Muchos son los que identifican a los crisitianos con sus jerarcas. Y en algunos casos tienen razón. Yo nunca lo he hecho. Para mi, los que ponen su fe en seres invisibles y en futuros post morten están equivocados en sus percepciones e interpretaciones de la realidad, pero muy pocos de ellos comparten la visceralidad endémica y perniciosa de aquellos que han hecho de la religión su proyección de poder en el mundo: los jerarcas religiosos de cualquier culto.
Por eso, cuando aparece un botón de muestra como este, siempre aprovecho para resaltarlo. A lo mejor, si el mensaje llega desde sus propias filas, por fin se pongan a algo que todos debemos hacer de vez en cuando.
Pensar en la justicia, aunque sea en contra nuestra.
"La exención del Impuesto de Bienes Inmuebles a la Iglesia católica
fue un beneficio singular de los Acuerdos Estado-Iglesia en 1979, pero
dejó de serlo en 1992 con su extensión a la federación judía, a las
congregaciones protestantes y a las comunidades musulmanas.
Diez años después, en 2002, fue ampliada esta exención por la ley de
Mecenazgo a fundaciones y asociaciones de utilidad pública (49/2002), lo
que se completó con una reforma de la ley de Haciendas locales que
incluía como beneficiarios, entre otros, a los centros concertados, los
monumentos declarados de interés cultural y la Cruz Roja, de manera
expresa (RDL 2/2004, art. 62.1c). De modo que entidades sociales,
educativas, culturales, deportivas y religiosas de utilidad pública y
sin ánimo de lucro pasaron a beneficiarse de esta exención, como una
forma de colaboración del Estado en la financiación del non profit.
Así que en los últimos 20 años, de hecho, la exención del IBI ha dejado
de ser un beneficio exclusivo de la Iglesia católica. No es la exención
del IBI el privilegio, sino como veremos, su aplicación, muy generosa, y
su concepto, demasiado extensivo.
De forma distinta se resolvió el privilegio de la exención del IVA.
En 2007, la vicepresidenta De la Vega negoció con la Iglesia católica, y
—a través de un “canje de notas”— fue modificado este punto de los
Acuerdos Estado-Iglesia, acabando por adaptarse la legislación española a
la normativa de la UE. Hoy la Iglesia paga el IVA como todo ciudadano
en lo que fue un avance poco conocido y reconocido. Sí queda un
privilegio: la exención del impuesto municipal de obras (5%), el ICIO,
del que sólo goza la Iglesia católica. Por último si me preguntan si el
0,7% del IRPF es un privilegio que debe desaparecer responderé que sí,
pero no por eliminación, sino por extensión e igualación, como ya se ha
hecho, a las organizaciones sociales, y lo que aún queda por hacer, a
las confesiones religiosas con Acuerdo de cooperación.
La gravedad de la crisis económica, que tantas cosas está cambiando
en este país, y la crítica situación de las arcas públicas, nos deben
llevar a revisar las políticas de beneficio fiscal. Pero, como en todo,
la solución no está en pegar hachazos ciegos a golpe de pulsiones de
austeridad o de viejas querellas. En mi opinión debe mantenerse la
exención del IBI a fundaciones y asociaciones de utilidad pública,
incluidas las de matriz religiosa, y debe mantenerse a los templos de
todas las confesiones de notorio arraigo. De lo contrario la crisis
además de llevarse por delante miles de empresas y millones de puestos
de trabajo, nos va a hundir también el non profit. Por cierto,
en el Estado laico francés los templos construidos antes de 1905 gozan
de las mismas exenciones que el patrimonio público —pues son propiedad
del Estado—, siéndole además más gravosos, en tanto que le corresponde
acarrear con los gastos de su mantenimiento y conservación.
Los Acuerdos Estado-Iglesia no eximen de la contribución a pisos, lonjas, garajes y edificios que ya no tienen usos pastorales.
