domingo, noviembre 20, 2011

El mundo entero está de elecciones este 20N

Estamos de elecciones. Amanece ese día en el que parece que podemos decidir pero no podemos hablar de lo que decidimos.
No vaya a ser que a todos se nos ocurra ponernos de acuerdo y entonces votemos como una sociedad, como un colectivo, no como individuos febriles y egoístas que solamente pensamos en nosotros mismos y que solamente defendemos nuestros propios intereses. Vamos, como lo que somos.
Pero como no tengo demasiada posibilidad de influir y carece de importancia que lo haga, yo, enrrocado en mis trece de pensar lo que digo y escribir lo que pienso, voy a hablar de las elecciones.
Hoy es 20 de Noviembre y muchos, pero que muchos y en muchos sitios, están de elecciones.
En las riberas del Amazonas, las que han conseguido ser domadas por la mano del hombre, miles, quizá millones, de capesinos eligen -porque no les queda otra- qué esclavista agrario se apropiará de sus vidas, haciéndoles trabajar dieciocho horas al día a cambio de un pedazo de carne rancia y un cobertizo que será arrasado con las próximas lluvias torrenciales.
En la Plaza Tahrir de El Cairo miles de jóvenes eligen si deben seguir combatiendo, resisitiendo  y muriendo contra el nuevo enemigo militar que creyeron su aliado cuando, hace unos meses, tenían claro que Mubarak era el enemigo de todos.
En Benin, Niger o Tanzania millones de seres humanos eligen entre la muerte lenta y segura por la guerra o el hambre de una vida de castidad y la muerte rápida y algo más placentera una vida de sexo con sida y sin profilaxis porque el preservativo más cercano se encuentra a un continente y un viaje suicida en patera de distancia. Eligen entre morir ahora o morir mañana.
En el corazon ardiente y sereno del Imperio Occidental Atlántico cuarenta y seis millones de personas -diez millones más que el censo completo de nuestro país- eligen entre las dos opciones que les da la supervivencia: arrastrar su carrito por las calles, en la esperanza de recaudar lo suficiente durante el día para pagarse una pensión poblada de chinches y ácaros, o perder un día en la cola de un comedor social o de un albergue que, cuando se cierren nuestros colegios electorales, cerrará sus puertas saturado y hasta la bandera, dejando a cientos al arbitrio del frío invernal. Eligen entre la desesperanza y la desesperación.
En las lejanas provincias de Anhui, Chongqing, Fujian, Gansu o Guangdong millones de ciudadanos del imperio rojo del dragón eligen a qué mafia venderle su alma, su cuerpo y su trabajo a cambio de un futuro posiblemente peor en beneficio de nuestra moda, nuestra comida rápida o nuestras baratijas. Eligen entre esclavitud y servidumbre
En las secas tierras de Mogadiscio o Addis Abeba miles de mujeres eligen si prefieren, después de horas de dolor, abusos y sufrimiento, parir el bastardo de un guerrillero pagado por una multinacional para defender sus beneficios o el de un soldado gubernamental mantenido por un gobierno occidental para expoliar sus recursos. La elección es tan sencilla como elegir a qué pozo acuden a recoger agua.
En Damasco, Palmira, Aleppo, Homs o Duma millones de personas eligen entre morir por miedo e inacción a manos de aquel que lleva años matándo o perecer entre protestas y revolución, dejados de la mano de Occidente, por las balas de aquellos que están ya hasta cansados de seguir matándoles. Eligen entre morir o seguir muertos
En las antiplanicies andinas miles de campesinos eligen entre la falsa seguridad mafiosa de los guerrileros de la cocaina y los cárteles y la siempre prometida -y no menos mafiosa- de un ejército que nunca llega donde tiene que llegar porque a los presidentes no les conviene perder el dinero que necesitan para sus campañas electorales. Eligen entre sobrevivir y la supervivencia
En Tailandia, Vietnam o Camboya, miles de padres y de madres eligen a qué explotador sexual venden a sus hijas de nueve años a cambio de la comida y la calefacción suficiente para poder mantener  al resto de su prole, al menos hasta que tengan otra hija en edad de ser violada inmisericordemente durante años  por los pedofilos españoles, ingleses o alemanes en cualquier lupanar infantil de Bangkok, Phnom Penh o Hannoi. Eligen entre el drama y la tragedia.
