Hoy los hay que creen que han ganado y los hay que saben que han perdido. Los hay que saben que han subido y los hay que creen que han bajado. Hoy hay nuevo gobierno y no seré yo quien diga a priori que va a ser peor o mejor que el anterior. Hoy, por usar el símil castizo, se ha dado la vuelta a la tortilla.
Y la única realidad, la única verdad incuestionable y no cuestionada es que la tortilla sigue en la sartén y va a seguir quemándose. Quizás por la otra cara, pero va a seguir quemándose.
Hemos tomado la peor decisión que podíamos tomar y eso no tiene nada que ver con la victoria del Partido Popular ni con la derrota del Partido Socialista. No tiene nada que ver con el ascenso del arribismo de UPyD, ni del soberanismo de AMAIUR, ni del federalismo de IU. La decisión que hemos tomado no tiene nada que ver con ninguno de los partidos porque no tiene nada que ver con nada.
Hemos mirado al presente y no hemos visto nada, hemos mirado al pasado y no hemos aprendido nada y hemos mirado al futuro y no hemos entendido nada.
Como antes los portugueses, los griegos, los británicos, los daneses, los irlandeses y los holandeses, nos hemos visto impelidos a cambiar de gobierno, a mudar los rostros y los actos, por nuestra incapacidad para reconocer que somos nosotros los que tenemos que cambiar.
Hemos modificado el panel de resultados para no reconocer que tenemos que cambiar de competición, de reglas, de árbitros y de campo de juego. Para evitar que alguien nos obligue a salir del banquillo.
Hemos sido, de momento, los últimos en hacerlo y eso nos debería haber dado ventaja. Nos debería haber otorgado el privilegio de la perspectiva, de observar el conjunto, pero no hemos querido hacerlo, no hemos sabido hacerlo.
Nos hemos refugiado en la lógica formal más demoledora de que si el gobierno lo hace mal hay que poner otro que lo haga mejor. Y el razonamiento no parece tener fisuras, no parece aceptar ninguna crítica, parece ser plenamente justificable y democrático. Y de hecho lo es.
No tiene ninguna grieta, salvo el pequeño pero reseñable error de que se aplica al ámbito equivocado o, para ser más exactos, de que nos negamos a aplicarlo al ámbito correcto.
Si un gobierno falla hay que cambiarlo. Ese es un principio de soberanía popular incuestionable. Pero si un sistema falla también hay cambiarlo y eso, que es tan irrenunciable como un cambio de gobierno, no lo hemos hecho, no queremos hacerlo y no permitimos que nadie lo haga.
Y esa renuncia es lo que hace que estas elecciones no tengan nada que ver con nada ni con nadie.
Y esa renuncia es lo que hace que estas elecciones no tengan nada que ver con nada ni con nadie.
Esa decisión de ignorar lo evidente es lo que hace que nuestro proceso electoral se haya transformado en un remedo del mítico e hispánicamente siempre celebrado martirio de San Lorenzo en el que somos dados la vuelta una y otra vez en la misma parrilla hasta que nos asamos vivos.
Y los hay que todavía mantienen que ese cambio de sistema es solamente una necesidad para los que han perdido, para los que ahora no detentan el poder. Pero yerran el blanco por muchos metros. Se equivocan por dos motivos.
El primero de ellos debería ser tan evidente que nos tendría que hacer sangrar los oídos como el estallido de una bomba: la política del siglo XXI es global. No se articula de otra forma y no puede moverse de otra manera.
Los que defienden el sistema han olvidado la globalidad ideológica mundial o simplemente se la ocultan para no tener que volver sobre sus pasos y reconocer que el camino elegido es una bifurcación que lleva exactamente al mismo destino que la senda que parece que se ha abandonado al cambiar de gobierno.
Si la política no fuera global, si las ideologías europeas no fueran globales, si las respuestas a los problemas de cada una de esas ideologías no fueran comunes en todo el rango y el ámbito de la Civilización Occidental Atlántica, un cambio de gobierno podría ser la solución.
Pero como lo son. La única solución es un cambio de sistema. Y la prueba se antoja tan irrefutable como las que presentaron los fiscales en el famoso juicio QV7
La crisis se ha llevado por delante a cinco gobiernos europeos antes que al nuestro ¿eran todos socialdemócratas? La respuesta es no. ¿todos sus substitutos eran neocon? La respuesta sigue siendo no. Entonces ¿como puede un cambio de gobierno que oscile entre lo socialdemócrata y lo neocon hacernos salir de la parrilla en la que nos estamos asando lentamente?
La respuesta a estas alturas es tan obvia como evidente. No puede.
