El problema de hablar mucho y demasiado tiempo no radica en aquello que consigas decir, sino en aquello que dejas de hacer mientras estás hablando. Y si encima lo dices a gritos y por la televisión, el problema se multiplica por millones -de espectadores, se entiende-.
Eso es lo que le está pasando al ínclito y bolivariano Hugo Chávez. Una vez más le pierde la boca y en este caso la crisis, como a todos. Gritó y peroró tiempo ha sobre que la crisis no afectaría a Venezuela y eso no ha ocurrido.
Hugo, el de los triunfos en referendos constitucionales por agotamiento, habla mucho y hace mucho -eso no vamos a negarlo-, pero de tanto hablar se le pasan los tiempos y llega tarde a todo.
Llegó tarde al socialismo - ese al que llamaban real-, porque se subió a ese carro cuando la mayoría, incluso los gigantes asiatícos del otro lado del mundo, ya se estaban bajando de él y por eso su socialismo del siglo XXI no le encaja del todo, no se le pone en marcha con la velocidad y el ritmo que a él le gustaría para poder llenar de contenidos su Alo Presidente semanal.
LLegó tarde al anti imperialismo yankie. Ese de toda la vida; el de Otan no, Bases Fuera. Porque el imperialismo estadounidense se nos ha vuelto más de pastel, más llevadero. Se nos marcha de Irak, se nos cierra Guantánamo y se nos muestra tirando de las orejas -y el rabo, en ocasiones- a aquellos que han hecho de ser aliados del imperio la manta de cobertura para sus progromos y desmanes.
Y Chávez mira al mundo y no percibe el resquemor, la duda y el rechazo contra Estados Unidos que le gustaría utilizar contra tan poderoso y cercano vecino. ¡Si le tiende la mano a Irán y hasta habla con los Castro!. El imperialismo al que ha llegado el general bolivariano ya no es lo que era.
A esa coleccción de tardanzas y demoras que atesora el presidente venezolano del rojo en la camisa y en la gorra de comando, se le suman otras que le hacen desfasarse, ir a paso cambiado y convertise a ratos en un "delay" de si mismo y sus propias políticas.
Llega tarde a la diplomacia -si es que entiende el concepto- de bloques porque ya no nos quedan bloques en los que aliniarnos. Hugo intenta revivirlos en Ámerica -en la Ámerica de verdad, no esa que se llama a si misma de esa forma pero sólo es un país más-, pero todos se le borran de ellos. Las guerrillas comunistas gobiernan por las urnas, los presidentes de izquierdas adjuran del proteccionismo y no hay bloque posible que llevarse al discurso, a la alianza, a la boca política que usa el egregio mandatario bolivariano para encender a propios extraños con llamas muy distintas.
Pero ante todo, entre arenga y discruso, referendo y decreto, Chávez llega tarde al petróleo.
Y eso es lo que le mata, lo que le hace torcer el gesto y sacar el puño sobre la mesa. Lo que le hace llegar hasta la crisis.
Chávez llega tarde al petróleo porque el precio del barril se le descompone. Se le baja de 60 a 40 en un abrir y cerrar de ojos. Y su sueño de jeque, de basar la riqueza y el desarrollo de un país en los ingresos petrolíferos le tiembla y se le aleja.
LLega tarde al petróleo porque, a diferencia de emiratos y sultanatos que han de dar de comer a un puñado de clanes familiares, Venezuela se le hace grande, se le multiplica por 26 millones de bocas y el petróleo no le llega para tanto.
LLega tarde al sueño del crudo inagotable porque la producción -aunque sea nacional y venezolana, e incluso bolivariana- se le reduce en millones de barriles al día, ya que aquellos que saben mantenerla han huído con el dinero que ese mismo petróleo les dio de manos del propio Hugo Chávez a base de expropiaciones pagadas.
Y también llega tarde a las expropiaciones y las hace a la fuerza, con militares, pagando con bonos venezolanos que nedie quiere y que habrían de cobrarse en 2034, las anuncia a la baja porque de tanto amenazarlas se ha quedado sin dinero del crudo para poder pagarlas.
Así que esa, tardanza ese empleo de demasiado tiempo en hablar, le hace subir la deuda interna en un 183 por ciento, le obliga a dejar de pagar durante muchos meses el alquiler de los petroleros y los sueldos de las tripulaciones, le fuerza a levar el Iva al 12 por ciento; le empuja a recortar el presupuesto casi un siete por ciento.
Y así le crecen los enanos, se le acumulan los retrasos y se le suben a las barbas los arroces expropiados y los puertos y aeropuertos controlados, en busca de conseguir los ingresos que le faltan para cuadrar unas cuentas, que llegaron muy tarde al mito setentón de que el petróleo sirve para pagarlo todo.
De tanto llegar tarde a las cosas, Hugó, el Hugo del Estado social del Siglo XXI, llega pronto a la crisis.
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