Hay cosas que no cambian o no quieren
que cambien pese a que llega el año nuevo y eso supone en el inconsciente
colectivo de todos una incitación a ese cambio que es necesario y que nos lleva
desde a dejar de fumar hasta a proponernos cambios de vida más radicales.
Y una de esas cosa que no cambian con
el año postapocalíptico del 2013 es la Anábasis que se está haciendo pasar a la
Educación Pública en este país, la continua carga de coraceros a la que se
somete, el ariete reiterado con el que se machaca sus puertas cada vez más
astilladas desde las huestes de Moncloa y las sedes de los gobiernos
autonómicos tentaculares de José Ignacio Wert y su ministerio.
Y si hay un sitio en el que ese asedio
se hace constante y permanente es en la Comunitat Valenciana, convertida, muy a
su pesar, en el epítome de esa guerra de zapa y derribo contra todo lo público.
Mientras el presidente Fabra se dedica
a felicitarse a sí mismo en su Twitter por el descenso ocasional del paro en
una comunidad arrasada por el desempleo, las deudas públicas y la destrucción
de servicios, su consejera de Educación, entre visita mariana y visita mariana,
envía otra andanada contra la línea de flotación de la educación pública
valenciana.
María José Catalá recupera la mejor
tradición de las fiestas de moros y cristianos de aquellas tierras y persiste
en su guerra de asedio. Por su puesto ella ha deser la cristiana, asíque, por definición, la educación pública será el moro de taifas, es de suponer.
Apalancada, como la deuda pública de
su gobierno, al ariete de su cerrazón ideológica -si es que es ideológica, que
ya es más que dudoso- y de su incapacidad para percibir las auténticas
necesidades sociales de aquellos cuya educación ha sido puesta en sus manos,
golpea una y otra vez contra la educación pública valenciana.
Y lo más curioso del caso es que por
si fuera poco intenta transformar cada uno de esos golpes, cada una de esas
arremetidas en algo positivo, en una suerte de regalo de los reyes magos que
nadie le ha pedido pero que ella, desde la joroba del camello desbocado en el
que se ha convertido la ideología del recorte y la austeridad irracional otorga
a los valencianos.
Hace apenas dos días hizo temblar los
goznes de las puertas de la educación pública en la comunidad con el arreón de
los criterios de admisión de alumnos aprobado por decreto -como todo
últimamente-.
Y ese golpe sordo contra la igualdad
de oportunidades, contra la equilibrada distribución del alumnado entre los
centros, pretendió disfrazarlo de regalo de epifanía.
Sin la barba parda del bueno de Gaspar
pero con todo el incienso necesario para intentar nublar las mentes de padres y
madres, intentó vender esos criterios como un regalo que suponía la
"libertad de elección".
El decreto no tiene desperdicio y
tiene como objetivo casi único arremeter contra la muralla de la enseñanza
pública, defendida por toda la comunidad educativa valenciana y potenciar
la enseñanza concertada. Busca clasificar a los centros públicos de acuerdo con
el rendimiento y la condición social del alumnado, establece el famoso distrito
único en el que dará más puntos tener un hermano en el centro que vivir a doce
metros del centro.
Enciende el incienso del regalo
navideño de la libertad de elección pero lo que en realidad se pretende con el
distrito único es derribar la escuela pública y levantar en su lugar un tipo y
modelo de centros docentes de gestión privada.
Da igual que los sindicatos de
docentes le dijeran que su incienso no engañaba, da igual que lo que supone en
la práctica es la libertad de elección de los centros concertados para elegir a
sus alumnos siguiendo sus criterios propios y rechazar aquellos que no les
resultarán rentables, como los que necesitan apoyo, o los que les obligarían a
realizar inversiones en desdobles o los que necesitaran cualquier tipo de
refuerzo.
Ella golpea la libertad de elección de
los padres, relegando en la práctica a todo ese alumnado a una escuela pública
a la que se le han recortado las asignaciones, se le han denegado las
inversiones y se la ha dejado en la mínima expresión, para garantizar la libre
elección de los centros concertados para garantizar la rentabilidad de su
negocio.
Catalá intenta disfrazar su ariete,
que transforma la escuela pública en un reducto golpeado y asediado, de
rama de incienso que nos trae los aromas de la libertad de elección.
Y ello solamente dos días después de
que su jefe, el ínclito Fabra, asegure que le han llegado cerca de 170 millones
de euros adicionales del Gobierno Central que destinará a sanidad y Educación.
Podría ser el regalo de oro del
anciano Melchor, pero Catalá está decidida a que todo lo que haga sea en beneficio
solamente de un modelo educativo y lo convierte de nuevo en un ariete que
golpea sin tregua contra la cada vez más débil estructura de la enseñanza
pública valenciana.
