Hay veces que los gestos más pequeños, los más desconocidos, son los que marcan la verdadera esencia de algo o de alguien. Incluso en política.
La política es -en contra de su definición tradicional- la ciencia de la imagen pública, la capacidad de simularse bueno e integro. No de serlo, sino de parecerlo.
Y es por eso -o quizás porque las sociedades aún creen lo que ven y rechazan lo que saben- por lo que los políticos y sus partidos se empeñan en mantener esa imagen imaculada y sin tacha, insisten en tergales y cobartas, abusan de monturas modernas y tintes discretos. En política hasta el uso apropiado de un buen Just for Men puede ganarte un voto.
Por eso no resulta extraño que, cuando alguien te acusa de algo -sobre todo si ese alguien es de siglas contrarias-, se niega y se reniega hasta la extenuación. Los partidos cierran filas en torno a sus jerarcas y compañeros y claman sin fisuras por la inocencia de aquellos que están acusados de lo que sea.
Y eso hace el PP. Hay que reconocer que es el que mejor lo hace en estas tierras nuestras, donde la mayoría de las acusaciones contra políticos terminan siendo ciertas.
El PP salvaguarda su imagen a cualquier precio contra prensa y judicatura. Diseña estrategias para cuestionar jueces, para desmentir actos, para proteger celebridades políticas y personajes de peso en el partido de las acusaciones que se les imputan.
Es más que cierto que no son las estrategías más adecuadas -incluso aunque terminen cumpliendo su objetivo-, pero resultan comprensible, porque en el PP, como en todo partido, por desgracia para militantes y votantes, la imagen es lo primero, la apariencia de corrección es lo primero. La verdad y la no culpabilidad son asuntos menores.
Pero en mitad de todos esos grandes gestos, de todas esas fotos de grupo homogeneo montadas a todo correr a ritmo de sms genovés, de todas esas declaraciones grandilocuentes y estrategias contrajudiciales, hay un hecho pequeño, ínfimo para el PP y minúsculo para los medios que explica mucho mejor que cualquier protección contra sastres y Gurtels el auténtico talante del Partido Popular. Esea forma de ser, rancia y arcaica, que ni siquiera sería capaz de cambiar Don Mariano Rajoy aunque quisiera.
Lejos de la Valencia de Camps y de los trajes; lejos del Madrid de Aguirre y los espias está Yeguas. Y el alcalde de Yeguas es del PP. Y el Alcalde de Yueguas está imputado de un delito.
Como Yeguas está en Málaga lo primero que se nos viene a la cabeza es algún que otro trapicheo urbánistico de esos de la Costa del Sol que han sacudido a ediles de todo color y condición desde Alhaurín hasta Estepona pasando, como no, por Marbella.
Pero Yeguas no tiene urbanizaciones, no tiene hotel de lujo, no tiene campo de golf, así que su alcalde no está imputado por ninguno de esos desmanes. Su alcalde está imputado desde hace ocho meses por acoso e intento de violación de una concejal.
Y es cuando se sabe esto, cuando se conoce el motivo y la razón de la imputación, cuando la obsesión por mantener la imagen comienza a corromper, destruir y resquebrajar esa misma imagen que el Partido Popular se empeña en mantener limpia como una patena.
Cuando se conoce que los compañeros de partido del regidor han pedido por activa y por pasiva que se le aparte de su cargo -en contra de lo que podría parecer-, que le han intentado echar del partido y no han podido, es cuando la imagen del PP se vuelve transparente en su forma instrumental de afrontar los problemas.
Cuando el secretario general del PP malagueño clama por la expulsión del Patrtido y la sede central -esa de la calle Génova que tan pulcra y sin mácula quiere presentarse ante el electorado- duerme el expediente, lo oculta, lo demora, lo para para que no afecte a la imagen pública del partido, para que no añada el clavo final al ataud que sus propias dudas y manejos están tejiendo sobre elPP, es cuando queda claro que al PP no le importa el delito, le importa la apariencia.
Cuando se leen las depresiones, las bajas de la concejala denunciante, los insultos de un alcalde -ya condenado por agredir a un vecino en otros tiempos-, las chulerías y los genoveses, inmersos en esa estrategía falaz y sin sentido de apoyo al imputado, de evitar que trascienda, de defender al suyo, siguen sin hacer nada, sin promover justicia, es cuando ya no se duda. Es cuando se descubre que la supuesta inmacula concepción del PP no se debe a un milagro, sino a una suerte de ocultaciones, de lavar trapos sucios sin que nadie se entere.
Cuando la acusación viene de dentro, de tu propio partido y no se hace nada. Cuando todos los que piden respuestas han sido de los tuyos -incluso la supuesta agredida- y te quedas callado. Cuando se denuncia en algo personal, en algo criminal, que no mancha al partido, que no puede mancharlo porque se debe -en caso de que haya ocurrido- a la actitud de un hombre y no la de un político y aún así sientes necesidad de cubrirle la cara, de taparle el delito, de arroparle en su cargo, entonces es cuando se descubre los motivos de acciones que hasta saber el hecho parecían ausentes de motivo.
Entonces es cuando un pequeño pueblo que se llama Yeguas se hace paradigma de lo que es el PP, de como una estrategia de cubrir a los tuyos llega demasiado lejos. Entonces es cuando se comprende porqué se hacen las cosas y a costa de que precios.
Entonces queda claro que una imagen vale más que mil delitos.
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