La derrota no es algo que se trabaje mucho en esta sociedad occidental atlántica nuestra que ha hecho de los egos engrandecidos y las autoestimas desmedidas el parapeto formal y material para negar la realidad e intentar sustituirla por cualquier otra cosa que nos venga bien.
Nadie a estas alturas del envite esperaba del gobierno regional madrileño ni de su Consejería de Sanidad que demostraran esa grandeza que muy pocos tienen en la derrota cuando, tras meses de lucha y de protesta de profesionales y pacientes, cayeron estrepitosamente en su guerra por la privatización nepotista de la sanidad pública.
Al fin y al cabo solo se puede ser en la derrota como se ha sido en la batalla.
Y un sola palabra puede definir a la Consejería de Sanidad en ambos momentos. Una palabra de esas antiguas que llenan la boca al decirlas, de esas que parecen creadas para villanos barrocos y cortesanas renacentistas: mezquindad.
Porque no hay otra forma de definir el hecho de que ahora, meses después, escudada en la calma posterior a la batalla, amparada por el silencio mediático, la Consejería de Sanidad destituya de un plumazo a cuatro directores de Centros de Salud, algunos de los cuales estuvieron entre los profesionales que lideraron la Marea Blanca contra las privatizaciones del políticamente finado consejero Lasquetty.
Como el rey derrotado de la antigüedad que envía todos los inviernos desde el exilio un asesino, envuelto en bruma y negro, para intentar matar al que le derrotó en el campo de batalla, la Consejería apuñala por la espalda a algunos de los estandartes de esa lucha por los pacientes y el futuro de nuestra salud y nuestra sanidad.
Y lo hace por un motivo, con una excusa, que deja claro lo que piensa y lo que no está dispuesta a asumir de la sanidad pública: los destituye por gastar más del presupuesto asignado para sus Centros de Salud.
Da igual que la sociedad entera les haya dicho a gritos en los últimos comicios que el camino de la falsa austeridad en los servicios públicos no es lo que desea; da igual que Europa les haya avisado por activa y por pasiva que esos recortes ponen peligro la atención médica de multitud de ciudadanos.
Ellos, como el avaro que atesora sus riquezas bajo el colchón, siguen mezquinamente aferrados a la arcana numerología de su inventada austeridad, siguen enganchados a los números y no a las personas, a la economía y no a la sociedad. A su presente y no a nuestro futuro.
Y despiden a los directores por gastar dinero, -nuestro dinero, que no el de nuestros gobernantes- en nosotros. Por exceder sus presupuestos contratando médicos y personal sanitario para cubrir las bajas, para poder mantener el ritmo de atención a los pacientes, para realizar las sustituciones que eran necesarias para que los centros de salud que dirigían, nuestros centros de salud, no se colapsaran, no se masificaran no fueran incapaces de atendernos.
Ese es el delito y la falta de esos cuatro directores.
El mezquino gobernante considera que le han hecho de menos al anteponer a sus pacientes a sus necesidades económicas para otros fines; percibe como un insulto personal que hayan hecho caso omiso de sus mentiras, sus falacias y sus egoístas consideraciones financieras que buscan recortar gastos de lo esencial para destinarlo a lo superfluo y hayan decidido gastar en nosotros, nuestra salud y nuestro bienestar y no en el suyo.
Los hospitales privatizados se saltan a la torera las clausulas de sus conciertos con la Consejería y subcontratan servicios esenciales y de apoyo y nadie es destituido y no se revoca ningún concierto y se mira a otro lado.
Las campañas para justificar la privatización fallida de la sanidad madrileña esquilmaron las arcas de las consejería y se corrió a aprobar presupuestos suplementarios en el parlamento regional para cubrir esos nuevos gastos.
Pero cuatro profesionales sanitarios deciden gastar dinero en nosotros, nuestra atención y nuestra salud y el regente destronado encuentra una zona oscura en los pasillos de palacio para esconderse entre las sombras y apuñalarles cuando pasan junto a él.
Y lo hace en un miserable intento de igualar cuentas, de venganza inútil, en un ejercicio de expulsión de visceral rencor que convertiría a los más pérfidos traidores shakespirianos en personajes nobles y leales, que haría de Bellido Dolfos un héroe de leyenda.
Por supuesto, no se tiene en cuenta que estos directores gastaron lo mismo que los años anteriores, que en realidad no se excedieron en sus gastos sino que les resultó imposible asumir un recorte impuesto sin tener en cuenta la situación de los centros que redujo a menos de la mitad -de 116.000 a 55.000 euros- el dinero asignado para estos gastos.
Porque, claro, eso supondría reconocer que la realidad supera a la ficción de unos presupuestos irreales que solamente buscaban cuadrar las cuentas sobre el papel; eso sería reconocer que su plan era puro papel mojado desde su creación, que su austeridad forzosa era tan imposible como cambiar el rumbo del Titanic diez segundos antes de la colisión.
Sería reconocer que no se equivocan los directores al gastar demasiado sino que se equivocaron ellos al menguar los presupuestos.
Pero eso para el mezquino es imposible.
Se equivoca el enemigo, se equivoca el mundo, se equivoca la realidad, pero el mezquino nunca puede reconocer que el principal motivo de su derrota es su propio error y la insistencia obcecada en él.
Por eso espera embozado en una esquina al héroe y le acuchilla por la espalda.
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