Llevamos varios años teniendo que lidiar con cifras mareantes todos los días.
Desayunamos con los millones de personas en ascenso que han perdido su empleo o con los millones también en ascenso que aparecen en las cuentas helvéticas de los tesoreros partidarios; almorzamos con los cientos de miles de de millones que intentan tapar el sumidero financiero de la banca o con las decenas de miles de jóvenes que se han quedado sin beca, con su futuro encallado en la acérrima defensa de una insana y mal interpretada austeridad por el Gobierno que nos hemos echado en suerte.
Pero entre tantas cuentas, entre tantos ceros mareantes e injustos, corremos el riesgo de que alguno se nos pase, de que las cifras que explican la imposibilidad y la locura emprendida por los que han decidido reformar la enseñanza universitaria y en realidad están destruyéndola nos pasen inadvertidas.
La universidad agoniza, sin calefacción, sin papel, sin poder reponer profesores, teniendo que sacrificar enseñanzas para poder mantener sus deudas bajo control porque la financiación de los gobiernos autonómicos y central no llega. Teniendo que renunciar a programas de postgrado a punto de echar el cierre a la investigación científica y con miles de problemas más que se agolpan sobre ella como pústulas purulentas sobre la piel de un moribundo.
Y los agentes de esa infección, el ministro Wert y todos sus adláteres, mantienen la calma. Cuando no están echándole la culpa a los rectores por rojos, a los padres por blandos, a los alumnos por antisistema o a la comunidad educativa en general porque no consiguen que todo el mundo saque matriculas cum laude -como debería ser, según ellos- afirman que no pasa nada, que es un cambio de modelo. Que todo lo que está perdiendo ahora la universidad en investigación, en trabajo científico, en el nuevo modelo lo asumirán las empresas españolas porque será una investigación "adaptada al mercado empresarial".
Y es en esta explicación que transforma una tragedia de difícil solución en una mera travesía por el desierto circunstancial hacia un futuro mejor en el que las corporaciones asumirán en su propio beneficio y el nuestro la investigación y la ciencia es donde, quizás por sus bajas calificaciones en la materia en otros tiempos, se olvidan de las matemáticas. Y estas se presentan en una sola serie, en un único compendio numérico que podría calificarse como la Serie Fibonacci de la Universidad
3.195.000 -3.191.000 -3.049.000 -1.763.000 -1.286.000 -1.210.000 -97.000 -20.108 -3.074 -433
Estas son las cifras que hacen una mentira manifiesta de ese futuro en el que la iniciativa privada -esa solución paradigmática que siempre pone Wert y el gobierno al que pertenece para todo- se haga cargo de la investigación, la ciencia y el avance tecnológico, conceda becas de investigación y nos lleve de la manita hacia un futuro mejor.
Es muy simple.
En España hay -o había hasta 2012- 3.195.000 empresas. Vamos bien, muchas empresas, mucha posibilidad de que inviertan en I+D, en becas de investigación, en futuro. Claro que 3.191.000 son pymes -y eso ya es un contratiempo-. Pero aún así, una pyme puede tener hasta 250 trabajadores, así que todavía hay esperanza.
Una esperanza que se empieza a desinflar como cualquier burbuja cuando se sabe 3.049.000 son micropymes con menos de 10 trabajadores, 1.763.000 no tienen asalariado ninguno y 1.210.000 tienen menos de cinco empleados.
¿de verdad nos quieren hacer creer que ese tejido empresarial formado entre otras empresas de alto contenido científico como 97.000 bares son capaces de asumir los costes de investigación de una beca?, ¿de verdad pretenden que creamos que es posible que una empresa de turismo rural, una proveedor de material de fontanería o un suministrador de recambios de oficina forma parte del tejido empresarial que estará dispuesto a asumir el coste del I+D en España ahora que ellos pretenden deshacerse de esa responsabilidad y de ese gasto.
Pero bueno, aun nos quedan 20.108 empresas de hasta 250 trabajadores que al menos podrían asumir alguna cosilla. Lo cual es difícil porque un 82% son del sector servicios. Una cadena hotelera puede tener 250 trabajadores pero ¿necesita invertir en I+D?, ¿necesita sufragar investigación científica y tecnológica para sobrevivir o incluso para ampliarse y prosperar?
Wert y su visión propagandística de los recortes en investigación y ciencia nos está vendiendo un humo espeso de un tejido empresarial e industrial inexistente, que no puede -y en muchos caso no quiere- asumir los costes de inversión en el futuro.
Pero aun nos quedan las 3.074 empresas grandes que hay en España, por encima de los 250 trabajadores. Ellas son sin duda las llamadas a ser la proa de esa inversión privada en I+D. Si se les restan más de la mitad que pertenecen también al sector servicios y que como mucho estarán dispuestas a dar becas de marketing porque no necesitan ninguna otra cosa; se detrae de la cantidad las empresas financieras que son en realidad inmensos departamentos de administración de otras empresas o grupos, las entidades bancarias. En definitiva que nos quedan 433 empresas con la suficiente base tecnológica y científica en sus actividades como para precisar el I+D
Y concluida la cadena numérica. Empieza a percibirse la realidad. Porque los sectores industriales españoles tampoco están para muchos ruidos.
Prácticamente no tenemos industria armamentística -uno de los motores, mal que nos pese, de la investigación en ciertos campos, al igual que carecemos prácticamente de aeronáutica nuestra industria farmacéutica es una mera fabricante, subsidiarias de las auténticas farmacéuticas que tienen sus laboratorios de investigación allende nuestras fronteras, más de dos tercios de nuestras empresas tecnológicas son meras páginas de comercio electrónico.
Por no hablar de nuestra industria médica. Si HIMA o Ribera Salud son un ejemplo de ese sector podemos dar por sentado que no invertirán ni un solo céntimo en investigar curas o tratamientos. Se limitarán a cobrar las facturas de la administración por la gestión privada de nuestros hospitales y a otra cosa.
No existe una sola gran empresa agroalimentaria que investigue en cultivos, semillas o cualquier otra cosa, son grandes centrales de compras, intermediarios del mercado, envasadores y vendedores de productos.
Y a todo eso hay que añadir la, por ser diplomáticos, idiosincrasia particular de nuestros empresarios representada en seres como Gerardo Díaz Ferrán. Gentes que aún no han salido del concepto de patrono que pretenden obtener beneficios sin tener que pagar demasiado por el trabajo, que buscan el pelotazo y el negocio fácil y que están dispuestos a cualquier cosa, incluso a hacer quebrar la empresa con tal de poder recoger todo el dinero posible y disfrutar de el sin asumir ni una sola responsabilidad hacia el presente y no digamos ya hacia el futuro.
Pero bueno, siempre nos quedará la ONCE y Telefónica.
Así que si el Estado cierra el grifo de la investigación y de la ciencia para gastar ese dinero en otras cosas más importantes, como evitar la quiebra fraudulenta de sus bancos amigos o sufragar las obras faraónicas de sus gobiernos regionales satélites, simplemente nos quedamos sin ciencia y sin investigación.
La serie fibonacci de nuestro tejido empresarial da constancia de ello.
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