lunes, junio 24, 2013

Cuando azar y necesidad ocultan el deseo de control

Con las mareas de todos los colores recorriendo las calles, con una cantidad insoportable para cualquier sistema de políticos encausados, imputados o sospechosos de vivir por y para la corrupción, con un sociedad que se desangra por los hachazos que en nombre de la recuperación económica y la salida de la crisis, el Gobierno y el partido que lo sustenta están centrados en un solo objetivo
No es la reducción del déficit, no es la creación de empleo ni la salida de la crisis. Todo eso son los azares utilizados como excusa para poner en marcha su objetivo, todo eso son las necesidades usadas como pantalla de humo para la consecución del único fin que buscan, que no es otro que la remodelación del Estado, la creación de un Estado y una sociedad hechos a su imagen y semejanza, construidos en su provecho.
El PP y la corte genovesa de Rajoy se han preocupado mucho más de acaparar poder, de cerrar las vías de pluralidad del Estado que de otra cosa. De hecho tan solo se ha dedicado a eso.  A acumular poder y control.
Más allá del poder que les otorga la mayoría absoluta legislativa -que  es tan pernicioso como el rodillo socialista de González o como le puño parlamentario de Aznar pero tan democráticamente asumible como estos dos-, el gobierno de Rajoy se ha dedicado sin pausa a convertir ese poder legislativo en algo omnímodo, unilateral y omnipresente.
El PP no ha utilizado y no utiliza ese poder legislativo para imponer sus posiciones ideológicas -algo criticable pero lógico en democracia-, lo utiliza para intentar asegurarse el ejercicio absoluto del poder.
Y lo hace en todos los ámbitos.
Cuando la calle, los colectivos ciudadanos y profesionales, se lanzaron a las calzadas contra sus reformas que eran recortes, contra su visión de los servicios públicos como un lastre, ellos no contraatacaron con medidas sobre Educación o sobre Sanidad. Lanzaron una andanada sobre los derechos de expresión de la ciudadanía intentando controlar las calles, intentando silenciarlas:
Enviaron a sus voceros a proponer una ley que controlara el derecho a la manifestación, pusieron a Interior a trabajar en una ley que impidiera la convocatoria de eventos callejeros por Internet. Buscaron ampliar el recorte de derechos que se aplica a aquellos que han atentado contra los derechos de los demás -los terroristas- a los manifestantes. No buscaron convencer, intentaron vencer. No quisieron dialogar, intentaron silenciar.
Pero el Partido Popular se mueve en los azares y las necesidades del deseo de control en otros muchos ámbitos.
Han usado su rodillo parlamentario para cambiar el constructo consuetudinario del Congreso de modo que sea imposible que  se pida explicaciones a un ministro o al propio Presidente del Gobierno sin su consentimiento. Han convertido el Parlamento Español en un organismo que no tiene posibilidad ninguna de controlar y ni siquiera de pedir explicaciones al poder Ejecutivo.
Lo venden como una necesidad o lo disimulan como un azar, pero es solamente un objetivo. Su único objetivo.
Era una necesidad la remodelación del Poder Judicial en este país. Pero esa necesidad demandaba mayor independencia de los jueces, el fin de una vinculación al Poder Ejecutivo que hacía que la ley cambiase de significado dependiendo de quien gobernaba y quien ponía a sus jueces afines en los órganos de gobierno de la judicatura.
Y ahora, cuando los jueces son el único poder del Estado en condiciones de enmendarle la plana a la corte moncloita, cuando son los que le paralizaban los desahucios, los que le inmovilizaban los recortes, los que le investigan las privatizaciones y le juzgan las corrupciones, el PP de Rajoy ha cogido esa necesidad y la ha convertido en la suya. 
Ha puesto en marcha una ley que resuelve la falta de independencia del CGPJ por el absoluto control. Lo han transformado en un organismo en el que no hay lugar a la disensión que ha perdido toda su independencia, la poca que tenía.
Planean modificar el Tribunal Constitucional para que diga lo que ellos quieren que diga, para no correr el riesgo de que una ley suya pueda ser declarada inconstitucional, para no tener que mirar por encima de su ideología y de sus deseos a ese texto legal llamado Constitución para tener que adecuar sus recortes y sus reformas a los derechos que esa ley fundamental consagra.
