Mientras Shakira se empeña en nuestras pantallas televisivas en conseguir que el sol salga a las doce de la noche de Nochevieja y en tratar de convencernos que las buenas curvas y su correcto movimiento tienen algo que ver con la buena música, los italianos asisten -no se si decir atónitos, estupefactos o resignados- a otro espectáculo televisivo que, no por bochonorso, deja de ser atrayente.
Il Cavaliere -que hace tiempo que se bajó de su montura para alzarse sobre la otra, mucho menos romántica y más lucrativa, del régimen mediático- protagoniza otro de esos espectáculos dignos de Belén Esteban, de programa de viscera y miserias, de prime time de viernes por la noche.
Y no sería novedoso si hablara de us vida privada; no parecería reseñable si afectara a sus encuentros y desecuentros con donnas -que se encuentran fronterizas a ser ragazzas- en sus villas privadas; no resultaría sorprendente si se tratara de un episodio más de su perpetua lucha por mantener bajo su mano y su control accionarial todos los medios de comunicación italianos. Puede que se antojara irritante, preocupante o incluso indignante. Pero no sería nuevo.
Pero esta vez no es eso. Esta vez el espectáculo afecta a la esencia misma de la construcción del Estado de Derecho. En esta ocasión no es una manipulación, más o menos oculta; es un desafio directo y de frente a la misma cara del sistema constitucional. Esta vez es en la Cámara de los Diputados italiana, no en los pasillos, no en su despacho, no en sus picaderos sicilianos, no en un plató de Mediaset.
Silvio Berlusconi ha aguantado en el poder, ha superado una moción de censura, escenificando una de las telenovelas a las que tanto rédito en audiencias y dinero sacan sus cadenas televisivas.
Con puñaladas traperas, con traiciones de mujeres airadas por misterioso desaires pretéritos, con madres dolientes, con antiguos amigos enfrentados. Incluso con tránsfugas repentinos y no arrepentidos que hacen que, en un giro dramático de última hora, se posponga la supuesta y deseada derrota definitiva del villano -a él no le importa cumplir el papel del villano, mientras en el guión se especifique que el villano es poderoso-. Ha superado una moción de censura por tres votos, por tres transfugas, por 314 votos a favor contra 311 en su contra.
Hasta aquí, aunque bochonorso y ridículo, no es nada nuevo, quizás más espectacular y teatral, como le gusta todo al bueno de Silvio, pero nada nuevo. Lo de los transfugas ya es algo conocido y muy bien manejado por muchos para perpetuarse en el poder. Entre otros, la señora Doña Esperanza.
Lo que hace de este nuevo episiodio del régimen mediático de Berlusconi un punto y aparte es el hecho de que el poder, el gobierno, en Italia se ha mentendido en contra de la voluntad de todos, en contra del deseo de los representantes electos, ofreciendo sobornos a voz en grito en un hemicíclo democrático y aceptándolos sin pudor en una camara parlamentaria. Prometiendo el oro y el moro sin decoro alguno a aquellos que le apoyaran y desfilando por entre los escaños sin verguenza a recibir la recompensa por su sufragio.
Esos sobornos completamente anunciados y expresados públicamente, esos flamantes "contratos" de los parlamantarios transfugas con el régimen mediático de Silvio Berlusconi, son lo que hace que, por primera vez, el dinero gane abiertamente con luz y taquígrafos una votación. Es lo que transforma la corrupción en sedición, el beneficio personal en perjucio colectivo, la cultura del pelotazo en la incultura de la dictadura
Es lo que convierte un circo mediático inaguantable en un Golpe de Estado intolerable.
Berlusconi no merece ser Primer Ministro, no tiene que serlo. Él lo sabe, la oposción lo sabe, su partido lo sabe, los italianos lo saben, pero cuando llega el momento de asumirlo, niega la mayor, se opone a esa voluntad mayoritaria -que hay que ver también de cuantos odios personales, promesas incumplidas y pactos secretos rotos parte, no nos engañemos- y da un Golpe de Estado.
