lunes, septiembre 05, 2011

Obama, Niobe y los bancos hacen del mundo Mordor

Los hay que decían antaño que hay cosas que nunca cambian y otras solamente empeoran.
A esa dicotomía muy de síndrome postvacacional -o pocas ganas de currar, que es como se llamaba entonces-, hay que añadir una tercera vía, una que nos llega allende los mares, de la metrópoli de este mundo civilizado occidental atlántico. Una tercera vía que impone Obama, aquel presidente que está a punto de dejar de serlo por empeñarse en serlo de forma plena y diferente.
Hay cosas que por más que cambien siguen siendo lo mismo: Y esos son los bancos, y eso somos nosotros.
Obama se empeña en que los bancos paguen por el fiasco financiero que han organizado en su país, por el derroche de irresponsabilidad que, en aras de la consecución continua y constante de beneficios, han impuesto en las vidas y haciendas privadas y en los presupuestos públicos.
Y a nosotros nos parece bien, nos parece honesto, nos parece que es una medida más que aceptable, más que encomiable. Ver al poder financiero del mundo arrastrado por los tribunales del epicentro del capitalismo mundial es algo que parece inaudito.
Observar -o simplemente imaginar- a los magnates de corbata pastel y terno perfecto debatirse ante un juez y un fiscal general  estadounidenses en lugar de ir repartiendo tarjetitas de filos dorados de Bank of America, JP Morgan, Goldman Sachs o el Deutsche Bank en las fiestas de captación de fondos de los políticos, es algo tan inusitadamente maravilloso que parece que hay cosas que cambian.
Pero en realidad no es así, las cosas no cambian, los bancos no cambian, el occidente atlántico no cambia.
Y no lo hace por una sencilla razón: sabe que el sistema económico que debería mantenerle le está matando, la ha matado ya tres veces, pero no sabe o no quiere o no puede poner nada en su lugar. Hay cosas que nunca cambian.
Los fiscales generales estadounidenses llevan a los bancos al banquillo, además de para asegurarse la reelección -¿quién no votaría a un fiscal que enjuicia a una docena de banqueros?-, para un único objetivo: asegurarse que el sistema siga igual, asegurarse que ese remedo de ética -por llamarla de alguna manera- del capital siga inmóvil e inamovible.
Estados Unidos enjuicia a los grandes bancos con un único objetivo, con una exclusiva estrategia, con solamente una idea tan fija en su cerebro como lo estaba en los llantos de Diallo cuando apuntó con su mentiroso dedo acusador a Strauss Kahn, como lo estaba en los pies y las botas de nuestros futbolistas cuando se quedaron en casa el primer domingo que tenían que poner en marcha el circo anual del fútbol, como lo está en las manos giradas a la egipcia de los políticos que consintieron el Caso Brugal, el Caso Gurtel o el fiasco de Merca Sevilla.
Obama, su gobierno y su sociedad tienen tan fijo ese objetivo en sus demandas  como lo está el anillo único en la mente y la memoria de Sauron.
Y ese objetivo es el dinero. Lo único que se busca, lo único que nos han enseñado a buscar, lo único que nuestro sistema de ética económica nos permite buscar. Hay cosas que nunca cambian.
La demanda estadounidense contra la banca no nos cambia el universo solamente nos modifica las fronteras. De repente dejamos de vivir en Rivendell, en la maravillosa tierra élfica donde todo funciona y todo el mundo es feliz eternamente, para vernos acuciados por las sombras en el Abismo de Helm.
La guerra judicial que ha iniciado Estados Unidos contra sus bancos convierte el mundo en Mordor.
Por seguir con el símil mítico y fantástico, mientras orcos, humanos, enanos, trasgos, elfos y todas las razas que se nos ocurran se deshacen en una batalla por la supervivencia para la que no tienen intendencia , logística ni impedimenta, el ojo que debería vigilarles, que debería ayudarles, está obsesionado con otra cosa, está exclusivamente pendiente de su anillo único de poder: del dinero.
Está obsesionado con cuadrar sus cuentas, con bajar su déficit, con recuperar aquello que se ha visto obligado a dar para cubrir los desastres que la irresponsabilidad financiera y la falta de control político han generado.
Y eso no es un cambio. Es lo de siempre. Es lo mismo que Adam Smith o John Maynard Keynes definieron.
Los bancos tienen que devolver que se les ha dado porque el dinero es lo que importa. No porque sea justo, no porque vaya a servir para algo, sino simplemente porque es una regla liberal irrenunciable. Aunque el liberalismo nos esté matando. Hay cosas que no se dejan que cambien.
Puede que Obama lo haga a lo grande mientras en esta España nuestra lo hacemos por lo bajini, como siempre; puede que en Estados Unidos se exija ante un estrado judicial mientras aquí -el gobierno de aquí- se pide con la boca pequeña; puede que allí se tire de fiscalía mientras aquí se tira de concepto de banca cívica -algo curioso por cierto ¿significa que antes no lo era?- fundaciones y obras sociales, pero el objetivo es el mismo.