La crisis ha mandado a la banca rota a países con gobiernos socialdemócratas de mucho gasto público y con gobiernos neocon de contención del déficit a ultranza. El colapso del sistema ha mandado a galeras a gobiernos socialdemócratas defensores del Estado del Bienestar y ha ejecutivos neocon firmes garantes de la prevalencia de la iniciativa privada y la competencia salvaje como garantía de la evolución.
Y lo que es peor. Sus sustitutos, invariablemente de la tendencia ideológica opuesta, no han podido ni siquiera minimizar el impacto, no han podido recuperar en sus países el sistema que les está llevando al desastre. Los sustitutos socialdemocratas de los gobiernos neocon caídos no han podido parar la debacle, los sustitutos neocon de los gobernantes socialdemocratas derrotados tampoco han sido capaces de frenar la destrucción de sus países que siguen en la misma crisis, en la misma cuesta abajo, en la misma caída libre que cuando eran regidos por los gobiernos de la ideología contrapuesta.
Y lo que es peor. Sus sustitutos, invariablemente de la tendencia ideológica opuesta, no han podido ni siquiera minimizar el impacto, no han podido recuperar en sus países el sistema que les está llevando al desastre. Los sustitutos socialdemocratas de los gobiernos neocon caídos no han podido parar la debacle, los sustitutos neocon de los gobernantes socialdemocratas derrotados tampoco han sido capaces de frenar la destrucción de sus países que siguen en la misma crisis, en la misma cuesta abajo, en la misma caída libre que cuando eran regidos por los gobiernos de la ideología contrapuesta.
Los neocon no han sido capaces de reactivar la economía y los socialdemócratas no han podido diluir el impacto social. El cambio de gobierno no ha servido en ninguno de los países que lo han practicado, ni siquiera ha servido en el país que no está sometido a la zona euro.
Y si hubieramos mirado al futuro, nos habríamos dado cuenta de que la misma criris se va a llevar por delante en breve a Sarkozy e incluso es probable -esto son encuestas- a Merkel. Los adalides de la solución mercantilista al problema.
Así que, si el cambio de gobierno no funciona, no ha funcionado y no parece que vaya a funcionar a otros, mientras se articule en un cambio entre la socialdemocracia y los principios neocon, ¿por qué creemos que va a funcionarnos a nosotros?
Claro que hay que cambiar algo, pero no solamente el gobierno.
Pero el segundo motivo por el que los detractores del cambio de sistema deberían replantearse su posición es mucho más doloroso y doliente, es mucho menos evidente pero mucho más impactante.
Los que creen que ayer cambiamos de gobierno se equivocan. Hemos cambiado de portavoces, quizás de embajadores ante el gobierno, pero el gobierno sigue siendo el mismo.
Ni Rajoy ni Rodríguez Zapatero eran ni son nuestro gobierno. Eran y son, en todo caso, los paladines que intentan defendernos ante el gobierno. Como lo son Merkel, Sarkozy, Cameron o cualquiera de los presidentes y primeros ministros del mundo occidental atlántico.
El auténtico gobierno no ha cambiado. Sigue siendo Standard & Poors.
El ínclito Mariano por fin podrá encabezar -ya estaba tardando- la defensa de España ante ese gobierno. Por fin podrá hacer todo lo posible para que nuestras acciones mantengan tranquilos a los inversores, hagan que vuelvan a confiar en nuestra deuda y para que el dinero vuelva a fluir desde los bolsillos de los que se lo apropian hasta las nóminas de los que lo crean. Y si lo hacen bien, los mercados se tranquilizarán, los inversores volverán, el sistema se estabilizará y nosotros seguiremos sin poder elegir nuestro gobierno. Seguiremos creyéndonos en democracia pero viviendo en la dictadura perpetua e inamovible de los mercados.
Hemos cambiado de negociador pero no de gobierno. Hemos decidido que es mejor esperar que otro interceda por nuestra supervivencia ante el dios de los inversores que intentar que los mercados y sus marionetistas pierdan para siempre el control de nuestras vidas.
Y lo peor es que lo sabemos y no queremos hacer nada. No queremos ser demócratas. La democracia exige a gritos un cambio de sistema económico y no nos atrevemos a reconocerlo por puro miedo, por pura desidia y por puro egoísmo.
Porque el cambio democrático del gobierno se puede hacer con un paseo una mañana de domingo y un simple voto, pero el cambio de sistema exige un esfuerzo que no estamos dispuestos a asumir y mucho menos cuando es probable que no seamos nosotros los más beneficiados con ese cambio. La justicia y el futuro sí, pero nosotros no.
