Pues resulta que al menos algunos han decidido no dejar su futuro exclusivamente en manos de sus profesores. Parece que alumnos y padres han pensado por fín que el devenir del tiempo se construye sobre el presente y ese presente no son las condiciones laborales de los profesores, sino las espectativas docentes de los alumnos.
Bueno, casi todos.
Porque los hay, los de siempre, que no están por la labor. Como tienen asegurado el futuro ineludible de la segunda vida según no se cual divinidad no parece preocuparles el transcurso del futuro en esta.
Primero llaman a la responsabilidad a los profesores para no hacer la huelga. Ellos, que han permitido que se expulsara a docentes de centros religiosos por negarse a aceptar el creacionismo divino como una teoría científica; ellos, que han puesto en riesgo el futuro docente de muchos de sus hijos por una resistencia ideológica sectaria a aceptar la realidad política y jurídica de este país en una asignatura.
Ellos piden responsabilidad a aquellos que están enfrentándose a lo injusto precisamente haciendo ese ejercicio de responsabilidad.
Se atreven a decir que eso de trabajar dos horas más es lógico y no es nada del otro mundo. Se ateven a hacerle el juego a aquellos que han buscado vender esa imagen para ocultar cientos de millones de euros en recortes en la educación pública.
Y luego, cuando las cifras europeas y de la OCDE les desmienten,cuando se demuestra que nuestros profesores y nuestros alumnos tienen más horas lectivas y docentes que cualquier país de esos que llamamos desarrollados, entonces los chicos de la Cofederación Católica de Asociaciones de Padres de Alumnos, echan balones fuera y redoblan el ataque.
"Si se dan más horas y hay más fracaso escolar es que algo funciona mal".
Primero les llaman irresponsables y luego les tildan de inútiles.
Claro que falla algo.
Es posible que fallen aquellos progenitores que cuelgan a sus hijos de las consolas de última generación en lugar de monitorizar sus deberes.
Es posible que maren el tiro los ancestros que se preocupan mucho más del largo de la falda de su hija y de su presencia en los servicios dominicales que de su incapacidad para resolver un logaritmo nperiano; que se asustan mucho más de que su hijo esconda un playboy bajo la cama y que no acuda a los ejercicios espirituales del sábado que de que sea incapaz de distinguir la balencia de Valencia.
Es posible que yerren estrepitosamente los padres que creen que se han de sacrificar horas lectivas para dar sermones y difundir hipótesis religiosas en lugar de para sentar las bases del conocimiento de la historia, del latín o del griego -lengua pagana donde las haya, por cierto-.
Es posible que se equivoquen hasta el estrago aquellos que creen que sus hijos deben destinar horas al catecismo en lugar del álgebra, a la biblia en lugar de al juego, al rezo en lugar de al estudio.
Es posible que fallen aquellos que, por una absoluta increencia que fingen no tener, por una completa incultura de sus propias fábulas iniciales y finales de la humanidad, exijan que se enseñe en los colegíos aquello que debería mostrarse en las iglesías y a lo que ellos y solamente ellos deberían dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios que, al parecer, su malentendida fe les permite exigir a los colegios.
Es posible que yerren aquellos que, preocupados por otras cosas, por otros fines, por otros cielos, envíen a sus hijos con una falta tal de disciplina y educación a los centros de estudio que los profesores necesiten más tiempo del necesario en enseñarles aquello que deberían haber traído aprendido de casa.
Claro que falla algo. Fallan ellos.
En cualquier caso, todos estos vicios parentales no son exclusivos de la paternidad y maternidad católica.
Pero ellos son - ellos y su confederación- los que se han quejado, los que han eludido su responsabiidad.
Ellos son los que le han hecho el caldo gordo a unos gobiernos autonómicos que saben que va a utilizar parte de ese dinero detraído de los colegios públicos para aumentar sus conciertos privados de uniforme, patio vigilado contra brotes de amor adolescente y misa los miércoles de ceniza.
Son ellos los que han dudado de todos sin dignarse a a hacer la más mínima autocrítica.
El fracaso escolar es tanta culpa de los padres que los profesores no pueden evitarlo y los señores de la CONCAPA, perdidos entre salmos y rezos, le quieren echar la culpa a quien sea con tal de que ellos no tengan que asumir ningún esfuerzo para corregirlo.
Son capaces de apoyar un sistema que sacraliza ese fracaso sacando a los chavales del entorno docente para ponerlos a trabajar -como antaño- antes de agotar las posiblidades de su formación.
Es tan antiguo como la educación católica, es tan antiguo como la irresponsabilidad paterna y materna, es ta nantiguo como el sectarismo religioso y las simonías. Es tan antiguo como la enseñanza de la religión en los colegios.
Ellos ya han elegido. Religión por encima de sociedad. Salvación por encima de futuro. Que se queden ahí. Hace tiempo que perdieron la posibilidad de exigirle nada al sistema de educación público. No creen en él.
Es tan absurdo como si yo le exigiera a su dios que les metiera en cintura. A lo mejor hasta me escuchaba.
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