Hay ocasiones en las que un solo dato, una sola realidad, debería bastar para que nos replanteásemos lo que damos por sentado. Son hechos que no sirven de estadística, pero que ocurren en mitad de una tormenta y nos enseñan que quizás, solamente quizás, estemos mirando en la dirección errónea.
Y este es el caso de Anatolio, un joven de dieciocho años que se ha descolgado desde el Instituto Público Juan de La Cierva para colarse en nuestros debates sobre educación pública y privada, sobre recortes y sobre futuro merced a su 9,95 en la selectividad.
Pero el chaval y su nota no demuestran nada ni a favor ni en contra de la educación pública, no ejemplifican nada sobre la herida que pretenden abrir hasta desangrar en la enseñanza pública aquellos que han decidido que hay que sacrificarla en el altar del equilibrio presupuestario que nos arrastra al desequilibrio social más absoluto.
Anatolio, su nota y su actitud no hablan de nada de esas cosas. Solamente hablan de nosotros mismos. De lo que hacemos y de lo que no hacemos. Y sobre todo de lo que deberíamos dejar de hacer.
El pendiente del chaval nos habla de que nos hemos convertido en las viejas del parque que protestan contra la juventud por el mero hecho de ser jóvenes. Nos habla de los prejuicios y la estupidez que hacen que las fuentes más rancias de las que sigue bebiendo nuestra sociedad identifiquen un abalorio pirata o un ombligo al aire con el fracaso escolar, con la falta de interés.
La mera existencia de Anatolio nos demuestra que nuestro culto al aspecto nos está matando. Que no hace falta renunciar a los dictados de una moda que somos incapaces de entender -como nuestros padres eran incapaces de entender nuestras cazadoras de cuero, nuestros baqueros elásticos o nuestras levitas allá en el albor de la movida y los New Romantics de los 80- para mantener y valorar tus expectativas de futuro y esforzarte por ellas.
Abofetea en el rostro a todos aquellos que han desplegado el discurso de falta de compromiso y de desidia basándose en los botellones, los pìercings, los ombligos desnudos y los pantalones cagados y que se escudan en ellos para atacar un sistema educativo que -con todos sus defectos- no es el que ocasiona esos problemas.
Y Anatolio -que seguro que con ese nombre tiene un apodo- sigue abofeteando sin querer nuestros prejuicios contra esa juventud a la que tendríamos que educar para que pensara y no para que obedeciera.
Anatolio nos destroza lo que somos y lo que suponemos que debemos ser porque su actitud se carga de un plumazo lo que tres generaciones de este Occidente Atlántico nuestro han considerado el escudo tras el que ocultar todos nuestros egoísmos, nuestras elusiones, nuestros individualismos.
Porque pudiendo ir a lo suyo fue a lo de todos. Porque rechazó un bachillerato de Excelencia pensado para segregar y separar el trigo de la paja del que, por cierto, no hay ningún representante entre las primeras notas de selectividad, no porque sus alumnos no estén capacitados para ello -que me consta que lo están- sino porque la politización, la mala dirección y el mal diseño del mismo se lo han impedido.
Porque, pudiendo aplicar esa máxima que hemos pretendido incuestionable de que lo que tenemos que hacer es preocuparnos por lo nuestro y pasar de todo lo demás, se esforzó al máximo en un instituto público no solamente para conseguir ser médico, sino para aportar su granito de arena en la defensa de lo público como espacio común para la educación, para todos aquellos que son sus amigos aunque no saquen sobresalientes como él.
Tuvo que elegir entre lo propio y lo de todos y eligió lo de todos sin considerar que eso supusiera menoscabo alguno para lograr sus objetivos personales.
Porque hace lo que nosotros llevamos tanto tiempo sin hacer que ya no sabemos que se puede hacer: anteponer la relaciones, los afectos y todo aquello que nos hace realmente humanos, al éxito a la relevancia. Antepuso la vida a la supervivencia.
Y así nos envía el mensaje de que los alumnos que luchan por lo público no son esos "radicales antisistema" que solamente quieren una vida fácil y vivir la sopa boba como nos intentan vender todos aquellos, desde Wert hasta Cifuentes, desde Rajoy hasta Jorge Fernández Diaz, que pretenden sacarlos del debate sobre su propio futuro, sino que son estudiantes que piensan en su futuro, que buscan una salida propia sin que por ello dejen de tener en cuenta la de los demás.
Pero el mensaje que envía la nota y la actitud de este joven contra nosotros, contra todos nosotros va más allá, todavía va un paso más allá.
