Como ya es primavera y apetece salir a pillar esos rayos de sol que anuncian la imperiosa necesidad de operacion bikini -para las que la hagan-, vamos de manifestación.
Montemos una manifestacioncita para mover las piernas y afirnar las gargantas. Que pasos y saetas se encuentran, como quien dice, detrás de la próxima esquina y puede que, sin ensayo alguno, apenas nos pillen preparados.
Nos llega otro de esos domingos sacros en los que unos miles de personas encuentran el interregno perfecto entre la misa, más recatada e íntima y la procesión, más austera y multitudinaria. Y a este le han llamado La Marcha por la Vida.
La excusa es lo de menos. Y tan de menos es para pasear pancarta y crucifijo por las calles, que llega veinticuatro años tarde.
Dicen, los que saben de movilizaciones en favor de la vida, que esta es en contra de la Ley del Aborto, algo que se aprobó allá por el 85, cuando el país olvidaba las carreras entre los Guerrilleros de Cristo Rey y los antifascistas y empezaba a dar por concluida la siempre ponderada Transición Democrática .
Debe ser que los manifestantes, fieles a esa demora jerárquica católica que tanto se lleva en las salas vaticanas, han tardado dos decadas y pico en darse cuenta de que es legal abortar en España. Tampoco hay que tenerles en cuenta el retraso. Al fin y al cabo aún están asimilando en los textos vaticanos que la tierra es redonda y no ocupa el lugar central del universo.
A todo esto, los obispos ni se inmutan, siguen en sus misas y anuncian que no aparecerán. Y eso si que sorprende, acostumbrados como estaban en los últimos tiempos a convertir el paseo dominical de todo ancianito en marcha reivindicativa sacra por cualquier plausible -o no plausible- motivo o condición.
Después de la campaña de linces y de niños -más parecidas a las de Benetton que a las del Vaticano-, después de los videos riojanos en los que resultaba imprescindible para cualquier ciudadano ver a Zapatero sonriendo y a fetos descuartizados, no se puede argüír que los obispos no quieran decir nada sobre el tema. Lo han dicho en Francia, lo han publicitado en España y lo han excumulgado en Mexico.
Y es entonces, cuando surge la pregunta de porqué no van los obispos, cuando desaparece la importancia del lema y de los que acuden a la marcha.
Los ancianos de negro, rojo y púrpura han arrastrado sus pies por el asfalto patrio en otras ocasiones, con otros argumentos y de forma continua y no lo hacen ahora por dos simples motivos: con esto del aborto no se juegan nada en absotulo y no acude el PP.
Da igual que el problema en cuestión sea dogma o doctrina, da igual que lo atestigüe el catecismo o el austriaco vicario que se hace llamar papa. Da igual.
Nuestra iglesia -nuestra por geografía, que no por convicción-, la igleia de Roucco y Cañizares no se juega nada en absoluto en el envite. Lo que es decir lo mismo que no arriesga ni un duro.
La modificación de la Ley del Aborto no va a poner en riesgo el concordato, ni las subvenciones, ni los miles de millones al año que destina el Gobierno a pagar a sus curas y monjas sueldos de profesores, ni las cesiones de tierras gratuitas para iglesias, aparcamientos o cualquier otra cosa que quieran construir nuestros prelados patrios, que han borrado hace tiempo al Señor Mendizabal -el de la desamortización eclesiástica- de sus esquivas memorias.
Si Roucco y Cañizares patearon asfalto por la Ciudadania no fue por defender su credo, su dogma o su doctrina. Fue por no arriesgar dádivas que gobiernos pacatos y otros aún temerosos no se han atrevido a quitar de sus manos.
Los plazos y supuestos del aborto, las memeces de Aido sobre madurez infantil y el hecho de que se scontinue educando en el victimismo eterno en lugar de en la responsabilidad no afectan a las arcas jerárquicas.
Así, se antoja que lo mejor es dejarlo pasar. Armar algo de ruído, eso sí, pero dejarlo pasar. No vaya a ser que, si nos ven un domingo cualquiera parcanta en ristre en calles madrileñas, se acuerden de nuestros problemitas con el Pequeño Vaticano, pendiente de adjudicación, con los colegios concertados, pendientes aún de financiación o con las iglesias monumentales, pendientes aún de restauración.
Que la pela es la pela.
Se podría decir que el pecunio eclesial tampoco gana o pierde un duro -o un céntimo de euro- con las parejas Gays y aún así salieron de manifestación con tan paupérrima excusa. Es cierto, pero amigos, ahí estaba el PP.
Ir de la mano con el Partido Popular a la calle asegura a a los jerarcas obispales presencia, relevancia. Crea la falsa metonimia de que que todo aquel que sea buen católico milita en las mesnadas electorales de Mariano Rajoy, pero también el no menos falso simil de que todo buen militante y votante del PP tiene que ser católico. Y ocho millones de votantes son muchos votantes.
Pero los chicos y las chicas de Génova no pueden presentarse en esta manifestación contra la Ley del Aborto porque, allá en el 85, cuando los obispos casi siempe callaban por miedo a que se recordara en nombre de quien hablaban antes, el PP no se opuso a la ley. Porque durante ocho años ha estado en el Gobierno y no la ha derogado y ni siquiera la ha recortado.
Así que, por mucho que se empeñe, por poco que le guste, no puede hacer oposición en esto -oposición de la suya, de esa de manifestación multitudinaria y discurso encendido con banderas de España por doquier-, se tiene que callar y apartarse como partido de la protesta callejera.
De modo que los obispos no tienen la presencia masificadora de la corte mariana -mariana por Mariano, no por esa virgen suya- y no ganan nada con salir a la calle.
Con el aborto no pierden lo que en realidad les importa y con la manifestación no ganan ni un ápice de intromisión política en la vida pública que en realidad buscan. Así que, ¿para que ir?
Es mejor dejar en la calle -y nunca mejor dicho- a un puñado de gentes que, con razón o sin ella, defienden lo que creen. No hay que olvidar que la iglesia, incluso la española, nos llego desde Pedro.
Y hasta ellos, los prelados hispanos, reconocen que el fundador de la iglesia de Roma hizo con su colega lo mismo que hacen hoy los obispos con los antiabortistas. Negarle sin racato y dejarle a su suerte.
Y lo hizo tres veces.
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