Mientras el G20 se disfraza de los antiguos pueblos helenos -Grecia, últimamente siempre es Grecia- y abandona a su suerte a Europa, disfrazada a su vez de Leónidas y sus trescientos, en la defensa de unas Thermópilas económicas tan innecesarias como imposibles de defender, nosotros nos ponemos en modo electoral y estamos de debate.
Dos candidatos se sientan uno frente a otro con unas reglas de otro tiempo, con un decorado de otro tiempo, con un moderador de otro tiempo. Y claro, lo único que puede salir de tan atávico ejercicio de regresión es una discusión de otro tiempo, sobre programas de otro tiempo que aportan soluciones de otro tiempo.
Porque hubo un tiempo en el que este, nuestro agonizante sistema económico, social y personal, podía ser salvado. Pero hoy no. Ya no.
Y al final, nuestros candidatos, que son nuestros porque se presentan en nuestras elecciones, no porque los hayamos elegido nosotros, se suman a la falange de Leónidas, que sigue defendiendo lo indefendible cuando ya no merece siquiera la pena defenderlo.
Por fin somos europeos, justo cuando Europa se desmorona, pero somos europeos.
Porque lo que anoche hicieron el ínclito Mariano y el proceloso Rubalcaba es el mismo ejercicio de reanimación de un cadáver que ha intentado inútilmente el G20 el pasado fin de semana. Es el mismo golpeteo rítmico y desesperado con el puño contra el pecho de un sistema intentando, contra toda lógica, volver a hacer latir su corazón muerto.
Los hoplitas de Merkel se volvieron el pasado domingo a aquellos a los que creían sus aliados y les pidieron, de hecho les exigieron, ayuda.
Y, al igual que acadios, iridios, macedonios, cretenses, focios, tesalonicenses, tebanos y toda la pléyade de pueblos helenos que recibieron la convocatoria de los mensajeros de Leónidas, los brasileños, chinos, rusos, indios, coreanos y demás pueblos emergentes en esto de la economía de mercado les dieron la espalda.
Y no lo hicieron por maldad, por intransigencia o por desidia. Lo hicieron por pura lógica. Porque, en su furia salvadora de Europa, Sarkozy y Merkel han cometido el mismo error que cometiera el mítico y mitológico rey espartano.
Leónidas olvidó que ningún pueblo le apoyaría en su absurda defensa de algo que no podía ser defendido porque los esclavos que acompañaban a sus huestes a la batalla de forma obligada eran de esos pueblos y Europa ha cometido el mismo error.
Nuestro sistema se ha construido y reconstruído de todas sus cíclicas crisis cada vez más intensas a costa de esos pueblos, de esas gentes. Europa se ha hecho grande económicamente a lo largo de los siglos manteniendo en la miseria a Brasil, en la indigencia a La India, en el bloqueo a Rusia -aunque antes se llamara Unión Soviética-, en el ostracismo a China, en la división a Corea...
Y ahora, ignorando que nuestra riqueza se basaba en su pobreza, que nuestro bienestar se apoyaba en su miseria, nos volvemos a ellos y les pedimos ayuda para salir de una crisis, la crisis definitiva, que es el resultado de haber malgastado nuestros recursos y los suyos, sin preocuparnos de la repercusión que en ellos tenía ese sistema nuestro que parecía el único posible.
¡Claro que nos van a dejar a nuestra suerte! Ellos están naciendo precisamente porque nosotros estamos muriendo. No van a renunciar a su incipiente vida en aras de nuestra pasada gloria.
Puede que dentro de un tiempo histórico hasta nos recuerden con cariño, pero no van a impedir nuestra muerte.
Sería algo tan absurdo como ver a íberos, galos, pictos, bretones y hebreos corriendo en defensa de las murallas de Roma cuando Genserico las asedió.
Y nuestros candidatos, ahora ambos ostrogodos porque han sido elegidos a espada alzada y aclamación por unas élites políticas que nada tienen que ver con nosotros, comenten y cometieron anoche el mismo error.
Se sentaron el uno frente al otro y se dedicaron a un ejercicio cinematográfico de atrincheramiento doctrinal que curiosamente, aunque ellos no lo reconocerían nunca, les colocaba en la misma trinchera.
