Entre listas de muertos y bombardeos de convoyes sudaneses, las cosas en Gaza se diluyen. Entre cambios de gobierno y radicalizaciones políticas, aquello que se dio en llamar Operación Plomo Fundido está pasando a formar parte de la historia y no de la actualidad -resulta curioso como la historia se nos salta a la cara en tan sólo tres meses-.
Entre tirones de orejas de Obama y de Clinton y serias advertencias de Egipto y Siria se diría que en ese oriente próximo, que algunos llaman medio, las cosas siguen más o menos igual que han estado en los últimos tiempos.
Los halcones guerreros que comandan Sión -uy perdón, fue un lapsus calami, quise decir Israel- prosiguen el calculado progromo palestino y los mafiosos yihadistas que sueñan un nuevo califato del Islam -uy, disculpen de nuevo, cogí la pluma tonta, quise decir la liberación del pueblo palestino- siguen explotando y sangrando a aquellos que les sufren como gobierno injusto.
Pero hoy, cuando todos siguen enrocados en lo suyo, hay un pequeño detalle que demuestra que algo que siempre estuvo, que siempre se supuso, es ya una realidad pública y casi irreversible.
Mientras Israel mantiene esa postura suya de lucha contra el terrorismo y estado democrático por siempre víctima y agredido, que hace bajar el rostro a sus embajadores y torcer el gesto a los del resto del planeta, incluso sus aliados; mientras Hamás sigue hablando de esa liberación que provoca alzamientos de cejas en sus vecinos árabes y defendiendo la guerra a cualquier precio, hay un pequeño detalle, un minúsculo signo, que se hace grande en cuanto lo descubres: es una camiseta.
El batallón Shaked de la Brigada Givati del ejército hebreo tiene una camiseta. Eso no es novedoso. Los marines lucen T shirts -como las llaman ellos- con versiones ingentes de su "semper fidelis"; la legión extranjera francesa también luce un muestrario de ajustadas prendas con sloganes patrios para marcar el bicep bien profundo y ligar en los bares. Hasta nuestra legión, la del chivo y el paso a cien por hora, luce fermosas prendas del "todo por la patria" o "arriba la legión" en días de permiso.
Pero el batallón Sharek tiene una camiseta en la que puede leerse "un disparo, dos muertos" y ponen en su blanco una velada mujer árabe embarazada.
Es ese slogan, colocado en las espaldas del ejército, lo que hace que se transforme en símbolo, en confirmación definitiva de lo que ya creíamos saber y esperábamos que fuera otro de esos errores nuestros de interpretación.
Israel, su ejercito y gobierno, se nos han vuelto nazis.
Se nos han vuelto a todos, como ocurriera antaño, con cada reprobación condescendiente en aras de una culpabilidad recordada contra el pueblo judío; con cada acción militar fuera de sus fronteras que no era repelida, con cada apoyo encubierto o descubierto a una política que, desde la creación del Estado, buscaba el objetivo de limpiarlo de árabes, con cada mirada a otro lado, con cada silencio, con cada conversación susurrada en los pasillos de la diplomacia y cada sonrisa abierta en los despachos.
Se nos ha vuelto a todos con cada concesión y gesto de vergüenza cuando alguien tremola el antisemitismo para evitar la crítica; con cada venta de armas, con cada operación militar de aplastamiento, con cada resolución que dejamos que su gobierno se saltara una y mil veces de forma impenitente.
Se nos ha vuelto a todos, convertidos en réplicas modernas de antiguos Disraelis, con cada anexión militar que no ha sido obligada a devolver, con cada asentamiento ilegal que no ha sido llamada a desmontar, con cada desalojo injusto que no ha sido forzada a paralizar.
Se nos ha vuelto a todos con los cercos por hambre, con el fosoro blanco, con los bombardeos selectivos, con los niños escudo, con los muros de hormigón de ocho metros, con las causas fingidas, con los bombardeos de hospitales, con las encarcelaciones sin juicio.
Se nos ha vuelto a todos nacional socialista con una camiseta.
Nada de lo que hagan o digan sus diplómaticos más allá de los muros de locura que inundan sus fronteras podrá contrarrestar esas simples palabras: "un disparo, dos muertos"; nada de lo que digan sus primeros ministros más allá de los plasmas de las pantallas de nuestros televisores o de las instantaneas de cualquier medio impreso podrá desdecir el dibujo de una mujer embaraza como objetivo orgulloso, légitimo y hasta apetecible de un francotirador.
Hoy toca un triste llanto por una camiseta.
Llorad por los soldados del batallón de Hebrón que aceptaron la cárcel hace casi una década por no matar a niños; llorad por los adolescentes que asumieron el encarcelamiento hace sólo unos meses en un intento vano de evitar la enésima matanza de un progromo infinito; llorad por aquellos que acudieron a un lugar en oriente huyendo del horror, la muerte y la persecución llevadas contra ellos y son complices -o tan sólo testigos- de que se haga lo mismo con otro grupo humano; llorad por los que que creen que, para cubrir el recuerdo de unas camisas pardas que marchaban marciales hasta incendiar su Reichtag, hay que lucir otras de color verde oliva con el mismo argumento.
