El hambre nos saca la miserias. Lo dije en estas diablescas líneas virtuales hace algún tiempo y lo ratifico.
La adversidad no nos vuelve lo que somos, no nos impone las ideologías ni los pensamientos, pero nos impide controlarlos, refrenarlos, darles un lugar interior en el que ocultarse para que sólo afloren en las charlas de taberna y las discusiones de sofá de sábado por la tarde en familia.
La pobreza, la adversidad -o la crisis, que queda más bonito, impersonal y profesional- no nos hace miserables. Sólamente permite que se vea.
Hace una semanas fue en Inglaterra, donde los xenófobos que siempre lo fueron y siempre lo serán, la usaron -la crisis- de excusa para promover una huelga contra los trabajadores extranjeros. Hace unos días de nuevo Europa vio desfilar sus miserias -porque ese tipo de miserias sólo saben desfilar- por las calles de Dresde y de Salzburgo.
Y ahora se nos muestran a nosotros en todo su explendor en forma de pintadas contras los odiados moros en las calles de Villa Joiosa.
Porque los pobres alicantinos -los desempleados, no es figurado- echan la culpa de su pobreza a los pobres magrebíes. Antes de la crisis y el desempleo no tenían excusa. Tampoco castigo, pero al menos no tenían excusa.
Pero ahora creen que la tienen. Creen que su adversidad, su pobleza y su pérdida de horizontes les permite albergar resentimiento contra aquellos que por idénticos motivos han tomado una decisión más arriesgada y radical que ellos y han decidido buscarlos lejos de sus entornos, sus familias y sus hogares.
Y actuamos como si así fuera. Como si la cola del paro les proporcionara patente de corso para atacar por doquier, para no pensar, para dar rienda suelta a la miseria de su interior en aras de evitar la miseria que se avecina en su exterior.
Quizás por ello, gobiernos que se dicen progresistas -y lo son en otras cosas- esconden la cabeza y pretenden pagar a los inmigrantes para que vuelvan a sus países. A lo mejor piensan que desapericido el objetivo desaparecerá la inquina, la rabia y la frustración. Quizás piensen que sin extranjeros no hay xenofobia. Quizás dentro de poco envien a las mujeres a sus casa con un sueldo para erradicar para siempre el machismo.
Quizás, sólo quizás, yerren de pleno el blanco.
Quizás eso justifique que se propongan y se aprueben leyes en las que se castiga con multas de miles de euros alojar en tu casa a un inmigrante ilegal sin cobrarle, sin sacar beneficio económico de su situación, sin explotarle. Sólo por darle un techo.
Quizás eso signifique que nuestro famoso 0,7 por ciento, que nuestras ayudas a la reconstrucción de Gaza, que nuestro presupuesto ascendente de cooperación no es nada sino humo, sino ayudar al que está lejos para lavar nuestros pensamientos e ideologías de lo que hacemos dentro de nuestras fronteras.
Comportarse de forma solidaria en la bonanza es loable y deseable, pero hacerlo en la adversidad es exigible y coherente. Pero quizás, sólo quizás, nunca hayamos sido solidarios, sólo condescendientes.
Ahora que molestan, que irritan, que pueden enblanquecernos la conciencia pero nos disminuyen el bolsillo, podemos hacer de ellos objetivos, podemos justificarnos y usarlos de parapeto para que esos que nunca los han querido, los han aceptado ni los han ayudado no se nos alteren más y se nos hagan violentos.
Quizás por eso se recurre a la justificación del "hecho aislado" -ese viejo concepto del loco solitario- en lugares y villas -como la Joiosa- en los que hace ya una década - cuando España iba bien, ya sabemos- ya tardaban horas en serviles un helado o se negaran a ponerles un chocolate en una cafetería esperando que se marcharan y no estroperan la tarde de domingo a su selecta clientela.
Quizás, sólo quizás, de la indeferencia de entonces nos viene la aversión de ahora.
Quizás alguien debería decirles a aquellos que intentan evitar que el inmigrante, el extranjero sea objeto de persecución y rechazo por la regla de tres de eliminar su presencia en España de la ecuación, que esas actitudes no son comprensibles pese a la crisis, no son explicables por mucho que se tire de manual básico de sociología.
Quizás -y estoy improvisando- no habría que hacer leyes para repatriar a los extranjeros y alejarlos del peligro xenofóbo -y de nuestros puestos de trabajo, de paso- sino para evitar que los bancos les cobren a los morosos las pérdidas de valor de sus viviendas una vez ejecutadas las hipotecas.
Quizás -y sigo improvisando- no debería castigarse a aquellos que albergan inmigrantes sino a aquellos que presentan expedientes de regulación de empleo cuando aún tienen beneficios que se cuentan en miles de millones de euros, sin incluir en ellos los sueldos de sus ejecutivos y directivos y manteniendo el nivel de producción y las ventas.
Quizás -y continuo con mi ejercicio improvisatorio- no habría que sacar del escenario al trabajador extranjero, sino al empresario -español o multinacional- que pide el avaratemiento del despido y blinda a sus ejecutivos con despidos millonarios que les suponen cobrar dos millones de euros por perder su trabajo tras siete meses de empleo -lo cual encarece el despido unos cuantos de miles por ciento, creo yo-.
Pero, en un país en el que todavía se considera que el miedo es una excusa para apuñalar cincuenta veces a dos homosexuales y que la apariencia de incorrección es motivo suficiente para no investigar la corrupción, quizás es exigir demasiada responsabilidad no utilizar el hambre como excusa para odiar al diferente.
Quizás, sólo quizas, deberíamos mostrar a la gente quienes son los auténticos culpables de la crisis y no dejar que crean que el magabrí que pide comida junto a ellos tiene algo que ver con ella.
Quizás, sólo quizás, deberiamos saber que el xenófobo es xenófobo siempre y nunca tiene excusas.
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