Porque ese compromiso con lo colectivo, esa humanidad que demuestra al anteponer su parte humana a su éxito, al luchar por lo de todos cuando podía haber huido del problema y concentrarse exclusivamente en lo propio no lo ha aprendido en las aulas.
No la estudió ni en religión ni en Educación para la Ciudadanía, no se lo han traspasado sus profesores, ni los sindicatos educativos, ni los medios de comunicación ni los juegos de playstation a los que seguramente juega. Todos sabemos de donde parte.
Así que lo que nos dice Anatolio, su nota y su actitud es que a lo mejor no hace falta una reforma en la educación, hace falta una reforma parental. Hace falta que nos reformemos nosotros mismos.
A lo mejor hace falta que dejemos de pretender que nuestros hijos lo aprendan todo en las escuelas y los institutos, hace falta que dejemos de intentar que sean las escuelas las que inculquen "valores" -sean del signo que sean- y nos preocupemos de ser nosotros los que se los coloquemos delante de los ojos con nuestro ejemplo y nuestro compromiso.
A lo mejor hace falta que nos vean arriesgarnos por lo de todos para que ellos descubran que ese es el mejor camino para asegurar su futuro, que no nos vean bajar la cabeza e ir a lo nuestro mientras los demás caen a nuestro alrededor para que ellos descubran que la obligación de todo ciudadano es defender la sociedad en la que viven.
A lo mejor hace falta que se den cuenta de que, incluso cuando tenemos capacidad económica para ello, no corremos a buscar un colegio privado para nuestros hijos para intentar incluirlo en un concepto elitista de la educación, sino que nos dedicamos a intentar mejorar la enseñanza pública como la forma natural y lógica en la que una sociedad debe educar a sus vástagos, ya sean brillantes, notables, normales o intelectualmente mediocres. Y que ninguna de esas capacidades tiene que ver con su condición de miembros importantes de la sociedad.
A lo mejor hace falta que no nos vean escapar, huir y escondernos al primer signo de sufrimiento, a la primera contrariedad, para que se den cuenta de que hay que seguir, aunque duela, de que hay que intentarlo aunque la victoria o el triunfo parezcan lejanos. De que no es de recibo renunciar al amor por la seguridad, a la justicia por el éxito o a la vida por la supervivencia.
Puede que Anatolio, su nota y su éxito nos sirvan de piedra de toque para reflexionar sobre si en realidad es necesario sacrificar la educación pública en aras de la falsa excelencia o destruir las expectativas de futuro comunes en la búsqueda de lograr una competitividad empresarial que solamente conseguirá igualarnos con China o con Bangladesh.
Pero lo que deja claro es que tenemos que hacer como padres, es decir como principales educadores de nuestros vástagos, aquello que no nos gusta hacer: tenemos que cambiar.
Tenemos que dejar de vender a nuestros hijos la fórmula del individualismo egoísta como forma de progresar en una sociedad que se desmorona, tenemos que dejar de inculcarles la respuesta del miedo y la huida de los problemas, tenemos que enseñarles a comprometerse, a arriesgarse y a tener en cuenta a los demás aunque sea en su propio detrimento.
La nota más alta en la selectividad madrileña, un pendiente en la oreja y una camiseta verde nos demuestran que ese es el camino.
2 comentarios:
Estoy prácticamente de acuerdo en todo el artículo. Lo encuentro genial. Sin embargo quiero puntualizar tres cosas: (1) La Educación para la Ciudadanía es necesaria porque de alguna manera hay que llegar a aquellos, demasiados, cuyos padres pasan de todo y porque conocer los derechos y deberes fundamentales de la ciudadanía es importante y (2) Si queremos que nuestros alumnos sigan siendo los primeros tenemos que evitar que se apruebe la LOMCE http://www.change.org/es/peticiones/ministro-de-educaci%C3%B3n-jos%C3%A9-ignacio-wert-retirada-anteproyecto-ley-lomce-y-di%C3%A1logo-con-comunidad-educativa
Por cierto, a riesgo de parecer retrograda: odio los piercings,los tatuajes, los pantalones cagaos y sobre todo los botellones; y espero haber conseguido que mis hijos rechacen también estos últimos, ya que no lo he conseguido con los tres primeros.
Nadie duda de que haya que parar la LOCME, Paula.
Educación para la Ciudadanía debe reducirse a los contenidos que tú expones: derechos y deberes, sin ningún matiz ideológico de ningún tipo por parte de unos u otros.
Y con los botellones... no sé,todo pasa.
Yo también odio esa moda pero me acuerdo de como mis padres odiaban la mía de adolescente. Siempre será igual, por suerte, siempre será igual.
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