Tenemos eso que se llama Marca España. Alguien lo ideó, alguien lo puso a la venta y nosotros lo compramos ávidos de orgullo patrio y reivindicación internacional. Así que lo tenemos.
Puede que no lo sepamos porque para muchos de nosotros la Marca España era eso de ganar títulos internacionales en todos los deportes, eso de que nuestros baloncestistas y futbolistas tenían pinta de buenos chicos, un puñado de señores que construían cosas aquí y allá y poco más.
Pero una de las cosas de las que la Marca España se enorgullecía era de estar a la cabeza de un elemento sanitario. De uno de esos que salvan vidas cada vez que se practican. De uno de esos que exigen la solidaridad de unos, la responsabilidad de otros y la coordinación de todos: de los trasplantes.
Pues ese orgullo patrio, ese elemento que sí nos hacia poder levantar la cabeza con orgullo nos lo están quitando.
Una mujer recibe un trasplante. Lo recibe porque, a pesar de ser armenia, a pesar de ser residente ilegal, los que están orgullosos de sus sanidad, los que trabajan en ella y los que no miran los papeles de nadie antes de ponerse a salvarle la vida se lo realizan entrando por el resquicio que la nueva legislación de atención sanitaria, que priva de la misma a los residentes sin papeles, les deja para hacerlo.
Todo trasplante se considera una intervención de urgencia. Y las personas que residen sin papeles en España pueden ser atendidos de urgencias. Como pueden serlo las mujeres que dan a luz o los menores.
Quedaría feo para la Marca España que se acumularan los muertos de otros países en las puertas de nuestros hospitales; como quedaría horrible que mujeres subsaharianas, latinoamericanas o armenias parieran en la puerta de nuestras maternidades, o que se nos murieran niños senegaleses o peruanos de pulmonía en las entradas de los centros de salud.
No habría instantánea de capitán de equipo nacional alguno alzando una copa que pudiera contrarrestar eso ante los ojos del mundo.
Hasta ahí todavía aguantamos el tipo, todavía mantenemos aquello de la Marca España. Todavía hacemos lo que debemos hacer. La locura, la estupidez y la sinrazón comienzan justo después.
A partir de ese momento empezamos a perder, mejor dicho, a tirar el trasplante a la papelera, nuestra sanidad universal a la basura y nuestra excelencia sanitaria internacional en la materia a donde se fue el Padre Padilla -con perdón-.
Porque el legislador -en este caso la legisladora, o sea Ana Mato-, ha decidido que los inmigrantes estén fuera de la atención sanitaria normalizada.
Y la prescripción de medicinas contra el rechazo es atención sanitaria normalizada, y los análisis de seguimiento son atención sanitaria normalizada, y las revisiones periódicas son atención sanitaria normalizada.
Y sin todo eso un trasplante es un brindis al sol, es vida para hoy y muerte para mañana.
Pero como todo es cuestión de dinero esta mujer armenia -Anush Karapetyan, se llama- ha recibido todas estas prestaciones. Las ha recibido porque se las han facturado a su hijo y su hijo las ha pagado. 500 euros por la medicación cada vez que se acababa, 275 euros por cada conjunto de analíticas, otro tanto por cada revisión.
Ana Mato y sus adlateres recaudan en un ejercicio de hipocresía que raya lo farisaico. Eres ilegal pero te dejo ser ilegal en mi país mientras pagues. Te hago una operación de urgencia por cuestión de imagen pública pero luego te obligo a pagar para que esa intervención -una de las más caras de cualquier sistema sanitario- sirva realmente para algo. Y como soy tan hipócrita que debería dolerme la cara cuando me mirara al espejo, le facturo directamente los gastos a tu hijo, que si es legal, que sí tiene permiso de residencia y que con un esfuerzo infinito, por encima de sus posibilidades y solamente porque no quiere ver morir a su madre en su casa y sin atención sanitaria, se ve obligado a pagar.
Pero ¿qué pasa si el hijo de Anush se queda en paro?, ¿qué pasa si comete un hurto porque no tiene de donde sacar el dinero para pagar la medicación contra el rechazo?
Pues que la cosa cosa cambia radicalmente.
Según la idea que Ana Mato, su ministerio y sus acólitos políticos e ideológicos tienen de la sanidad, Anush no recibirá la medicación, no tendrá derecho a las revisiones, no podrá acceder a los análisis. Y dependerá de la suerte.
Y si la tiene mala. Anush perderá el riñón y la vida, su hijo a su madre, nosotros el derecho a mirar a la cara a ninguno de ellos y la Marca España se convertirá en un chiste malo.
Mato y su exclusión de la atención sanitaria normalizada no solamente desprecia la vida de una mujer armenia, desprecia el trabajo de los profesionales que han realizado el trasplante, desprecia la solidaridad del donante, desprecia el esfuerzo de los asistentes, técnicos, pilotos, operadores telefónicos y todos los que han participado en la perfecta sincronización que ha permitido ese trasplante.
Ana Mato desprecia a su país porque le coloca al nivel de países en los cuales el que no tiene dinero muere y el que lo tiene puede pagar a un sicario para que le asegure un riñón, un hígado o un corazón en perfecto estado para poder seguir viviendo gracias a operaciones hechas en clínicas privadas que no preguntan como se ha obtenido el órgano en cuestión.
