La atención está hoy centrada en Zaplana -mucho más, por cierto, que cuando era alguien en el PP-, en el Geta, en las vacaciones o en como maravillarnoslas con los niños que nos caen llovidos del cielo -un cielo penitente, pero el cielo al fin y al cabo- para recordarnos que ser padre no consisite solamente en conducir hasta el colegio, hasta la guardería o hasta la academia de violonchelo. Pero, entre tantas distracciones, los ojos se me han ido hacia el Palmar.
No, no temaís, no he decidido aceptar la supremacia pontificia de esa secta troyana visionaria y preconciliar -y me refiero al Concilio de Trento-. Simplemente, he mirado al Palmar, a su comunidad de pescadores y a una sentencia de un juzgado valenciano y he descubierto, casi por casualidad, casi sin querer, un ejemplo de algo que podría ser ejemplo de muchas cosas pero que es presentado como un ejemplo de lo que no es y no como un ejemplo de lo que es.
Para desentrañar este trabalenguas lo mejor -como en la mayoría de los casos- es empezar por el principio.
Y el principio es decir que un juzgado de Valencia ha sentenciado que los descendientes de pescadores tieene derecho a pertenecer a la Cofradía del Plamar en Valencia independientemente de su condición y de la voluntad de los integrantes de la Cofradía. Y esto sirve de ejemplo para dos cosas.
La primera ejemplificación es para ilustrar la manipulación que sobre este tipo de situaciones se produce en los medios obsesionados con equiparar el feminismo a la progresía.
Automaticamente en cuanto han conocido la sentencia, los medios progresitas y los programas que recurren a la igualdad cuando se quedan sin sucesos -lease Gente, entre otros- han presentado la noticia bajo titulares como "el fin de la discriminación en la pesca" "Un juzgado de Valencia pone fin a 750 años de discriminación de la mujer" y cosas por el estilo.
Obvian el hecho de que en los 740 años que preceden a las reclamaciones sobre las que ha dictimado ese juzgado ni una sóla mujer se había preocupado por La Cofradia del Palmar ni había intentado formar parte de ella; obvian el hecho de que la reclamación por la que se ha dictado esa sentencia fue presentada por cuatro hombres y dos mujeres y obvian el hecho de que la reclamación que presentaron independientemente las mujeres por discriminación sexual fue desestimada por el mismo juzgado al alegar que no había manera de saber que los integrantes de la cofradía votaban por machismo cuando rechazaban también a cuatro hombres.
Obvian lo primero porque significaría que las mujeres de los siete siglos pasados no estaban decididas a lanzarse a las acequias y las albuferas para pescar y así contribuir al sustento de sus familias; obvian lo segundo porque significaría que el criterio que utilizaban los cofrades para rechazar a los nuevos integrantes poco o nada tenía que ver con el sexismo y obvian lo tercero porque eso les llevaría a tener que reconocer que cuando una mujer es rechazada en alguna parte, aun siendo injusto, no siempre se debe a la ola de machismo que nos invade desde que las sociedades mesopotámicas se amurallaron y se hicieron patriarcales.
El juzgado de Valencia se ha limitado a decir que las preferencias de los cofrades no pueden evitar derechos adquiridos por nacimiento a los descendientes de los pescadores.
Si eso benefica a los mujeres bienvenido sea. Pero si eso beneficia a todos mejor aún. Aunque a algunas no se lo parezca.
Y esa manipulación ha servido para ocultar -o por lo menos para poner en letra muy pequeña- el otro ejemplo que nos daría esta noticia. Durante los diez años de enfrentamientos, querellas, denuncias, agresiones verbales y en ocasiones físicas que ha durado este proceso, catorce miembros de la Cofradía del Palmar fueron expulsados por defender los derechos de los que estaban fuera a pertenecer a esta entidad pesquera.
Catroce integrantes, todos ellos hombres, arriesgaron y perdieron lo que tenían -su medio de vida, al menos parcial- para defender los derechos de otros. Según la visión sexista del conflicto, catorce hombres lo arriesgaron todo para defender el derecho de dos mujeres.
Según la vida real, significa que catorce hombres hicieron lo que muchos hombres y mujeres llevan haciendo a lo largo de la historía. Sacrificar su seguridad por los derechos y la libertad de otros.
Pero claro, eso no vende sexismo ni machismo; eso no vende que las mujeres triunfan y se imponen al miedo machista injusto y recalcitrante.
Eso ejemplifica que las reclamaciones de justifica deben ser universales y que debemos renunciar a algunos privilegios en beneficio de los derechos de otros. Eso ejemplifica lo que no muchas de las que ven machismo en todas las esquinas están dispuestas a hacer.
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