Con madres vendiendo desde papeletas
hasta erotismo para sufragar transportes escolares, con padres encerrados en
barracones que se deshacen, con comunidades educativas enteras manifestándose
en solares donde debería haber centros públicos y solamente hay prefabricados y
barro, con alumnos en pie de guerra porque sus institutos sin gasóleo para
calefacción les hacen disfrazarse de Capitán Scott en su fatuo viaje a la
Antártida, la consejera de Educación toma el oro de Melchor y lo destina a otra
cosa.
María José Catalá coge el dinero que
llega de Moncloa, lo hace pasar por delante de las macilentas huestes de la
educación privada como un asediante que encendiera los fuegos de los espetones
de sus asados para que el olor llegara a la hambrienta población que habita
tras la muralla sitiada, y lo coloca íntegramente en el pago de los conciertos
con los colegios privados, lo destina a sufragar la deuda que ha contraído con
ellos -que debe ser satisfecha, eso es cierto, pero quizás equilibrando entre
lo público y lo concertado- mientras las escuelas públicas siguen
agonizando y ella sigue repitiendo la letanía de "no hay dinero, no hay
dinero", a todos los que siguen reclamando lo que sus impuestos y sus
trabajos han dado a la educación pública.
Tiene el oro de Melchor pero las
asediadas madres de Montserrat, los recluidos padres del Evaristo Calatayud, la
asediada comunidad educativa del colegio 103 y otras decenas de colegios y
centros docentes públicos no lo verán. Ese oro es para el Niño Jesús la
educación privada concertada, para ellos solo hay economía de guerra.
Y, por si fuera poco con estos dos regalos
de reyes envenados, por si fuera poco con estas dos armas de asedio que están
destrozando la educación pública en la Comunitat Valenciana, Catalá, la mujer
pegada a una ideología baladí, la consejera anclada en un servilismo neocon a
la iniciativa privada, la política plegada a una fórmula de entender la
sociedad que nos revierte a una división eterna entre lo público y lo privado
que han superado ya desde Milton Friedman hasta Paul Krugman, de los cuales
probablemente no le hablaron en su colegio privado religioso, ofrece el último
regalo navideño o, lo que es lo mismo, lanza el último ataque al bastión de la
enseñanza pública valenciana.
No tiene dinero para nada. Recorta de
una ruta de autobús que obliga a andar a infantes de cuatro años seis
kilómetros, ahorra en cubrir goteras y ventanas rotas, elimina inversiones para
convertir en un colegio unos insanos barracones, pero se dedica a dilapidar lo
que tiene, lo que le podría hacer recaudar cientos de millones de euros que
destinar a esos menesteres.
No es que se vaya a disfrazar de
Baltasar -que eso de la negritud ha de queda para los inmigrantes- pero
pretende dar a la podredumbre que está esparciendo por todo lo público en la
educación valenciana.
La mirra con la que Catalá oculta el
mal olor de su política educativa se llama Centros de Iniciativa Social.
Cuando la verdadera iniciativa social que
supone la enseñanza pública está bajo mínimos porque ella la ha dejado en esa
situación, cuando las escuelas públicas están al borde de la rendición porque
no les llegan refuerzos de los que deberían luchar por su existencia, ella
regala suelo a instituciones privadas para que hagan centros privados que luego
serán concertados para que resulten rentables.
No les vende el suelo al precio de
mercado -para eso no es neocon, ¡Vaya hombre que mala suerte hemos tenido!-, se
lo regala, privando a la educación pública de los recursos y de los ingresos
que las mantendría vivas.
Dice defender un sistema, un modelo de
educativo, pero demuestra tanta ignorancia como ineptitud.
En el centro mismo de la evolución de
ese sistema que ella y sus homónimos en todas las autonomías del PP repiten
como un mantra que les sirve de ejemplo, la Universidad de Massachusetts se
mantiene parcialmente con el dinero que Harvard paga en impuestos, la Universidad
de Ucla es posible gracias a lo que California recauda de impuestos y
concesiones a Berkeley, pero eso a Catalá le da igual porque ella no piensa en
la educación, piensa en el negocio de aquellos a los que defiende y protege
que, claro, no son los miembros de la comunidad educativa valenciana .
Ella no quiere mejorar la educación,
quiera apropiarse de ella.
Así que. Cada regalo educativo que
María José Catalá le hace por el día de la epifanía a la educación valenciana
es en realidad una bombarda apuntada contra las torres de la enseñanza pública,
cada moneda de oro, rama de incienso o pizca de mirra que le ofrece es una bala
de cañón que destruye sus muros.
A lo mejor le sal bien pero debería
estudiar al general romano Cincinato y su teoría romana del asedio. Cuando los
sitiados se quedan sin muralla que les proteja es cuando más peligrosos se
vuelven.
Cuando no hay nada tras lo que
refugiarse solamente queda la carga a discreción. Y eso es incontrolable. Ni
con arietes, ni con falsos regalos de reyes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario