lunes, febrero 07, 2011

Euskadi o el misterio de la novia inalcanzable

Lo que tiene la radio es que juega con ese principio universal de que las palabras se las lleva el viento. Hoy, siguiéndola a primera mañana, he escuchado una frase. Un sumario, reptido posteriormente, que no corre el riesgo de ser un error por la reiteración y que, sinceramnete, espero que sea arrastrado por el viento muy lejos de las fronteras de este pais y, si se tercia, del mundo entero.
Hoy he escuchado que "el Gobierno se reunirá hoy para diseñar la estratégica jurídica que le permita evitar la concurrencia a las próximas elecciones de la nueva formación política abertzale, que se ha presentado hoy en Bilbao".
Y me ha sorprendido. Me ha sorprendido y me ha preocupado. ¿Por qué debe el Gobierno diseñar estrátegica jurídica alguna en ese sentido?, ¿por qué debe querer el Gobierno que los tribunales competentes -El Supremo, el sempiterno Tribunal Supremo- falle en un sentido u otro?
No voy a caer en la ingenuidad de exigir independencia al poder judicial, algo que, a estas alturas, es tan improbable e imposible como que el reciclaje detenga el cambio climático o que Israel vuelva a sus fronteras de 1959. Lo que me resulta impactante no es el electoralismo de esa decisión, no es la incoherncia de la misma. Desgraciadamente, eso en la política de nuestro país se da por sentado, como el valor en La Legión.
Lo que me preocupa es el hecho de que puedan ser tan ciegos que sean incapaces de ver lo que ocurre. Lo que me aterra es que no tengan claro lo que quieren que ocurra.
Durante años, todos los años que ETA ha estado matando y suicidándose con cada asesinato y cada explosión, aquellos que se hacen llamar democrátas, luego constitucionalistas, han reclamado, exigido, gritado y manifestado muchas cosas. 
Pero, como en los bíblicos mandatos de la deidad, todas esas exigencias se resumían en dos: que los violentos dejaran de matar y aquellos que los apoyaban ideológicamente renunciaran de forma explicita al camino de las armas como forma de conseguir sus objetivos políticos. Aquellos que creían que esa era la solución para Euskadi lo pedían; aquellos que se parapetaban tras esa exigencia para atacar toda suerte de nacionalismo, soberanismo o independentismo, lo exigían; aquellos que no ansiaban solución alguna ni para Euskadi ni para España y sólo perseguían una solución para sus menguadas listas de sufragios, lo imponían. En resumen, todos lo decían.
Pues bien, ahora lo tienen. Ahora ha sido dicho, escrito, firmado y presentado en sociedad. Han ganado. Hemos ganado
¿Por qué necesitamos que la izquierda abertzale desvinculada oficial, pública e ideológicamente de la violencia no concurra a las elecciones?
Ahora, que tenemos lo que se suponía que los que ideológicamente defendían el enfrentamiento cobarde y aramado no iban a hacer nunca, nos negamos a hacer lo que se presuponía que nosostros, como democratas convecidos -dejenme que lo repita, democratas ¿convencidos?- nunca ibamos a dejar de hacer. Permitir que toda ideología participe en el juego democrático en Euskadi.
Ahora esos que hablaban de esas condiciones y de tolerancia y libertades democraticas convierten la libertad y la democracia en una doncella esquiva e inasequible y a Euskadi en el desesperado galán que nunca consigue sus favores.
Como una dama romántica y lejana impone sus condiciones para conceder sus favores -siempre me encantó el concepto, como si el galán no hiciera favor alguno a la dama, pero no desvariemos-, ahora los democratas cambian, aumentan y modifican sus exigencias para mentenerse siempre inalcanzables, siempre distantes.
Se pide que se deje de matar y se hace, se solicita que se abandone la lucha armada y se hace, se impone que se rechace la violencia y se hace, se exige que se desvincule ideológicamente de ETA y se hace, se conmina a que se rechace ideológicamente cualquier recurso a la utilización de la fuerza, la amenaza, la coacción y la violencia y se hace.
Pero de repente, cuando nos sorprende el hecho de que aquellos de los que no esperabamos que lo hicieran, lo hagan, subimos un peldaño más nuestras exigencias.
