No voy a caer yo, después de años despachándome en estas endemoniadas y demoniacas líneas contra los linchamientos públicos y las crucifixiones privadas, en el error de declarar culpable a alguien antes de que lo hagan los tribunales.
No lo voy a hacer, no porque me merezca respeto el personaje del que hablo; no porque me merezcan respeto los modos y maneras en los que se imparte y se reparte la justicia en el Occidente Atlántico y civilizado. No voy a hacerlo, simplemente, porque me merece respeto mi propia coherencia.
Pero, pese a ello, hoy toca hablar de Il Cavaliere. Hoy toca hablar de un Berlusconi. De ese del que, cada día que pasa, hay menos gente se traga lo apropiado de su apodo.
El inventor y principal beneficiario de la dictadura mediática italiana está en horas bajas y lo está porque, por fin, su país le ha dado la espalda, porque, por fin, el sistema judicial italiano ha encontrado un resquicio por el que meterle mano, porque, por fin, va a ser juzgado en un proceso ante un tribunal por uno de los muchos delitos de los que se le han acusado y que no se le han podido probar. Entre otras cosas porque él se ha encargado de que no se puedan probar.
E Italia se alza contra él. Las italianas se alzan contra él, los italianos se alzan contra él. Aquellos que murmuraban ahora gritan; aquellos que susurraban ahora jalean. Aquellas que se indignaban ahora exigen.
Y por un momento parece que una jovencita de origen magrebí, unos cuantos democratas convencidos y unos escasos pensadores, insistentes, muy reputados y poco escuchados han logrado, por fín, hacer prender la llama de la justicia y la protesta en un pueblo tan cansado y adormecido como lo estamos todos los pueblos de esa civilización occidente incólume que se hace llamar Occidente.
Por un ínfimo instante, global y feliz, parece que han conseguido despertarnos y acercarnos a aquellos que se han desperezado antes que nosotros. Por un látido breve e ilusionado creemos que Italia se parece a Túnez, a Egipto, a Yemen y a todos esos pueblos resignados que de repente han dejado de serlo. Por un momento parece que incluso podría llegarnos a nosotros.
Pero, pasado ese momento de simil sentimental y esperanzado, nos damos cuenta de que no. De que hemos errado el tiro por miles de kilómetros de distancia, por cientos de años de historia. Por varias toneladas de desidia.
Nos damos cuenta de que, pese a la similitud, la deseable y aparentemente inminente caída de Il Cavaliere no nos acerca un ápice al Egipto que ha derribado a Hosni Mubarak ni al Túnez que ha expulsado a Ben Alí. Comprendemos que, en realidad, nos aleja irremisible e infinitamente de ellos.
Porque lo que le está ocurriendo a Berlusconi, sus horas bajas y su posible descabalgamiento del alazan revoltoso del poder en Italia, es lo contrario de lo que les ha ocurrido a los despotas árabes y magrebíes en el enfrentamiento con sus pueblos.
Esas muchedumbres enfervorecidas y airadas protestaban contra sus gobernantes, contra sus gobiernos y contra los vicios públicos e injustos de esos gobiernos y nosotros, en este caso, Italia, no lo hemos hecho.
Nosotros hemos recurrido a un vicio privado, a una perversión inconfensable, para encendernos contra un mal gobernante que lo era y lo había demostrado ser, mucho antes de que se le acusara de introducir en su lecho de sexo y poder a una mujer menor de edad. Una vez más hemos dado más importancia a lo privado que a lo público. Aunque lo público fuera igual de depravado que lo que podía llegar a ser lo privado.
Porque Mubarak ha caído por alterar la constitución egipcia en su beneficio, por mantener el Estado de Excepción, por manipular el sistema judicial para que emitiera las sentencias que a él le convenían en cada momento .L o ha hecho y ha sido rechazado por ello.
Y Silvio lo ha hecho y lo ha querido hacer durante años, modificando leyes fundamentales a su antojo amparado en sus mayoría parlamentarias, desprestigiando a los tribunales y fiscales que le acusaban de cualquier falta o crimen, refugiándose en su condición de Primer Ministro para eludir presentarse en los tribunales y responder de sus supuestos delitos. Y el pueblo italiano no le ha descabalgado de su sillón del Quirinal.
Porque Ben Alí ha sido expulsado porque los ciudadanos de su país se han cansado de ver como la economía de Túnez se estructuraba solamente para el beneficio personal del gobernante, como los réditos del el trabajo de todos, en forma de divisas por el turismo, iban directamente a engordar las cuentas cifradas de los familiares, amigos y afectos al gobernante.
Y Berlusconí lo ha hecho también durante varias legislaturas, creando un sistema en el que los beneficios del oro publicitario de los medios de comunicación públicos y privados iban directamente a sus bolsillos sin posibilidad de competencia. Poniendo en marcha un entramado que le permitia engrosar su pecunio privado a través de leyes y acciones ejercidas desde su cargo público que, en teoría, tendría que estar al servicio de todos y no de él mismo. Y el pueblo italiano no ha hecho nada en su contra, amparandose en el axioma de la vana esperanza de que si su gobernante ganaba dinero no tendría que robarlo y sin querer darse cuenta de que estaba ganando dinero porque ya lo estaba robando.
Así que aunque Il Cavaliere, que ahora tiembla en su silla de montar, haya hecho lo mismo que los dictadores depuestos, nosotros -y digo nosotros porque Italia es como nosotros, como todo el occidente civilizado y moderno- no hemos hecho lo mismo que esos pueblos. Aunque termine cayendo como ellos ya ha demostrado que nosotros no somos capaces de actuar en lo colectivo como los pueblos que ahora arden en cambios y revueltas
Porque Mubarak sobornaba secretamente y amenzaba publicamente para mantenerse en el poder y ha sido depuesto por eso y Berlusconi ha sobornado publicamente y amenazado en privado para eludir una moción de censura ye Italia le ha permitido ha seguido gobernando.
