En mis
mocedades -pero que muy mocedades- tuve una profesora de prácticas y, claro, no
podría ser de otra forma, me enamoré perdidamente de ella.
No es que la
chica fuera arrebatadora, pero sonreía, tenía una sonrisa radiante y luminosa,
algo completamente desconocido en mí siempre mal encarado y casi calvo profesor
de literatura-alias El Redondo-, que desconocía por completo el concepto de
sonrisa en general y de radiante y luminoso en particular.
Y sobre todo
me enamoré de ella porque era imposible no hacerlo. Cada vez que levantabas la
cabeza de tu extenuante esfuerzo de batir el récord del mundo en la toma de
apuntas para dejar descansar tu casi dislocada muñeca un instante, allí estaba
ella, quieta, tomando apuntes en lenta y mesurada taquigrafía, sentada al lado
del profesor, haciéndonos preguntarnos como sería la voz que estaba detrás de
esa sonrisa que nos dedicaba. Y cuando dio la clase de La Celestina... bueno,
creo que nunca se ha experimentado una motivación masculina más intensa hacia
el conocimiento de los recovecos de la literatura medieval española que la que
experimentaron en aquella evaluación los alumnos varones de mi clase.
¿Y a qué
viene este romántico recuerdo? ¿es que me la he encontrado en estos días por la
calle paseando? ¿es que la he redescubierto en Facebook con la sonrisa algo
menos radiante y sin la luminosidad del enamoramiento adolescente?
Pues no. Mi
recuerdo y posterior diatriba viene a costa de alguien a quien, como
dirían los literatos de los tiempos de Fernando de Rojas, recordar
no quiero pero me veo en la obligación de tener casi todos los días presente en
mi memoria.
la muy
ínclita y santa señora María Dolores de Cospedal, patrona innominada del
recorte austero y desmedido.
Porque la
gobernanta -que no gobernante- de los destinos de Castilla La Mancha le ha
robado a todos los estudiantes de las aulas sus ensoñaciones febriles y a todas
las estudiantes sus enamoramientos fugaces y hormonales.
Ha
convertido a todos esos calíxtos juveniles en siervos de la gleba y a todas
esas melibeas adolescentes en esclavas.
Ha puesto a
los profesores de prácticas a trabajar, a dar clase, a cubrir las ausencias de
los profesores interinos despedidos por ella y sus recortadores. Y además los
ha puesto a millares.
Y hay quien
dirá que tampoco está de más esa medida. Que total, que cojan callo de soportar
alumnos desde el principio y así estarán curtidos y preparados cuando les toque
enfrentarse a un alumnado que ya no les mirará con ojos golositos sino con
miradas furiosas y desesperadas cuando anuncia la fecha inminente del examen.
Y habría que
darles la razón. Habría que dársela si les pagaran por ello. Pero no lo hacen.
Cospedal ha retomado el magisterio clásico, pero clásico en el más estricto sentido de la
palabra. Aquel que en Grecia y Roma otorgaba el cargo de preceptor, de
educador, a un esclavo comprado en el mercado -era la única función que tenían
los esclavos viejos-. Un esclavo de confianza, pero un esclavo a fin de
cuentas.
Porque esos
profesores en ciernes, recién salidos de sus escuelas normales o facultades, no
trabajan por un sueldo, no dan clase por una remuneración. Trabajan a cambio de
una promesa, de un juramento de servidumbre. Como el esclavo que recogía
algodón a cambio de la promesa de manumisión en sus postreros años, como el
siervo que doblaba el espinazo en los bancales a cambio de la promesa de que
algún día el señor le concedería un triste pedregal que pudiera denominar como
propio, como el aparcero que se deslomaba creyendo en la promesa de que con eso
saldaría sus deudas.
Esos
profesores en prácticas dan clase como si fueran veteranos, como si ya hubieran
aprobado una oposición, como si se hubieran ganado ya la plaza de la forma en
la que la ley estipula que se la tienen que ganar pero sin haberlo hecho. Sin
haberlo intentado siquiera.
Lo hacen por
unos créditos de más en las oposiciones. por una dádiva que Cospedal y sus
huestes ni siquiera tienen derecho a darles.
