Hay estados de ánimo - o de desánimo, según se mire- que nos están permitidos en esta sociedad nuestra que creemos civilizada y está a un centímetro escaso de la decadencia.
Pero hay otros que por imagen, por tradición o por necesidad, se nos niegan, se nos impone la necesidad de ocultarlos, se consideran tan socialmente incorrectos que se finge que no existen ni pueden existir.
Pero hay otros que por imagen, por tradición o por necesidad, se nos niegan, se nos impone la necesidad de ocultarlos, se consideran tan socialmente incorrectos que se finge que no existen ni pueden existir.
Y en el caso de un gobernante, aunque no sea del todo merecedor de ese nombre como lo es el ínclito Mariano Rajoy, se le consiente estar indignado con YPF, se le tolera estar alterado con el fin de la violencia en Euskadi e incluso se le consiente estar ofuscado con el déficit. Pero lo que nadie puede atreverse a permitirle es el estado vital y anímico que despliega ante esas entidades caprichosas y egoístas llamadas los mercados.
Rajoy está perplejo y un presidente del gobierno no puede estar perplejo. Nuestra guía de comportamientos no lo permite.
Y la perplejidad de aquel que se supone que debe anticipar las cosas es algo que solamente nos lleva a la parálisis, al anquilosamiento, a la destrucción.
Porque todo acto que hace o que intenta no sale como espera, no tiene la consecuencia deseada, no produce los réditos anticipados y los ojos de Rajoy, de su gobierno y de todos aquellos que diseñaron y diseñan sus políticas, miran anonadados, girando en todas direcciones, buscando una respuesta en la voz de los mercados que estos no le dan porque nunca le prometieron que se la darían.
Hace recortes y la deuda se dispara, sube los impuestos y la bolsa baja, vuelve a hacer recortes y la deuda vuelva a subir. Y Rajoy mira los datos en la Moncloa con el rictus fugaz de la desdicha y con la incomprensión de aquel que ha tratado una situación económica de un sistema agonizante como si se tratara de un ensalmo mágico de un relato novelesco de reinos olvidados.
Porque, como en la mítica saga fantástica de la Lanza Dragón, Rajoy trató sus soluciones como un rito arcano que obligara a los deus ex machina de la City londinense y Wall Street a plegar su voluntad a sus deseos.
Como los sacerdotes del dios Paladín del mítico relato, creyó descubrir el hechizo arcano para exigir a los dioses borrar el mal del mundo, y alzó los brazos, dibujó las runas y entonó las palabras creyendo que eso y sólo eso obligaría al dios de los mercados a actuar en su beneficio.
Y como suele ocurrir cuando se trata de obligar a algún dios a hacer alguna cosa -algo que la humanidad y la literatura llevan intentando sin éxito ninguno desde el albor de los tiempos- los airados dioses respondieron mal, muy mal. No mandaron sus legiones de ángeles a purgar de infecciones malvadas el mundo de los hombres. Tiraron por la calle de en medio y arrojaron una bola de fuego sobre el mundo.
Y ahora Rajoy contempla como arde aquello que creía haber salvado definitivamente con su ensalmo revelado. No puede comprender qué ha fallado para hacer de España el arrasado continente de Ansalón.
Porque como otra mucha gente, como otros tantos de nosotros hacemos cada día, equivocamos la magia con la ciencia, la vida con la muerte y ponemos el foco en los cómos, los cuándos y los dóndes sin tener en cuenta que lo único que cuenta, lo único que puede movernos al cambio son los simples porqués.
Si se trata a entidades colectivas basadas en la avaricia y el dinero como dioses, luego no has de sorprenderte de que se comporten como tales.
Porque de igual lo que hagas, de igual las acciones que emprendan, de igual los complicados arcanos que diseñes para satisfacerles. A ellos solamente les importan los porqués.
