Mientras lo poco que queda y que siempre ha sido este gobierno español, o sea Rubalcaba, recorre las tierras norteñas empeñado en sus gritos al viento contra un Bildu que aún no ha hecho nada para merecerlo, el resto de ese gobierno recibe su primera lección de hiperrealismo en forma de bofetada en la cara, en forma de golpe de realidad en el mismo centro del globo ocular de una de las que, lamentablemente, ha sido los productos estrella de su última legislación.
Hay algo que ha podido hacer lo que no quisimos hacer con la Huelga General, lo que no supimos hacer con la negociación social. Hay algo que ha conseguido parar la Reforma Laboral un año después de su puesta en marcha.
Como diría el penúltimo representante español en ese pérfido desfile de friquismo musical llamado Eurovisión, es algo pequeñito. Algo que estamos acostumbrados a no tener en cuenta en nuestros presupuestos ideológicos ni en nuestros proyectos vitales.
Lo que ha tumbado y paralizado la Reforma Laboral no ha sido la acción sindical, no ha sido tribunal alguno ni experto ninguno. Ha sido algo tan nimio como la realidad.
El Gobierno renuncia a plantear uno de los pilares básicos de esta reforma laboral, una de esas ideas que parecían nuevas pero que estaban copiadas de otros -de Austria en este caso- que suponía el Fondo de Indemnización. Resumiendo que el trabajador sea el que se pague su propia indemnización por despido, detrayéndola de su propio sueldo a lo largo de los años.
Todo para que la empresa no sufra, no quede sin futuro por más veces que haga sufrir y deje sin futuro a los trabajadores que despide.
El Gobierno no encuentra mecanismos para hacerlo, no encuentra dinero para financiarlo, no descubre la fórmula que le convierta en el Hermes Trimegistro capaz de mudar el carbón en diamante y la arenisca en oro. Y eso es una parte del problema.
Pero la otra parte, la del león, es que El Gobierno y su piedra filosofal de la Reforma Laboral se han topado de bruces con la mano del hiperrealismo crítico -o sea de la crisis- que les ha despertado a bofetones del sueño de que su idea iba a transformar los despidos en empleo.
Porque las cifras y los datos -aliados seculares e infinitos de la realidad más cruda- les dicen que no es así.
Han precarizado el empleo, han facilitado el despido y lo único que han hecho es que los contratos temporales se cambiaran por contratos fijos que son ahora más precarios de lo que lo eran los temporales de antes. Y en cuento la ley ha dejado de permitir hacer ese juego de prestidigitación, todo ha quedado en nada.
Porque no se ha creado un solo puesto de trabajo por muy barato que sea destruirlo en un futuro, porque el mito de la felxibilidad se les va entre las manos con cada informe mensual del paro y con la inexistencia de una mejora en el mercado laboral.
Desde el más pequeño al más grande de los empresarios están presentando expedientes de regulación de empleo que se extienden en el tiempo. Las grandes compañías, las multinacionales, los bancos y las transnacionales, mantienen sus beneficios a costa de la reducción de gastos de personal, pero el empleo sigue sin aparecer, pero el desempleo sigue sin descender, pero la riqueza sigue sin distribuirse.
Otro de los grandes ensalmos del sistema económico liberal que mantenía nuestra sociedad falsamente en movimiento, falsamente coexionada, falsamente viva, se ha evaporado, se ha mostrado un simple juego de manos, ejecutado con una velocidad más rápida que la de la visión, es ha esfumado en el aire.
Y es que resulta muy difícil mantener los encantamientos cuando el brujo yace muerto a nuestros pies, víctima de su propia nigromancia.
Los hechizos del sistema económico neo liberal basado en los mercados ya no funcionan porque el que los sustentaba está en alguna, entre Maastich y la fallida cumbre de la pasada semana, durmiendo el Sueño de Merlín.
Por eso el Gobierno tiene que aparcar el producto estrella de su reforma laboral. Porque las cifras, la realidad, han puesto al descubierto que nos mentía, como lo hacen todos los gobiernos europeos, como lo hace el sistema económico social y financiero en el que nos movemos.
Porque cambiar contratos temporales por contratos fijos -con una indemnización por despido pírrica- no es crear ni reforzar el empleo, porque asegurar los beneficios de las empresas a cualquier precio no es una forma de crear empleo, porque la Reforma Laboral, destinada a mejorar el mercado de trabajo no lo ha hecho y en esas condiciones resulta imposible exigirle al trabajador que detraiga parte de su sueldo para resistir a un despido.
Porque nuestro Gobierno, aunque nos arroje a Bildu ante los ojos para despistarnos, sabe que esa es nuestra preocupación y que , si lo hace, pese nuestra apatía, pese a nuestra resignación y a nuestro instinto de supervivencia individual egoísta, los que le abofetearíamos seríamos nosotros no la indolora realidad.
La munición de con la que ha disparado la realidad son los mismos que eran antes. Aquellos a los que el sistema les ha robado el futuro, las espectativas, las posibilidades de estabilidad vital. La Reforma Laboral estaba hacha -según se decía- para que la crisis no nos quitara esas posibilidades futuras.
Nos hacían trabajar más para que pudiéramos tener pensión, nos arrojaban al circo romano del despido prácticamente gratuito para que los que no tenían empleo no fueran devorados en la arena por los leones del paro de larga duración, nos obligaban a contribuir con nuestra desesperanza, nuestra servidumbre y nuestra precariedad al sostenimiento de los beneficios empresariales porque eso haría que la riqueza volviese y que se distribuyera, porque eso nos haría competitivos y seríamos los gallitos del corral de los mercados.
Pero ahora,disipado el humo del ensalmo, disgregados los vapores sulfurosos del hechizo, lo que queda es la realidad. Y el encantamiento no ha surtido efecto.
Nuestro mercado laboral no es un hermoso príncipe metrosexual de rolón de ojos al que todos se rinden. Nuestra sociedad no se ha transformado en una bella princesa de ajustado Desigual y tacones infinitos.
Ambos siguen siendo el mismo sapo y la misma serpiente que siempre fueron, que siempre han sido y que siempre serán porque saben ser otra cosa.
Ahora nos queda a nosotros la ardua tarea del aprendiz de brujo. Limpiar el taller, matar a las sierpes, utilizar lo poco que han dejado para hacer algo real y encontrar la manera de adecentar el local.
Ni los grandes magos blancos del progresismo, ni los hechiceros nigrománticos del círculo neocon -o viceversa, que tanto da- lo han hecho, ni siquiera lo han intentado. Una vez más, la realidad supera a la percepción.
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