Toda tendencia política, toda concepción de gobierno por desastrosa que sea, genera con los tiempos un catálogo de citas. Un puñado de frases que sirven para definirla y para comprenderla.
Es más que posible que cuando la historia estudie el actual inquilinato genovés de Moncloa -si es que se sigue estudiando historia tras el paso de este gobierno o si todavía hay alguien que pueda pagarse esos estudios universitarios- se recurra a José Ignacio Wert para completar ese catálogo.
Pero del ministro de Educación no obtendremos frases elaboradas ni citas altisonantes, esas quedaran en poder de Andreita y su "¡Que se jodan!" o de Díaz Ferrán y su "hay que trabajar más y cobrar menos". Del titular del ministerio de Educación y Cultura lo que obtendremos serán tics, actitudes repetidas, que nos servirán de ejemplos perfectos de las formas que el PP y el gobierno apoyado por él han utilizado para justificar sus acciones.
José Ignacio Wert es el muestrario vivo de todas ellas y las ha puesto en marcha una tras otras en su numantina e irresponsable defensa de la LOCME.
El primero de esos tics que hacen torcer el gesto al rostro del PP es el que se fundamenta en la exigencia a otros de que hagan un trabajo que solamente correspondería abordar a ellos.
Wert se queja amargamente de que la oposición "no haya presentado un texto alternativo" a su ley.
Además de obviar el hecho cristalino de que no se puede presentar un texto alternativo a algo que no se quiere que se produzca, de ignorar que no es una cuestión de presentar enmiendas porque lo que se niega es la mayor, la ley en su conjunto y el espíritu elitista y absurdo que impone en la educación, el ministro cae en el típico tic del PP.
Cuando este Gobierno tuvo al 15-M y Los Indignados en el cogote nos reclamó que hiciéramos propuestas concretas, que presentáramos alternativas.
Exigió que aquellos que estaban indignados con su gestión elaboraran el corpus legal de una nación entera, pasando de ser ciudadanos indignados a legisladores aficionados que le dieran al Gobierno elaborado y redactado el cambio.
Y lo mismo hizo Lasquetty y el Gobierno de La Comunidad de Madrid cuando la comunidad sanitaria se opuso a las privatizaciones de gestión de los hospitales; lo mismo exigió Ruiz-Gallardón cuando todo el complejo legal de este país se opuso a su tasazo judicial; idéntica actitud que la de Ana Mato cuando los pacientes y ciudadanos se mostraron en contra del pago por los medicamentos o que la del mismísimo Presidente del Gobierno exigiendo a los que luchan contra los desahucios prácticamente que elaboraran y presentarán ante él una nueva Ley Hipotecaria.
El tic del PP le hace elevar los hombros cuando una de sus medidas no gusta y preguntar ¿y ahora qué?, exigiendo a los ciudadanos que no están de acuerdo con sus medidas que sean ellos los que reelaboren las leyes que piensan innecesarias o injustas.
Se niegan a entender que la única alternativa a esas decisiones es simplemente no llevarlas a la práctica. No se trata de ejecutarlas de otra manera, sino simplemente de no ejecutarlas.
Pero ese tic lleva al siguiente: pese a su exigencia de que sean otros los que hagan el trabajo del gobierno, cuando lo hacen se dedican a ignorarlo.
El 15-M redactó el corpus legal que se le exigía y el Gobierno seguramente aún ni lo ha leído; los profesionales de la sanidad abrumaron a Lasquetty con miles de propuestas de ahorro y él las apiló en el más alejado rincón de su despacho; los rectores y CANAE le han dado las propuestas a Wert desde el Consejo de Educación sobre las becas y él simplemente las ha ignorado y ha seguido adelante con lo suyo.
Y esos dos tics absurdos y recurrentes del gobierno que nos echamos encima en las urnas desembocan en otro que es el que más define su esencia, su desviación psicológica de la realidad.
Pese a que tienen a todo el mundo de uñas, pese a que se niegan a escuchar a los órganos consultivos, la calle, los profesionales sanitarios, la comunidad educativa, los sindicatos o cualquiera que les lleve la contraria, ellos se miran al espejo y no entienden nada porque están seguros de que "están abiertos al diálogo".
No convocan a la PAH ni a los jueces para hablar de hipotecas, dan la espalda a los sindicatos sanitarios y las federaciones sindicales de la enseñanza, ni siquiera se reúnen con las organizaciones ciudadanas de pacientes y consumidores o de padres de alumnos, pero están abiertos al diálogo.
Y de nuevo Wert nos da la clave del motivo por el cual los genoveses que se juntan en el Consejo de Ministros cada viernes se creen dialogantes aunque todos aquellos que se sientan frente a ellos, se reúnen con ellos o se manifiestan en su contra piensen todo lo contrario.
Según Wert ha dedicado mucho tiempo al diálogo, "la mayoría a deshacer prejuicios, malinterpretaciones -otra palabra que al igual que la famosa "inequidad" del PP no existe, por cierto- y desconocimientos de lo que la ley decía. Y no he recibido ninguna propuesta alternativa".
Claro. Si el diálogo se entiende por adoctrinamiento, si el diálogo se basa en convencer a los demás de que tengo razón, bajo la premisa de no aceptar que puedo estar equivocado, si el diálogo se interpreta por no moverse un ápice -salvo un punto en las notas de acceso a las becas básicas- de la postura inicial y soltar discursos y sermones sobre la bondad de las posiciones propias, Wert y el Gobierno han dialogado hasta quedar afónicos.
Pero el diálogo no es pontificar ante los que están en contra de tu postura y luego sentarse a escuchar aburrido y distraído sus argumentos sin estar dispuesto a modificar un ápice lo que se tienen pensado de antemano. No es afirmar que todo el que se opone al pensamiento propio es porque no sabe de lo que está hablando.
El diálogo no es el apostolado, no es la presentación de dos monólogos educadamente interrumpidos.. Es otra cosa.
Como la dama que se queja amargamente de que ningún varón reconoce su dulzura y su sensibilidad en lugar de preguntarse si realmente esas condiciones no existen en otro lugar que no sea su imaginación cuando nadie más puede verlas; igual que el galán que protesta iracundo porque ninguna dama sabe ver su romanticismo en lugar de reflexionar sobre si saltar abruptamente entre las piernas de la primera que pasa puede realmente considerarse una muestra de romanticismo, los gobernantes del partido popular siguen preguntándose por qué nadie les da alternativas ignorando la realidad más fehaciente.
Todos y cada uno de los que se han reunido, se han entrevistado y se han manifestado en su contra les han propuesto una alternativa a su política en la primera frase de cada reunión o cada manifestación.
La única alternativa posible: que abandonen esa política. Que dejen de sacrificar servicios fundamentales en aras de su interés, su ideología y su visión mesiánica de la salvación de la patria.
Y luego que hagan su trabajo. Que busquen otra forma de salir de la crisis porque esa no es la que España quiere.
Si eso no es una alternativa es que el Gobierno es el más dialogante de la historia de España. Incluidos, Wert y Lasquetty, por supuesto.
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