Y digo lo de cinematográfico porque los roles que adoptaron les llevaron al esperpento de asumir personajes cinematográficos tan pasados de tiempo como el sistema que los dos dicen defender y querer revivir.
Rubalcaba, el secreto y silencioso último vencedor de ETA, se disfrazó -quizás por su tradición policial en Interior- de interrogador implacable. De ese comisario de las oscuras películas del cine negro de James Cagney que apunta, corbata descorrida y mangas arremangadas, con el flexo al rostro de su antagonista exigiéndole una confesión, demandándole una declaración de culpabilidad.
Y lo hizo bien. Porque su rival es tan culpable que aunque hubiera confesado su participación en el magnicidio de Dallas nadie le hubiera creído. Porque está tan acostumbrado a ocultar lo que hace, a avergonzarse de lo que está dispuesto a hacer, que cualquier práctica inquisitorial le pone nervioso, le crispa, le enloquece.
Pero el interrogatorio de Rubalcaba era falso, era ficticio, era una trampa para ocultar algo que sabe y que no quiere que los demás sepan. Era tan absurdo como si Jack Ruby hubiera interrogado a Harvey Oswald.
Cada vez que Rubalcaba preguntaba ¿qué hará para salvar las pensiones? jugaba con ventaja, apostaba a ganador, porque sabía que cualquier cosa que dijera el siempre tintado de pelo y ponderado Rajoy sería mentira.
Porque nada puede salvar las pensiones. Las actuales a lo mejor, pero las nuestras, como diría el poligonero, ni por el forro.
Y lo mismo con la educación y la sanidad públicas, y lo mismo con las inversiones estatales, con las coberturas sociales, con el empleo, con la dinamización industrial... Y lo mismo con cualquier cosa que Rajoy le lanzara a la cara.
Porque Rubalcaba sabe que su antagonista en ese debate que, por forma y decorado, debería haber moderado José Luís Fradejas, no podrá hacer nada simplemente porque el sistema ya no le permite hacer nada.
Porque, mientras se sigan manteniendo los beneficios empresariales sin control, mientras se sigan obteniendo réditos limpios de la inversión financiera, mientras las entidades de evaluación de la deuda puedan llevar a la ruina a los países, mientras los inversores bursátiles sean el barómetro y el termómetro de una economía en la que no colaboran y de la que solamente extraen beneficios, nada de eso será salvable.
Y Rubalcaba lo sabe o al menos debería saberlo. Pero resulta mucho más sencillo que proponer a un pueblo cambiar su forma de ver el mundo y de enfrentarse a él intentar aparentar que esa imposibilidad parte de la ineptitud de su rival político. Rajoy no será el causante del desastre. En todo caso conseguirá que sea más rápido.
¿Y el bueno de Rajoy?
En fin, Don Mariano, que siempre ha sido más de comedia sensiblera con niña desamparada que de cine negro, se difrazó ni más ni menos que de Kevin Costner.
El mediocre actor que nos hiciera creer en su futuro en JFK protagonizó en pleno apogeo de su cinegenica carrera un bodrio llamado Campo de Sueños. Pues bien, Don Mariano anoche era Kevin Costner en Campo de Sueños.
El actor interpreta a un campesino de Idaho que escucha constantemente una voz reiterativa que le persigue entre los maizales y le impele a hacer algo. Y pasa el metraje, entre rictus de agonía y explosión de desesperación, hasta que lo hace, hasta que consigue hacerlo. Se trata de construir un campo de beisbol y cuando lo construye todos los espíritus de los grandes jugadores muertos lo pueblan, entre ellos el de su padre -Pobre Ray Liotta, ¡lo que hay que hacer para ganarse la vida en Hollywood!-
A lo que vamos, Rajoy, el de la barba blanca y el flequillo de Farmatín complex, ayer recurrió a ese mantra cada vez que su oponente le pasaba la pelota: "si lo construyes, él vendrá; si lo construyes, él vendrá".
