lunes, diciembre 27, 2010

El continente cristianofóbico (2)

Ahora le toca el turno a nuestra siempre ponderada sociedad occidental. Roma está preocupada por la otra cristianofobia. Por la de Occidente.
En este caso el hecho si que es cuestionable. En Occidente no existe cristianofobia. Existe para empezar catolicofobia y para concluir jerarcofobia. Que no es lo mismo.
Pero la explicación vaticana de este fenómeno se encalla en dos conceptos
Por un lado, Roma se lo achaca al laicismo militante. Y tiene toda la razón del mundo al hacerlo. Ese es el origen de que determinados sectores ideológicos hayan puesto manos a la obra de purgar -y nunca mejor utilizado el término- El Estado y toda manifestación pública de la expresión religiosa.
Y ese es el primer error que comete, o cometió en su momento, la estructura de pensamiento político vaticana -que conste que estoy hablando de pensamiento político, no teológico-. Acosada por el ateismo, que ya se había demostrado más que militante con el leninismo, el castrismo y el maoismo, entre otros, se refugió en el laicismo para amparar sus derechos en la ya innegable necesidad de separación entre La Iglesia y El Estado.
Supuso que el laicismo es un estado de ánimo neutro en el que, al Estado como tal y al no religioso como individuo, le da igual que los demás hagan uso público de sus creencias religiosas. Que, mientras a ellos les dejen no prácticar una religión, no les importará que los otros las práctiquen. Que no se sentirán ofendidos por ello y que no tienen derecho a sentirse ofendidos por ello.
Pero el laicismo es una ideología -como lo es el cristianismo o cualquier otro sistema de creencias- y no renuncia al proselitismo, como nunca ha renunciado el cristianismo ¿por qué habría de hacerlo?
El error en ese punto de la jerarquía y el aparato comunicativo eclesial es pretender que los demás permitan su proselitismo y su expresión pública y que los laicistas no realicen proselitismo y expresión pública de su sistema ideológico.
Y con eso le hace, valga la expresión castiza, el caldo gordo a aquellos, que por puro impulso ideológico y sin respeto a la diversidad, quieren imponer su forma de ver las cosas. Su laicismo.
El rechazo no lo genera el hecho de que los cristianos no aborten, o de que nio mantengan relaciones sexuales fuera del matrimonio. El rechazo no lo genera que vean mal divorciarse o que consideren que los homosexuales no deben adoptar hijos -aunque eso sí lo genera un poco más-. El rechazo lo genera que su jerarquía les convoque para intentar imponer su forma de ver las cosas al resto de la sociedad, para intentar imponer legislaciones prohibitivas o derogar sistemas legales permisivos que van en contra de sus creencias.
La cristianofobia -que en Occidente debería llamarse más jerarcofobia o catolicofobia- viene motivada por una serie de intereses ideológicos que quieren erradicar todo deismo de la vida pública y que, como tienen el poder basado en el voto de aquellos que sabían o deberían haber sabido que ese era su objetivo, se dedican a llevarlo a la práctica.
Pero está alimentada por la propia inercia de la actuación jerárquica católica.
Si la iglesia quiere un sistema de tolerancia tiene que empezar por practicarlo. La jerarquía debería haber afirmado su posición contraria a la Ley del Aborto, por ejemplo, o a la de la adopción homosexual y haberse quedado ahí. Incluso debería haber desactivado el intento de organizaciones y medios cristianos de ejercer presión social contra esas legislaciones ¿por qué? Porque para ser buen cristiano sólo es necesario no abortar o no ser homosexual. No es necesario que los demás no lo sean.
¿Tienen derecho los laicistas militantes a serlo? Por supuesto que sí. Se supone que todo el mundo tiene derecho al proselitismo ¿tienen derecho a la imposición de ese laicismo? Por supuesto que no. Pero no se puede combatir la intolerancia de nuestros enemigos alimentando la intolerancia de nuestros amigos.
Así que todo se convierte en una guerra de proselitismos. En la que todos se sienten ofendidos y crispados por el proselitismo de los otros y todos exigen que el suyo sea respetado y el de los otros cercenado. 
Ese es el primer error que posibilita la cristianofobia occidental. Pero hay un segundo

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