No recurre a los carabinieri y vigila las calles para evitar reacciones; no echa mano del ejército y su ya ancestrar ruido de sables para mantenerse en el poder, no hace recorrer a sus partidarios las calles, organizados en fascios, para asegurarse de que nadie se atreve a cuestionar su mandato. No puede hacerlo, la imagen pública, el recuerdo y el inconsciente colectivo le impiden hacerlo.
Echa mano del único arma que sabe manejar y que tiene permanentemente a su disposición: el dinero.
Y con él vuelca las voluntades, destila a los afines y consigue mantenerse en el poder "contratando" a tres diputados sin ocultarlo, sin pretender que es otra cosa, sin que le importe que eso en el sistema que acaba de dinamitar y de sustituir en su golpe de mano no esté permitido.
Y tampoco le hacen falta los carabinieri -aunque podría utilizarlos-, el ejército -aunque se atreveria a usarlo-, ni los fascios -aunque estaría dispuesto a organizarlos- para controlar a la población, la disensión o la oposición frontal y directa a su Golpe de Estado. Tiene la RAI, tiene Mediaset. Tiene la televisión y tiene a las audiencias.
Ya inventará algo que decir, alguna política comunicativa para justificarse y hará que eso sea lo único que se vea, lo único que se escuche, lo único que se perciba. El recién inaugurado régimen de dictadura mediática lo permite.
E italia lo contempla -no se si decir atónita, estupefacta o resignada- como si no tuviera nada que ver con ella; como si fuera de nuevo el falso final anunciado de otra temporada de culebrón que se queda en alto, generando espextación, para mantener engachado al público y a los anunciates durante los siguientes trece capítulos.
A lo mejor reacciona y se revuelve, a lo mejor hasta consigue que Berlusconi sea desalojado definitivamente del control del régimen mediático que ha inventado para su beneficio. Pero, si lo hace, lo hará más por el hecho de la imagen que los demás tienen del país que porque hayan percibido que se ha producido un Golpe de Estado.
Porque lo que realmente importa es la imagen, lo que los demás ven de nosotros. Nunca les oferecemos nada más que nuestro exterior y nos guardamos el interior para nosotros, para nuestro propio consumo y autojustificación.
Puede que nos quejemos de que nadie lo comprende, de que nadie lo valora, de que nadie lo tiene en cuenta, pero rechazamos la explicación más simple: no pueden valorarlo porque no se lo mostramos.
Italia es una tierra habitada por gente, es un pueblo formado por gente y la gente, la mayoría de la gente, al menos, ha hecho de la imagen el único elemento de relación con los demás, con su entorno, con sus amigos y con sus enemigos. Los hay que no -que locos tiene que haber en todas partes-, que se empeñan mostrar lo que piensan, lo que sienten sin negarles a los demás la posibilidad de opinar sobre ellos, de poder decirles que están equivocados. Pero, claro, esos están solos, nadie les escucha, queman contendores en Roma y son detenidos o son Umberto Ecco.
Así que, si Berlusconi cae -que lo dudo-, será porque de repente, como en un giro inesperado de cualquiera de los teleromances de Mediaset, los italianos habrán decidido que la imagen que quieren proyectar no es la que da il Cavalliere, no porque hayan visto algo malo en su interior y estén dispuestos a cambiarlo.
En un régimen mediático la imagen es lo que cuenta y cuando la imagen es lo que cuenta solamente es posible un régimen mediático.
La disquisisción entre el huevo y la gallina de esas dos premisas es la respuesta a parte de lo que nos pasa. Pero tiene que ser culpa del régimen mediático, ¿no? Porque, si no es así, sería culpa nuestra y de nuestra obsesión con ocultar lo interno y exponer lo externo. Y nosotros no podemos tener la culpa de nada, ¿no es así?
No hay comentarios:
Publicar un comentario