Cuando emprendes un camino, cuando lo comienzas, parece que los pasos que das apenas te alejan del origen, del punto de partida. Centrados como solemos estar los occidentales atlánticos en nosotros mismos nos parece que nuestros pies apenas se mueven y luego cuando alzamos la cabeza nos damos cuenta de cuanto nos hemos alejado del principio. Esto, que en otras circunstancias y otras situaciones no sería otra cosa que una reflexión personal propia de una canción romántica serie B, amenaza con convertirse en el mayor peligro al que nos enfrentamos en nuestros días.
La falsa crisis que es la muerte de un modelo económico tan sistémico, recurrente y patógeno como lo es cualquier cáncer ha puesto en movimiento al poder, le ha hecho caminar por primera vez en muchos lustros y nosotros nos vemos obligados a movernos con él -o contra él- si no queremos que el tsunami que se cierne sobre nuestras playas nos aplaste.
Pero caminamos dando tumbos, a ciegas, equivocando el rumbo y perdiéndolo muchas otras veces. No es solamente dentro de nuestras fronteras, no es solamente en el interior de ester país arrasado por los mismos criterios económicos que ahora fingen intentar salvarlo.
Los pasos del Occidente Atlántico, arrasado en su soberbia, destruido en su arrogancia, caminan hacia un abismo que no vemos porque somos incapaces de mirar otra cosa que no sean nuestros propios pies.
En Francia se inicia una oleada de racismo municipal contra los gitanos que la población apoya o por lo menos deja pasar como si los gitanos fueran los culpables de que los millonarios franceses se lleven su dinero a otra parte cuando les suben los impuestos, como si los gitanos fueran los que deslocalizan y envían a Bangladesh plantas de producción y fábricas dejando sin trabajo a los franceses, como si los gitanos tuvieran algo que ver con los manejos económicos con los que Lagarde beneficiaba a sus socios o con los que Sarkozy enriquecía a sus parientes.
En Grecia se exigen pruebas del virus HIV obligatorias a las prostitutas, a los toxicómanos como si ese fuera el camino para impedir el aumento del SIDA en un país al que la troika y sus sucesivos gobiernos han dejado prácticamente sin sanidad pública.
Pero también a los sin techo y a los inmigrantes sin papeles. Como si el deterioro de la sanidad fuera culpa suya, como si el aumento de las enfermedades no tuviera nada que ver con los recortes en la sanidad y si con la condición de indocumentado de un individuo.
El Gobierno de Estados Unidos persigue a Snowden por todo el orbe conocido mientras los delitos de los que acusa a toda la estructura del país ni siquiera se investigan porque se saben ciertos.
En Europa se apoya o se acepta cuando menos un golpe de Estado en Egipto sin querer reparar que ese golpe de estado no es contra el islamismo porque lo apoyan los mas furiosos de los salafistas,que recibieron un 25 por ciento de los votos, de esos votos que supuestamente no eran islamistas porque no votaron a Mursi. Sin querer reparar que ese golpe lo mantienen económicamente jeques de países en los que rige la ley islámica más salvaje como Arabia Saudí o Qatar.
En España, una parte de la población, la que votó al PP, se queja de la subida de impuestos pero no de que se retire la sanidad a los inmigrantes, protesta por que les cobren las recetas pero no porque se mantengan sacerdotes mientras se retiran médicos de las cárceles, porque no les den becas a universitarios que se han ganado el derecho a tenerla pero no porque se suspendan todos los programas educativos de inmersión de extranjeros.
En Francia y Bélgica hay manifestaciones para defender la intimidad en Twitter cuando la fiscalía gala exige que identifique a quien lleva meses lanzando mensajes racistas desde esa plataforma, En Alemania se recrudece la caza del turco, en Tejas se apoya la esterilización forzosa pretérita de inmigrantes, en Lleida la población se indigna porque el Tribunal Supremo anula la prohibición del burka.
Amplios sectores de las poblaciones apoyan esos pasos en ocasiones, los ignoran en otras. Algunos asienten en silencio para ratificarlos y otros tuercen un poco el gesto pero poco más.
Todo ello son pasos erráticos, caminares descontrolados, que parece que nada tienen que ver unos con otros, que parece que no están relacionados. Pero tienen un elemento común.
Cuando nos hemos enfrentado al mayor de nuestros miedos, cuando nos han colocado ante el abismo de un sistema que ya no puede garantizarnos el bienestar que creíamos tener garantizado sin esfuerzo, sin compromiso y sin riesgo alguno hemos reaccionado de la única manera que sabemos reaccionar: hemos buscado alguien a quien echarle la culpa que no fuera nosotros.
Seguimos buscando el caminar propio e individual como forma de escapar del derrumbe y de poco nos está sirviendo el ejemplo de miles de personas que luchan por lo todos en la Educación, la Sanidad o los desahucios, de poco nos sirve el ejemplo de aquellos que arriesgan lo propio para defender lo de otros. Seguimos sin apartar la vista de nuestros ombligos creyendo que el mal de otros es tolerable si redunda en nuestro beneficio, que nuestros derechos son prioritarios porque son nuestros, no porque son derechos universales y por eso se les pueden restringir a otros siempre y cuando eso permita que nosotros los tengamos teniendo. Seguimos negándonos al cambio.
Seguimos haciendo lo que nos está matando.
Tenemos que elegir un camino para salir de esto, para abandonar nuestro decidido viaje al catafalco en el que se puede convertir nuestra sociedad. Y no podemos seguir mirándonos los pies y caminar sin pensar en nada que no sean nuestros pasos.
Hemos de levantar la vista, girar la cabeza y mirar hacia atrás. Y saber que si el camino para escapar, si la ruta de huida, está plagada de los cadáveres de otros, de los derechos pisoteados de otros, no nos sirve. No puede servirnos. Nos conducirá a un destino que tras mucho deambular nos devolverá al punto de partida. Nuestra muerte como sociedad y nuestra miseria interna y externa como individuos.
Sabemos como evitarlo. Otra cosa es que no queramos arriesgarnos a tomar ese camino.
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