Así que, aunque creamos que hemos ganado o que hemos perdido, aunque creamos que hemos cambiado de gobierno y hemos elegido otro, solamente hemos cámbiado de cúbito en las brasas. Prono o supino. La elección es libre.
Bien podría el bueno de Mariano trasladar la sede del Gobierno a El Escorial para estar a tono con la decisión tomada por el pueblo español .
Porque el sistema sigue siendo el mismo y lo único que hemos hecho es elegir quién nos da ahora la vuelta en la parrilla de San Lorenzo para que sigamos asándonos en las brasas en las que se quema el sistema económico que deberíamos haber cambiado y que seguimos negándonos a reconocer que nos está matando.
Hacía falta un cambio y no lo hemos hecho- Bienvenidos a la barbacoa que el liberal capitalismo sigue cocinando con nuestras vidas y nuestro futuro. Ya tenemos nuevo chef.
Y si hubieramos mirado al futuro, nos habríamos dado cuenta de que la misma criris se va a llevar por delante en breve a Sarkozy e incluso es probable -esto son encuestas- a Merkel. Los adalides de la solución mercantilista al problema.
Así que, si el cambio de gobierno no funciona, no ha funcionado y no parece que vaya a funcionar a otros, mientras se articule en un cambio entre la socialdemocracia y los principios neocon, ¿por qué creemos que va a funcionarnos a nosotros?
Claro que hay que cambiar algo, pero no solamente el gobierno.
Pero el segundo motivo por el que los detractores del cambio de sistema deberían replantearse su posición es mucho más doloroso y doliente, es mucho menos evidente pero mucho más impactante.
Los que creen que ayer cambiamos de gobierno se equivocan. Hemos cambiado de portavoces, quizás de embajadores ante el gobierno, pero el gobierno sigue siendo el mismo.
Ni Rajoy ni Rodríguez Zapatero eran ni son nuestro gobierno. Eran y son, en todo caso, los paladines que intentan defendernos ante el gobierno. Como lo son Merkel, Sarkozy, Cameron o cualquiera de los presidentes y primeros ministros del mundo occidental atlántico.
El auténtico gobierno no ha cambiado. Sigue siendo Standard & Poors.
El ínclito Mariano por fin podrá encabezar -ya estaba tardando- la defensa de España ante ese gobierno. Por fin podrá hacer todo lo posible para que nuestras acciones mantengan tranquilos a los inversores, hagan que vuelvan a confiar en nuestra deuda y para que el dinero vuelva a fluir desde los bolsillos de los que se lo apropian hasta las nóminas de los que lo crean. Y si lo hacen bien, los mercados se tranquilizarán, los inversores volverán, el sistema se estabilizará y nosotros seguiremos sin poder elegir nuestro gobierno. Seguiremos creyéndonos en democracia pero viviendo en la dictadura perpetua e inamovible de los mercados.
Hemos cambiado de negociador pero no de gobierno. Hemos decidido que es mejor esperar que otro interceda por nuestra supervivencia ante el dios de los inversores que intentar que los mercados y sus marionetistas pierdan para siempre el control de nuestras vidas.
Y lo peor es que lo sabemos y no queremos hacer nada. No queremos ser demócratas. La democracia exige a gritos un cambio de sistema económico y no nos atrevemos a reconocerlo por puro miedo, por pura desidia y por puro egoísmo.
Porque el cambio democrático del gobierno se puede hacer con un paseo una mañana de domingo y un simple voto, pero el cambio de sistema exige un esfuerzo que no estamos dispuestos a asumir y mucho menos cuando es probable que no seamos nosotros los más beneficiados con ese cambio. La justicia y el futuro sí, pero nosotros no.
Así que, aunque creamos que hemos ganado o que hemos perdido, aunque creamos que hemos cambiado de gobierno y hemos elegido otro, solamente hemos cámbiado de cúbito en las brasas. Prono o supino. La elección es libre.
Bien podría el bueno de Mariano trasladar la sede del Gobierno a El Escorial para estar a tono con la decisión tomada por el pueblo español .
Porque el sistema sigue siendo el mismo y lo único que hemos hecho es elegir quién nos da ahora la vuelta en la parrilla de San Lorenzo para que sigamos asándonos en las brasas en las que se quema el sistema económico que deberíamos haber cambiado y que seguimos negándonos a reconocer que nos está matando.
Hacía falta un cambio y no lo hemos hecho- Bienvenidos a la barbacoa que el liberal capitalismo sigue cocinando con nuestras vidas y nuestro futuro. Ya tenemos nuevo chef.
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