Se realiza el ajuste de gasto en el Tesoro Español más salvaje desde la destrucción de la Armada Invencible y los mercados nos elevan la deuda a límites cercanos al completo colapso y nos colocan a un signo matemático de los bonos basura, ¿por qué?; se establece el incremento impositivo más alto de la democracia y las deidades autoimpuestas de la religión neoliberal te tiran la bolsa al nivel más bajo desde el estallido de la burbuja inmobiliaria ¿por qué?; se realiza una reforma laboral que flexibiliza el empleo hasta dejarnos sin columna vertebral si queremos sobrevivir a ella y los inversores siguen retirando dinero del parqué y abandonando España de forma masiva después de recoger beneficios, ¿por qué?
Los dioses siempre conocen los motivos de los hombres. Es lo que tiene ser un dios.
Ellos saben el único motivo que fuerza a Rajoy a creer a pie juntillas en la religión económica revelada en Berlín y que tiene a tribunal del Santo Oficio en Estrasburgo.
Sus actos no están motivados por la ciega convicción de la canciller alemana, no están originados en la oportunidad como los del ya casi ex presidente francés Nicolás Sarkozy, ni siquiera están forjados en la cristiana - que por algo el Vaticano está en su territorio- resignación tecnócrata del gobierno italiano que hace incluso llorar a una ministra.
Los actos de Rajoy, de su gobierno, de su reforma, de sus recortes y de sus impuestos, solamente se basan en el miedo.
Y por eso los mercados siguen devorándole y devorándonos. La principal ambrosía de los dioses siempre ha sido el miedo.
Por más fuerte que quiera mostrarse, por más inflexible que se muestre tras el escudo de su mayoría absoluta para aprobar sus presupuestos a despecho de diez enmiendas a la totalidad, por más sensación de firmeza que quiera trasmitir, sus actos pretéritos le desmienten, sus acciones pasadas le contradicen. Su política de comunicación le traiciona.
Porque el digodiegismo comunicativo que se ha inventado demuestra su miedo, su falta de convicción.
Porque ocultó la subida de impuestos, porque ocultó la subida del IVA, porque ocultó el descenso adquisitivo de las pensiones y los recortes estructurales en sanidad por miedo a no ser elegido.
Porque diluye la lucha contra el fraude con una amnistía fiscal por miedo a no recaudar lo suficiente, porque colapsa la lucha contra la corrupción cerrando procesos en falso por miedo a que le salpiquen, porque inicia un camino peligroso y absurdo de control de la opinión pública basado en el absoluto control de los medios y de la calle por miedo a que se note que no cuenta con el apoyo social que un ajuste tan brutal tendría que tener para que pudiera esbozarse un pequeño atisbo de posibilidad de éxito.
Porque todas y cada una de sus medidas ocultan uno tras otro todos y cada uno de sus miedos.
Porque sus cómos y sus cuándos ya no ocultan sus porqués.
Si Rajoy hubiera creído de verdad en estas medidas como solución las hubiera expuesto abiertamente y sin ambages en la campaña electoral confiado en que le entenderían y le votarían. Pero no lo hizo.
Y los mercados y sus dioses ocultos pueden oler el miedo.
Porque si hubiera convicción en sus acciones, las habría afrontado todas de golpe, todas a la vez, en lugar de irlas tomando Consejo de Ministros, tras Consejo de Ministros cuando la cuentas actualizadas siguen sin salirle.
Y ese miedo a que no le cuadren los números en música en los oídos para los que en los parqués de todo el mundo lo esperan para alimentarse de él en forma de puntos básicos de la deuda española.
Y por eso Rajoy ahora está perplejo, ahora no sabe lo que pasa. Porque, como los clérigos de las Dragolance, creyendo que los actos eran lo único necesario para que las cosas salieran como se suponía que tenían que salir, ha exigido a los dioses que arreglaran el mundo y los dioses han respondido a su exigencia, que no plegaria, arreglándolo a su modo y en su propio beneficio.
Ya es mala suerte, Mariano, ya es mala suerte que, para una vez, que los señores de los mercados se fijan en lo que hay detrás de los números, en lo que hay más allá de las acciones y de los dividendos, te pillen con el alma bajada y sólo vean miedo.
Ya es mala suerte, Mariano, ya es mala suerte.
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