No tiene límites.
Hoy no es necesario hablar de ellos. Hace tiempo que se hizo imposible hablar con ellos. Hoy su estupidez, su cerrazón y su completa a y absoluta falta de rigor en la gestión de la sanidad hace que sus palabras y sus hechos hablen por ellos mismos.
Pacientes que tiene que cargar de por vida con una situación de enfermad crónica son enviados de repente, de un bofetón inmisericorde de aquellos que ven que no les cuadran las cuentas a situaciones que no se vivían en este país desde hace mucho tiempo. Que incluso en los perores tiempos de nuestra historia no llegaron a vivirse.
El Hospital Clínico Universitario de Valladolid les obliga no solo a cargar con su dolor y con su enfermedad. Les obliga a cargar con sus almohadas.
Porque una almohada es un ahorro tan sustancial que hace que los gestores del centro sanitario decidan que tiene que costearla el paciente que acuda a la diálisis. Porque los 4,75 euros que cuesta en el peor de los casos -en un vistazo rápido en algunas tiendas de muebles- hace que alguien que ya carga con los problemas de la insuficiencia renal, de la diabetes y de la diálisis tenga que traer desde casa las almohadas para poder apoyar la cabeza mientras es tratado.
Esto es lo que querían, esto es lo que están haciendo.
Y hoy es Valladolid pero mañana será cualquier de los otros centros que están bajo control y gestión privada. Cualquier de los otros centros en Valencia, Madrid o Castilla - La Mancha en el que las cuentas de resultados pretenden sustituir al juramento hipocrático en los pasillos, los quirófanos y los despachos, en los que la rentabilidad pretende sustituir al concepto de servicio público.
Y Sacyl, el servicio de Salud de Castilla -León se queda tan tranquilo. Gasta más en imprimir el papel y hacer el envió del as cartas de lo que gastaría en dos almohadas por paciente de hemodialisis, gasta más en remodelar su página web que en lo que emplearía en llenar las camas de almohadas y cojines como el diván de un pachá turco, pero lo hacen.
Su directiva se atreve a participar en masters y ponencias de gestión hospitalaria, en reuniones en las que se exploran "nuevas soluciones para la gestión hospitalaria, y luego envían a sus enfermos crónicos una sentencia al oprobio, la vergüenza. Un mensaje que les dice claramente que les importa mucho más el dinero que emplean en gastos de representación que el que deberían emplear en una comodidad absolutamente necesaria en una de las situaciones vitales más incómodas que se pueden vivir: una enfermedad crónica que te obliga de por vida a que una máquina haga por ti un trabajo que tus órganos no son ya capaces de hacer por si mismos.
Así que la próxima vez que vayan a Valladolid, a la que fuera en su día capital del imperio de los Austrias, y vean una hilera de gente portando una almohada, no crea que son apestados cargando con su petate para pasar la noche más allá de las murallas de la ciudad como ocurriera en la Edad Media, no crea que son leprosos obligados a cargar con sus pertenencias porque nadie les deja perrnoctar en la ciudad o una cuerda de presos de un gulag soviético que acarrean sus manta hacia el sitio en el que les hacen trabajar hasta la extenuación. No crean que son extras cinematográficos que recrea nel camino de alguna triste y dramática marcha de condenados judíos durante la Segunda Guerra Mundial hacia un campo de exterminio.
Son enfermos crónicos que han de portar sus almohadas para que un hospital público, hecho con su dinero, mantenido con su dinero y cuyos directivos ganan un sueldo pagado por ellos, se digne atenderles. A darles diálisis
Así que no parece que haya mucha diferencia.
Hoy no hay que hablar o escribir más del asunto. Solamente hay que dejar que su carta hable por ellos. Difundámosla y que alguien se le empiece a caer la cara de vergüenza. Si es que a quien toma y permite esta medida le queda alguna vergüenza de la que tirar.
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