Porque Ben Alí manipulaba las elecciones y no las convocaba para evitar que los sufragios le desposeyeran del poder y Berlusconi no ha tenido que hacerlo. Porque pese a hacer lo mismo que los otros, e incluso actos peores, era reelegido sistemáticamente.
Porque Egipto y Túnez han expulsado a los que regían sus destinos porque han demostrado ser malos gobernantes. Pero Italia y nosotros damos por sentado que eso es normal, que no tenemos motivo alguno reaccionar contra ello. Sólo reaccionamos cuando nuestro gobernante demuestra que es una mala persona.
Porque estamos tan adocenados y ensimismados en nosotros mismos que no reaccionamos ante la injusticia pública más notoria y flagrante y sí lo hacemos ante el cotilleo más miserable y decadente que afecta a la vida privada de otros.
Así que Il Cavaliere, aunque caiga, nunca podrá ser Mubarak porque nosotros, aunque mejoremos, aún no tenemos la fuerza, las ganas y la conciencia colectiva necesarias para ser Egipto.
Porque lo que le está ocurriendo a Berlusconi, sus horas bajas y su posible descabalgamiento del alazan revoltoso del poder en Italia, es lo contrario de lo que les ha ocurrido a los despotas árabes y magrebíes en el enfrentamiento con sus pueblos.
Esas muchedumbres enfervorecidas y airadas protestaban contra sus gobernantes, contra sus gobiernos y contra los vicios públicos e injustos de esos gobiernos y nosotros, en este caso, Italia, no lo hemos hecho.
Nosotros hemos recurrido a un vicio privado, a una perversión inconfensable, para encendernos contra un mal gobernante que lo era y lo había demostrado ser, mucho antes de que se le acusara de introducir en su lecho de sexo y poder a una mujer menor de edad. Una vez más hemos dado más importancia a lo privado que a lo público. Aunque lo público fuera igual de depravado que lo que podía llegar a ser lo privado.
Porque Mubarak ha caído por alterar la constitución egipcia en su beneficio, por mantener el Estado de Excepción, por manipular el sistema judicial para que emitiera las sentencias que a él le convenían en cada momento .L o ha hecho y ha sido rechazado por ello.
Y Silvio lo ha hecho y lo ha querido hacer durante años, modificando leyes fundamentales a su antojo amparado en sus mayoría parlamentarias, desprestigiando a los tribunales y fiscales que le acusaban de cualquier falta o crimen, refugiándose en su condición de Primer Ministro para eludir presentarse en los tribunales y responder de sus supuestos delitos. Y el pueblo italiano no le ha descabalgado de su sillón del Quirinal.
Porque Ben Alí ha sido expulsado porque los ciudadanos de su país se han cansado de ver como la economía de Túnez se estructuraba solamente para el beneficio personal del gobernante, como los réditos del el trabajo de todos, en forma de divisas por el turismo, iban directamente a engordar las cuentas cifradas de los familiares, amigos y afectos al gobernante.
Y Berlusconí lo ha hecho también durante varias legislaturas, creando un sistema en el que los beneficios del oro publicitario de los medios de comunicación públicos y privados iban directamente a sus bolsillos sin posibilidad de competencia. Poniendo en marcha un entramado que le permitia engrosar su pecunio privado a través de leyes y acciones ejercidas desde su cargo público que, en teoría, tendría que estar al servicio de todos y no de él mismo. Y el pueblo italiano no ha hecho nada en su contra, amparandose en el axioma de la vana esperanza de que si su gobernante ganaba dinero no tendría que robarlo y sin querer darse cuenta de que estaba ganando dinero porque ya lo estaba robando.
Así que aunque Il Cavaliere, que ahora tiembla en su silla de montar, haya hecho lo mismo que los dictadores depuestos, nosotros -y digo nosotros porque Italia es como nosotros, como todo el occidente civilizado y moderno- no hemos hecho lo mismo que esos pueblos. Aunque termine cayendo como ellos ya ha demostrado que nosotros no somos capaces de actuar en lo colectivo como los pueblos que ahora arden en cambios y revueltas
Porque Mubarak sobornaba secretamente y amenzaba publicamente para mantenerse en el poder y ha sido depuesto por eso y Berlusconi ha sobornado publicamente y amenazado en privado para eludir una moción de censura ye Italia le ha permitido ha seguido gobernando.
Porque Ben Alí manipulaba las elecciones y no las convocaba para evitar que los sufragios le desposeyeran del poder y Berlusconi no ha tenido que hacerlo. Porque pese a hacer lo mismo que los otros, e incluso actos peores, era reelegido sistemáticamente.
Porque Egipto y Túnez han expulsado a los que regían sus destinos porque han demostrado ser malos gobernantes. Pero Italia y nosotros damos por sentado que eso es normal, que no tenemos motivo alguno reaccionar contra ello. Sólo reaccionamos cuando nuestro gobernante demuestra que es una mala persona.
Porque estamos tan adocenados y ensimismados en nosotros mismos que no reaccionamos ante la injusticia pública más notoria y flagrante y sí lo hacemos ante el cotilleo más miserable y decadente que afecta a la vida privada de otros.
Así que Il Cavaliere, aunque caiga, nunca podrá ser Mubarak porque nosotros, aunque mejoremos, aún no tenemos la fuerza, las ganas y la conciencia colectiva necesarias para ser Egipto.
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