Mientras los pocos que consiguen mirar más allá de nuestro tormentoso presente y nuestro encapotado futuro patrio ven como los brasileños, ese pueblo al que creíamos indolente y más tendente a los sudores horizontales que a los sangrados verticales, han sido capaces de vencer tras doce días de lucha sin cuartel -no una huelga general de un día, no una manifestación en domingo, sino doce días sin tregua y sin pausa- una batalla por unos ínfimos 20 céntimos, nosotros creemos que hemos ganado una batalla con las becas porque el ínclito Wert dice que "estudiara" de nuevo su proyecto
Pero nos equivocamos.
Nos equivocamos porque lo hace gracias a que se lo pide -se lo exige, para ser más exactos- su propia gente, los miembros de la guardia de Corps moncloita en las comunidades autónomas, convertidas en taifas beligerantes entre sí.
Y nos equivocamos porque en realidad ese estudio no afecta a la parte totalitaria y arbitraria de la concesión de becas, no cambia en una coma que el Gobierno -cualquier gobierno- pueda condicionar una parte de las becas a sus disponibilidades de dinero, después de que haya decidido gastarse ese dinero en lo que él quiere, ya sea una coronación real o una campaña para promocionar la imagen de España entre los potenciales turistas de la República Oriental del Uruguay, por poner dos ejemplos de gasto absurdo.
Y encima los hay que se indignan y critican esta victoria que no es victoria sino más bien tregua en ventaja -porque hay que reconocer que beneficia a muchos estudiantes-. Los hay que afirman que endurecer las notas de las becas es fomentar el esfuerzo y que el egregio auto proclamado soberano de la educación española comete un error al transigir con bajarlas al nivel de aprobado. "No se discrimina a nadie si se beneficia a los que más saben", dicen.
Y los que lo dicen son los mismos que se quejan cuando hay una huelga de metro porque no llegan al curro en lugar de unirse a ella como han hecho los brasileños; son los mismos que protestan cuando los profesores hacen huelga en lugar de no acudir al trabajo y secundarla para apoyar el futuro de sus hijos como hacen los progenitores franceses; son los mismos que acuden a un hospital un día de huelga sanitaria intentando colar una consulta rutinaria como una urgencia; son los mismos que protestan por los ruidos y el descenso de sus negocios por el 15M en lugar de bajarles comida y mantas como las matronas de la Plaza Sintagma ateniense.
Si nosotros nos equivocamos al creer que hemos logrado una victoria, ellos simplemente no han entendido de qué va esta guerra.
Darle una beca a un estudiante que ha logrado un 6,5 y no dársela al que ha obtenido un 5,5 o un 6 o un 6,4 es una discriminación del tamaño del Coloso de Rodas. Puede que no lo vean pero si no lo hacen es simplemente porque no quieren hacerlo.
¿Por qué?
Porque el sistema es muy claro. La fórmula es muy precisa y se remonta al albor de los tiempos. Tiene que ser antigua porque todos hemos estudiado bajo ella. Aquel que tiene un cinco está aprobado, déjenme que lo repita, está aprobado.
Es decir, ha adquirido los conocimientos mínimos para poder seguir con aprovechamiento el siguiente año, el siguiente ciclo o el siguiente nivel. Es muy simple y sencillo.
Y si alguien decide que eso no es bastante para que, si no tiene recursos económicos, el Estado le sufrague los estudios está tomando una decisión arbitraria sobre gentes que se han ganado con ese aprobado el derecho a seguir estudiando.
El aprobado no es un 6,5, no es un 7 y no es un 5,5. Es un cinco. Es eso lo que se le exige y nadie puede decidir que eso no es bastante sin caer en la discriminación y la arbitrariedad.
Se puede cambiar el aprobado a un seis, por ejemplo, pero entonces todo el que tenga esa nota y cumpla los requisitos de renta tendrá acceso a la beca y entonces no se creará discriminación alguna, pero no se puede hacer otra cosa.
Bueno, en realidad sí se puede hacer otra cosa.
Se puede hacer que un cinco, que un aprobado, sea más difícil de obtener. Se puede hacer que el aprobado exija más conocimientos, más capacidades. Vamos, que el nivel general del sistema educativo público suba varios enteros. Esa sería la solución real. La solución a largo plazo, la solución de futuro.
Pero Wert, sus huestes y los que se quejan amargamente de que no se suban las notas para acceder a las becas no están por esa labor.
Porque si quisieran mejorar el sistema educativo en su conjunto tendrían que mejorar el nivel del bachillerato. De todo el bachillerato.
No crear un sistema que identifica a aquellos que gracias a su esfuerzo, su genética y su inteligencia y pese al desapego del Gobierno por la educación pública han conseguido destacar y preocuparse exclusivamente de ellos en un Bachillerato de Excelencia - como el madrileño-, mientras a los demás se les deja a su suerte, recortando profesores, presupuestos e inversiones y haciéndoles perder horas en asignaturas que nada tienen que ver con su formación ni su futuro. No hace falta que se especifique cual es esa asignatura.
Pero, claro, eso es imposible en la visión de Wert, porque eso supondría tener que partir de un nivel mucho más alto en la Educación Secundaria Obligatoria. Justo lo que es un absoluto anatema para quien ha llegado a decir que esa enseñanza debe cubrir poco más que leer, escribir y las cuatro reglas -revalida, cuatro reglas, últimamente cada vez que se habla de educación se me aparece el fantasma de mi abuela-.
Porque eso supone una Educación Secundaria Obligatoria con más inversión, con más profesores, con más desdobles, con más apoyos. Con todo aquello que sea necesario para asegurarnos que el que no la pasa es simplemente porque sus capacidades intelectuales no dan para ello, no porque la desidia del sistema o los problemas que le rodean -que pueden ser sociales, familiares o médicos- le han restado la posibilidad de hacerlo.
Y eso está en contra de todo lo que tiene ideado Wert para España. Eso supondría gastar en Educación, no en obras faraónicas que dan votos, eso supondría invertir en los ciudadanos no en los bancos que financian sus campañas electorales. Eso supondría gobernar, no ordenar en su propio beneficio.
Si un cinco fuera un aprobado de verdad en un sistema educativo público que hiciera todo lo posible para que se obtenga, los que vaguean no podrían ni siquiera soñar con obtenerlo y se excluirían de la posibilidad de continuar por voluntad propia.
Pero eso haría que las empresas de los colegas y familiares de Wert y la cohorte moncloita se vaciaran de operarios de a setecientos euros las 40 horas de trabajo, que el sistema laboral se vaciara de gente que no tiene otra posibilidad de ganarse la vida porque carece de estudios y de preparación.
Eso destrozaría la posibilidad de convertimos en la China o la Bangladesh del Occidente Atlántico, restándonos competitividad en la miseria y destruyendo el diseño que nuestro actual gobierno ha hecho para un futuro de servidumbre.
Así que se puede considerar adecuado aumentar la nota para aprobar, se puede plantear aumentar el valor absoluto del aprobado pero no se puede plantear una diferencia entre los que ya han aprobado.
Después de todo sí es una victoria, pequeña pero lo es.
Y los demás que sigan confundiendo cultura del esfuerzo con servidumbre y sigan protestando por las huelgas del metro. Han decidido ser parte, la más triste e importante, del problema.
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