Mientras nuestros líderes siguen pensando en cómo sacar de su catafalco a un sistema económico muerto, los hay que ya han decidido que la decadencia, aunque más lenta y grandiosa según se gestione, es un sinónimo de la muerte. Ese alguien es China, por supuesto. Y tiene claro que hay países que ya no cuentan para nada. Incluso continentes enteros.
Un año más asistimos a ese momento gloriosamente ridículo en el que los líderes del Occidente Atlántico se disfrazan de orientales y acuden a hacer lo que siempre se ha hecho desde el albor de los tiempos: arrojar sus escudos y sus lanzas a los pies del imperio, rendir vasallaje al poderoso.
Claro que ahora es China.
Podemos seguir buscando fórmulas para sacar nuestro sistema económico de una crisis continua que en realidad es la superposición cada vez más veloz de una crisis tras otra; podemos seguir buscando soluciones a una corrupción que no es causa sino consecuencia del sistema y de la ideología en la que se basa ese sistema; podemos seguir intentando volver a los viejos buenos tiempos del crecimiento y el consumo como motor de la economía.
Pero no va a servir de nada. China ya no nos ha ganado esa mano. El principal país capitalista del mundo es ahora la Tierra del Dragón. Así, sin más, sin paliativos, sin medias tintas.
China ya ha hecho el camino del capitalismo a ultranza en el que lo que importan son los beneficios y en el que el bienestar de aquellos a los que se necesita para obtenerlos no cuenta, ya ha alcanzado el cenit del mercado como único regulador más allá de leyes, acuerdos o tratados; ya ha andado el camino del control de la corrupción -al menos aparente- colocando en el paredón a unos cuantos gerifaltes para enviar un mensaje global.
Esa mano ya la hemos perdido. China manda. Punto, set y partido.
Por eso se permite firman un acuerdo de suministro de gas con Rusia después de que esta le haya hecho el trabajo sucio en Ucrania; por eso firma un acuerdo comercial con Corea del Sur dejando con el trasero al aire a Pyongyang, que ha sido su fiel vasalla durante décadas. Por eso lima asperezas históricas con Japón cuyas patentes tecnológicas compra a espuertas.
Y ¿qué hace la vieja Europa?. En esencia nada. Perderse en disquisiciones absurdas de estabilidad presupuestarias y contención del déficit. Mirarse el ombligo por no decir comerse mutuamente otras partes más bajas de su anatomía.
Algunos como nuestro gobierno, poco tendentes a la originalidad -como casi siempre-, pretenden imitarla. Pretenden convertir a nuestros trabajadores en los siervos chinos que trabajan en las fábricas de Shangai o Guangdong, pretenden ofrecer nuestro tejido laboral como holocausto que nos haga gratos a los ojos del nuevo poder. Vamos lo que hemos hecho siempre.
Llegaron los romanos y nos romanizamos -que Viriato era lusitano, no nos engañemos-, llegaron los visigodos y nos hicimos arrianos, llegó el califato y nos inclinamos de hinojos mirando a la Meca -menos Pelayo, vale-, llegó el imperio alemán y todos nos hicimos imperiales salvo unos cuantos castellanos viejos que acabaron en el tajo, llegó el Tercer Reich y nuestro gobernante adoptó hasta su sistema horario para congraciarse con él, llegaron los Estados Unidos y les dejamos poner bases militares hasta El Retiro si nos lo hubieran pedido.
Vale, Vale. Tenemos el Dos de Mayo y la Guerra de Independencia. Pero el servilismo tiene un límite ¡Que eran franceses!
Ahora llegan los chinos y nuestro gobierno pretende convertimos en un remedo de su sistema de trabajo para que se avengan a tratar con nosotros.
Todo el Occidente Atlántico está en realidad de una u otra forma en la misma representación, en el mismo camino. Nuestro gobierno es más burdo pero, no nos engañemos, tampoco se esperaba sutileza.
Como siempre ignoramos la herramienta mas obvia que tenemos a mano para evitar transformarnos en territorios vasallos de China.
Nos han ganado en nuestro propio sistema económico pues pongamos otro en marcha.
Pero claro para que ese nuevo sistema económico basado en la redistribución real de los beneficios empresariales, en la eliminación de los beneficios especulativos, en el ajuste social para evitar los extremos económicos de la campana de Gauss, necesitamos algo de lo que nuestros poderosos no quieren oír ni hablar. Unidad política.
Solamente un gigante puede enfrentarse a otro gigante. La honda y la piedra de David no son una opción, demasiados millones pueden morir antes de que logremos acertar a China en la frente. Si es que conseguimos hacerlo.
Y un gigante verdaderamente democrático y que defienda su visión del Estado de Derecho a nivel global no como el gendarme internacional que es Estados Unidos, sino de una forma firme y sólida, asumiendo los sacrificios que eso suponga.
Un gigante que no comercie con aquellos que no mantienen sistemas donde no se garantizan todas esas premisas de redistribución y justicia social no tenga una sola posibilidad de comerciar con nosotros.
Pero claro, eso hará descender las cuentas de beneficios, reajustar las ganancias de las empresas. Perjudicará a todos aquellos a los que en realidad sirven los gobiernos occidental - atlánticos.
Por eso no se hace. No es que el sistema no se pueda cambiar. Es que se prefiere no hacerlo.
Es mejor ponerse una pieza de vestimenta oriental y rendir pleitesía a China que defender una unidad política capaz de aportar dignidad a todos, incluso a los chinos, a costa de los beneficios de unos pocos.
Ni hao, nuevo jefe del viejo orden, ni hao.
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