Tras muchos trabajos y algunas tristezas vuelvo a estas endemoniadas lineas. Y me encuentro la cosa más o menos tal y como la deje.
El mundo sigue ardiendo y nosotros, los inefables habitantes de ese Occidente Incólume, seguimos ejecutando nuestra arrítmica danza para evitar que esas llamas no laman siquiera las plantas de los pies. Una actitud que, por reiterada e inútil, no deja de ser tristemente cómica.
Y una de esas cosas que sigue igual es Bildu. Bildu y la absoluta inoperancia del gen democrático en los partidos que se hacen llamar demócratas y no lo son , que se hacer llamar constitucionalistas y no lo son, que se hacen llamar muchas cosas y solamente son españolistas radicales con ansía de poder.
Bildu ha ganado las elecciones en un centenar de municipios vascos, pero nadie habla de eso. Hablan alrededor de eso, opinan cerca de ello pero, en realidad, nadie habla de eso. Nadie quiere hacerlo. El soberanismo vasco duplica -casi triplica- en votos al españolismo en las tierras de Euskadi, pero nadie habla de eso. Nadie quiere hablar de eso porque no tendrían nada que decir.
Durante muchos años han hablado constantemente para silenciar las voces de los vascos, de los que deberían haber hablado hace tiempo. Se han escondido detrás de una banda de asesinos, los han engrandecido, los han puesto de excusa para todo, para no escuchar, para no oír, para no dejar hablar, entre sus discursos y sus arengas, a los que verdaderamente querían hablar.
Y ahora, cuando el Tribunal Constitucional y unas elecciones les han permitido hablar, los vascos han dicho lo que tenían que decir y han seguido con lo suyo. Ellos son así. Casi han hecho desaparecer del mapa político al españolismo y han seguido con sus cosas, con el Athletic, con La Real y con el Bizkaia Bilbao Basket.
Por eso no se analizan los resultados electorales en Euskadi. Los vascos no han dejado lugar ninguno a la duda ni al análisis. ¡Coño, que son del mismo centro!
Rubalcaba y su partido tiran de mesura - que para algo será candidato- y afirman que "quizás había que haber hecho las cosas de otra manera para evitar que Bildu tuviera tanta presencia y poder institucional".
Es cierto. Había muchas maneras de evitar que un tercio de los votantes vascos que han ejercido su derecho al voto -casi el cuarenta por ciento del censo no lo ha hecho- hayan decidido que su opción política era la que representa Bildu.
Se podía haber enviado policías para impedir que votaran, se podía haber hecho el voto a mano alzada y multar o incluso detener a los que estuvieran dispuestos a votar a la formación abertzale. Incluso, siendo más ladino y original, se podrían haber incluido Burgos y Cantabria dentro de la circunscripción electoral vasca para que los sufragios emitidos en favor de Bildu tuvieran menos peso en el reparto de ediles.
Rubalcaba tiene razón -rara es la vez que no la tiene-. Hay múltiples maneras de evitar que el pueblo de Euskadi pueda demostrar en las urnas que los abertzales son una de sus principales opciones políticas.
Hay multitud de formas de impedir que un pueblo exprese su voluntad política. Qué se lo digan a Gadaffi, a los Ayatolahs, a Chávez, a los Castro, a Pinochet, a Mubarak, a Putin, a Netanyahu, a Franco... Qué se lo pregunten al tío Adolfo. La lista de maneras para evitar que un pueblo vote lo que quiere votar es prácticamente infinita.
Porque eso y sólo eso es lo que ha pasado.
Podemos disfrazarlo de lo que queramos; podemos cometer el viciado error occidental atlántico de cambiar la realidad de los hechos por la percepción que nosotros tenemos de los mismos; podemos realizar todos los trucos retóricos que se nos ocurran para ocultar ese hecho sustancial; podemos tirar de magia y juegos de manos para deslumbrar a los que nos miran desde sus pantallas televisivas o nos leen -los menos- en las páginas de sus rotativos.
Pero al cabo del día, ni toda la retorica ni toda la magia del mundo, podrán apartar nuestros ojos y nuestra mente del hecho de que Bildu está en las instituciones Euskadi y de que lo está porque los vascos la votaron. Dejenmé que lo repita, dejenmé que me revuelque en la realidad. Bildu está en las instituciones de Euskadi porque los vascos la votaron. Como diría el bueno de Kevin Bacon: estos son los hecho del caso y son irrefutables.
Bildu tendrá la Junta de Guipuzcoa porque los guipuzcoanos lo han querido. No porque el Tribunal Constitucional lo haya dictaminado.
La coalición abertzale gobernará en un centenar de municipios no porque la Guardia Civil haya encontrado o no pruebas de su vinculación con ETA, sino porque los habitantes de esas tierras así lo han querido.
El alcalde de Donosti es de Bildu no porque la fiscalía no haya podido refutar el contraindicio judicial, sino porque los donostiarras lo han votado.
Y, pese a lo que la mesura de Rubalcaba diga o a lo que la airada protesta de los populares exija, cualquier cosa que hubiera impedido a los vascos elegir esa opción hubiera sido antidemocrática. Como llevaba siéndolo durante todos los años en los que con medidas artificiales se ha mantenido a la izquierda abertzale fuera del panorama político.
Ser demócrata no supone serlo cuando es fácil y cuando todos se mueven dentro de los límites que nosotros consideramos aceptables. Significa dejar que los demás elijan lo que quieran y exigir que asuman la responsabilidad de esa elección. Y eso es lo que ha ocurrido en estas elecciones en Euskadi.
No se trata de ser independentista o españolista -¡cojones, ni siquiera se trata de ser vasco!- se trata de saber que todos tienen derecho a elegir el gobierno y el estado que desean. Después de lustros sin poder hacerlo, eso es lo que han hecho los vascos.
Claro que para entenderlo hay que ser verdaderamente demócrata.
Así que, pese a todo lo ocurrido, las cosas siguen más o menos igual a este lado del Condado de Treviño. Mucha democracia y pocos demócratas. Y luego está el PP.
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