Lo único que buscan esos gobiernos es que el sistema no se hunda. Que aquello que ya ha demostrado que está muerto no se pudra. Por lo menos no durante su guardia, no durante su legislatura.
Por eso se permite que entidades financieras con agujeros inmensos gasten dinero en patrocinar una selección que es un valor seguro. Por eso se transije con la salida a bolsa de ampliaciones de capital de entidades financieras que tendrían que tener colgados en sus ventanas carteles con la frase "cerrado por quiebra".
El Sauron político del liberalismo financiero utiliza todas sus herramientas para que el dinero fluya.
Desde las demandas multimillonarias hasta las recapitalizaciones, desde las fusiones hasta la banca cívica, desde la deuda pública hasta las modificaciones de la constitución para imponer un techo de déficit, pasando por la rebaja del iva en la compra de viviendas -hecha pensando en el stock inmobiliario de los bancos, no en el cada vez más numeroso stock de habitáculos bajo puentes que sufre la población-.
¿Por qué?, ¿por qué se niega a establecer la devolución de la vivienda como único pago de una hipoteca no cubierta?, ¿por qué fija un techo máximo de déficit pero no un suelo mínimo de cobertura? Porque el motivo final, la intención real, la finalidad última de todo ello no es solucionar el problema, no es evitar que se repita. Es solamente salvar el sistema.
Con todo ello el dinero fluirá y nuestros gobiernos, nuestros políticos, nuestros cargos electos conseguirán lo que nosotros les exigimos, lo que nosotros les reclamamos: crédito.
Porque nosotros tampoco cambiamos, nosotros tampoco aceptamos lo que nos está haciéndo morir, nosotros tampoco nos queremos extirpar el tumor que nos ha llevado al desastre y que nos crece en las entrañas.
Nuestros gobiernos nos dan a los bancos como causantes y nosotros lo compramos porque no queremos asumir nuestra responsabilidad como individuos y como sociedad en el proceso, en la puesta en marcha de un sistema económico que se basa en algo que nunca puede cubrir las espectativas de una sociedad.
Las hipotecas por encima de nuestras posibilidades nos han llevado debajo de un puente o de vuelta marchita -como el tango- a la casa paterna; las tarjetas de crédito infinitas y prorrateadas en doce meses nos han arrojado desde nuestras vacaciones en Cancún o en Egipto a olvidados y frustrantes estíos en el pueblo ínfimo de nuestros orígenes; nuestras ideas emprendedoras de negocios imposibles o de pelotazos seguros nos han arrastrado a quiebras fraudulentas o a empresas insostenibles.
Pero la culpa es de los bancos y nuestros gobiernos nos permiten seguir siendo como somos y les exigen dinero para que podamos volver a serlo.
Con todo lo que hacen lo único que se busca es que se reactive el crédito, que vuelvan a darnos lo que necesitamos para vivir por encima de nuestras posibilidades, que nos permitan volver a endeudarnos hasta limites que incluyen en la amortización herencias inseguras y sueldos futuros. Hay cosas que no queremos cambiar.
No queremos cambiarlas porque entonces tendríamos que saber que el derecho a una vivienda digna no incluye la propiedad ni cuatro habitaciones, jardín, gimnasio y solarium. Porque tendríamos que saber que el derecho al trabajo se lucha, se combate y se gana de forma colectiva, no se medra, se regatea y se obtiene de manera individual competitiva y artera; porque entonces tendríamos que tener claro que el gasto depende del dinero que se tiene no del crédito que se puede conseguir.
Porque si las cambiamos entonces tendríamos que asumir que no fue el sistema lo que nos jodió la vida, sino que fueron nuestras vidas, nuestras falsas percepciones de felicidad y nuestros egoísmos, los que han jodido por y para siempre un sistema que ya nació al borde de la muerte.
Y por eso ni gobiernos ni sociedades ni individuos clamamos por una solución real y un nuevo comienzo.
No clamamos por un sistema que controle el gasto -público y privado-, que fije el crédito máximo por nivel de ingresos, que marque el nivel de inversión financiero de las empresas, que controle la reinversión de los beneficios, que estipule umbrales férreos del mercado inmobiliario. Lo único que queremos todos es que el dinero fluya para que vuelva a nuestras manos y volver a empezar el ciclo que nos llevará de nuevo a idéntico final.
Así que, pese a todo, Niobe, esa pequeña capitana de ébano de la fabula de los Warchowsky, va a tener razón: hay cosas que nunca cambian: los bancos. Otras, en cambio, sí: nosotros.
Nosotros simplemente empeoramos. Pero no hemos de preocuparnos. No somos los primeros. Se llama decadencia.

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