Hace un año, cuando el flujo de sufragios cambió de forma inesperada en las urnas para las elecciones europeas, surgió un concepto que saturó las portadas de los periódicos y las cabeceras de los informativos: populismo. Algo rescatado de los tratados de teoría política que, convenientemente simplificado para uso cotidiano, venía a significar obtener votos diciendo y haciendo lo que la gente quería oír.
Podemos, el nuevo partido, era populista por proponer medidas que le gustaban a los ciudadanos y no sumarse al carro de la necesidad de austeridad económica repercutiendo siempre los mismos bolsillos y servicios,
Ahora se acercan a pasos agigantados las elecciones y los gobernantes olvidan lo dicho, no se aplican el mismo filtros de "seriedad" que exigían a otros y se lanzan a medidas que dejan boquiabierto después de todo lo dicho y lo leído.
Los impuestos que antes era imposible bajar, que el déficit obligaba a elevar, de repente se bajan.
¿No es eso lo que demandaba el ciudadano?, ¿no es eso populismo?, ¿no es eso un engaño populista puesto que en realidad no se trata de una rebaja porque ni siquiera compensa las subidas anteriores aunque deje en el ciudadano la sensación de que ha habido una rebaja?
La atención primaria sanitaria, que era imposible mantener para los inmigrantes sin papeles porque suponía una ruina para la Seguridad Social, se recupera.
¿No es eso darle a los ciudadanos lo que han demandado con manifestaciones y reivindicaciones pero que era imposible conceder por pura responsabilidad?, ¿no es eso renunciar a "la obligación de garantizar la mejor asistencia posible a los españoles antes que a ningún otro", como se dijo en su momento sobre la exclusión sanitaria de los sin papeles?, ¿no es eso populismo?
Y a eso se añaden una serie de acciones menores como el descenso de las multas de tráfico y estacionamiento, la repentina apuesta de Aguirre por el aumento del gasto público, las oportunas aperturas de nuevas estaciones de metro con nombre de guitarrista flamenco y todo lo necesario para que los ciudadanos tengan la impresión -falsa, por supuesto- de que su gobierno se preocupa por ellos.
¿No es eso populismo? La respuesta se omite por obvia porque encaja perfectamente en la definición que los mismos que ahora adoptan esas medidas dieron del populismo cuando estas eran medidas eran reclamadas por los ciudadanos y propuestas por otros partidos.
Pero tampoco sorprende. Lo hacemos siempre. Lo hacemos en todos los ámbitos y a todos los niveles.
Exigimos un respeto que no damos, somos capaces de ignorar los sentimientos de los demás durante todo el tiempo que nos venga bien pero en cuando alguien ignora los nuestros durante quince segundos le acusamos de insensible, antipático y malvado.
No damos lo que pedimos, no aceptamos que nos exijan lo que nosotros estamos exigiendo a los demás, consideramos independencia buscar que los demás se ajusten a nuestras vidas y egoísmo que los demás quieran que nos ajustemos a la suya, Demandamos atención pero se la negamos a los otros y nos molesta no ser permanentemente el centro de atención, incumplimos las promesas hechas pero exigimos que los demás mantengan su palabra, pedimos comprensión y no la damos, solidaridad y no somos solidarios, amor y no amamos...
Algo muy nuestro. Un vicio que nos empeñamos en repetir una y otra vez.
Y, claro, nuestros gobiernos, que no son muy diferentes de nosotros, también lo hacen.
Se llama incoherencia.
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