Pequeños humanos y aquellos otros que fingís serlo, tenéis que tener claro que hay algo que no podéis hacer; que hay una sensación que no está permitida en ese rincón de nuestro infierno que vosotros llamáis mundo; que hay una actitud que no puede abarcar más de un instante en vuestras vidas, en vuestros efímeros caminares de la nada hacia la nada. Nunca, bajo ningún concepto, sobre ninguna circunstancia y en ninguna ocasión os sintáis solos.
.Sentirse solo es un acto de egoismo que se castiga con la soledad. Es la estancia infinita en la que el comienzo es el final y la causa y el efecto se convierten en la misma cosa. Donde crimen y castigo tienen el mismo nombre
Podeís eelegir estar solos. Eso está bien. Os apaludirán, os animarán. Vuestros reflejos en el espejo os darán fuerzas. Los cantos de sirena que anidan desde siempre en vuestros oídos os jalearan en esa elección y os arrastraran entre risas a romper en los arrecifes, a encallar en los bajíos de la playa de esa electa soledad el bajel de vuestras vidas.
¡Elegid la soledad! ¡Hacedlo una y mil veces! Tomad ese camino y un millón de suspiros de alivio saludarán vuestra decisión; un millar de miradas comprensivas resaltaran vuestro valor; un centenar de voces cantarán las baladas de tranquilidad y la relajación que origina en sus vidas vuestra elección. Pero nunca os sintáis solos. No teneis el derecho a recordarles que sus electas soledades os imponen las vuestras. Eso no podéis hacerlo. Es demasiado cruel.
.Podéis gritar que estáis solos. Eso podéis hacerlo. Si lanzais ese grito al aire harapiento que planea por vuestras colmenas, muchas atenciones se erizarán como las orejas de un sabueso en plena caza. Os asistirán, os hablarán, intentarán que vuestro grito no se conviertea en sentimiento. Os acompañarán aquellos que os conocen y aquellos que sólo conocen que hay gente sola que no debe sentirse sola, que no puede sentirse sola, que hay que evitar que se sienta sola.
Gritad vuestra soledad y el duro roble de las barras de los bares se trasformará en dulce y mullido terciopelo. Vocead vuestra soledad y sonarán teléfonos, llegarán cartas, arribarán correos electrónicos que os hablen de otras cosas, que os eviten el sentimiento prohibido y perverso. Pero nunca os sintais solos. El sentimiento es un ataque demasiado frontal contra aquellos que, desde su soledad elegida o desde su compañía encontrada, han hecho de ese sentimiento la locura; han hecho de la muerte la cordura.
Si os sentís solos esperáis algo y esperar es el verdadero pecado, la verdadera maldad. Esperar que los otros se detengan y perciban lo que sentis, la soledad que sentís, es un impulso criminal. Es desear forzar a aquellos que ni siquiera se detietenen en su propio camino a que giren la vista y escruten el vuestro. Es desear que los que huyen de sus propias batallas se detengan un instante a ayudaros en vuestra guerra. Eso no se puede pedir. Eso no se puede desear. Eso no se puede anhelar. Es desear que los otros salgan de ellos mismos, os perciban, os comprendan y os acompañen y además lo hagan porque quieren hacerlo no porque hayan escuchado un grito o leído una nota.
Elegid, gritad o escribid la soledad pero nunca la sintaís. Nunca os sintais solos. Los demás no pueden permnitirse ese lujo. No pueden consentirse abandonar sus elecciones para ayudaros a eludir vuestras carencias. No os sintais solos. No podéis hacerle eso al mundo.
Cuando los demonios nos sentimos solos quemamos almas, pero a nosostros nos sobran. Vosotros sólo tenéis una a mano. Sentirse solo es un mal que no podéis curar con telemedicina, es un mal cuya solución precisa de los otros y eso no puede desearse. Un teléfono, no mira, no abraza, no susurra. Un correo electrónico no anima, no besa en la mejilla. Una carta no acaricia. Así que no os sintáis solos. Siempre podeis encender el televisor.
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