viernes, enero 04, 2013

Catála disfraza el asedio a lo público de regalos de reyes

Hay cosas que no cambian o no quieren que cambien pese a que llega el año nuevo y eso supone en el inconsciente colectivo de todos una incitación a ese cambio que es necesario y que nos lleva desde a dejar de fumar hasta a proponernos cambios de vida más radicales.
Y una de esas cosa que no cambian con el año postapocalíptico del 2013 es la Anábasis que se está haciendo pasar a la Educación Pública en este país, la continua carga de coraceros a la que se somete, el ariete reiterado con el que se machaca sus puertas cada vez más astilladas desde las huestes de Moncloa y las sedes de los gobiernos autonómicos tentaculares de José Ignacio Wert y su ministerio.
Y si hay un sitio en el que ese asedio se hace constante y permanente es en la Comunitat Valenciana, convertida, muy a su pesar, en el epítome de esa guerra de zapa y derribo contra todo lo público.
Mientras el presidente Fabra se dedica a felicitarse a sí mismo en su Twitter por el descenso ocasional del paro en una comunidad arrasada por el desempleo, las deudas públicas y la destrucción de servicios, su consejera de Educación, entre visita mariana y visita mariana, envía otra andanada contra la línea de flotación de la educación pública valenciana.
María José Catalá recupera la mejor tradición de las fiestas de moros y cristianos de aquellas tierras y persiste en su guerra de asedio. Por su puesto ella ha deser la cristiana, asíque, por definición, la educación pública será el moro de taifas, es de suponer.
Apalancada, como la deuda pública de su gobierno, al ariete de su cerrazón ideológica -si es que es ideológica, que ya es más que dudoso- y de su incapacidad para percibir las auténticas necesidades sociales de aquellos cuya educación ha sido puesta en sus manos, golpea una y otra vez contra la educación pública valenciana.
Y lo más curioso del caso es que por si fuera poco intenta transformar cada uno de esos golpes, cada una de esas arremetidas en algo positivo, en una suerte de regalo de los reyes magos que nadie le ha pedido pero que ella, desde la joroba del camello desbocado en el que se ha convertido la ideología del recorte y la austeridad irracional otorga a los valencianos.
Hace apenas dos días hizo temblar los goznes de las puertas de la educación pública en la comunidad con el arreón de los criterios de admisión de alumnos aprobado por decreto -como todo últimamente-.
Y ese golpe sordo contra la igualdad de oportunidades, contra la equilibrada distribución del alumnado entre los centros, pretendió disfrazarlo de regalo de epifanía.
Sin la barba parda del bueno de Gaspar pero con todo el incienso necesario para intentar nublar las mentes de padres y madres, intentó vender esos criterios como un regalo que suponía la "libertad de elección".
El decreto no tiene desperdicio y tiene como objetivo casi único arremeter contra la muralla de la enseñanza pública, defendida por toda la comunidad educativa valenciana  y potenciar la enseñanza concertada. Busca clasificar a los centros públicos de acuerdo con el rendimiento y la condición social del alumnado, establece el famoso distrito único en el que dará más puntos tener un hermano en el centro que vivir a doce metros del centro.
Enciende el incienso del regalo navideño de la libertad de elección pero lo que en realidad se pretende con el distrito único es derribar la escuela pública y levantar en su lugar un tipo y modelo de centros docentes de gestión privada.
Da igual que los sindicatos de docentes le dijeran que su incienso no engañaba, da igual que lo que supone en la práctica es la libertad de elección de los centros concertados para elegir a sus alumnos siguiendo sus criterios propios y rechazar aquellos que no les resultarán rentables, como los que necesitan apoyo, o los que les obligarían a realizar inversiones en desdobles o los que necesitaran cualquier tipo de refuerzo. 
Ella golpea la libertad de elección de los padres, relegando en la práctica a todo ese alumnado a una escuela pública a la que se le han recortado las asignaciones, se le han denegado las inversiones y se la ha dejado en la mínima expresión, para garantizar la libre elección de los centros concertados para garantizar la rentabilidad de su negocio.
Catalá intenta disfrazar su ariete, que transforma la escuela pública en un reducto golpeado y  asediado, de rama de incienso que nos trae los aromas de la libertad de elección.
Y ello solamente dos días después de que su jefe, el ínclito Fabra, asegure que le han llegado cerca de 170 millones de euros adicionales del Gobierno Central que destinará a sanidad y Educación.
Podría ser el regalo de oro del anciano Melchor, pero Catalá está decidida a que todo lo que haga sea en beneficio solamente de un modelo educativo y lo convierte de nuevo en un ariete que golpea sin tregua contra la cada vez más débil estructura de la enseñanza pública valenciana.
