Tahrir, la plaza que otrora nos vendieran y presentaran como un símbolo de libertad y de cambio, hoy es otra cosa.
Puede que a nosotros no nos importe un carajo, acuciados por lo nuestro, puede que se nos antoje lo mismo o nos interese, pero lo que ha ocurrido y ocurre hoy en Tahrir es más importante para nosotros que la gran mayoría de las cosas que están ocurriendo en el interior de nuestras fronteras.
Los militares egipcios han recordado que tienen las armas, que tienen la fuerza, que tienen el poder y han decidido utilizarlos para convertir en historia pasada al primer gobernante civil egipcio salido de las urnas.
Puede que lo llamen de otra manera, puede que los que ahora celebran en la plaza, que no son los mismos que se manifestaban hace dos años, lo quieran llamar de otra manera. Pero un golpe de Estado militar es un golpe de Estado militar. Ni todos los eufemismos del mundo le pueden cambiar el nombre.
Y el golpe militar en Egipto nos envía muchos mensajes, nos demuestra muchas circunstancias. Nos pinta la cara de rojo a nosotros, los occidentales atlánticos, y a nuestro patológico desconocimiento de las situaciones que creemos entender.
Porque Occidente, su actitud y su condescendencia tienen mucho que ver en todo esto.
Cuando Tahrir estaba llena de manifestantes que pedían la caída de Mubarak, del Rais dictatorial que los gobiernos occidentales habían colocado hace décadas en el gobierno egipcio en beneficio de Israel y sus intereses económicos, el Occidente Atlántico los apoyó, los jaleó, los vendió y los compró como ejemplo y semilla de un cambio que debía producirse en el mundo árabe.
Y el Rais cayó, la democracia llegó a Egipto y todos los columnistas, arabistas, expertos en política internacional y demás catálogo de opinadores occidentales se congratularon de ello.
Pero luego Occidente plegó velas en cuanto los egipcios hicieron uso libre de esa democracia. En cuanto eligieron lo que querían, la cosa cambió.
La arrogancia occidental imaginó que los egipcios colocarían en el poder un gobierno de corte occidental -lo que nosotros necesitábamos-, un gobierno de rasgos modernizadores -lo que nosotros queríamos y un gobierno de rasgos laicos -lo que nosotros entendíamos-, pero Egipto eligió lo que quería: un gobierno conservador e islamista.
Y entonces la democracia ya no fue buena en Egipto.
A partir de ese momento los mismos que habían clamado por la democracia en Egipto empezaron a cuestionar el resultado que esa democracia había traído. Los Hermanos Musulmanes empezaron a ser el enemigo a batir. La voluntad del pueblo egipcio empezó a ser cuestionada.
De repente los que antes eran los seguidores del régimen dictatorial y opresivo del Rais pasaron a ser los "laicos" que es oponían a la Constitución de corte religioso del presidente Morsi y los Hermanos Musulmanes.
Desde la prensa occidental hasta el mismísimo blanco inquisidor vaticano Ratzinger empezaron a alertar contra la cristianofobia en Egipto, presentando los actos de los radicales yihadistas como una consecuencia del gobierno de Morsi e ignorando que esos cristianos coptos a los que ahora parecía que se perseguía habían apoyado sin ambages al Rais Mubarak, habían formado parte de su administración, habían compartido desde la élite social gran parte de la visión destructora del gobernante e incluso habían sido los encargados de perseguir durante años a las estructuras clandestinas de los Hermanos Musulmanes, prohibidos por el dictador egipcio.
Pero, de repente, eran los "laicos" que estaban injustamente sometidos a la dictadura de los islamistas. Aunque Morsi hubiera ganado las elecciones con un 51 por ciento de los votos, aunque la Constitución hubiera sido aprobada con un 64% de los sufragios a favor.
Nos daba igual lo que quisiera el pueblo Egipcio. Como a nosotros nos venía mal pues era malo.
Se empezó a hablar de oposición "laica", cuando los políticos que la comandaban y la aglutinaban eran antiguos cargos públicos de la dictadura de Mubarak, se vendió como luchadores por la democracia y la libertad a individuos que utilizaban sus posiciones como jueces para echar tierra en el engranaje islamista cuando durante años habían mandado sin pestañear al patíbulo con sentencias de muerte sumarias a cualquier opositor del régimen de Mubarak.
Todo para intentar parar el islamismo en Egipto.
Como ya habíamos hecho con Argelia hace décadas,cuando impedimos que el FIS subiera al poder porque eran islamistas; lo mismo que estamos haciendo en Siria, enquistando una guerra civil para impedir que los islamistas se hagan con el poder tras la caída de otro dictador puesto por nuestro Occidente Atlántico, El Asad.
