político que se aferra a la creencia de que en algún momento entre la Revolución Francesa y anteayer se ha restaurado el concepto de gobierno por derecho divino.
La delata como totalitaria porque decidió sustituir a las directoras y ni siquiera siguió o intentó seguir los cauces legales. Quien se encuentra gobernando bajo el imperio de la ley y decide ignorarlo solo puede ser bautizado con ese nombre.
La define como dictatorial porque, como sabía que no era su competencia, ni disponía de las atribuciones legales, se las inventó. Pese a que el nombramiento de Directores de Centros de Educación Infantil tenía, allá por 20008, una reglamentación. Ella se inventó otra, una que ponía esos nombramientos y las destituciones en su mano. Y eso es, por definición, lo que hace un dictador: concederse a sí mismo un poder que no le corresponde, arrancándolo de aquellos a quien pertenece.
Pero Lucía Figar se define en otras muchas cuestiones gracias a este arrebato totalitario y dictatorial.
Su acción y su anulación por parte de la Justicia dibuja sobre el rostro de la consejera los trazos de la más pura y simple cobardía,
No dio la cara en ningún momento. No hubo comunicaciones, no hubo mensajes oficiales. No asumió su decisión. Se limitó a buscar el momento en el que todo el mundo estaba mirando a otro lado, en el que la comunidad educativa estaba más relajada, para asestar su puñalada entre los omóplatos de las ocho directoras y de sus centros.
Cuando acabó un curso ocho mujeres eran directoras de Escuelas de Educación Infantil y cuando fueron a abrir sus centros al curso siguiente, tras las vacaciones, se encontraron que había alguien ocupando su puesto. A Traición, por la espalda, con alevosía. Solo faltó la nocturnidad y por poco.
Comparados con Figar, Bruto y Casio, los más famosos apuñaladores de la historia, parecen hasta gente honorable. Ellos al menos clavaron la daga de frente.
Y el retrato que de la consejera de Educación madrileña hace esta acción pasa también por el más puro y duro nepotismo.
Envió a personas de su cuerda, sin nombramiento oficial, sin concurso de méritos, elegidas a dedo y avisadas con antelación de varios meses -esos sí- a sustituir a las directoras. Iban con instrucciones claras de lo que tenían que hacer pero sin ninguna legitimidad legal para ocupar unos puestos que ella había decidido concederles graciosamente, como un monarca absoluto de antaño.
Inventarse una ley que favorece tus intereses y utilizar a tus amigos, adláteres o acólitos para llevarla a efecto es la quintaesencia del nepotismo más burdo.
Inventarse una ley que favorece tus intereses y utilizar a tus amigos, adláteres o acólitos para llevarla a efecto es la quintaesencia del nepotismo más burdo.
Y finalmente, la última pincelada que dibuja a Lucía Figar, el último acto que la delata y la define solo tiene un nombre, solo puede tener un nombre.
Porque no había razones objetivas para las destituciones, no había expedientes informativos ni sancionadores, simplemente se trataba de controlar ideológicamente los centros y al profesorado de los mismos. Se trataba de sustituir a directivos docentes por comisarios políticos, a enseñantes por adoctrinantes, a maestros por secuaces fieles.
Como se hiciera otrora "depurando" a maestros de los Salesianos y La Institución Libre de Enseñanza en el campo de Fútbol del Moscardó FC, transformado en "centro de reeducación"; delatando y persiguiendo hasta la muerte o el olvido a maestras por su condición de republicanas o dando el "paseillo" a un maestro cojo, de nombre Claudio, que había cometido el imperdonable error de ser camarada de un poeta homosexual y rojo.
Cuando la ideología se antepone a todo lo demás, cuando se pretende imponer y eliminar a aquellos que piensan de manera diferente, cuando no se tolera la disensión y se recurre al totalitarismo nepotista para sofocarla solamente tienes un nombre.
Cuando algo actúa y se mueve así, se llama fascismo.
Así que hoy, Lucía Figar se enfrenta a la obligación de mirarse en el espejo que la ha impuesto la judicatura y a la abandonar a la fuerza ese club del que era socia destacada desde 2008: El Club del "Porque yo lo valgo".
La justicia madrileña le ha dicho que el "porque yo lo valgo" no se estila, que el hacer las cosas por tus gónadas externas o internas no puede generar leyes ad hoc, ni destituir directoras, ni colocar adláteres, ni depurar ideologías. Que aquí lo que lo vale es la ley y la justicia.
Aunque Loreal y Figar mantengan lo contrario.
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