El mantra que perseguía a Costner entre el maíz de Idaho y el centeno de Salinger era la única respuesta del moderado y moderable gallego.
El mantra que perseguía a Costner entre el maíz de Idaho y el centeno de Salinger era la única respuesta del moderado y moderable gallego.
Su solución era siempre la misma: se ayuda a las empresas y se crea empleo que genera consumo, que deriva en impuestos y dinero para el estado.
¿La sanidad?, si lo construyes, él vendrá; ¿la educación?, si lo construyes, él vendrá; ¿la dinamización industrial?, si lo construyes, él vendrá; ¿las pensiones?, si lo construyes, él vendrá...
El mantra se repetía una y otra vez ignorando el hecho, por él sabido, de que la premisa era errónea por imposible.
El sistema no puede generar empleo. Para ello hace falta un sector que sea el buque insignia de la economía de nuestro país y no lo tenemos. Lo quemamos en la última crisis de la que salimos con esa fórmula. Se llama Construcción.
Es posible que, mientras haya guerra, Estados Unidos pueda recurrir a su complejo militar industrial para aplicar esa fórmula; puede que a Alemania le queden un par de cartuchos por quemar con la aeronáutica y la biotecnología; a lo mejor Sarkozy o su sucesor pueden recurrir al sector energético francés como salva de honor última en la muerte de esa forma de salvación, puede que a Japón le quede la microelectrónica, la informática y los videojuegos. Pero nosotros, y como nosotros la mayor parte de los países hasta ahora industrializados, ya no tenemos nada.
Pero es más fácil negar esa mayor y acusar al rival de haber destruido un sistema que hace aguas por si mismo en todo el mundo.
Eso es mucho más sencillo que intentar convencer a un país de que tiene que cambiar de arriba a abajo todos sus criterios económicos y personales para poder sobrevivir.
Rajoy, el PP, y toda la clase política europea por extensión, saben que aunque construya ese campo y ponga a jugar en él a Adam Smith de catcher, a Stuart Mill de sor stopper y al mismísimo John Mainar Keynes de pitcher no habrá nada que pueda evitar que la historia batee fuera de límites un sistema económico que se niega a repartir de forma justa y obligatoria la riqueza generada.
Así que, aunque parezca lo contrario, nuestros dos candidatos están en la misma trinchera. Los dos son paramédicos novatos que intentan aplicar corriente a un corazón económico muerto, aún a riesgo de calcinar la piel y la carne que le rodean, en lugar de certificar la hora de su muerte y ponerse al esfuerzo de crear algo nuevo.
Toda Europa está en lo mismo.
Merkel, agobiada por el mismo conocimiento que poseen nuestros candidatos, acusa a Grecia de ser el país que más dinero le ha hecho gastar a Europa y ser un país de vagos, ignorando que su amada Alemania ha provocado en el mundo a lo largo de la historia más gasto en reconstrucciones post bélicas que ninguna otra nación de La Tierra.
Sarkozy tira de oratoria para exigir a aquellos a los que durante siglos el sistema liberal capitalista convirtió en semi esclavos miserables que contribuyan a salvar un sistema que les pretende mantener en el mismo lugar.
Y nuestro Cagney y nuestro Costner particulares se emperran en sentarse el uno frente al otro en un escenario de los años setenta, para defender unas políticas de los años ochenta y que ya fracasaron en los años noventa. Todo ello del siglo pasado. Todo ello muerto.
Al final los dos defienden lo que ninguno de los dos debería defender. Los dos dan por sentado que el barco se está hundiendo y acabará en el fondo del océano. Lo único que discuten es qué melodía debe interpretar la orquesta mientras el Titanic hace irremisiblemente aguas.
Y nosotros, ¿qué hacemos nosotros?
Nada. No hacemos nada. Nos empeñamos en el inútil ejercicio electoral de cambiar de tumbona en el Titanic.
Quizás sería mejor arrojarnos al agua helada y nadar en busca de una chalupa en la que tengamos que remar, por mas callos que nos salgan y más que sangren las palmas de nuestras manos, acarreando lo poco que nos han dejado de nuestras libertades y nuestras esperanzas.