Como intentamos desacreditar a la misma sociedad tunecina que había arrojado del poder a su dictador cuando exigió que se retirara la prohibición de llevar velo que este había impuesto a las mujeres musulmanas; lo mismo que hacemos en los reinos feudales del golfo, mirando a otro lado cuando sus emires y príncipes mantienen a su pueblos en la miseria mientras ellos nadan en la opulencia, con tal de que controlen a los extremistas yihadistas dentro de su territorio, aunque esos emires sean más fanáticos religiosos que los propios terroristas y apliquen la ley de la lapidación, la castración y la amputación de manos al pie de la letra.
Lo mismo que estamos haciendo en Turquía, defendiendo a capa y espada unas protestas -quizás justas- con el único objetivo de que el único gobierno coherente de esa zona, el único tapón de cordura democrática que, dentro del islamismo, representa Erdogan -que tampoco es un santo, no nos engañemos- caiga para que no gobierne un islamista en Turquía.
Nuestra incapacidad para entender el flujo de la historia, para comprender que -por un motivo u otro- los países musulmanes quieren ahora y van a seguir queriendo de forma mayoritaria gobiernos basados en su religión, aunque a nosotros nos parezca arcaico y contraproducente, va a acabar por devolvernos el golpe.
Nuestra incapacidad para respetar la democracia cuando nos viene mal, para entender que la única forma de que el gobierno basado en principios religiosos pierda dogmatismo y se haga tolerante y democrático -como nuestra democracia cristiana, que siempre se no olvida que existe y la toleramos cuando hablamos de estas cosas- es que pase por el poder, es que los mismos que lo colocaron en el poder les exijan flexibilidad, nos va a pasar factura.
Nuestra imposibilidad de consentir que otros pueblos y otras culturas pasen por su peculiar travesía del desierto antes de descubrir los supuestos valores que nosotros ya tenemos -y que descubrimos de igual manera que ellos hace no tantos siglos- va a acabar por matarnos.
Los que hoy dicen que Tahrir celebra la caída del gobierno islamista están mintiendo. Los que hoy están en Tahrir están celebrando el retorno al poder de aquellos que lo ejercieron de forma dictatorial y despótica en su beneficio y en el de nuestro Occidente hasta que el pueblo egipcio expresó su voluntad mayoritaria en las urnas.
Los que hoy están en la plaza de Tahrir celebrando el golpe son los mismos que estaban en el palacio presidencial intentando evitar la caída de Mubarak hace dos años. Incluidos los cristianos coptos.
Y lo están porque, entre otras cosas, nuestro cambio de actitud les ha dado alas, les ha enviado una enseñanza de como interpretamos la justicia y la democracia en Occidente, les ha enseñado una lección que les ha resultado muy fácil de aprender y que les costará olvidar: Occidente entiende la democracia y la voluntad popular como una herramienta que sirve a los fines del poder, no como un valor en sí mismo.
Si no nos viene bien la democracia incluso se puede prescindir de ella.
Por más que los que han hecho del islamismo la nueva hidra de múltiples cabezas contra la que enviar a nuestros paladines heroicos -como antes fuera el comunismo- crean que hoy ha sido una victoria para frenar el islamismo en el mundo, están equivocados.
Hoy han contribuido, ya sean medios occidentales, cristianos coptos egipcios, cardenales de curia vaticanos o políticos europeos o estadounidenses a engrosar las filas del yihadismo más radical, fanático y violento.
Cuando a alguien le arrebatas la posibilidad de evolucionar y hacer las cosas de forma democrática tan sólo le dejas la violencia.
En contra de lo que escribían con Láser los golpistas en Tahrir, el juego no ha terminado. No ha hecho otra cosa que empezar y nuestra apertura es tan arriesgada e irresponsable que expone la garganta de todas nuestras piezas al tajo furioso del fanático religioso que sepa utilizarlo. Quizás no nos hayamos dado cuenta o quizás sencillamente ni siquiera nos importe.
Puede que el golpe militar egipcio haya derrotado al islamismo moderado pero ha engrandecido al radical con nuestra aquiescencia y complicidad. A lo mejor eso hace que el mundo sea más seguro para nosotros pero lo convertirá en un infierno de guerra y fanatismo para los que lleguen después, aunque nosotros no lo vivamos.
Y quien crea que esto es una defensa del islamismo -radical o moderado- o de cualquier otro gobierno basado en la teocracia -incluidos la democracia cristiana o el sionismo hebreo- que vuelva a leer despacito este post desde el principio porque no se ha enterado de nada.
1 comentario:
Magníficamente concebido y redactado. Enhorabuena compañero, un saludo!
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