Hace tiempo alguien me enseñó que cuando eres criticado lo mejor es detenerte, mirar hacia ti mismo y a lo que los demás ven de ti y luego responder. Alguien me mostró que la única manera de enfrentarte a una crítica es evaluar tus actos desde ese punto de vista que nos negamos casi siempre a asumir que es la mirada del otro.
Por eso cuando la PAH recibió su premio yo callé, cuando los voceros del Gobierno y el partido que le sustenta arremetieron contra aquellos que en esta guerra de múltiples trincheras hemos elegido esa para combatir la sinrazón y la demolición sistemática del futuro, me limité a mirarme con sus ojos, a mirarnos a todos los que corremos cada día, cada semana, de portal en portal y de juzgado en juzgado para evitar los desahucios con la mirada de aquellos que quieren imponer a dolor y sufrimiento la visión de un sistema económico muerto al nacer y de unas necesidades que solo lo son para ellos y la parte del sistema financiero que les alimenta el ego y las carteras.
Y lo que vi cuando miré con sus ojos a lo que hacemos, lo que intentamos hacer y lo que apoyamos es puro y simple miedo.
Vi el miedo de la soberbia interrumpida de aquellos que creyeron que una victoria electoral ,tanto tiempo por ellos esperada, era el pasaporte hacia un poder omnímodo e incuestionable en el que su palabra era ley y la posición del resto era la obediencia ciega a sus consignas.
Vi el auténtico terror de los que esperaban sometimiento en la miseria y han encontrado resistencia en la pobreza, de los que ansiaban beneficio en el Gobierno para ellos y los suyos y han encontrado defensa de lo de todos; el miedo a que las cuentas que solamente a ellos les benefician no les cuadren y tengan que tirar de dinero propio y no del común para sus veleidades financieras y negocios.
Cuando he leído las declaraciones del egregio Iturgaiz desde su exilio en Bruselas, después de perder ni se sabe cuantas elecciones vascas y de sus escarceros susurrados con la que se quería presentar como la eterna novia doliente de un héroe asesinado por ETA, no he visto otra cosa que odio, no he visto otra cosa que un rencor visceral que le lleva a compararnos con aquellos que siempre fueron su otro monstruo, su otro odio, su otro terror nocturno. Los independentistas -ya fueran terroristas o no-.
Y ese odio apenas contenido, esa aversión pobremente disimulada, no es ni siquiera la causa de sus declaraciones, ni la consecuencia de los actos de la PAH y todos los que colaboramos con ella. Es solamente un síntoma.
Un síntoma de esa enfermedad que la corte genovesa quería imponer como forma de Gobierno, como tejido básico de estructuración de la sociedad y que el premio a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca les hace ahora sufrir a ellos: el miedo.
Porque ellos, que hicieron una reforma laboral para que viviéramos con el miedo de perder nuestro empleo y así poder aumentar sus beneficios ad eternum, ahora viven con el miedo de que Europa les quite la razón en los desahucios; porque ellos, que quisieron controlar la justicia y a los jueces para que viviéramos con el miedo de una justicia que no era arma contra el poderoso, ahora se despiertan cada mañana y desayunan con el pavor a que otra instancia judicial se haya enfrentado a ellos, haya paralizado sus desahucios consentidos, sus recortes planeados o sus privatizaciones nepotistas.
Porque el premio a la PAH -que nunca fue el objetivo de esa organización- les desata el miedo a que nos demos cuenta de que incluso los populares europeos, aquellos que comparten su visión económica del mundo, les envían el mensaje de que permitir que familias enteras sean arrojadas a la miseria por la avaricia de sus bancos amigos no es el camino; les desata el terror a que descubramos que ni los jueces españoles, ni las altas instancias judiciales europeas, ni el parlamento continental, ni la sociedad española ni sus propios camaradas populares les apoyan en su pervertida visión del mundo, en la que es más importante salvar a cuatro entidades financieras que han gastado a manos llenas que garantizar que una familia no muera de hambre y desesperación bajo uno de los puentes que sus políticos han construido con ese dinero y que ahora no son otra cosa que mausoleos erigidos en honor de su locura y su egolatría.
Por eso los moncloítas y los genovitas no encuentran otra palabra que terrorista para referirse a aquellos que nos enfrentamos a ellos, a nosotros, a todos.
Porque sienten autentico terror. Pero no por los escarches, los encierros o las paralizaciones de desahucios. Sienten terror a que alguien les lleve la contraria y el resto del universo conocido les de la razón.
Porque la remodelación de la sociedad que habían planeado a imagen y semejanza de su avaricia y sus ansias de poder no es posible sin la completa y absoluta sumisión social. Como no hubiera sido posible el Imperio Romano sin la esclavitud. Como es inconcebible el feudalismo sin la servidumbre.
Otro alguien dijo alguna vez que nada es más fuerte que el miedo y tenía razón.
Toda su soberbia, toda su arrogancia, todo su desprecio por aquellos que les hicieron depositarios de su soberanía para que ejercieran el Gobierno es solamente eso. Miedo, eternamente miedo.
Porque el miedo es reversible, intercambiable. Cuando acaba el nuestro, comienza el suyo.
¿Aún hay alguien que piensa que no sirve para nada pelear?
El miedo está empezando a cambiar de trinchera.
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