Uno se aleja unos días de estas endemoniadas lineas y se le acumulan los asuntos.
A los países que no son libres les da por reclamar esa libertad a voz en grito y a los que ya lo son les da por aplaudirles; a los que están justamente encerrados por tirar de armas y sangre para algo para lo que sólo hace falta política y cerebro les da por reconocer lo justo de su encierro y lo inútil y absurdo de algo que todos sabíamos ya absurdo pero que ellos se negaban a ver.
Puede que todo eso sea puramente simbólico, puede que sea estratégico. Puede que los aplausos largamente postergados en la Asamblea General de Las Naciones Unidas al necesario Estado Palestino no impidan un veto anacrónico y de momento irreversible; puede que el reconocimiento de la necesidad del fin de la violencia de los presos de ETA no impida que aquellos que quieren anclar Euskadi en el sentimiento del miedo y la necesidad para mantener su pírrico umbral electoral sigan a lo suyo. Pero en dos días el mundo ha sido capaz de hacer algo que iba y sigue yendo en contra de su propia naturaleza. Han sido capaces de reconocer un error. Aunque no vayan a hacer mucho para enmendarlo.
Pero nosotros, los de aquí, parece que, como en otras muchas cosas, aún no estamos preparados para ello.Parece que estamos un estadio por debajo de todo eso.
Nuestros conservadores y nuestros progresistas -como gustan de llamarse a sí mismos unos y otros- son incapaces de realizar ese refrescante ejercicio. Los unos conservan su incapacidad manifiesta para reconocer errores y los otros progresan adecuadamente en su absoluta carencia de la capacidad de pensar contra sí mismos.
Y lo peor de todo es que lo hacen y lo siguen haciendo no en la política, no en la administración del Estado, no en la economía. O, para ser más exactos, no solamente lo hacen en esos ámbitos. Lo hacen en la educación.
La persistencia en el error, la incapacidad de reconocimiento del fallo está transformando nuestra educación en un espacio en el que nadie se baja del burro porque nadie reconoce que está montado en uno.
Y los asnos, generalmente, no son monturas muy propicias para avanzar a buen ritmo.
La conservaduría se empeña en arrear el asno de la educación privada. Desde gobiernos autonómicos que tienen las competencias educativas transferidas se defiende la postura de inflar a dinero a la educación en colegios concertados mientras se recorta año tras año la partida destinada a la educación en centros públicos.
Y caen en el absurdo rocambole de decir que la educación concertada es de mayor calidad que la pública. Ellos, que como responsables educativos, son los que tendrían que desear igualar esos niveles dotando más a la pública; ellos, que con sus políticas deberían lograr que esa brecha se redujera y no se agrandara, dan por perdida la educación pública que ellos mismos han echado a perder.
No desmontan del pollino que les ha conducido a permitir que los colegios concertados -tanto los religiosos como los no religiosos, pero sobre todo los religiosos- se nieguen a matricular a niños conflictivos, atrasados intelectivamente o con problemas docentes. Permiten que sencillamente les rechazen pese al dinero público que reciben de manera que la escuela pública -que tiene que garantizar la escolarización- se vea obligaba a asumirlos.
En el intento de obtener ventaja en esta carrera hacia la completa ceguera permiten que esos centros no estén obligados a disponer de personal de refuerzo, de especialistas de apoyo ni de ninguna de las cosas que harían oneroso y complicado el negocio del concierto de educar y puedan limitarse a rechazarlos para que las cuentas no les mermen.
Montados en su burro de la privacidad educativa les permiten que dejen sin un itinerario a los alumnos simplemente porque no les sale rentable, que no acepten inmigrantes que no sean hispano parlantes para que no tengan que asumir las clases de apoyo y refuerzo de la lengua, que no escolaricen a alumnos que llegan de allende los mares con el retraso educativo con respecto al nuestro que les ha provocado el sistema de su país de origen para que no tengan que asumir los costes económicos que ese refuerzo supone y puedan destinar sus ingresos a ponerle flores a María.
