Existe una novela -una trilogía para ser exactos- de esas que como están ambientadas allende la fantasía nadie toma en serio porque cree que es para niños o cuando menos para aquellos que se niegan a abandonar la infancia o la adolescencia.
En ella un poderoso mago maneja y manipula -incluso recurriendo a los bancos- hasta conseguir colocar en el trono a un rey que él sabe inútil y que cree manejable para así asegurar su permanencia en el poder sin necesidad de ser visto. Y luego arroja con sus maquinaciones al reino a la guerra para poder presentarse como su salvador y lograr lo que siempre ha querido realmente: el trono del imperio.
Pues bien, esas novelas explican a las claras que es lo que pasa y lleva mucho tiempo pasando en el Partido Popular, esa formación política que mantiene al gobierno porque muchos de nosotros la votaron en nuestra última visita a las urnas.
Desde que Aznar convirtiera su partido en una suerte de reino ostrogodo en el que los líderes son designados por el monarca agonizante y aclamados a espada alzada por la aristocracia de la militancia, el Partido Popular funciona así.
El bueno de Don Mariano lleva ni se sabe cuantos años intentando librarse de ese lastre, aunque últimamente entre reveses judiciales e intercambios de sms con ex tesoreros no saca tiempo para nada. Y lo mismo le pasa a Ignacio González con la "lideresa" Aguirre, que no solo le designó, sino que le regaló el cargo de Presidente de la Comunidad de Madrid de una forma cuando menos vagamente monárquica y absolutista.
Y claro, pasa lo que pasa.
Ahora que pintan bastos, de repente aparecen los reyes auto exiliados, ahora que corren de periódico en periódico los indicios de delito -esparcidos por alguien que lo era todo en la época de Aznar y Aguirre, no lo olvidemos-, los monarcas reaparecen de las brumas para criticar a sus delfines, para poner en tela de juicio los actos de aquellos a los que designaron. Para que la aristocracia del Partido Popular se vuelva hacia ellos con añoranza y piense para sus adentros o diga en voz alta esa frase que tanto gusta al conservadurismo español "con ... vivíamos mejor". Que cambia el nombre pero no el concepto.
Que la tita Espe nunca quiso irse está más claro que el agua. Que su maniobra lo único que buscaba es que no la pillara en el cargo todo el estallido de irregularidades de Gürtel, de financiación ilegal y de demás cohechos, sueldos sobrevolados y demás de Génova, era tan trasparente como nunca lo fue su gobierno.
Por eso ha seguido en la brecha partidaria, por eso se ha dedicado a lanzar invectivas a diestro y siniestro contra la cúpula genovesa, por eso ha aplaudido con las orejas las críticas que el otro monarca auto exiliado, José María Aznar, ha comenzado a lanzar contra aquel al que colocó en el trono genovés para seguir haciendo de su capa de mago un sayo de poder.
Y este fin de semana la tita Espe ha escenificado finalmente su estrategia de reino mágico.
“Si ha habido irregularidades en la financiación, tendremos que reconocerlo, explicarlas y pedir perdón a los ciudadanos. No vale con decir que los demás partidos también se han financiado de forma irregular. Ser los primeros en hablar claro nos dará una ventaja moral. Es muy importante que nos adelantemos a la justicia”.
Ahí está, en plena ejecutiva del Partido Popular. Aguirre pretende alcanzar la superioridad moral enviando al matadero a todo el partido si es necesario con tal de que ella figure como la salvadora, como la regeneradora, como la única posible candidata a la presidencia del partido y por ende a la de la nación. Dos tornos que son uno en la visión desvirtuada del Partido Popular.
Como si ella nada tuviera que ver con Gürtel, con Bárcenas, con Génova,13, ni con la política de dádivas y nepotismo constante que ahora empieza a salir a la luz. Como si ella hubiera abandonado la política antes de todo eso. Como si pudiera engañarnos.
Pero Esperanza Aguirre no abandonó la política.
Abandonó tres carreteras radiales en suspensión de pagos, abandonó una educación bilingüe inútil y contraproducente, abandonó una educación pública recortada hasta el extremo en gastos esenciales para las familias mientras mantiene los gastos de la enseñanza de la religión.
Abandonó una sanidad limitada a un mínimo inaceptable, abandonó una Bankia convertida en un agujero negro financiero por sus manejos y los de los consejeros puestos por su dedo, abandonó las
Abandonó servicios autonómicos de bomberos, de emergencias, de policía mal cubiertos, empresas autonómicas en suspensión de pagos, facturas sin cubrir, abandona una deuda bancaria de más de 17.000 millones de euros, medios de comunicación públicos convertidos en aparatos de propaganda política.
Abandonó escuchas ilegales, concesiones y contratos nepotistas...
Esperanza Aguirre abandonó cuando se dio cuenta que ya ni siquiera el voto cautivo de las pensiones - que también han caído- de una población avejentada la iba a mantener en el poder y que nunca llegaría a hacerla presidenta del país.
No abandonó la política. Lo único que hizo fue esconderse tras su cáncer para disimular todo eso.
No nos engañemos. Esperanza Aguirre no abandonó la política. Su política la abandonó a ella como ella abandonó a los ciudadanos.
Y ahora, cuando todo lo que ella empezó rebota como un ariete contra aquel al que puso al frente, pretende volver, escudada en el caso Bárcenas, para hacerse con un control que en realidad nunca quiso dejar. Hacer caer al gobierno de la nación y al de la comunidad para poder acapararlos desde una posición de "ventaja moral" que ella misma ha intentado crear.
Como el mago Bayaz de la novela de Joe Abercrombie pretende que la vitoreen como salvadora cuando fue ella la que inició la destrucción.
Pero, claro, el rey puesto se le rebela, los delfines de ese rey -Lasquetty, Cifuentes y compañía- también se le rebelan. Nadie que saboree el poder lo va a dejar por las buenas. Si son incapaces de devolvérselo al pueblo mucho más a la rancia tita Espe.
Y además cree que lo conseguirá con el simple rito inútil, vacuo y repetido de pedir perdón por los errores.
La única respuesta posible a ese intento parte también de las páginas de las que ha surgido este símil entre reinos fantásticos y políticas genovitas. Es la que un bárbaro, algo sangriento pero a la sazón el único hombre justo de todo ese burdo entramado, le da al calvo y manipulador hechicero cuando pide perdón por sus desmanes.
"Hay que perdonar a nuestros enemigos... Pero no antes de que los cuelguen", señora Aguirre, no antes de que los cuelguen.
Incluida a usted y a sus "ventajas morales". Metafóricamente hablando, ¿o no?
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