Dicho esto, hay dos aspectos que mejorar y depurar en la aplicación
de la exención del IBI a la Iglesia católica. En primer lugar, acabar
con una aplicación generosa de la exención vigente. En segundo lugar
modificar la legalidad para restringir la exención religiosa a los
templos —y a los de todas las confesiones con arraigo—.
Los Ayuntamientos deben exigir a la Iglesia que pague aquellas tasas
municipales de las que muchos le han eximido por una gestión de cobro
asociada al pago del IBI, pero también que abone este impuesto por todos
aquellos bienes inmuebles que han dejado de estar vinculados al culto y
la pastoral. Los Acuerdos Estado-Iglesia no eximen de la contribución a
pisos, lonjas, garajes y edificios que siendo propiedad de la Iglesia
sin embargo ya no tienen usos pastorales. El número de estos bienes, no
acogidos por la exención de los Acuerdos, ha ido creciendo por el
descenso del catolicismo practicante, el declive de vocaciones y las
herencias y donaciones privadas. También por una gestión más moderna y
eficiente de los bienes inmobiliarios, que es legítima. Pero si el uso
está vinculado al beneficio económico, deben pagarse los impuestos que
correspondan. La fiscalidad es una forma pública de comunión de bienes y
de redistribución, que debiera ser más apoyada por el discurso y las
prácticas de la Iglesia católica.
En segundo lugar, debe plantearse un cambio legal que limite la
exención del IBI a los templos. Es cierto que los Acuerdos
Estado-Iglesia rigen y que incluyen en la exención también domicilios de
sacerdotes, de obispos, casas de congregaciones, etc. pero los
ciudadanos, también los católicos, no comparten esta exención, que
consideran un privilegio comparativo. ¿Por qué el piso donde reside un
sacerdote o el garaje donde guarda su vehículo no pagan el IBI, siendo
un vecino como los demás? La Iglesia católica debe dar un paso adelante y
renunciar a este concepto de exención demasiado amplio. Es una
modificación que requiere ciertamente la revisión de los Acuerdos
Estado-Iglesia.
Se ha dicho en estos días que exigir el pago del IBI a la Iglesia
católica podría ir en detrimento de Cáritas. En términos generales esto
no es así, porque una es la contabilidad de esta entidad y otra la de
cada diócesis. Solo es verdad en aquella medida en que alguna partida
como los 5 millones de euros que la Conferencia Episcopal aportó a
Cáritas en 2011 podría verse reducida por nuevas obligaciones fiscales.
Esta cantidad representa algo menos de un 2% de su presupuesto, y podría
elevarse hasta un 5% si se añaden contribuciones especiales de las
diócesis, cada una a su Cáritas respectiva. Ello no quiere decir que los
ingresos de esta organización procedan en su mayoría de subvenciones
públicas. El presupuesto de Cáritas, de 247,5 millones de euros en 2010,
se nutre en un 65% de fondos de donaciones privadas —básicamente de la
comunidad católica—, y en un 35% de aportaciones públicas, en estos
términos: 17 millones de administraciones locales, 37,6 millones de
CC.AA., 17,6 millones del Estado procedentes del 0,7% del IRPF para
fines sociales más 8,8 millones provenientes de otros programas, y,
finalmente, 5,9 millones de la Unión Europea.
Muchos católicos, obispos incluidos, estamos contribuyendo con un 10%
del sueldo a la solidaridad. Cáritas está redoblando personas y
recursos ante una crisis que viene larga y penosa. Son hechos, no
palabras y dignos de elogio. Pero la coherencia con estos tiempos de
crisis debe alcanzar también a la fiscalidad. Es otra forma de “cáritas política”.
Carlos García de Andoín es
coordinador federal de Cristianos Socialistas. Ha sido director adjunto
de gabinete de Ramón Jáuregui cuando era ministro de la Presidencia, y
asesor de la ex vicepresidenta María Teresa Fernández De la Vega.
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