Todos los grandes dramas, las grandes representaciones, tienen momento que atraen la atención. Escenas de impacto, grandiosas y espectaculares que están diseñadas como apoteosis y que nos impiden ver en muchas ocasiones, los pequeños giros, los momentos previos, que son en realidad lo que nos explican el verdadero significado de la historia. Esquilo lo sabía, Shakespeare jugaba con ello, cualquier guionista de Hollywood que se precie domina la técnica.
Y los militares y otras fuerzas que han orquestado el Golpe de Estado en Egipto han demostrado que también dominan este arte.
Y los militares y otras fuerzas que han orquestado el Golpe de Estado en Egipto han demostrado que también dominan este arte.
Así que hablemos de los pequeños giros, las escenas menores de este trágico guión que es el ataque frontal al único gobierno democrático que ha conocido Egipto.
El primero es la reducción de foco.
Cuando se produce el golpe de Estado la plaza Tahrir estaba llena. Pero en realidad no lo estaba. No había ni un 10 por ciento de la gente que se reunía en las manifestaciones contra Mubarak hace poco más de una año. El realizador de esta mascarada cierra el foco y parece que es lo mismo, pero no lo es.
La omisión del origen.
Nadie hace hincapié en el hecho de que, según los analistas y reporteros presentes, la mayoría de los que allí se encuentran son cristianos coptos, los periódicos están llenos de declaraciones de ellos sobre la libertad religiosa, sobre que Egipto no es islamista, sobre lo que se quiere, pero nadie resalta el hecho de que son cristianos coptos.
El concepto de democracia
Tampoco nadie resalta el hecho de cualquier demócrata abuchearía un despliegue militar por mucha bandera que lleven los helicópteros sobre un palacio presidencial en el que reside un presidente elegido democráticamente.
¿El 15M jalearía a los cazas españoles si, engalanados con la bandera patria, bombardearan el parlamento? Sabemos que no. ¿Los indignados de Wall Street vitorearían a los Marines -¡Semper Fi!- si se aprestaran a tomar la Casa Blanca? Sabemos que no.
Pero los directores del drama del golpe de Estado egipcio presentan esa clara muestra antidemocracia de los allí congregados como el apoyo popular, como la voluntad del pueblo egipcio, del mismo modo que presentan a los cristianos coptos allí reunidos como representantes del Egipto "laico".
Omiten el hecho de que fue Mursi quien obligó al ejército a intervenir cuando este se cruzaba de brazos en la quema de iglesias coptas en algunas zonas del país; no recuerdan el hecho de que fue el Gobierno de Mursi el que obligó a un ejercito egipcio, condescendiente desde la caída de Mubarak, a que controlara de nuevo las actividades de los yihadistas en la frontera de la Gaza bloqueada por los dos teocracias más furiosas del orbe conocido: el régimen terrorista de Hamas y el gobierno mesiánico de Israel.
Eso lo callan. Y todos los interpretes de este drama refuerzan el concepto.
El emporio vaticano, que ha clamado durante meses -sobre todo con el anterior inquisidor blanco Ratzinger- por la libertad religiosa y el derecho a la libre elección del pueblo egipcio calla ahora y se dedica a santificar papas y publicar en cíclicas anti tecnológica.
No dice nada de las detenciones masivas de Hermanos Musulmanes por ser musulmanes e islamistas, no dice nada sobre la carga de intolerancia hacia el islamismo que destilan los periódicos más conservadores de Occidente ¿de repente ya no hay que denunciar la persecución religiosa?, ¿de pronto parece que la cristianofobia es un azote intolerable pero la islamofobia no?
Los medios de comunicación occidentales definen a los miles de personas que se lanzan a la calle en protesta por el golpe de Estado como "los islamistas", mientras que a los que hacen lo mismo contra El Asad en Siria o Abdalá en Jordania les llaman "la oposición democrática". Los que defienden el resultado de las urnas y la restitución del presidente son "islamistas", no "demócratas", mientras que los que apoyan el golpe de estado son "laicos", no "golpistas".
Y para reforzar la cosa, cuentan que grupos extremistas han reaccionado atacando a sacerdotes coptos,como si eso demostrara que los Hermanos Musulmanes no habían ganado las elecciones o habían perdido la legitimidad.
Pero claro, los que hablan de eso ignoran esta frase: "El miércoles el patriarca copto, Teodoro II, había comparecido junto a El Baradei y el general Al Sisi cuando este último anunció el golpe de Estado". Todos los egipcios han visto esas imágenes, pero nadie las reproduce en occidente, nadie publica la instantánea de es momento. Nadie quiere que se recuerde esa escena del drama en concreto.
Nadie critica a la Iglesia Copta que, en lugar de decir "no, somos demócratas, no estamos de acuerdo con el gobierno de Mursi pero sabemos que el camino hacia la justicia no es un golpe de Estado", posara sonriente junto al general golpista; nadie comenta el hecho de que, por mucho prestigio que pudiera tener el líder opositor, lo ha perdido completamente como posible gobernante democrático al aparecer junto a un militar que ha impuesto su voluntad por encima de la ciudadanía.
Así elaboramos los dramas y las tragedias de otros en Occidente.
El ejército egipcio ha recuperado el poder no por el islamismo de los Hermanos Musulmanes sino porque el poder y la base social de estos amenazaba el suyo y nosotros estamos contentos -o, cuando menos lo toleramos y justificamos- no porque seamos demócratas y queramos defender la democracia, sino porque tenemos miedo de lo que no compondremos y queremos que alguien lo controle a cualquier precio.
Cambiamos los papeles de todos para lograr el final que ansiamos.
Teorodoro II, El Baradei y el General Al Sisi son los golpistas -los dos primeros como colaboradores necesarios, como mínimo-, Mursi, su gobierno y los Hermanos Musulmanes, no. Los que exigen la restitución del presidente son los demócratas, los que jalean a los helicópteros no. Los Hermanos Musulmanes no son laicos, los cristianos coptos tampoco.
Y el telón de esta tragedia caerá en forma de guerra civil sobre Egipto solamente porque nosotros lo hemos consentido y hemos defendido a quienes no tenemos que defender porque su forma de pensar nos resulta más cómoda.
Pero no pasa nada. Nuestra arrogancia nos enseñó hace tiempo a saber vivir con esas cosas.
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