Si ella no obtiene dinero para cuadrar sus cuentas, para realizar sus privatizaciones o simplemente para tenerlo en caja y poder tirar de él cuando alguien le exija que reponga lo que obtuvo de forma más que oscura en los sobrecogedores pasillos de Génova, 13, no le importa nada. No le importa que el sistema pierda el gasto realizado en la intervención. No es una cuestión de ideología ni de concepto sanitario. Es solamente una cuestión de desprecio, desconocimiento y gónadas -en este caso internas-.
Puede que se emocione cada vez que ve el gol de Inhiesta o que se le llenen los ojos de lágrimas cada vez que observa ondear la rojigualda a todo trapo en la madrileña Plaza de Colón el día de la Hispanidad, pero Ana Mato y su exclusión de los inmigrantes irregulares de la atención sanitaria normalizada están cada día defecándose en la Marca España, la auténtica, la que nos tendría que enorgullecer, y orinando sobre el nombre de su país.
Y Si todavía hay alguien que sale con eso de que eso lo pagamos los españoles y tiene que ser solo para los españoles que cambie su bandera y que vaya a hacerla ondear en los Estados Unidos de la Doctrina Monroe o en la Alemania de 1931.
Y antes de hacerlo que se haga una pregunta ¿de quien era el riñón que se trasplantó a Anush? ¿No lo sabe? Pues eso.
¡Cuidado! No vaya a ser de un senegalés sin papeles o de un pakistaní ilegal y tengamos un problema para justificar ese injustificable españolismo egoísta.
Si no se pregunta al donante su situación legal no tenemos derecho a preguntárselo a quien recibe la donación. Por lógica sanitaria, por principios éticos e incluso por puro y rancio honor patrio.
Ana Mato y sus adlateres recaudan en un ejercicio de hipocresía que raya lo farisaico. Eres ilegal pero te dejo ser ilegal en mi país mientras pagues. Te hago una operación de urgencia por cuestión de imagen pública pero luego te obligo a pagar para que esa intervención -una de las más caras de cualquier sistema sanitario- sirva realmente para algo. Y como soy tan hipócrita que debería dolerme la cara cuando me mirara al espejo, le facturo directamente los gastos a tu hijo, que si es legal, que sí tiene permiso de residencia y que con un esfuerzo infinito, por encima de sus posibilidades y solamente porque no quiere ver morir a su madre en su casa y sin atención sanitaria, se ve obligado a pagar.
Pero ¿qué pasa si el hijo de Anush se queda en paro?, ¿qué pasa si comete un hurto porque no tiene de donde sacar el dinero para pagar la medicación contra el rechazo?
Pues que la cosa cosa cambia radicalmente.
Según la idea que Ana Mato, su ministerio y sus acólitos políticos e ideológicos tienen de la sanidad, Anush no recibirá la medicación, no tendrá derecho a las revisiones, no podrá acceder a los análisis. Y dependerá de la suerte.
Y si la tiene mala. Anush perderá el riñón y la vida, su hijo a su madre, nosotros el derecho a mirar a la cara a ninguno de ellos y la Marca España se convertirá en un chiste malo.
Mato y su exclusión de la atención sanitaria normalizada no solamente desprecia la vida de una mujer armenia, desprecia el trabajo de los profesionales que han realizado el trasplante, desprecia la solidaridad del donante, desprecia el esfuerzo de los asistentes, técnicos, pilotos, operadores telefónicos y todos los que han participado en la perfecta sincronización que ha permitido ese trasplante.
Ana Mato desprecia a su país porque le coloca al nivel de países en los cuales el que no tiene dinero muere y el que lo tiene puede pagar a un sicario para que le asegure un riñón, un hígado o un corazón en perfecto estado para poder seguir viviendo gracias a operaciones hechas en clínicas privadas que no preguntan como se ha obtenido el órgano en cuestión.
Si ella no obtiene dinero para cuadrar sus cuentas, para realizar sus privatizaciones o simplemente para tenerlo en caja y poder tirar de él cuando alguien le exija que reponga lo que obtuvo de forma más que oscura en los sobrecogedores pasillos de Génova, 13, no le importa nada. No le importa que el sistema pierda el gasto realizado en la intervención. No es una cuestión de ideología ni de concepto sanitario. Es solamente una cuestión de desprecio, desconocimiento y gónadas -en este caso internas-.
Puede que se emocione cada vez que ve el gol de Inhiesta o que se le llenen los ojos de lágrimas cada vez que observa ondear la rojigualda a todo trapo en la madrileña Plaza de Colón el día de la Hispanidad, pero Ana Mato y su exclusión de los inmigrantes irregulares de la atención sanitaria normalizada están cada día defecándose en la Marca España, la auténtica, la que nos tendría que enorgullecer, y orinando sobre el nombre de su país.
Y Si todavía hay alguien que sale con eso de que eso lo pagamos los españoles y tiene que ser solo para los españoles que cambie su bandera y que vaya a hacerla ondear en los Estados Unidos de la Doctrina Monroe o en la Alemania de 1931.
Y antes de hacerlo que se haga una pregunta ¿de quien era el riñón que se trasplantó a Anush? ¿No lo sabe? Pues eso.
¡Cuidado! No vaya a ser de un senegalés sin papeles o de un pakistaní ilegal y tengamos un problema para justificar ese injustificable españolismo egoísta.
Si no se pregunta al donante su situación legal no tenemos derecho a preguntárselo a quien recibe la donación. Por lógica sanitaria, por principios éticos e incluso por puro y rancio honor patrio.
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