Cuando un clavo se clava bien clavado resulta muy difícil de desclavar cuando deja de cumplir su función. Es entonces cuando el que estaba extremadamente agusto y convencido de la necesidad de que ese clavo estuviera ahí clavado se empieza a plantear si hizo bien clavándolo tan fuerte.
Este trabalenguas no es otra cosa que una forma de anticipar algo que está ocurriendo en Euskadi, esa tierra a la que la muerte de ETA y la crisis nos han hecho borrar de nuestros pensamientos, a despecho de aquellos que quieren que esas circunstancias estén por siempre en nuestra memoria para justificar sus deseos de venganza a cualquier precio.
Pero las cosas cambian y con ETA muerta Euskadi cambia hasta el punto, inconcebible en otro tiempo, de que el Partido Socialista de Euskadi se suma a formaciones nacionalistas e independentistas para pedir -¿están sentados?-, de forma velada, eso sí, la legalización de Batasuna.
Uno se encoje, así como protegiéndose, con el temor de escuchar el grito de ¡Anatema! cayendo desde los cielos como la mítica lluvia ardiente de Sodoma y Gomorra, pero el grito no llega, los cielos no se rasgan.
Y entonces surge la pregunta de por qué era un anatema. Y cuando se intenta responder a esa pregunta, cuando uno se da cuenta que la religión del eterno victimismo se debilita, cuando comprende que Euskadi empieza a creer más en lo que opina sobre sí mismo que en lo que unos u otros le dicen que tiene que creer sobre su tierra y su futuro es cuando se tropieza con el clavo bien clavado que sigue fijando la tarima del suelo vasco al pasado, a un pasado de miedo, violencia y venganza.
Y ese clavo se llama Ley de Partidos.
Porque ahora Euskadi necesita legalizar a Batasuna -o Sortu según se bautizó en su último intento de renacimiento electoral-. Para poder enterrar -no matar, eso ya está hecho- a ETA y sellar su sepulcro en aras de evitar toda posibilidad de resurrección.
Y la necesita no porque ideológicamente tenga un apoyo masivo, no porque sea fuerte o porque tenga "mano" con los violentos. Sino porque su legalización le quita el último arma que puede empuñar ETA y su aún recalcitrante entorno. Un arma que no dispara, que no humea pero que puede hacer el mismo daño y que puede reactivar las acciones violentas más que el más sofisticado armamento: el victimismo.
Si los pocos que, existiendo un independentismo democrático, una izquierda Abertzale legal, aún siguen ligados a ETA pueden echar mano una y otra vez de que son injustamente apartados de los procesos de decisión, de las negociaciones, de las mesas de debate que deciden o por lo menos pretenden presentar a los vascos el futuro de Euskadi, siempre tendrán una excusa, un aliciente, para retomar lo que ellos denominaban lucha armada, para volver a tomar las calles de Euskadi.
Y ya sabemos que pasó cuando hicieron ambas cosas.
Así que ahora que Euskadi necesita integrar a esos nostálgicos del terror y la imposición para dejarles sin excusas se enfrenta a la vigencia de una ley finalista clavada como un tocón en mitad de la carretera por la que debe circular hacia su futuro.
Por eso el PSE, el PNV y Aralar piden la legalización de Batasuna. Porque saben que en un entorno democrático, abierto, no son rivales para ninguno de ellos, ni siquiera para Bildu y les alejarán por siempre de la posibilidad de justificar la violencia.
Pero las leyes finalistas es lo que tienen. Que cuando pierden su finalidad son molestas.
Tanto se blindó una ley que bordeó -e incumplió directamente- los principios constitucionales que ahora, agotado el único fin que perseguía que era el encarcelamiento del brazo político y callejero de ETA e impedirles participar en las instituciones, que ahora encorseta las acciones necesarias para hacer lo que tiene que hacerse, lo que es lógico que se haga y lo que Euskadi y los vascos necesitan que se haga.
Porque el fin de la Ley de Partidos, en contra de lo que se dijo y se escribió, no era luchar contra el terrorismo, era solamente ilegalizar a Batasuna y está diseñada solamente para eso. Por eso permite pasar por sus resquicios a todos los demás partidos del espectro parlamentario, por eso ignora la tradición de acción directa, lucha armada y violencia organizada que tienen muchas de las formaciones políticas de este país a lo largo de su historia, por eso solamente se aplicaba contra Batasuna y su entorno y nunca contra Ynestrillas y el suyo o el PPCE y el suyo.
Y hasta puede que entonces tuviera su lógica - a mí siempre me pareció un razonamiento pueril, pero bueno- presuponer que acabar con Batasuna y mantenerla aislada y marginada de la vida política democrática era una herramienta indispensable para acabar con el terrorismo. Pero ahora es todo lo contrario.
Si se quiere sepultar el terrorismo hay que legalizar Batasuna y la dichosa ley sigue ahí. Cuando se confunden los fines, cuando se toma el todo por la parte, es lo que pasa
Pero, al fin y al cabo, es un error tan nuestro que tampoco resulta sorprendente. Es una de esas acciones tan occidentalmente atlánticas que se antoja cotidiana, normal, fácil de solucionar. Yo los hay que piden -aún en voz bajita- que se modifique lo que haga falta de la ley para dar cabida en el espectro político legal a Batasuna.
Un clavo saca otro clavo. ¡Es taaaan nuestro!
Es una de esas soberanas contradicciones nuestras como sociedad y como individuos. Como no somos capaces de proyectar hacia el futuro, de valorar aquello que seremos y queremos ser en el futuro, como nos anclamos al presente como forma fútil de supervivencia en lugar de proyectarnos hacia el futuro como esencia de vida, solamente vemos los beneficios diarios e instantáneos que una acción nos puede acarrear y no valoramos los perjuicios y consecuencias futuras.
Si nos molesta Batasuna hacemos una ley ad hoc para quitárnosla de encima, sin valorar principios, futuros ni consecuencias.
Y luego cuando nos damos cuenta del error que supone hacer una ley con un sólo fin vagamente democrático y marcadamente ideológico, reincidimos en el error y planteamos hacer otra que nos solucione la papeleta y nos permita salir del paso.
Vemos que el juego al que jugamos no tiene los resultados deseados y en lugar de dejar de jugar a ese juego, nos limitamos a cambiar las normas para que en ese momento nos salga bien la jugada.
Si lo hacemos, día y noche, en nuestras vidas individuales, ¿cómo no vamos a hacerlo en la política?
Somos incapaces de darnos cuenta de que un clavo saca a otro clavo. Pero hace el agujero más grande y más profundo. Hasta que llegue un día en que todos los clavos se deslicen a través de él y ninguno pueda cerrarlo. Y entonces será el momento en el cual empezaremos a desangrarnos a través de ese agujero. Esperemos que en Euskadi se den cuenta a tiempo de ello.
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