Me niego a yacer contigo -dice la doncella- porque no me dices que me quieres. Ya me has dicho que me quieres pero no me lo dices todos los días, ahora dímelo delante de la gente, ahora necesito que me lo escribas en bellos poemas, ahora que me lo cantes en hermosas baladas...
Y cuando, al final de tan dura jornada de requiebros,  el galán ya tiene la boca seca y la mente aturdida de tanto requerimiento, cuando ha cumplido por activa y por pasiva todas las exigencias de su amada, llega la exigencia definitiva, la imposible de cumplir, la barrera que no se puede saltar: no te concedo acceso carnal a mi añorada figura porque, aunque has hecho todo lo que te he pedido, lo que te exigido, lo que te he demandado como prueba de amor, no sé si lo sientes realmente.
Y ese último regate mantiene a la doncella distante para siempre,  aleja la normalidad democrática de las tierras vascas, deja al galán sin coito. Deja a Euskadi sin posibilidad de paz.
Cuando la izquierda abertzale hace todo lo que se le ha exigido, el Gobierno, la oposición y todo el bloque constitucionalista -¿españolista?- introduce un elemento que nunca había contado en este macabro juego entre la muerte y la libertad. La necesidad de asegurarse de que todo lo que hace la izquierda abertzale se haga de corazón y con la sinceridad más impoluta y cristalina.
Un requerimiento que, por más que se defienda por los abertzales, nunca podrá demostrarse, siempre dependerá de la percepción del oyente. Siempre podrá ser rechazado.
Y eso lleva al Gobierno - por una vez apoyado por casi todos. Salvo el PNV, lógico. Ellos sí piensan en Euskadi- a rechazar su participación en unas elecciones, ignorando o queriendo ignorar un hecho que debería resultar obvio. El hecho de que somos nosotros, España y Euskadi, quienes necesitamos que la izquierda abertzale participé en las próximas elecciones.
Porque cada voto dado en las próximas elecciones al partido de la izquierda abertzale será una rendición, será un reconocimiento de que ya no se cree en ETA; porque cada sufragio emitido en su favor será un refrendo de que los abertzales han comprendido que para ser lo que son no hay que ser violento; porque cada papeleta supondrá que hay un borroka menos -y sé que el término no es el apropiado en euskera, pero no conozco otro- y un activista más, un violento menos y un democrata más, un asesino menos y un independentista más, un etarra menos y un vasco más.
Y si no sabemos comprender eso es que no sabemos comprender la historia.
Nadie exigió al comunismo real sinceridad, cuando el PCE renunció al concepto de imposición de la dictarura del proletariado, en su transformación en IU; nadie exigió como signo de sinceridad a Alianza Popular que purgara a cargos e ideólogos que habían mantenido principios basados en la represión y la violencia de Estado;  nadie exigió sinceridad al PSOE cuando renuncio al concepto de resitencia armada contra la dictadura. Nadie ha exigido nunca a cualquiera de las múltiples falanges que pululan por el panorama microelectoral de nuestro país sinceridad, nadie a demandado sinceridad a todos los partidos supuestamente anarquistas, leninistas o stalinistas que decoran de forma anecdótica las mesas electorales en cada elección. De hecho, creo que nadie ha revisado jamás sus estatutos para asegurarse de que rechazan explicitamente la violencia como forma de conseguir objetivos políticos. Seguramente se llevarían más de una sorpresa.
Yo soy muy de Braveheart y recuerdo el momento en el que William Wallace exige a los pérfidos ingleses como condición para la paz que "recorran Escocia parando en cada pueblo y aldea para pedir humildemente perdón por cada gota de sangre escocesa derramada". No puedo sustraerme a la épica de ese momento.
Pero tampoco puedo sustraerme al recuerdo de que lo que busca Wallace con esa exigencia es comenzar una guerra no terminar con ella.
Como no me sustraigo al hecho de que es la historia el movimiento que cambia el mundo y es la visión histórica el punto de vista que permite percibirlo .
En Egipto y aquí, en Euskadi.

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