Estaba por dedicarme hoy a otro de estos ejercicios de predicación en el desierto cuando me di cuenta de que había tenido una revelación.
Olvide mi plática sobre lo que nos están haciendo a los mamíferos de reproducción dimórfíca -o sea a los componentes del género humano- en España con esa falsa lucha de géneros que se han inventado -pero ¿el género no era humano?, bueno dejémoslo-, en cuanto me di cuenta de que no -ya lo haré otro día-, de que hoy tocaba.
Tocaba dedicar el turno en estas demoniacas lineas de plañir, de llorar, de entristecerse por el escaso avance de la democracia en este mundo.
Y a ello me puse con denuedo e interés. Por supuesto empecé por China. China es el epítome de la falta de democracia. El premio Nobel de la Paz entre rejas, los disidentes acallados, el vacío que vincula sometido a control y censura. Mi primera lágrima por la falta de democracia cayó por China.
Luego seguí con Corea del Norte. También fue fácil. Referendos totalmente manipulados, la población convocada a participar en continuos ejercicios de culto al liderazgo personal de un régimen militar hereditario, la persecución sistemática de todos aquellos que se oponen al dictador, que hace parecer a China una hermanita de la caridad. Mi segundo llanto fue por Corea.
Pero en ese momento sufrí una duda, un atisbo de delirio al girar la cabeza a uno y otro lado y no encontrar de forma inmediata otro motivo para mi llanto. Tenía muchas lágrimas aún por verter y no encontraba motivos para ello. Pero Irán acudió a mi rescate.
¿Cómo podía haberme olvidado del régimen de los Ayatolás? Un gobierno impuesto, tiránico, que impone una ley medieval y teocrática, interpretando a su antojo textos religiosos. Un gobierno que reprime a los estudiantes, que lapida a las adulteras, que financia brazos armados terroristas en otros países, un gobierno que ahorca a disidentes y herejes y que amenaza con un conflicto nuclear. Mi tercer lágrima por la democracia humedeció la tierra de Teherán.
Y seguí llorando por Thailandia, por Indonesia y por un sinfín de paises más en los que me di cuenta que la humanidad no disfrutaba de ese bien escaso y preciado que es la democracia, de esa libertad de elegir a aquellos que están al mando de sus destinos.
Y tanto me ensimismé en mi tristeza universal que, incluso, derramé lágrimas por las pérdidas democráticas más ínfimas que encontré por el orbe.
Afganistan. ¡Tanto esfuerzo, tanta noble sangre occidental derramada en el esfuerzo de llevar la luz de la democracia a este minúsculo país atrasado! y todo ¿para qué? para que en las primeras elecciones democráticas completas que tienen se descubra que se manipulan los votos, que se compran, que se trafica con la voluntad popular para cambiarla, para manipularla, para que asciendan al poder aquellos que el pueblo no quiere que asciendan ¡Qué tristeza! ¡Cuanto llanto!
Pero, cuando estaba a punto de llorar amargamente por Afganistan, pasó algo. Una especie de viento lejano comenzó a susurrarme al oído. Me trajo palabras como Gürtel, Malaya, Gescartera, Liceu, Arcos; me susurro frases como recuento electoral en Florida, escándalo del voto por correo y otra innumerable cascada de sonidos que me permitió ver la verdad.
No hay que llorar por Afganistan. Hay que alegrarse por él. Es cierto que es una democracia incipiente, pero en sus primeras elecciones ya ha comprendido el concepto. Se trata de manipular, de permitir que el dinero fluya desde la política al bolsillo adecuado y del bolsillo adecuado hacia la política. Se trata de conseguir beneficios particulares a cambio de presencia política y a la inversa. Afganistan es un país pobre e inexpertos, pero no hay que llorar por él. Ha entendido perfectamente el funcionamiento de la democracia occidental. Tan sólo hay que hacerle el pequeño reproche de que, como es joven y aún no ha aprendido del todo, ha dejado que se note demasiado.
