Esto de las generaciones es una especie de complicado galimatías. Las hay relevantes y recordadas con nombre de pila: La Generación Perdida, La Generación Sin Sentido, la Generación Maldita o La Generación Nini; las hay importantes y con número de serie: Del 98, Del 27, Del 50, Del 70 y luego están todas las demás. Los grupos de superheroes tienen generaciones al igual que sus némesis de coaliciones de archivillanos, los equipos deportivos tienen generaciones
excepcionales que recolectan títulos y copas para sus vitrinas, las artes escénicas tienen generaciones que llenan de glamour las pantallas, las alfombras rojas y los escenarios.
Todo el mundo tiene generaciones. Incluso los partidos políticos.
Y lo único que diferencia unas de otras, lo único que hace que unas tengan nombre y otras pasen inadvertidas para el continuo de la historia, es una decisión, un impulso colectivo: si deciden cambiar la dirección, el ritmo o el objetivo de la generación anterior o si eligen continuar en la misma linea de lo que han recibido.
Hoy, una generación entera de genoveses, de líderes políticos del Partido Popular, está en esa tesitura.
Sus nombres reflejados en papeles manuscritos de un individuo que no tiene el más mínimo pudor en incriminarse a sí mismo cada vez más para involucrarlos a ellos les coloca en esa disyuntiva; sus apellidos reflejados en recibos de sobresueldos y pagos irregulares, en listados de sobrecogedores de pasillo y despacho, en rúbricas de entradas y salidas de dineros oscuros, les colocan en esa posición de tener que elegir entre ser una generación que cambia o una que continúa.
Porque las financiaciones irregulares -por no decir ilegales, que puede no ser lo mismo-, las comisiones recibidas, las manipulaciones nepotistas que ahora asaltan las portadas de diarios y las cabeceras de los informativos -salvo en los medios públicos, claro está- no son algo que nos venga de nuevas.
Pocos se acuerdan ya de nombres y apellidos como Salvador Palop, Naseiro, Ángel Sanchis, Vicente Sanz o incluso un señor, muy elegante siempre, que siendo ministro se fotografiaba sonriente con otros señores que portaban banderas no constitucionales llamado Eduardo Zaplana.
Pero en esto de la corrupción financiera del PP ellos son la primera generación. Ellos son lo que Cíclope es a los X Men, lo que Góngora es al 27, lo que Lacan y Althusser a la Generación Sin Sentido, lo que el botellón a la Generación Nini.
Y los rajoyes, cospedales, saenz de santamarías y florianos de hoy deben decidir si quieren un nombre generacional diferente a todos esos personajes o simplemente están dispuestos a heredarlos.
Deben decidir si quieren como ellos, escudarse en tecnicismos, prescripciones, recovecos legales para salir bien librados de esta. Si siguen la senda del caso Naseiro en el que nadie fue culpable porque las escuchas policiales que demostraban fehacientemente la corrupción, el nepotismo y la financiación ilegal fueron obtenidas casualmente cuando se investigaba el tráfico de drogas.
Si se reúnen para poner obstáculos a la investigación, le buscan las vueltas del poder a la judicatura para salvaguardarse o tiran de rango político y gubernativo para contener el fiasco.
O bien si deciden cambiarse el nombre y romper con lo que ya se hizo una vez, con lo que se ha hecho siempre, con lo que hicieron aquellos Naseiro y Sanchís, a los que todo el mundo sabe no inocentes aunque nadie pueda llamarlos legalmente culpables.
Deben decidir si dicen la verdad, si se apartan de los escudos de su inmunidad parlamentaria y su poder legislativo cuasi absoluto para no poner obstáculos, si reconocen sus errores y apechugan con ellos. Si lo hacen aunque los delitos hayan prescrito porque los saben ciertos, si no se escudan en la ley del silencio y en las triquiñuelas legales, si rompen con el lema de la anterior generación de financieros de su partido, que se resumía en la gloriosa frase del entonces presidente de la Diputación de Valencia, Vicente Sanz, "Yo estoy en política para forrarme".
Pero en vista de lo acontecido en las intervenciones de ayer, en vista de los pactos con la prensa afín de Don Mariano para eludir las preguntas incómodas, de los dolorosos balbuceos de Cospedal, haciendo honor al nombre propio, parece que está claro el camino elegido.
Escuchando a Rajoy demorar unas explicaciones que le resultan imposibles de dar por que le obligarían a decir "no sé si ocurrió" y tendría que marcharse por inútil; "ocurrió y lo sabía" y debería irse por corrupto o "no ocurrió" y le obligarían a dimitir al más mínimo atisbo de mentira, se ve que ya han hacho su elección.
La generación de políticos que rige ahora los destinos del Partido Popular ya ha tomado la decisión de no pasar a la historia de su formación y de su país con nombre propio. Simplemente serán más de lo mismo, de lo que siempre ha sido y parece que no tienen el más mínimo interés en que deje de ser.
Génova Corrupta, The Next Generation.
Y sí, para que conste, el PSOE también tiene Filesa -recordatorio para cansinos autocomplacientes-.
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