Con madres vendiendo desde papeletas hasta erotismo para sufragar transportes escolares, con padres encerrados en barracones que se deshacen, con comunidades educativas enteras manifestándose en solares donde debería haber centros públicos y solamente hay prefabricados y barro, con alumnos en pie de guerra porque sus institutos sin gasóleo para calefacción les hacen disfrazarse de Capitán Scott en su fatuo viaje a la Antártida, la consejera de Educación toma el oro de Melchor y lo destina a otra cosa.
María José Catalá coge el dinero que llega de Moncloa, lo hace pasar por delante de las macilentas huestes de la educación privada como un asediante que encendiera los fuegos de los espetones de sus asados para que el olor llegara a la hambrienta población que habita tras la muralla sitiada, y lo coloca íntegramente en el pago de los conciertos con los colegios privados, lo destina a sufragar la deuda que ha contraído con ellos -que debe ser satisfecha, eso es cierto, pero quizás equilibrando entre lo público y lo concertado-  mientras las escuelas públicas siguen agonizando y ella sigue repitiendo la letanía de "no hay dinero, no hay dinero", a todos los que siguen reclamando lo que sus impuestos y sus trabajos han dado a la educación pública.
Tiene el oro de Melchor pero las asediadas madres de Montserrat, los recluidos padres del Evaristo Calatayud, la asediada comunidad educativa del colegio 103 y otras decenas de colegios y centros docentes públicos no lo verán. Ese oro es para el Niño Jesús  la educación privada concertada, para ellos solo hay economía de guerra.
Y, por si fuera poco con estos dos regalos de reyes envenados, por si fuera poco con estas dos armas de asedio que están destrozando la educación pública en la Comunitat Valenciana, Catalá, la mujer pegada a una ideología baladí, la consejera anclada en un servilismo neocon a la iniciativa privada, la política plegada a una fórmula de entender la sociedad que nos revierte a una división eterna entre lo público y lo privado que han superado ya desde Milton Friedman hasta Paul Krugman, de los cuales probablemente no le hablaron en su colegio privado religioso, ofrece el último regalo navideño o, lo que es lo mismo, lanza el último ataque al bastión de la enseñanza pública valenciana.
No tiene dinero para nada. Recorta de una ruta de autobús que obliga a andar a infantes de cuatro años seis kilómetros, ahorra en cubrir goteras y ventanas rotas, elimina inversiones para convertir en un colegio unos insanos barracones, pero se dedica a dilapidar lo que tiene, lo que le podría hacer recaudar cientos de millones de euros que destinar a esos menesteres.
No es que se vaya a disfrazar de Baltasar -que eso de la negritud ha de queda para los inmigrantes- pero pretende dar a la podredumbre que está esparciendo por todo lo público en la educación valenciana. 
La mirra con la que Catalá oculta el mal olor de su política educativa se llama Centros de Iniciativa Social.
Cuando la verdadera iniciativa social que supone la enseñanza pública está bajo mínimos porque ella la ha dejado en esa situación, cuando las escuelas públicas están al borde de la rendición porque no les llegan refuerzos de los que deberían luchar por su existencia, ella regala suelo a instituciones privadas para que hagan centros privados que luego serán concertados para que resulten rentables.
No les vende el suelo al precio de mercado -para eso no es neocon, ¡Vaya hombre que mala suerte hemos tenido!-, se lo regala, privando a la educación pública de los recursos y de los ingresos que las mantendría vivas.
Dice defender un sistema, un modelo de educativo, pero demuestra tanta ignorancia como ineptitud. 
En el centro mismo de la evolución de ese sistema que ella y sus homónimos en todas las autonomías del PP repiten como un mantra que les sirve de ejemplo, la Universidad de Massachusetts se mantiene parcialmente con el dinero que Harvard paga en impuestos, la Universidad de Ucla es posible gracias a lo que California recauda de impuestos y concesiones a Berkeley, pero eso a Catalá le da igual porque ella no piensa en la educación, piensa en el negocio de aquellos a los que defiende y protege que, claro, no son los miembros de la comunidad educativa valenciana . 
Ella no quiere mejorar la educación, quiera apropiarse de ella.
Así que. Cada regalo educativo que María José Catalá le hace por el día de la epifanía a la educación valenciana es en realidad una bombarda apuntada contra las torres de la enseñanza pública, cada moneda de oro, rama de incienso o pizca de mirra que le ofrece es una bala de cañón que destruye sus muros.
A lo mejor le sal bien pero debería estudiar al general romano Cincinato y su teoría romana del asedio. Cuando los sitiados se quedan sin muralla que les proteja es cuando más peligrosos se vuelven.
Cuando no hay nada tras lo que refugiarse solamente queda la carga a discreción. Y eso es incontrolable. Ni con arietes, ni con falsos regalos de reyes.

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