Ahorran
sueldos a alguien que no tiene derecho a ahorrárselos porque no están pagados
con su dinero, sino con el de los castellano manchegos; cubren plazas que han
sido recortadas pese a ser necesarias, porque si no lo fueran los profesores en
prácticas no serían requeridos para cubrirlas y sobre todo trabajan por nada.
Por humo,
por menos que humo, por la promesa de que habrá humo.
Porque esos
créditos para las oposiciones que la caridad de la Junta de Castilla La Mancha
arroja displicente en los escuálidos cestillos de sus futuros no son nada.
Cospedal se comporta como el arrendatario con sus aparceros, como aquellos que mantenían
siempre a un centímetro escaso de la liberación a sus esclavos para
incentivarles y hacerles trabajar pero siempre encontraban a última hora una
deuda perdida, una cláusula escondida que les obligaba a serviles una jornada
más, un año más, una vida más.
Esos
créditos se convierten en humo por el simple motivo de que Cospedal y su
gobierno están en pleno proceso de desmantelamiento de la educación pública, de
masificación de las aulas, de entrega generosa de la enseñanza a los conciertos
de centros privados y eso hace que sus créditos no valgan para nada.
Con el
simple hecho de no convocar oposiciones todo su trabajo esclavo no se verá
recompensado, el favor que sin sueldo le han hecho a Cospedal para que le
cuadren sus cuentas, para poder atesorar el dinero que necesita para sus fines,
que en nada coinciden con los de sus ciudadanos, a cambio de nada. Esa es la
trampa y es tan obvia que deberían verla desde lejos.
Siempre
habrá otra promoción que se ofrezca a cubrir esas plazas de interinos que ahora
llena de practicantes que trabajan por la voluntad. Pero la voluntad de
Cospedal no existe, al menos en lo que se refiere a la Educación Pública.
Ellos pueden
creer que es una oportunidad de mejorar, una oportunidad de lograr un futuro de
estabilidad y dignidad dentro de la enseñanza pública pero la santa Dolores de
Cospedal ya tiene pensado y planeado otro futuro para ellos.
Las plazas
que ocupan no saldrán a concurso, serán cubiertas por otros practicantes que
cometan en el mismo error que este primar millar de profesores en prácticas
esclavas y el futuro de todos será el mismo: con un Educación pública
desbaratada, habrán de buscarse un nicho en la nueva servidumbre de los
salarios de subsistencia que impongan los colegios concertados y privados
cuando el baremo salarial que impone la enseñanza pública haya desaparecido con
ella, cuando ya no exista la posibilidad de hacer unas oposiciones, cuando tras
utilizarlos a ellos de herramienta para ganar tiempo y dinero mientras
desmantelaba la enseñanza pública.
De modo que
aunque ellos crean que les toca mirar por su futuro y por sus expectativas
prestándose a esa farsa, aunque piensen que es tiempo, recién abandonadas sus
facultades, de soñar con un futuro estable y transigir con esto por sus
oposiciones, les ha tocado para su joven desgracia algo muy diferente. les ha
tocado lo que nos toca a todos. Pelear por lo de todos en aras de lo nuestro.
Porque si
exigen pago ya no le servirán a Cospedal para cuadrar su déficit, si se niegan
a cubrir esas plazas de gratis y sin emolumento alguno la mística patrona del
recorte no tendrá más remedio que desvelar sus cartas, que idear otra forma
distinta de ganar tiempo para su destrucción y venta de la enseñanza pública.
Y ellos,
educados como todos nosotros en este Occidente Atlántico, en la ciega visión
del futuro individual, del egoísmo particular de mirar -o creer que se mira-
tan solo por lo nuestro les ha tocado ese difícil cambio, esa complicada mutación
que pasa por proyectarse como parte de un sociedad en su conjunto y ver que su
futuro y sus expectativas han de buscarse en lo general y colectivo y no en lo
particular.
Es duro para
alguien tan joven e inexperto. Pero siempre ha habido y habrá una generación a
la que le toca esa triste elección en una disyuntiva histórica y social. Tiene
que elegir bando en un enfrentamiento que opone a los muchos y sus expectativas
contra los intereses tan solo de unos cuantos. A eso les ha abocado la santa
del recorte. A eso les obliga Dolores de Cospedal.
Tienen que
elegir entre el sueño postergado de la manumisión propia irreal y la lucha inminente por una abolición que sea colectiva. Como cualquier esclavo.
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