Y no solo con la justicia, no solo con la calle. El PP está llevando su objetivo de control social a todos los ámbitos del país.
Toman la necesidad de remodelación de la administración y la utilizan para ahondar en su único objetivo que no es otro que el control absoluto para un ejercicio incontestable e incontestado del poder.
Por ello su proyecto de reforma administrativa elimina los defensores del pueblo autonómicos y no las diputaciones provinciales; elimina los órganos de queja y defensa de los ciudadanos mientras mantiene en pie órganos redundantes de poder vacíos de contenido. 
Por idéntica necesidad de impunidad elige eliminar los tribunales de cuentas autonómicos en una organización administrativa regional en la que permite que otros organismos redundantes, como las oficinas de comercio o turismo o incluso los servicios meteorológicos, permanezcan en pie.
Resulta curioso que los órganos que vehiculan las quejas de los ciudadanos y las instituciones destinadas a controlar las cuentas de los gobiernos sean innecesarios y las oficinas que venden las denominaciones de origen no. Tristemente curioso. Peligrosamente curioso.
Y esta eliminación sistemática de todos los caminos que permiten a la sociedad expresarse en contra del Gobierno, que posibilitan al ciudadano enfrentarse a las injusticias de la Administración, prosigue sin pausa.
Elimina órganos consultivos que últimamente no le pasan ni una ni le dan árnica en nada de lo que les presenta y los sustituye por supuestos comités de expertos designados a dedo por el ministro de turno. 
Pone  en el centro de esos cargos consultivos a personas y personajes cuyo único mérito en el área es tener el carné del Partido Popular para asegurarse dictámenes favorables, para no tener que escuchar que sus leyes están mal hechas o simplemente son criticables.
Como si ser miembro del Partido Popular te transformara en experto en algo. Como si ser uno de su millón de militantes te convirtiera en un engranaje necesario para el Estado. Como si el partido fuera algo, fuera la base de la sociedad. No hace falta saber mucha historia para reconocer qué dos regímenes "totalmente democráticos" se basaron en el partido para todo.
Pretende poner en marcha leyes que acaben con la autonomía universitaria, que ahora mismo es uno de sus principales dolores de cabeza, con la independencia de los organismos científicos a la hora de elegir las investigaciones subvencionadas, propone leyes que impidan a los medios de comunicación informar sobre los juicios que a ellos les interesa que no sean públicos y notorios; remodela consejos y reglamentos para que los medios de comunicación públicos se conviertan en armas de propaganda,  diseña fórmulas que impidan la autonomía sindical, que dificulten o directamente impidan cualquier acto, cualquier decisión y cualquier camino que no esté totalmente controlado, aceptado y vigilado por los que ahora habitan en Moncloa.
Y ese es el verdadero camino que ha emprendido el Partido Popular en el poder. No tiene nada que ver con el liberalismo, no tiene nada que ver con la economía, no tiene nada que ver con el déficit.
Todo lo que hace el actual gobierno está encaminado a evitar tener que oír siquiera un susurro de que lo está haciendo mal, a silenciar antes de que se produzca cualquier crítica, cualquier protesta, cualquier forma en la que la sociedad pueda exigirle un cambio de rumbo, pueda ejercer la soberanía que no ha perdido por el mero hecho de depositarla en el Gobierno en una urna. Y todo lo justifican con la falsa necesidad de dar una imagen común ante Europa y los sagrados inversores.
Pero no es eso. La corte genovesa de Moncloa busca controlar el poder y hacerlo de manera absoluta. Como si después de las elecciones el único depositario de la legitimidad fueran ellos. Como si esperaran que no fuera a haber más elecciones.
Y eso no es azar, no es necesidad, ni siquiera es cerrazón o intransigencia ideológica  Es puro y simple totalitarismo.

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