En las estepas de La Madre Rusia - la grande, la de siempre, la que incluye Biolorusia, Ucrania y todas las demás- miles de mujeres eligen entre entregarse a sus antiguos agentes protectores, ahora mafiosos, para ser vendidas como pedazos de carne sexual en los prostibulos estadounidenses o europeos o ser forzadas por ellos en su propio país con muchas menos esperanzas de escapar. Eligen entre contestar un anuncio de prensa o pedir trabajo en un local de moda en Moscú o en San Petesbugo. Eligen entre la sumisión y el sometimiento.
En Sao Paulo, Salvador de Bahia, Santiago de Cuba o Cienfuegos, miles de jovenes brasileños agraciados eligen si acudir a España, Francia o Italia a ser encerrados en un piso e hinchados a viagra para satisfacer los deseos de gays, viudas y divorciadas sin conciencia o hacer lo mismo en las calles de sus propias ciudades por un puñado escaso de reales brasileños o unos pocos pesos cubanos convertibles a aún menos dólares. Elijen entre indignidad y humillación,
En Uganda, El Congo o Sudán millones de niños estan eligiendo con qué herramienta matarán a su primera víctima para asegurarse que aquellos que les han secuestrado, humillado y maltratado les dejen formar parte de su ejército en lugar de violarles durante una noche de borrachera continua y degollarles después. Eligen entre asesinar o ser asesinados.
Así que parece que sí, que en muchos sitios hoy están de elecciones. Pero no solamente en esos lejanos sitios que no forman parte de nuestras circuscripciones electorales.
También están de elecciones aquí, a la vuelta de la esquina de nuestro Occidente Atlántico.
En sus despachos en la city lodinense o Wall Street o en sus áticos en el Soho o Park Avenue, un puñado de ejecutivos de Standard & Poors, Mody´s o Ficht eligen cual será el próximo país en caer en aras de los beneficios de los inversores que están detrás de ellos. Eligen qué sociedad será la siguiente que pague por sus cuentas de resultados, cual será la poóxima en acumular millones de parados, millones de desahuciados y de familias arrojadas a la miseria. Eligen entre ellos y los demás
En sus sedes del distrito neoyorkino de la moda, de París o de Barcelona, un grupo de gente de lo más chic elige cual será la ubicación de su próximo centro de fabricación en función de lo baratos que serán los esclavos que les cosan sus diseños. Eligen entre ellos y los otros.
En sus talleres fortificados de Amberes, de la Quinta Avenida o de Charing Cross, los comerciantes de piedras brillantes eligen cual es el mejor sistema para ocultar los diamantes, esmeraldas y los rubíes sangrientos, cosechados con el esfuerzo del trabajo esclavo, para impedir que su precio disminuya. Eligen entre ellos y la cordura
En sus ciudades corporativas, un puñado de representantes de las grandes multinacionales eligen entre la opción de recortar sus beneficios, pagando un precio justo por el tungsteno, los semicondutores o el coltán necesario para la fabricación de sus productos tecnológicos, o mantenerlos altos, invirtiendo en la inestabilidad y la explotación humana en las zonas en las que se producen estos recursos. La primera opción tiene una sorprendente tendencia a perder en todas las ocasiones. Eligen entre la justicia y ellos mismos.
En sus asépticos laboratorios de bata blanca y ambierte inerte, un reducido núcleo de personas elige qué patentes sanitarias blindar y ocultar para impedir la réplica a bajo precio en países que no tienen el dinero para pagarlas pero que están muriendo por las enfermedades que esos compuestos curan; eligen entre dejar a África morir de Sida y mantener el precio de sus retrovirales. Eligen entre ellos y el resto del mundo.
