Se va con su soberbia y su chulería de ligón de paseo marítimo mediaterraneo; se va con sus ternos perfectos y con sus facturas de gastos de representación de actimel y chicles trident. Se va con su sonrisa socarrona de me han pillado con el carrito del helado y con sus trapicheos millonarios en Terra Mítica; se va con sus escasos momentos de ingenio verbal y sus muchos instantes de ceguera política; se va con sus pleitos y sus cuitas, con sus exabruptos y sus alabanzas, con su inmarcesible bronceado y sus reconocibles tics físicos e ideológicos. Zaplana se va.
Como analista político se pueden decir muchas cosas al respecto, como observador de la realidad se pueden extraer un buen puñado de conclusiones pero, más allá de eso, que Eduardo Zaplana abandone la portavocía del PP en el Concreso no significa nada para todos aquellos que no comulgamos -porque en el PP hay que comulgar, eso es indudable- con los postulados políticos y vagamente democráticos de ese partido en concreto.
Zaplana se va y Camps viene, Esperanza y Gallardón se muerden la lengua, Aznar vuelve a las sombras de las que nunca debió salir, ni durante la campaña ni durante su gobierno, Rajoy resiste -la guardia muere pero no se rinde- y Fraga sigue dormitando en público y en privado.
Y que todo eso ocurra no significa nada más que es algo que debería ocurrir, es algo que estaba garantizado en cualquier partido y con cualquier político que podamos traer a la memoria. Era tan predecible como que el gobernador de Nueva York se iría de putas y después dimitiría o como que Obama y Hillary terminarán en la misma candidatura demócrata. Hay cosas que son genéticamente inherentes a la condición de político
Mientras no reaparezcan las elecciones aclamativas, mientras los puñales y las espadas no tintineen en los pasillos de Génova y mientras individuos que perdieron hace tiempo el derecho a influir en la política y la vida española no intenten imponer sus criterios y deseos sin decirlo públicamente, que Zaplana se vaya no significa nada.
Los hay que todavía creemos que la democracia se demuestra siendo demócrata, los hay que todavía somos capaces de superar nuestras aversiones y nuestros rechazos para aceptar la evolución, incluso de nuestros adversarios, incluso de nuestros enemigos.
Son los militantes del PP los que deben opinar sobre todos esos movimientos. Los demás podemos comentarlos y analizarlos, pero deberían ser ellos los que se paren a pensar -más allá de gritos, insultos a los medios, rugidos y tremolaciones de banderas- qué está pasando en su partido y qué es lo quieren que pase.
Los hay que nos quedaremos mirando, escuchando y esperando porque aún creemos que nuestros gustos, nuestras preferencias no deben imponerse con insultos o descalificaciones públicas o vrtuales a la libertad que otras personas tienen de decidir sobre el futuro de aquello con lo que se han comprometido.
Lo haremos aunque las creamos equivocadas. Los haremos porque en eso nos diferenciamos de ellos. Lo haremos porque, afortunadamente, no somos del PP
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