Una de las frases más celebradas de la intervención de ayer del "sobrecogedor" Presidente del Gobierno, celebrada porque en este país de esperpento ya estamos acostumbrados a celebrar el ridículo -sobre todo si es ajeno-, fue la de "España es una democracia seria".
Pero en eso hay que darle la razón a Don Mariano. Al menos en el grado de deseo.
Queremos que España sea una democracia seria. Por eso no es de recibo que el Presidente, su gobierno y su partido pierdan horas de reunión en estrategias defensivas para ocultar su corrupción y no dediquen ni un solo minuto a intentar impedir que una reducción del 25 por ciento en las camas disponibles de los hospitales de referencia durante el verano saturen las urgencias y limiten la capacidad de asistencia sanitaria a los ciudadanos.
Deseamos una democracia seria. Y es por ello nos resulta incomprensible que llame al orden a los pocos de los suyos que hablan abiertamente de corrupción, de sobresueldos y de irregularidades y dejen pasar que una ministra de Sanidad afirme, en unas declaraciones dignas de Malthus, Mengele o Stajanov, que los anticancerígenos “Son innovaciones que desde el punto de vista de coste-efectividad no mejoran mucho la vida del paciente, quizá apenas en unas semanas, y aunque para el que tiene a su padre o su madre afectado es importante, a niveles macroeconómicos, no es rentable..."
Apostamos por una democracia seria. Y eso hace que nos resulte chocante que el Presidente del Gobierno pierda el tiempo chateando para consolar a un ex despechado -aunque sea un tesorero- como un adolescente de afterhours y ni siquiera se comunique con un gobierno regional de su partido al que le han paralizado la privatización de seis hospitales por indicios de delito; o que llame con urgencia al presidente de la Comunidad de Madrid para recriminarle una bronca pública con la "Tita Espe" y ni siquiera le envíe un triste sms cuando lleva meses de bronca constante con toda la comunidad profesional sanitaria y los pacientes de su comunidad, menospreciánoles e insultándoles, por su oposición a la venta a parcelas de Sanidad Pública.
Ansiamos una democracia seria. Por eso nos avergüenza hasta el extremo que acuda pronto en defensa de la rectitud de su ministra de Sanidad cuando asoman sus viajes a Disneyland París a costa de Gürtel y no hable de ella cuando por pura soberbia impide las subastas de medicamentos en Andalucía, que suponen ahorros de hasta el 40% sin poner el riesgo la atención sanitaria; o que ponga la mano en el fuego por su su santa virginal castellano manchega cuando se la acusa de comisionar ilegalmente pero no la arroje a las llamas con la misma presteza cuando su concubino figura en los consejos de administración de las empresas sanitarias a las que se dirigen las privatizaciones sanitarias de su partido.
Por supuesto que anhelamos una democracia seria. Y es por ello que nos coloca al borde de la nausea que se gaste dinero público en campañas propagandísticas para limpiar la imagen del gobierno mientras se recorta hasta el punto de encarecer los medicamentos y dejar sin cama a 300 enfermos crónicos de larga duración y se les envía a sus casas a morir o malvivir como puedan.
Porque en eso consiste una democracia seria. En defender a los ciudadanos por encima de las maltrechas nalgas de los políticos, en anteponer los derechos y las necesidades de la sociedad a las necesidades de justificación de los que ejercen el poder. En que el Presidente del Gobierno esté pendiente de los problemas de los ciudadanos, no de sus problemas partidarios. Es esa seriedad la que le debería obligar a marcharse tras permitir la condena a la muerte y la enfermedad de muchos de sus ciudadanos. No al contrario.
Por eso lo que dice nos nos suena a defensa, nos suena a epitafio. Por eso nos provoca una risa compulsiva que justifique su desesperada aprehensión al clavo ardiendo del poder en la seriedad de nuestra democracia. O nos provocaría risa si no fuera tremendamente trágico.
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