Pero como no estaba yo por tragarme todas las lágrimas que había hecho llegar hasta mis ojos para verterlas en memoria de la democracia maltratada, seguí escrutando el mapamundi y encontré un lugar que me pareció absolutamente idóneo para anegar con mi compungido llanto. Empecé a llorar sobre el desierto, sobre las pirámides. Lloré por Egipto.
Y es que estaba claro.
¿Cómo no iba a arrancarme sollozos el hecho de que una población nunca vota?, ¿cómo no iba a deshacerme en lágrimas un país que tiene prohibidos partidos que ocupan prácticamente todo el arco parlamentario?, ¿cómo no iba a hacerme rasgarme las vestiduras de dolor un país donde es el gobierno y no los tribunales quien decide quién se puede presentarse a unas elecciones y quien no? Era imposible no llorar por la tierra de los faraones. Mi´llanto sería más caudaloso que el sagrado Nilo.
Pero una vez más mis ángeles de la guarda democrática acudieron a tiempo obligándome a hipar y tragarme de golpe todo el salado elixir de mi quebranto. Y lo comprendí.
Es democrático prohibir partidos y hacer leyes expresas para eso cuando el partido dice lo que no nos gusta que diga. Así no hay que convencerles, que derrotarles en las urnas, que desactivarles en la calle. Egipto ha entendido perfectamente el principio de la democracia occidental porque, si no gobierna Mubarak en Egipto, ¿quien va a gobernar?, ¿los yihadistas furiosos?, ¿los islamistas atrasados?. Es muy demócrata y muy occidental que, Mubarah, por el bien del pueblo occidental y de su democracia, se perpetué en el poder y el único problema es que el pueblo egipcio no lo sabe. Pero no hay de qué preocuparse, va por buen camino, ya lo irá aprendiendo.
Y esas voces divinas que me instruyeron me mostraron como, poco a poco, el pueblo egipcio aprende lo que es la democracia.
Aprende a pasar de ella, a ignorarla, a refugiarse en el abstencionismo más salvaje arguyendo que su voto no va a cambiar nada. Dando manga ancha a todos los que manipulan la política y la democracia a su antojo y tremolando una y otra vez sus excusas de ¿para qué?, ¿de qué sirve? ¿y que gano yo con ello?. Eludiendo su responsabilidad porque saben que esa responsabilidad supondría un esfuerzo titánico que no están dispuestos a afrontar para que el sistema funcione adecuadamente.
Y cuando escuché las voces y comprendí su mensaje me alegré de nuevo. Egipto ha comprendido perfectamente la vía de la democracia occidental. Su gobierno ha entendido perfectamente que puede hacer lo que le venga en gana mientras no perjudique y apoye los intereses de Occidente y su pueblo ha entendido a las mil maravillas que la abstención es la mejor forma de convivir con la democracia sin tener que responsabilizarse de ella.
Y por fin, el Señor de Los Arcángeles Demócratas, descendió en persona batiendo - como diría el mítico humorista catalán- sus potentes alas y me concedió la revelación final.
"Sólo hay que llorar, clamar, entristecerse y rasgarse las vestiduras cuando no hay democracia en países aen los que a Occidente le viene mejor que haya democracia. pera le resto de los casos es suficiente con fingir que la hay".
Y eso me alivió mucho porque ya nunca tendría que llorar por Francia, Estados Unidos, Italia, Argentina, Turquía o Mexico, donde la democracia cada vez es más falsa y está más distante de lo que debería ser. Ya nunca tendría que llorar por españa ni nunguna de sus comunidades autónomas.
Lo que no se me dijo es qué pasará si alguna vez Occidente deja de considerar que la democracia -en alguno de esos paises por los que ahora no hay que llorar- es el mejor sistema deseable para sus fines.
Pero claro, es lo que tienen las revelaciones. Nunca son completas, nunca van más allá de la verdad que necesitas saber en cada momento. Cosas de las revelaciones.
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