Porque el hecho de no haber visto isla alguna desde la lujosa balaustrada del bajel que ahora hace aguas no implica necesariamente que no exista.
Pero eso exige esfuerzo. Y eso es algo para lo que no estamos preparados. Merkel, Sarkozy, Rajoy y Rubalcaba lo saben. Y nosotros también lo sabemos.
Y a nosotros tampoco nos importa.
3 comentarios:
En el debate no pedio ninguno de los dos candidatos (¿de donde me suena esa frase en elecciones?).
Los que perdimos somos todos los españolitos, pues nos vendieron la "moto" de que era necesario escuchar atentamente lo que tenian que contarnos, para poder elegir a quien echar nuestra papeleta. Nos intentaron vender -no solo los cantidatos (lo que me produjo mas tristeza, rabia y miedo) sino los medios de comunicación y todos y cada uno de los contertulios que hablaron en las distintos medios que pude escuchar - es que no hay opcion Rubalcaba o Rajoy o sea lo el mismo perro pero con distinto collar.
Ahora que ellos han dicho lo que han querido decir y han callado lo que han querido callar, ahora que nos escuchen a nosotros, porque hay otras opciones y si no las hay debe haberlas y si no las tendremos que inventar.
Habra que decir que no queremos ni al que sale ni al que quiere entrar. Siempre nos cuentan que hay que tener una mayoria suficiente para asegurar la estabilidad, que ahora lo que se nos piden en ser previsibles para que puedan confiar. Pues quizás ahora lo que toca y que cuente con esa mayoria otro que sea mas imaginativo, mas emprendedor, mas innovador, mas conciliador, mas "escuchador" y que al mismo tiempo sea menos "sensato", menos "obediente",menos "previsible",menos "experto", menos mentiroso y menos corrupto.
La otra opcion que se me antoja es que nadie tenga esa mayoria, aunque eso pueda conducir al caos (que se sienten a trabajar todos juntos que para eso son elegidos no para hacer lo que ellos "saben" que es mejor); Necesitamos mas de 300 diputados para que piesen, hablen, debatan, analizen,discutan y acuerden, no para que duerman cuando habla otro y aplaudan cuando les despierta el imaginaria del partido.
Habra quien diga que eso es el caos, el desastre, el fin, una insensatez, un disparate, que eso no posible, que no se puede hacer.
Y surgiran voces que pregunten ¿quien puede provocar que se sienten a parlamentar? ¿quien va
a obligarles a estrujar sus mentes y nos nuestros bolsillos? ¿quien puede hacer que piensen todos y no solo en ellos?
La respuesta es facil:
NOSOTROS ¿quien va a impedirnoslo si nos lo proponemos?
Nos dicen que somos soberanos pero nosostros no queremos ejercer de tales. Es mas facil decir ¡son todos iguales! Pues entonces busquemos uno diferente y si no forzemos a que actuen de forma diferente.
Esto no es una llamada a las armas, es una llamada a la razón.
Podemos hacerlo. A ver si nos atrevemos.
El único problema es que tenemos que estar dispuestos a perder mucho para poder conservar lo que importa.
Una revolución no supone pasar a nadie por las armas, una revolución no supone sangre y fuego, muerte y caos.
Una revolución supone pensar como nunca se había pensado antes y asumir respopnsabilidades que no se habían asumido antes.
En 1789 los franceses pidieron un ejército nacional formado por ellos mismos; en 1917 los rusos pidieron la responsabilidad sobre su propia producción y su propio trabajo.
Nosotros solamente tenemos que pedir la responsabilidad sobre nuestra propia economía.
Y para ello sólo es necesario, quedido brother in law, decir alto y claro que vamos a hacer lo que queremos hacer y no lo que ellos quieren hacer con nosotros.
Ahí empieza y acaba la revolución. Lo posterior será el gobierno y ese gobierno y esa economía serán responsabilidad de todos.
Pongamonos por fin a pensar qué queremos hacer y no quien queremos que haga lo que quiera con nosotros.
Pongamonos por fin a pensar en contra nuestra y en beneficio de todos.
Esa es la auténtica revolución.
Ves como puede hacerse un comentario con nombre
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