No lloréis por la rabia, el dolor o la ira. Vuestro llanto de hoy es un llanto de duelo. Llorad por Israel.
Israel se ha matado a si misma con una camiseta.
Israel ya no existe. Sólo queda Sión.
Entre tirones de orejas de Obama y de Clinton y serias advertencias de Egipto y Siria se diría que en ese oriente próximo, que algunos llaman medio, las cosas siguen más o menos igual que han estado en los últimos tiempos.
Los halcones guerreros que comandan Sión -uy perdón, fue un lapsus calami, quise decir Israel- prosiguen el calculado progromo palestino y los mafiosos yihadistas que sueñan un nuevo califato del Islam -uy, disculpen de nuevo, cogí la pluma tonta, quise decir la liberación del pueblo palestino- siguen explotando y sangrando a aquellos que les sufren como gobierno injusto.
Pero hoy, cuando todos siguen enrocados en lo suyo, hay un pequeño detalle que demuestra que algo que siempre estuvo, que siempre se supuso, es ya una realidad pública y casi irreversible.
Mientras Israel mantiene esa postura suya de lucha contra el terrorismo y estado democrático por siempre víctima y agredido, que hace bajar el rostro a sus embajadores y torcer el gesto a los del resto del planeta, incluso sus aliados; mientras Hamás sigue hablando de esa liberación que provoca alzamientos de cejas en sus vecinos árabes y defendiendo la guerra a cualquier precio, hay un pequeño detalle, un minúsculo signo, que se hace grande en cuanto lo descubres: es una camiseta.
El batallón Shaked de la Brigada Givati del ejército hebreo tiene una camiseta. Eso no es novedoso. Los marines lucen T shirts -como las llaman ellos- con versiones ingentes de su "semper fidelis"; la legión extranjera francesa también luce un muestrario de ajustadas prendas con sloganes patrios para marcar el bicep bien profundo y ligar en los bares. Hasta nuestra legión, la del chivo y el paso a cien por hora, luce fermosas prendas del "todo por la patria" o "arriba la legión" en días de permiso.
Pero el batallón Sharek tiene una camiseta en la que puede leerse "un disparo, dos muertos" y ponen en su blanco una velada mujer árabe embarazada.
Es ese slogan, colocado en las espaldas del ejército, lo que hace que se transforme en símbolo, en confirmación definitiva de lo que ya creíamos saber y esperábamos que fuera otro de esos errores nuestros de interpretación.
Israel, su ejercito y gobierno, se nos han vuelto nazis.
Se nos han vuelto a todos, como ocurriera antaño, con cada reprobación condescendiente en aras de una culpabilidad recordada contra el pueblo judío; con cada acción militar fuera de sus fronteras que no era repelida, con cada apoyo encubierto o descubierto a una política que, desde la creación del Estado, buscaba el objetivo de limpiarlo de árabes, con cada mirada a otro lado, con cada silencio, con cada conversación susurrada en los pasillos de la diplomacia y cada sonrisa abierta en los despachos.
Se nos ha vuelto a todos con cada concesión y gesto de vergüenza cuando alguien tremola el antisemitismo para evitar la crítica; con cada venta de armas, con cada operación militar de aplastamiento, con cada resolución que dejamos que su gobierno se saltara una y mil veces de forma impenitente.
Se nos ha vuelto a todos, convertidos en réplicas modernas de antiguos Disraelis, con cada anexión militar que no ha sido obligada a devolver, con cada asentamiento ilegal que no ha sido llamada a desmontar, con cada desalojo injusto que no ha sido forzada a paralizar.
Se nos ha vuelto a todos con los cercos por hambre, con el fosoro blanco, con los bombardeos selectivos, con los niños escudo, con los muros de hormigón de ocho metros, con las causas fingidas, con los bombardeos de hospitales, con las encarcelaciones sin juicio.
Se nos ha vuelto a todos nacional socialista con una camiseta.
Nada de lo que hagan o digan sus diplómaticos más allá de los muros de locura que inundan sus fronteras podrá contrarrestar esas simples palabras: "un disparo, dos muertos"; nada de lo que digan sus primeros ministros más allá de los plasmas de las pantallas de nuestros televisores o de las instantaneas de cualquier medio impreso podrá desdecir el dibujo de una mujer embaraza como objetivo orgulloso, légitimo y hasta apetecible de un francotirador.
Hoy toca un triste llanto por una camiseta.
Llorad por los soldados del batallón de Hebrón que aceptaron la cárcel hace casi una década por no matar a niños; llorad por los adolescentes que asumieron el encarcelamiento hace sólo unos meses en un intento vano de evitar la enésima matanza de un progromo infinito; llorad por aquellos que acudieron a un lugar en oriente huyendo del horror, la muerte y la persecución llevadas contra ellos y son complices -o tan sólo testigos- de que se haga lo mismo con otro grupo humano; llorad por los que que creen que, para cubrir el recuerdo de unas camisas pardas que marchaban marciales hasta incendiar su Reichtag, hay que lucir otras de color verde oliva con el mismo argumento.
No lloréis por la rabia, el dolor o la ira. Vuestro llanto de hoy es un llanto de duelo. Llorad por Israel.
Israel se ha matado a si misma con una camiseta.
Israel ya no existe. Sólo queda Sión.
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