En sus santos sitiales de Roma, Teherán o Jerusalén, un puñado de seres vagamente humanos eligen cual será la mejor excusa para lanzar a las mentes y los corazones de las gentes la locura necesaria para poner a su dios por encima de todo y por encima de todos. Ya sea en la paz o en la guerra. Elijen entre ellos y la historia.
Pero, pese a todo, pese a que quisieramos que así fuera, tampoco son ellos los únicos que están hoy de elecciones. Nosotros también estamos de elecciones. Como cada día.
Nuestros pederastras eligen entre Bangkok y Hannoi, nuestros puteros entre rusas y dominicanas, nuestras divorciadas ansiosas entre brasileños y cubanos, nuestras mujeres entre Prada y Versage, nuestrros jóvenes entre Nike y Adidas, nuestros hombres entre el Galaxy y el Iphone, nuestras ricas entre amatistas y rubíes, nuestros ricos entre Rolex y Dupont, nuestros inversores entre deuda británica o bonos del tesoro estadounidense, nuestros brokers entre hundir el precio del grano en Rusia o especular con la producción de leche en el mundo, nuestras empresas entre China e India, nuestras amas de casa entre rumanas y peruanas, nuestros constructores entre bosnios y ucranianos, nuestros criminales entre bolivianos y kosovares.
 Y todos nosotros elegimos entre nosotros y nuestras conciencias. Elegimos entre dormir a pierna suelta fingiéndonos inocentes y no poder hacerlo sabiéndonos culpables.
Y, por supuesto, hoy nuestros votantes están de elecciones.
Eligen quién, durante los próximos cuatro años, les lavará de cara y el remordimiento de todo eso, les dirá que no son culpables, les mentirá diciéndoles que podemos salvarnos solos y que debemos hacerlo a costa de todos los demás, cueste lo que cueste, caiga quien caiga, mientras no sea occidental atlántico. O incluso si lo es.
Eligen quién les permitirá creer que lo que hay es lo único que puede haber, que su desgracia es producto de otros, que el sistema que nos ha llevado al límite mismo de la extinción como civilización es el único posible y el único plausible. Que las cosas tienen que seguir como están hasta ahora y que lo único en lo que nos debemos centrar es en intentar conseguir permanecer en lo más alto de la cadena alimenticia humana hasta que todo se vaya al carajo.
Eligen entre el vacío y la nada, entre el desastre y el fiasco, entre el crimen y el pecado. Y, por si fuera poco, creen que esa es la única elección que deben hacer. Siguen creyendo que el voto es la elección.
Pero no es así. Deberíamos saber que no es así. Es más, sabemos que no así y no deberíamos negárnoslo.
¿De verdad aún creemos que hablando de elecciones hay que hablar del voto?
Sobre el voto no hay nada que decir que no se haya dicho ya porque no queda nada por decir que quiera ser escuchado.
Sobre el futuro si hay que hablar de elecciones. La dicotomía que se nos presenta está más allá de nuestras urnas y de nuestras fronteras. Es una elección tan sencilla como inevitable: se trata de empeñarse en vivir para acabar con el dolor  o conformarse con sobrevivir para que no duela. Puede parecer lo mismo pero no lo es. No nos confundamos.
Las demás elecciones sólo son un grandioso nudo gordiano que no puede ser desatado. Roto sí, pero no desatado. El tiempo de cambiar sufragios por finales felices ha pasado. Se fue y no volverá.
Vivir o sobrevivir: Esa es la elección y aún podemos hacerla. Aún, mientras nos dejen pensar, mientras nos dejen ser libres. Otros ya no tienen tanta suerte. Realmente, nunca la tuvieron.
Así que feliz día de elecciones. No de votaciones, de elecciones.

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