En definitiva los conservadores se empeñan en conservar el mito de que la educación pública es peor y de que la educación privada es de mayor calidad cuando son ellos los que están originando en sus autonomías la realidad de ese mito, dando por perdida la edcucación pública, abocándola a ser el receptáculo obligado de aquellos que tienen problemas -o por lo menos dificultades- para ser educados, con sus propias políticas, con sus propias decisiones. Negándose a ser los garantes de una educación pública de calidad como es su obligación como administraciones públicas que son.
Y la progresía nacional tampoco está mucho mejor. Tampoco abandona el lomo de su electo pollino a la hora de realizar su carrera por la educación.
El burro en el que está montado el progresismo español educativo, la fusta con la que hiende los ijares de su asno, es el rasero igualitario a cualquier precio. Es el convertir la educación en una herramienta de homogenización social a la baja.
El persitente error de creer que la igualdad educativa supone que todo el mundo tenga unos estudios, que todo el mundo tenga un nivel educativo, una titulación -incluso universitaria- . El error de pensar que la igualdad educativa es sinónimo de agrandar el número de titulaciones, el conseguir que todo el mundo sea listo de nacimiento.
Permanecen asentados a la grupa de su montura bajando el nivel un año tras otro, eliminando contenidos, haciendo descender los conocimientos para que todos aprueben, para que todos pasen; dejando que pasen incluso los que no saben para evitar traumas, brechas sociales, brechas culturales.
El cansado paso de su trotón particular les impide ver el error de considerar que la igualdad de oportunidades no genera y no tiene porque generar igualdad de resultados; que las notas de acceso universitario no suponen un filtro injusto para el acceso a la universidad porque se basan en los resultados docentes previos, no en la extracción social ni en la capacidad económica; que el potencial educativo e intelectual de un país no se mide por su número de universitarios, ni por su número de titulados, se mide por la capacidad de cada uno de ellos y por lo que aportan a la sociedad en materia intelectual.
Siguen azuzando al jumento de la plena titulación como forma de integración social sin darse cuenta que esa integración, si siguen bajando los niveles, si sigue descendiendo el rango de exigencia, se producirá en la miseria intelectual.
Todos seremos iguales. Ninguno sabremos ingles, ninguno conoceremos los hitos históricos de nuestro pasado. Ninguno entenderemos latín.
En esa carrera que el conservadurismo y la progresia han emprendido izados sobre sus respectivos rucios educativos no pueden mirar atrás.
No pueden hacer un ejercicio de tortícolis histórica y girar el cuello hacia atrás para ver que lo que proponen cada una de sus rutas ya ha fallado.
El igualitarismo lectivo en mínimos fracasó en estados que consiguieron que toda su población -salvo una elite intelectual y científica escogida y educada de otra manera- fuera analfabeta funcional en muchos ámbitos aunque todos tuvieran titulaciones de bachiller con la hoz y el martillo en la el vértice de su título -el vértice izquierdo, por supuesto-.
El excelentismo de la educación privada fracasó y fracasa en un país en el que la inmensa mayoría de su población -salvo una elite intelectual y económica convenientemente tamizada- es semi analfabeta, desconoce por completo la geografía, la historia y cualquier otro conocimiento que no sean los hitos de su propia historia y su himno patrio de mano en el corazón y barras y estrellas.
Dos resultados prácticamente idénticos para cada uno de los burros en los que andamos subidos en materia educativa, para cada uno de los errores que nuestros políticos se niegan a ver. Dos formas diferentes de perder la carrera contra la incultura de un pueblo, contra las necesidades educativas de una sociedad.
Quizás eso sea lo que quieren después de todo. Sociedades no preparadas, sociedades no educadas, sociedades en las que el pensamiento autónomo sea algo tan raro y expeccional que resulte fácilmente controlable, moldeable y utilizable para fines propios.
No es por ponerme paranoico ni conspirativo pero resulta difícil encontrarle otra explicación al hecho de que dos tendencias políticas se empeñen en mantener una carrera por la educación de su país elevados sobre los lomos de tan penosas monturas.
Y no se den cuenta de que, a diferencia de los corceles, que saltan gracilmente sobre los obstáculos, a diferencia de los mulos que se frenan en seco ante los valladares que consideran infranqueables, los burros, si les azuzas lo suficiente, caen en el agujero del camino por más que lo estén viendo.
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